El poliz¨®n que descubri¨® la mar del Sur
Busc¨® la inmortalidad y la encontr¨® frente a las aguas del oc¨¦ano que se le escap¨® a Col¨®n. Su hallazgo cambi¨® el mundo Esta es la historia de Vasco N¨²?ez de Balboa, el aventurero extreme?o que hace ahora 500 a?os avist¨® por primera vez el Pac¨ªfico
Panam¨¢ est¨¢ de fiesta. Este a?o acoge el Congreso Internacional de la Lengua Espa?ola y la XXIII Cumbre Iberoamericana. Su capital estrena metro. Las obras de ampliaci¨®n del canal van a buen ritmo. Y el pa¨ªs celebra los 500 a?os del descubrimiento de la mar del Sur. Aunque la conmemoraci¨®n oficial de este descubrimiento sea el 25 de septiembre, fue dos d¨ªas m¨¢s tarde, el 27 de aquel mes, en 1513, cuando Vasco N¨²?ez de Balboa divis¨® con asombro y emoci¨®n el oc¨¦ano Pac¨ªfico.
Balboa era de Jerez de los Caballeros (Extremadura, entonces parte de la Corona de Castilla). Naci¨® entre 1473 y 1475. No lo sabemos con certeza. De familia hidalga venida a menos, su padre fue Nu?o Arias de Balboa y tuvo cuatro hermanos. Sobre su madre no hay noticias. Con veintitantos a?os, estudios b¨¢sicos, dominio de la esgrima y mucha ambici¨®n, en 1501 se embarca hacia Am¨¦rica con el mercader de Sevilla Rodrigo de Bastidas, quien se hab¨ªa asociado con el c¨¢ntabro Juan de la Cosa, gran marino, piloto y cart¨®grafo, autor del primer mapa de Am¨¦rica.
En ese primer viaje, al pasar por el golfo de Urab¨¢, que se adentra entre Panam¨¢ y Colombia, Vasco vio por primera vez el Dari¨¦n, la regi¨®n selv¨¢tica donde ganar¨ªa la gloria y donde, ay, perder¨ªa la vida.
Bastidas sale de La Espa?ola, la isla que fue centro nodriza para las expediciones hacia la llamada Tierra Firme. Cuando la expedici¨®n regresa, en 1502, Balboa se queda en Santo Domingo, donde traba amistad con otros dos extreme?os: Nicol¨¢s de Ovando, el gobernador, y Francisco Pizarro, futuro conquistador de Per¨² y cara y cruz del jerezano durante casi dos d¨¦cadas.
En La Espa?ola, Vasco compra un cachorro de Becerrillo, el perro de presa m¨¢s fiero e inteligente de la ¨¦poca. Ese cachorro, Leoncico, ser¨ªa su m¨¢s fiel y eficaz soldado. Las cosas le van mal en la isla. Un hurac¨¢n arrasa su negocio agropecuario y se endeuda hasta las cejas. No puede devolver el dinero prestado. Para evitar que escape, sus acreedores controlan las salidas de los barcos. Pero Balboa es un hombre de recursos que, ya entonces, empieza a mostrar su ?audacia. Harto de ocultarse, busca su oportunidad para huir. En septiembre de 1510 hay dos barcos prepar¨¢ndose para zarpar, ambos armados por el letrado Mart¨ªn Fern¨¢ndez de Enciso. En el primero sale Alonso de Ojeda, futuro gobernador de Urab¨¢, pero es el segundo el que nos importa. Dos estibadores cargan un gran tonel. Dentro, junto a su fiel Leoncico, hecho un ovillo, tenemos a uno de los polizones m¨¢s famosos de todos los tiempos. En alta mar sale de su escondite. Enciso, rojo de ira, le quiere dejar en la primera isla desierta. La tripulaci¨®n se pone de parte del jerezano: es joven, fuerte, simp¨¢tico y, sobre todo, ya ha viajado por las costas de Tierra Firme con Bastidas. Pod¨ªa serles ¨²til.
Muri¨® decapitado en 1519. Su cabeza colg¨® de una pica durante varios d¨ªas
Adem¨¢s de los barcos de Enciso y Ojeda, hay otra expedici¨®n al mando de Diego de Nicuesa, llamado a ser gobernador de Veragua, tambi¨¦n en la regi¨®n que se llamar¨ªa Castilla del Oro.
