Las reinas de las colinas de Bamenda
Viajamos a Camer¨²n al encuentro con las mujeres bororo Forman parte de la tribu m¨¢s bella del mundo, representada en este pa¨ªs africano por dos millones de personas. Esta es su vida
Fadimatou Abdou y su hermana Asamau nos han visto llegar desde lo alto y se acercan a recibirnos por el sendero que atraviesa la aldea bororo de Mezam. Lucen vestidos largos ¨Cuna, amarillo aguado; la otra, azul con estampado rojo¨C, piel morena que brilla en la distancia y sonrisa en boca inmensa. Hablan fulfulde, su lengua, y tras su ch¨¢chara resuena un balido de cabras.
Todo el entorno es verde bosque y prado intenso; todo son colinas superpuestas, descolgadas desde el macizo cercano de Oku (3.000 metros de altura); todo es humedad y calor ya pegajoso bien de ma?ana en este rinc¨®n cercano a la localidad de Bamenda, en las llamadas ¡°tierras altas¡±, la provincia camerunesa del noroeste (NWP). All¨ª donde la ¨¦poca de lluvias se alarga nueve meses y los ojos de los pobladores, anta?o n¨®madas impenitentes, se han agrandado, se ve, para identificar el ganado en la distancia. Cuantas m¨¢s cabezas, m¨¢s riqueza y prestigio en la comunidad.
Los bororo son espigados y altivos, directos y de facciones perfectas
Todo es sorpresa para las hermanas, veintea?eras, y para nosotros, occidentales p¨¢lidos como la niebla, cargados de preguntas y c¨¢maras, y bien serios (eso comentar¨¢ Fadimatou luego), aparecidos aqu¨ª junto a Buba Amadou Jabo, representante de la organizaci¨®n local AFAARA, que lucha contra el sida y otras enfermedades frecuentes en ¨¢reas rurales.
Reci¨¦n llegados estamos a esta provincia desde las selvas prietas del sureste del pa¨ªs (de la mano de la ONG Plan Espa?a, que apoya programas de educaci¨®n, salud y desarrollo de ni?os y ni?as de minor¨ªas). Pegados anduvimos durante d¨ªas a la tribu de los pigmeos baka, hombres y mujeres bajitos, despreciados, sin identidad, expulsados de su h¨¢bitat natural ¨Clos bosques inmensos del ?frica central¨C por la voracidad mundial del mercado de madera ex¨®tica.
El contraste entre uno y otro lugar es llamativo: al rev¨¦s que all¨ª, aqu¨ª los seres humanos son altos, y el bosque, bajo. Aqu¨ª no mueren de hambre aunque vivan en precario; all¨ª, s¨ª. En com¨²n tienen que ambos pueblos son minor¨ªas destacadas y discriminadas en este pa¨ªs considerado ¡°la peque?a ?frica¡± por su multiplicidad de paisajes, climas y etnias: 240 conviven en ¨¦l, un 38% de ellas concentradas en este noroeste que pisamos.
Y mientras las dos j¨®venes avanzan con garbo, es imposible no pensar en ello y, sobre todo, ignorar su estilo y elegancia. Los bororo son espigados y altivos, de facciones perfectas, piel m¨¢s blanca que el africano medio, bien coquetos; observadores atentos y reservados en p¨²blico, y orgullosos y directos cuando hablan en distancia corta. Visten ellos largas t¨²nica boubou y gorro musulm¨¢n al uso. Ellas van ce?idas de m¨¢s jovencitas. Y ya casadas, se enrollan cuan largas son en telas tan pol¨ªcromas que reunidas en grupo son magn¨¦tico espect¨¢culo.
A Camer¨²n se la considera como "la peque?a ?frica". Aqu¨ª conviven 240 etnias
Aqu¨ª, en el asentamiento de Mezam, viven medio centenar, cargadas de hijos y tareas dom¨¦sticas nada sencillas. Sin luz ni agua, cobijadas en una veintena de casas de hormig¨®n y alguna choza de adobe¡ ¡°Nos levantamos con el sol, preparamos la leche, el yogur, a veces bajamos a Fundong a comprar y vender, pero no mucho¡±, dicen convertidas en anfitrionas al instante. Han surgido entre la vegetaci¨®n, de aqu¨ª y all¨¢, como por arte de magia; todas quieren hablar, escu??char, mientras sus hombres se mueven por los prados tras el ganado. Los lomos de sus caballos, cubiertos de adornos y mantas festivas, como si la temporada de rejoneo hubiera comenzado ya en esta esquina de la tierra. As¨ª, a pelo, recorren largas distancias... La fot¨®grafa, por supuesto, enloquece de inmediato. Sacarla de aqu¨ª costar¨¢ un rato.
