Tiempo de esperpento
En la vida p¨²blica espa?ola emerge de nuevo la burla, la s¨¢tira y la tragedia
Hace algo m¨¢s de 20 a?os publiqu¨¦ un art¨ªculo de prensa sobre Vel¨¢zquez. Hab¨ªa en aquel momento en el Museo del Prado una exposici¨®n antol¨®gica a la que viajaban decenas de miles de j¨®venes de toda Espa?a, dispuestos a hacer seis o siete horas de cola en la calle para ver los retratos del pintor sevillano, como hice yo mismo con mi joven e ilusionada compa?era de entonces. El inusitado inter¨¦s por la pintura de Diego Vel¨¢zquez era sugerente y parec¨ªa expresar una emergente sensibilidad social. Fijado en el momento, quise ver en el aprecio popular de sus pinturas un nuevo gusto por un enfoque comprometido con el rigor y la precisi¨®n. En el estilo de Vel¨¢zquez ya no hab¨ªa desgarros, crudeza ni apenas insistencia, sino lucidez, amplia perspectiva y atenci¨®n al detalle. Sus obras eran el resultado de un trabajo continuado sin urgencias. Espa?a hab¨ªa entrado hac¨ªa poco en la Uni¨®n Europea y muchos sent¨ªamos que hab¨ªa dejado definitivamente atr¨¢s la amenaza permanente de desastre, la precariedad institucional y la incertidumbre como pa¨ªs.
Con formidable actualidad renovada en la Espa?a de la ¨¦poca, Vel¨¢zquez nos mostraba gobernantes arrogantes y altaneros, diplom¨¢ticos galantes, bur¨®cratas desafiantes, bufones y enanos de inquietante desparpajo. Los escenarios del poder aparec¨ªan fr¨ªos e implacables, mientras que sus actores se mostraban bastante complacidos y seguros de s¨ª mismos. Tras la contemplaci¨®n de la numerosa serie de personajes de la corte, perduraba flotando en la retina del espectador la presencia inaccesible y vigilante de los aparatos de gobierno, m¨¢s all¨¢ de los cambios superficiales de ropaje. Al mismo tiempo, los episodios mitol¨®gicos quedaban reducidos a escenas cotidianas, por fin despojados de excesiva sacralidad. La serenidad y la clarividencia del pintor resultaban muy adecuadas para un periodo de estabilidad en el que parec¨ªa que, por fin, habr¨ªa espacio para construir instituciones, grupos y normas sociales duraderos.
El Goya de la Espa?a actual es el del impacto directo, el de los caprichos criminales, los diparates chocantes y el esperpento cotidiano
Mi modesto art¨ªculo recibi¨® algunos comentarios m¨¢s de lo habitual, todos positivos. Era tiempo de Vel¨¢zquez. Solo un par de amigos progresistas, muy entrenados en la cr¨ªtica radical del orden establecido, me preguntaron si, a pesar de todo, el bueno no segu¨ªa siendo Goya. M¨¢s de dos decenios m¨¢s tarde, no hay duda de que hemos regresado al tiempo del pintor aragon¨¦s. Pero yo dir¨ªa que no al Goya resistente del fusilamiento heroico o del pu?al arrabalero clavado desde el suelo al caballo del opresor. Ya casi ni siquiera hace falta el Goya de la familia de Carlos IV, ante la cual el espectador necesita unos segundos para cruzar la barrera protectora de las indumentarias y tropezar con la estulticia de las miradas. El Goya de la Espa?a actual es el del impacto directo, el de los caprichos criminales, los disparates chocantes y el esperpento cotidiano. Los t¨ªpicos rasgos velazque?os, como el trazo fino y elegante, la apertura de espacios, la multiplicidad de dimensiones, el equilibrio de la composici¨®n, han sido sustituidos por el trazo grueso, los tonos oscuros, los grandes contrastes y las quiebras de estructura. Los retratos luminosos son reemplazados por los bosquejos negros y las pesadillas tremebundas.
Francisco de Goya, el afrancesado patriota, pint¨® en tiempos convulsos, de zozobra, cat¨¢strofe y desasosiego general. Hoy, como entonces, vuelven a deambular por la atribulada escena p¨²blica espa?ola, al modo de los dibujos goyescos, personajes deformes, farsantes rid¨ªculos, burros con traje, can¨ªbales de tres al cuarto, alg¨²n monstruo repulsivo, romer¨ªas de desamparados que se arremolinan en busca de protecci¨®n. Al mismo tiempo, un par de cabecillas desahuciados siguen librando a garrotazos su duelo fratricida, sin reparar en la cochambre que les rodea y ante un paisaje de fondo otra vez castizo y pintoresco.
El espect¨¢culo grotesco que vemos cada d¨ªa en el teatro de la vida colectiva espa?ola no parece ser el resultado de un espejo cr¨ªtico que se empe?a en deformar la realidad, exager¨¢ndola, sino que m¨¢s bien transmite una imagen fidedigna de una realidad contrahecha. Da la impresi¨®n de que hoy no se lleva mucho el estilo pulcro y preciso ni abunda el gusto por el trabajo bien hecho al modo de Vel¨¢zquez. Por el contrario, emerge otra vez lo deforme; es tiempo de burla, s¨¢tira y tragedia. Vuelve a ser tiempo de Goya. Y del esperpento de Valle-Incl¨¢n y el tremendismo de Cela. Seguramente tambi¨¦n volver¨¢n los Bu?uel, Berlanga y Almod¨®var, si es que alguna vez se fueron del todo. De hecho, sus personajes m¨¢s t¨ªpicos ya est¨¢n ocupando la escena principal.
Josep M. Colomer es profesor de investigaci¨®n en el Instituto de An¨¢lisis Econ¨®mico del CSIC.
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