Una partida de espa?oles de la nave de Ojeda desembarca en el poblado de Turbaco (hoy Colombia) y es atacada por un grupo de indios. En la lucha, por defender a los suyos, cay¨® un valiente, su cuerpo asaeteado por flechas emponzo?adas con curare que lo clavaron contra un ¨¢rbol. Esa fue la muerte atroz del admirable Juan de la Cosa. Con ¨¦l fueron acribillados cerca de un centenar de soldados.
La nave capitana de Enciso, con Balboa a bordo, encalla y se pierden los bastimentos (v¨ªveres y provisiones), pero la tripulaci¨®n se salva. En la playa, apenas tres indios disparan sus flechas a la velocidad del rayo y huyen dejando otro centenar de muertos. De esta nueva matanza los presentes culpan a Enciso por su p¨¦simo sentido de la estrategia militar. Es el momento en que Vasco toma la iniciativa. Habla a los hombres de una regi¨®n que sabe m¨¢s segura por haberla recorrido con Bastidas y en la que los indios no usan flechas envenenadas. Los lleva a una zona en la que levantan el primer asentamiento estable en Centroam¨¦rica: Santa Mar¨ªa de la Antigua del Dari¨¦n, una peque?a villa de boh¨ªos, a modo de caba?as de paja.
Enciso, torpe, proh¨ªbe el reparto directo del oro que los espa?oles saquean a los indios. Le quitan el poder. Balboa asume el mando y embarcan al letrado en el primer barco que vuelve a Espa?a.
A estas alturas ya sabemos que Ojeda no llegar¨ªa a ser gobernador. Es herido en una escaramuza con los indios y, despu¨¦s de dejar tirados a sus hombres en la costa, se vuelve a Santo Domingo para, a?os m¨¢s tarde, morir m¨¢s pobre que las ratas.
El otro gobernador, Nicuesa, tambi¨¦n de pocas luces, pierde, entre luchas, enfermedades y hambrunas, 600 de los 700 hombres que lleva a Veragua. Cuando le dicen que reina la paz en Santa Mar¨ªa, all¨¢ se dirige para tomar el poder. Pero con Balboa de jefe, no le quiere nadie. Horas despu¨¦s de desembarcar lo meten en un viejo bergant¨ªn para que regrese a La Espa?ola. Abandonado a su suerte, naufraga junto a un pu?ado de sus hombres.
De una forma u otra, Vasco se ha quitado de encima a Enciso, a Nicuesa y a Ojeda. Pero la de Espa?a es, en buena medida, la historia de Ca¨ªn, y esa Espa?a no perdona. El conquistador jerezano ha podido con hombres muy influyentes, si bien no tardar¨ªa en llegar aquel que acabar¨ªa con su vida.
Agosto de 1513. Vasco busca la mar del Sur. Sabe que la flota del poderoso Pedro Arias D¨¢vila, Pedrarias, est¨¢ de camino a Santa Mar¨ªa, as¨ª que acelera su expedici¨®n. Conocedor de las intrigas contra ¨¦l en la corte, sabedor de que Pedrarias pretende todo el poder y convencido, en fin, de que el rey le ha retirado su confianza, se va a descubrir el mar que nunca encontr¨® Col¨®n. En La Espa?ola escap¨® de sus acreedores y ahora huye de sus enemigos.
El 1 de septiembre zarpa con casi 200 hombres y algunos perros, entre ellos Leoncico, tan buen luchador que ganaba para Balboa m¨¢s soldada que un arcabucero. El animal morir¨ªa envenenado, quiz¨¢ por la mano envidiosa de alg¨²n compa?ero.
Atravesar el istmo en ¨¦poca de lluvias enferm¨® a muchos, pero Vasco no perdi¨® un solo hombre. Siempre al frente, era el primero en abrir trochas, en atravesar r¨ªos, en socorrer al soldado herido, en infundir ¨¢nimos al que desfallec¨ªa.
El 24 de septiembre se produjo una matanza infame contra los indios cuarecu¨¢. M¨¢s de 600 guerreros muertos, alguno de ellos porque, vestidos de mujer, practicaban el pecado nefando, la sodom¨ªa, condenada con la pena capital en la Espa?a de la ¨¦poca. Fue una carnicer¨ªa repugnante en v¨ªsperas del gran descubrimiento.