Pastores ancestrales, eso es lo que son los bororo, el grupo n¨®mada m¨¢s grande del mundo; su ganado, siempre alimento fundamental en zonas rurales, desde las orillas del lago Chad hasta las costas atl¨¢nticas de Senegal. Forman parte del grupo de los fulanis o peuls o wodaabes¡ as¨ª se les llama seg¨²n matices varios. Una tribu considerada por muchos la m¨¢s bella. Las mujeres de Mezam son una prueba. Solo hay que contemplar a Asamou o a Jahara, otra de las hermanas de Fadimatou, a los ni?os, hasta los ancianos¡ Llegados a Camer¨²n en el siglo XIX, anta?o desde las riberas del r¨ªo Senegal, luego desde el Sahel, de N¨ªger o Nigeria, los bororo (a los que se ve tambi¨¦n por Sud¨¢n, Etiop¨ªa¡) son hoy m¨¢s de dos millones y medio en Camer¨²n, pa¨ªs presidido por el eterno Paul Biya desde hace tres d¨¦cadas.
Una gran minor¨ªa discriminada por muchas razones. Entre ellas, un modo de vida, n¨®mada o semin¨®mada, que poco a poco no cuadra. Adem¨¢s, pobreza, falta de servicios, matrimonio demasiado temprano, muchos hijos, alto analfabetismo, sobre todo femenino (75%), y enfermedades (sida, malaria) y poco o ning¨²n acceso a la tierra¡ M¨¢s de un siglo hace que empezaron a asentarse por aqu¨ª y a¨²n se les considera extranjeros¡ Estos son algunos de sus males, nos cuenta en Fundong la ONG Mboscuda. Esta naci¨® en 1987 ¡°por el desarrollo social y cultural de los bororo¡±. Eso significan sus siglas. Asegurar sus derechos como ciudadanos plenos. Tal es el objetivo, y para conseguirlo cuentan con apoyo internacional, entre ellos de la Coalici¨®n Internacional para el Acceso a la Tierra (ILC).
¡°Atribuir algunos de los problemas de los bororo a la religi¨®n es err¨®neo. Ni el matrimonio temprano ni la mutilaci¨®n genital est¨¢n justificados por ella, puesto que nada de esto procede del Cor¨¢n. No se dan mucho aqu¨ª, es m¨¢s de Liberia, Nigeria, Burkina¡¡±, asegur¨® su director, Sali Django.
La tradici¨®n aun as¨ª impone mucho: en la localidad cercana de Sabga andan resolviendo un caso de una menor forzada a contraer matrimonio con un hombre poderoso que le saca medio siglo. ¡°En Camer¨²n, la ley permite casarse a los 16, para los bororo es aceptable a los 14, menos es anormal¡±, afirma el joven Yaya Ibrahim, alt¨ªsimo, vestido de blanco y con ganas locas de ver mundo. Asegura que, al contrario de lo habitual, ¨¦l no se quiere casar pronto. Desea ir a la universidad. Dif¨ªcil tarea sin medios, pues la p¨²blica m¨¢s cercana se encuentra en la capital, Yaund¨¦, a casi 400 kil¨®metros. A muchos peul, sin embargo, no les falta dinero. Sus negocios marchan.
Son una gran minor¨ªa discriminada, con un modo de vida n¨®mada o semin¨®mada
Pero los conflictos entre los pueblos ind¨ªgenas m¨®viles (que aqu¨ª pagan alquiler por uso de la tierra e impuestos por venta de ganado) y los locales, con mayor acceso a las instituciones del Estado, existen. Y entenderlos ¡°ayuda a comprender la marginaci¨®n y exclusi¨®n de la justicia en la que muchos viven¡±, sigue Django. Pero tambi¨¦n los hay internos, entre generaciones: los que se adaptan a un lugar fijo y los que no. Yaya es ejemplo. Lo contaba ayer mientras ascend¨ªamos las colinas de Sabga, tras visitar al l¨ªder Buba Mahamadou ¨Cque tiene nada menos que 23 hermanos de las seis esposas de su padre¨C, hacia las caba?as de pelo de elefante que cuelgan en la ladera. En una habita la familia Sali. La madre, Hurera, presume de grifo de agua en la puerta (el acceso a servicios b¨¢sicos es otro de los problemas de estas comunidades) gracias a la ONG suiza Helvetas.
