?No ensuci¨¦is la pol¨ªtica!
Un hombre ya sin partido pero a¨²n dem¨®crata creyente ve el mundo con atribulada perplejidad
En un m¨ªtico art¨ªculo gran reserva (?No pongas tus sucias manos sobre Mozart!), Manuel Vicent describ¨ªa a un tipo de izquierdas que un d¨ªa se deshizo del propio terror psicol¨®gico de que sus amigos le llamaran reaccionario y le arre¨® un seco bofet¨®n a su hija. Y es que la chica estaba en la leonera de la alcoba con unos amigos melenudos mientras el padre le¨ªa un informe del partido acerca de los ¨ªndices del paro. Aquellos j¨®venes llenos de pulgas y harapos ya le hab¨ªan manoseado sus libros y vaciado la nevera. En aquel momento, su querida hija entr¨® en la sala, se acerc¨® a la estanter¨ªa y pretendi¨® llevarse a la madriguera el vinilo de la Sinfon¨ªa n? 40de Mozart. El padre, de izquierdas, salt¨® del sill¨®n impulsado por el muelle del hartazgo y lanz¨® un grito estent¨®reo: ¡°?Mozart, no! ?No pongas tus sucias manos sobre Mozart!¡±.
Algo en el clima pol¨ªtico actual recuerda la atribulada perplejidad de ese pobre hombre tratando de analizar informes del partido mientras una pandilla de jovenzuelos escucha a todo volumen m¨²sica de Led Zeppelin haciendo vibrar las paredes maestras de la casa y desvalija su nevera. La situaci¨®n, hoy, es parecida a la de nuestro hombre de izquierdas. Un griter¨ªo de tertulianos y hooligans atrincherados atruena las ondas mientras conceptos como verdad o raz¨®n se escapan, mugrientos de tanto manoseo, por los alba?ales (¡°La mentira os har¨¢ libres¡±, llega a decirnos Fernando Vallesp¨ªn en su ¨²ltimo libro). El pobre hombre, ya sin partido pero a¨²n creyente en los procedimientos democr¨¢ticos, observa at¨®nito c¨®mo una tribu de desvergonzados (incluso recuerda a alguno de ellos de alguna asamblea del partido) asalta las instituciones en las que siempre crey¨® y trata de gritar como el desesperado personaje de Vicent: ?No pong¨¢is vuestras sucias manos sobre la pol¨ªtica! Pero solo emite un sordo quejido que nadie escucha.
La revoluci¨®n neoliberal se parece a un anarquismo de derechas
Y es que nuestro hombre, que ya no sabe muy bien qu¨¦ significa hoy d¨ªa ser de izquierdas o de derechas, no tiene claro a qui¨¦n atizarle el sopapo liberador. Sus hijos, enfrascados en el fren¨¦tico tecleo de sus cachivaches electr¨®nicos, no saben, no contestan, el partido, los partidos, enzarzados en una suicida y secretista endogamia, est¨¢n hechos unos zorros, la propia Monarqu¨ªa (que ¨¦l acept¨® a rega?adientes) est¨¢ achacosa a m¨¢s no poder, y ¨¦l se desespera, impotente ante el descr¨¦dito creciente de la pol¨ªtica. ?Ay!, ese oscuro objeto ut¨®pico por el que pis¨® alguna que otra comisar¨ªa, convertido hoy en caldo de cultivo id¨®neo para el desarrollo de cepas bacterianas tan nocivas como la de los arbitristas capaces de las m¨¢s disparatadas soluciones, o la de fantoches populistas como los que pululan por democracias de nuestro entorno.
Nuestro h¨¦roe est¨¢ convencido de que el atribulado personaje de Vicent tiene la clave. Solo hay que alterar ligeramente el guion. No se trata ¨²nicamente de abominar de arribistas y corruptos para que dejen de poner sus sucias manos en la Pol¨ªtica (con may¨²sculas), sino que los pacatos las retiren de los inmovilizadores prejuicios que la pervierten y paralizan, porque es de los que creen que a¨²n es posible cambiar las cosas. Empezando por el funcionamiento de los partidos, oblig¨¢ndoles a abrirse a la sociedad, a que sus cuentas sean controladas eficaz e implacablemente, a celebrar asambleas transparentes, elecciones primarias dignas de tal nombre, ?a cumplir sus programas electorales! Seguir¨ªa con el funcionamiento de las instituciones (justicia despolitizada, Parlamento m¨¢s representativo, Senado como c¨¢mara de representaci¨®n territorial, Administraci¨®n m¨¢s transparente y eficiente), el impulso a una educaci¨®n p¨²blica de calidad e integradora, lejos de sectarismos¡
La izquierda se ha
dejado ganar la batalla por la libertad
Y vayamos al busilis: nuestro aguerrido defensor de Mozart se siente agobiado en esta ¨¦poca de cristalizaci¨®n de la llamada revoluci¨®n neoliberal que, en realidad, poco tiene que ver con el liberalismo cl¨¢sico, estructurado con reglas claras, y se parece m¨¢s a una especie de anarquismo de derechas, un modo transnacional, global, de entender la pol¨ªtica, en el que se glorifica la irrestricta iniciativa privada, se reducen o directamente se eliminan los controles externos a la econom¨ªa, se desnaturalizan los servicios p¨²blicos, y se toman decisiones ¡°sin complejos¡± sobre temas precisamente demasiado complejos, porque, seg¨²n sus gur¨²s, demasiada democracia no es operativa y, en definitiva ¡°hay que hacer lo que hay que hacer¡±¡ No, nuestro h¨¦roe no se resigna al mantra de que ¡°no hay alternativas¡±.
Ese luchador premoderno, capaz de enfrentarse a su hija por un vinilo, se maldice por haber consentido que la izquierda, su izquierda, mu?idora, junto con otras fuerzas moderadas, de los derechos de los trabajadores, la libertad de asociaci¨®n, la seguridad social, la jubilaci¨®n, la laicidad republicana se haya dejado ganar la batalla por la libertad, que siempre hab¨ªa sido su bandera. Hoy d¨ªa, masculla melanc¨®lico, los chicos neocon se han adue?ado de tan noble concepto, enarbol¨¢ndolo como un hacha en cuanto los progres intentan recuperar los viejos valores, como se ha visto en la t¨ªmida reforma sanitaria de Obama, o cuando se intentan poner l¨ªmites c¨ªvicos al individualismo o ecol¨®gicos al desarrollismo.
Mientras vuelve a poner en la platina el vinilo de Mozart y enciende un pitillo transgresor, se pregunta si todav¨ªa existe una izquierda ilustrada (hoy d¨ªa lo revolucionario es ser socialdem¨®crata, nos dec¨ªa hace poco Fernando Savater), capaz de abrirse a la sociedad, afirmar el papel de Estado en la regulaci¨®n de los excesos del mercado y en el favorecimiento de la igualdad de oportunidades, consolidar unos servicios p¨²blicos eficientes y sostenibles, invertir en universidades y escuelas, defender la laicidad contra el intrusismo religioso, fomentar la investigaci¨®n, apoyar una televisi¨®n p¨²blica de calidad y ayudar realmente a los d¨¦biles y discapacitados¡
Y lanza un nuevo grito: ?No pong¨¢is vuestras sucias manos sobre la ilusi¨®n y la utop¨ªa!
Pedro J. Bosch es m¨¦dico oftalm¨®logo y periodista.
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