Sobre aquellas atrocidades, la americanista Carmen Mena (El oro del Dari¨¦n. Centro de Estudios Andaluces; Sevilla, 2011) no tiene duda: ¡°Puede hablarse con propiedad del exterminio de una poblaci¨®n que contaba al menos con 120 siglos de presencia en el istmo y que se extingue casi por completo en menos de dos d¨¦cadas¡±. Y eso que, entre los conquistadores, Balboa fue de los menos crueles: siempre que pudo, pact¨® con las tribus, entre ellas la del cacique Careta, que le entreg¨® a su hija como mujer. Los cronistas de Indias hablan de esta relaci¨®n como si de un cuento de hadas se tratara. Parece que, en verdad, Anayansi (su nombre no est¨¢ documentado) era una muchacha hermos¨ªsima y que ambos se amaron hasta la muerte. Ella lleg¨® a traicionar a su pueblo cuando revel¨® a Vasco que cinco caciques estaban conspirando para matarle.
Las mayores salvajadas hay que apunt¨¢rselas, sobre todo, a los capitanes de Pedrarias, que destrozaron en muy poco tiempo el espacio de convivencia que Vasco lleg¨® a establecer en la regi¨®n darienita.
El capit¨¢n espa?ol sube por un monte al otro lado del cual, dec¨ªan los indios, estaba la mar. Y asciende a la cumbre. Eran como las diez de la ma?ana del 27 de septiembre. S¨ª, aunque la fecha oficial ha sido desde hace medio milenio el 25, lo cierto es que el avistamiento de la mar del Sur fue dos d¨ªas m¨¢s tarde. Existen al menos cuatro fuentes dignas de cr¨¦dito que as¨ª lo atestiguan: dos estadounidenses ¨Cla bi¨®grafa de Balboa Kathleen Romoli y el ge¨®grafo Carl Sauer¨C y dos espa?oles ¨Cla profesora Carmen Mena y Luis Blas Aritio, autor del ultim¨ªsimo y m¨¢s exhaustivo libro sobre el conquistador, Vasco N¨²?ez de Balboa y los cronistas de Indias (2013).
El descubridor se acerca a la cima y hace lo que el escritor austriaco Stefan Zweig, en sus Momentos estelares de la humanidad (1927), llama ¡°un gesto para la inmortalidad¡±. Lo describe as¨ª: ¡°En ese momento, Balboa ordena a sus hombres que se detengan. Nadie debe seguirle. No quiere compartir esa primera vista del oc¨¦ano ignoto. Quiere ser el ¨²nico, el primer espa?ol, el primer europeo, el primer cristiano que [¡] haya divisado el Pac¨ªfico¡±.
El jefe de una tribu le entreg¨® a su hija como esposa; La relaci¨®n fue un cuento de hadas
El cronista madrile?o Gonzalo Fern¨¢ndez de Oviedo a?ade: ¡°Hinc¨® ambas rodillas en tierra y dio muchas gracias a Dios por la merced que le hab¨ªa hecho en le dejar descubrir aquella mar, y hacer en ello gran servicio a Dios y a los Cat¨®licos y Seren¨ªsimos Reyes de Castilla¡±.
Cortan un ¨¢rbol para hacer una enorme cruz cuyos brazos parecen querer abarcar los dos mares. El padre Andr¨¦s de Vera enton¨® un tedeum, y el escribano Andr¨¦s de Valderr¨¢bano escribi¨® los nombres de quienes all¨ª llegaron. Son los 67 de la fama.
El 29 de septiembre van a la playa, llena de fango por la marea baja. Se sientan en unos manglares hasta que el agua coge profundidad y el capit¨¢n, con su yelmo y su coraza, se adentra en la mar. Coge el estandarte con una mano y la espada con la otra. Levanta la voz para dedicar ¡°a los muy altos y poderosos reyes don Fernando y do?a Juana¡± la posesi¨®n de la mar del Sur.
La noticia del descubrimiento del Pac¨ªfico corri¨® en Espa?a como la p¨®lvora. El rey, feliz, perdon¨® a Vasco los agravios que denunciaron sus enemigos y lo nombr¨® adelantado de la mar del Sur y gobernador de las provincias de Panam¨¢ y Coiba, si bien bajo la autoridad del nuevo hombre fuerte en Tierra Firme, el lugarteniente general Pedro Arias D¨¢vila.
El 27 de junio de 1514, la armada de Pedrarias, compuesta por una veintena de naves y 1.500 hombres (?no se contaron cerca de 500 mujeres que tambi¨¦n viajaron!), lleg¨® a las costas del Dari¨¦n. Al decir de los cronistas, Pedrarias era un mal bicho. Seg¨²n fray Bartolom¨¦ de las Casas, ¡°el a?o de mil e quinientos e catorce pas¨® a la Tierra Firme un infelice gobernador, crudel¨ªsimo tirano, sin alguna piedad ni a¨²n prudencia, como un instrumento del furor divino¡±.