La luz y el paisaje desde lo alto son espectaculares. Detalle que tambi¨¦n advirti¨® un d¨ªa el pastor batista Tom Needham, personaje con misi¨®n religiosa y a¨¦rea, se ve. Su residencia y aeropuerto est¨¢n cerca. M¨¢s de dos d¨¦cadas lleva aqu¨ª con familia, ocho hijos y sus avionetas (marca GlaStar) que sobrevuelan el valle o el monte Camer¨²n transportando materiales y personas. La esposa cruza a lomos de una moto cuatro ruedas. ¡°Gracias a Dios¡±, repite veloz en los saludos.
Eso fue ayer. Hoy Fadimatou escribe su nombre en la libreta con letra desva¨ªda. ¡°Soy vicepresidenta y secretaria de nuestra asociaci¨®n femenina¡±, asegura en ingl¨¦s. Pa?uelo en la cabeza, ojos pintados de azul; labios carnosos, de rosa¡ Nos ha observado en silencio. Y dispara: ¡°?C¨®mo hacen en Europa para evitar los hijos?, ?c¨®mo practican sexo?, ?y la regla, el embarazo, la leche del pecho¡?¡±. Parec¨ªa tener el tiro en la rec¨¢mara siglos ha¡ Largo de contar. ¡°Hay tiempo¡±, afirma. Tiene apenas 20 a?os, tantos hermanos que le faltan manos y una cosa clara: ¡°Quiero ver mundo¡±.
Le respondemos mientras visitamos las casas espartanas y limp¨ªsimas de Asamau, de Alhisatu, la presidenta; la de Husufa¡ En todas, camastro, mosquiteras de color rosa o azul, cacharros met¨¢licos de cocina con mil cenefas ordenados en estantes, telas y mantas colgadas de ganchos, hornillos, relojes, calendarios¡ E indicaciones para protegerse contra la malaria y la diarrea¡
¡°?C¨®mo hacen en europa para evitar los hijos?¡±, pregunta una mujer bororo
Fadimatou nos conduce a la escuela isl¨¢mica de Bainjong, edificio de fachada azul donde otro grupo de mujeres asisten a clases de alfabetizaci¨®n y religi¨®n. Sentadas en los bancos de madera, l¨¢pices en mano, ojos como platos, cuerpos delgados envueltos en ropaje de mil tonos. Princesas de la sabana y las monta?as, reyes del ganado. Pero sin tierra. Si algo pasa, deber¨¢n marcharse. Y pasa algo cada vez m¨¢s a menudo.
Durante el primer Foro de la Tierra celebrado en Yaunde en 2012 (ILC), el presidente de Mboscuda, Manu Gidado, avis¨®: ¡°Cada d¨ªa la tierra es algo m¨¢s preciado. Los ricos se est¨¢n interesando en la que pertenece a las comunidades ind¨ªgenas y pobres en ¨¢reas rurales¡±. Reivindicar derechos causa problemas con agricultores y granjeros. Hace apenas un mes, Musa Usman Ndamba, otro l¨ªder de Mboscuda, habl¨® ante la comisi¨®n de asuntos ind¨ªgenas de la ONU de las preocupaciones de los bororo en Camer¨²n y de la persecuci¨®n a sus activistas: ¨¦l mismo fue amenazado, y otro, Jeidoh Duni, herido por disparos.
Cuesti¨®n fundamental para los ind¨ªgenas africanos (y de todo el mundo: son 370 millones de personas) es el acceso a la justicia y el derecho a la propiedad de la tierra, distorsionado desde ¨¦poca colonial. ¡°Millones sobreviven mediante pastoreo trashumante y, sin embargo, ning¨²n pa¨ªs africano tiene legislaci¨®n adecuada que reconozca las tierras tradicionales y la tenencia de los recursos naturales de los ind¨ªgenas¡±. Acaparamiento de tierras, extracci¨®n de recursos, expulsi¨®n¡ Palabras que resuenan.
En Mezam habla Fadimatou de sus proyectos de vida. Y en la despedida nos contempla con tristeza. Si lograra imponerse, no se quedar¨ªa mucho aqu¨ª. Con suerte, quiz¨¢ haga buena boda en la tribu (los bororo no se mezclan). O tal vez la familia re¨²na el ganado un d¨ªa y decida buscar otros pastos, otro escenario. Buba, el l¨ªder de Sabga, asegur¨® que el gusanillo n¨®mada siempre anda ah¨ª, aletargado. Y domarlo cuesta.
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