A Arias D¨¢vila lo llamaban, en efecto, ¡°la ira de Dios¡±. Casi un virrey, cuando arriba a la costa no hay nadie para recibirle. Irritado, pide que busquen al alcalde de Santa Mar¨ªa. Pedrarias es un noble castellano que llega con arrogancia, vestido con sus mejores galas, caballo enjaezado y armadura de lujo. Se presenta Balboa, humilde hidalgo extreme?o, con una camisa sudada, un calz¨®n usado y alpargatas.
Dos gallos en el mismo gallinero. El nuevo gobernador, ya humillado por el recibimiento de Balboa, se encoleriza al enterarse de que la mar del Sur, que ¨¦l pretend¨ªa hallar, ya hab¨ªa sido descubierta.
Seg¨²n los cronistas de la ¨¦poca, el primer gesto del conquistador fue "hincar ambas rodillas en tierra"
Pedrarias lleva la corrupci¨®n a Santa Mar¨ªa. Obvia que el rey ha devuelto la confianza al descubridor de la mar del Sur y le hace un juicio de residencia, algo as¨ª como una auditor¨ªa de su gesti¨®n en el Dari¨¦n. Primero le pone una multa que le arruina. Luego, cuando Balboa sale de expedici¨®n, le hace volver a Santa Mar¨ªa y lo encierra dos meses en una jaula. M¨¢s tarde, para enga?arlo del todo, lo deja libre ?y le ofrece la mano de su ¨²nica hija casadera!, una tal Mar¨ªa, recluida en un convento espa?ol de donde no lleg¨® a salir. Fue una a?agaza fruto de su preocupaci¨®n por la muerte del rey Fernando y la p¨¦rdida de poder de sus allegados en la corte, donde el cardenal Cisneros hab¨ªa asumido la regencia.
Pedrarias env¨ªa a Vasco a construir el poblado de Acla, al otro lado del istmo, porque cree m¨¢s eficaz que los espa?oles abandonen Santa Mar¨ªa en favor de este puerto del Pac¨ªfico, donde el adelantado construye una espl¨¦ndida villa y crea la llamada Compa?¨ªa de la Mar del Sur.
Santa Mar¨ªa de la Antigua del Dair¨¦n desaparece en 1524, asolada primero por los indios y engullida despu¨¦s por la selva. Pero la tragedia de Balboa se precipita cuando llegan noticias de que hay un nuevo gobernador de camino, Lope de Sosa. Vasco crey¨® que las relaciones ir¨ªan incluso a peor que con su suegro. Y Pedrarias temi¨® que un juicio de residencia contra ¨¦l lo condenara por sus fechor¨ªas, as¨ª que llama a su yerno, que estaba en la isla de Tortugas, para que regrese a Acla. Este, ingenuo, acata la orden. Antes de llegar, Pizarro, al mando de un pelot¨®n de hombres, lo prende.
?Por qu¨¦ Pizarro, a pesar de lo que vivieron y sufrieron juntos? ?Estaba harto de ser su subordinado? ?Ansiaba la gloria que logr¨® en Per¨², donde, no olvidemos, mat¨® a Diego de Almagro y desat¨® una aut¨¦ntica guerra civil entre espa?oles? A Vasco lo acusaron de conspiraci¨®n, de insubordinaci¨®n y hasta de la muerte de Nicuesa. Tambi¨¦n fueron sentenciados a la pena capital cuatro de sus hombres m¨¢s fieles.
La ejecuci¨®n del adelantado se produjo entre el 13 y el 21 de enero de 1519. No se sabe con certeza el d¨ªa. Vasco N¨²?ez de Balboa no descompuso la figura. Levant¨® la cabeza para decir, alto y claro, que era inocente y que fue siempre su deseo ¡°servir al rey¡±. Pero lo decapitaron. Deb¨ªa de tener entre 42 y 44 a?os. Durante varios d¨ªas y a modo de ¡°escarmiento¡±, su cabeza colg¨® de una pica en la plaza Mayor.
El gran mexicano Octavio Paz escribi¨® algo sobre la figura de Hern¨¢n Cort¨¦s que es trasladable a N¨²?ez de Balboa: ¡°Fue un hombre extraordinario. Un h¨¦roe en el antiguo sentido de la palabra. No es f¨¢cil amarlo, pero es imposible no admirarlo¡±.
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