Mi primer reportaje en "El Viajero"
Y me ha venido a la memoria el primer reportaje que escrib¨ª en ¨¦l. Fue el domingo 8 de abril de 2001. La portada de aquel n¨²mero estaba dedicada a La moda de los crucerosy en el interior, "a doble p¨¢gina" sal¨ªa publicado un "memorable art¨ªculo" (al menos, para mi): Baja California, la cuna de las ballenas, mi estreno en"El Viajero", aunque ya llevaba 10 a?os escribiendo de viajes y otros temas en diversas secciones del peri¨®dico.
Entonces apenas se usaba internet, no hab¨ªa smartphones, ni redes sociales, ni Flick.r, ni guasap ni naranjas de la China. Aunque ya hab¨ªan aparecido las primeras c¨¢maras digitales, eran caras, malas y pesadas, por lo que segu¨ªa usando mi c¨¢mara anal¨®gica cargada con rollos de diapositivas Fuji Velvia y mi cuaderno de notas; ten¨ªas que esperar a la vuelta para revelar todo ese material y a lo mejor, con un poco de suerte, lo ve¨ªas publicado en el papel seis meses despu¨¦s. De mil fotos que hab¨ªas disparado, te publicaban, como mucho, tres o cuatro. Eso s¨ª, te las pagaban bien pagadas.
?C¨®mo ha cambiado el mundo desde entonces! ?Y c¨®mo ha evolucionado el periodismo! Ahora cuento los viajes en directo, al minuto, gracias al blog y las RRSS. Interact¨²o con los lectores, que comentan, critican y valoran mis trabajos; no hay limitaci¨®n de espacio para colgar tantas fotos y v¨ªdeos como quiera. Y cuando regreso del viaje, todo el trabajo est¨¢ ya hecho y lanzado a la red. Los comunicadores nos hemos tenido que reconvertir en entidadesmultimedia.
He vuelto muchas veces a M¨¦xico desde aquel lejano 2001, pero nunca olvidar¨¦ la impresi¨®n que me caus¨® esa primera vez que vi y toqu¨¦ ballenas grises en las lagunas costeras de Baja California. ?ste fue el reportaje que sali¨® publicado:
(por cierto, no os perdais el n¨²mero especial dedicado al aniversario que se publica hoy junto con el diario) :
BAJA CALIFORNIA, LA CUNA DE LAS BALLENAS
Texto y fotos: Paco Nadal
"La superficie del agua, hasta entonces en calma, se agita y arremolina. Lo primero que delata la presencia de ¡°algo¡± all¨ª abajo es un peque?o burbujeo. Tras ¨¦l, el lienzo continuo de la laguna se rasga y un gigantesco lomo de color gris¨¢ceo oscuro emerge de las profundidades, expele un chorro de agua, se comba y vuelve a sumergirse en direcci¨®n a la fr¨¢gil embarcaci¨®n. El silencio hace da?o.
Si ¡°aquello¡± embiste a la barca, es el fin. Pero ¡°aquello¡± maniobra con suavidad, pese a sus treintaitantas toneladas de peso, y roza la nave, pero no la toca. Es como si un autob¨²s de dos pisos se deslizara junto a una estanter¨ªa llena de copas de fino cristal y no vibrara ni una. La ballena gira sobre s¨ª misma, saca la cabeza a un palmo de la embarcaci¨®n y un ojo gigantesco, del tama?o de una pelota de balonmano, clava la mirada en los ocupantes de la nave. ?Qui¨¦n es el observador y qui¨¦n el observado? ?Qui¨¦n es el animal m¨¢s inteligente en este juego de miradas?
Un a?o m¨¢s, como lleva ocurriendo desde hace cientos de miles, las ballenas grises de Alaska han cumplido su viaje anual hasta las c¨¢lidas aguas de la laguna de Ojo de Liebre, en la costa de Baja California. Un periplo de 20.000 kil¨®metros, la mayor migraci¨®n conocida de un mam¨ªfero, que atrae hasta esta remota zona de la costa mexicana del Pac¨ªfico a un buen n¨²mero de amantes de los cet¨¢ceos, interesados en disfrutar en primera fila de uno de los mayores espect¨¢culos de la vida animal.
Las lagunas costeras
Pese a que durante unos cien a?os, entre 1859 y mediados del siglo XX, las ballenas desaparecieron de las lagunas costeras de Baja California por la excesiva caza a las que les sometieron los barcos balleneros, la zona de cr¨ªa se ha recuperado y goza de nuevo de buena salud ecol¨®gica. Esto es debido en gran medida a la declaraci¨®n de las tres lagunas como Reserva de la Biosfera del desierto del Vizca¨ªno, en 1949, pero tambi¨¦n a la inaccesibilidad de esta remota zona de Baja California, un desierto de 1.700 kil¨®metros de largo y apenas 80 de ancho que se extiende desde Tijuana, en la frontera con EE UU, hasta el paralelo 23, en el Cabo San Lucas, por debajo del Tr¨®pico de C¨¢ncer. Este territorio tan fascinante como hostil sirve de freno a la llegada masiva de curiosos, que podr¨ªan alterar las condiciones de las lagunas. Adem¨¢s las visitas est¨¢n limitadas. El gobierno mexicano autoriza a navegar s¨®lo a un peque?o n¨²mero de pangas ¨C barcas fueraborda ¨C en cada laguna, con un m¨¢ximo de ocho pasajeros por embarcaci¨®n.
La Mex-1
Pero Baja, su nombre coloquial, no es un desierto convencional. Baja es una selva seca, una jungla de espinas colonizada por millones de cactus de todas las especies imaginables ¨C cardones, cirios, biznagas, collas, datilillos, ocotillos... ¨Cmuchos de ellos tan altos como un edificio de ocho pisos. Un paisaje ¨²nico en el mundo alterado tan solo por la cinta de asfalto de la Mex-1, la m¨ªtica carretera que cruza de norte a sur la pen¨ªnsula. Durante los setenta y los ochenta miles de j¨®venes norteamericanos, seducidos por la cultura beat de Allen Ginsberg y Jack Kerouac, llegaron a Baja a bordo de furgonetas Combi, de autocaravanas o de cualquier cosa que se moviera, bajo el lema ¡°sexo, tequila y marihuana¡±, convirtiendo la Mex-1 en una met¨¢fora de la huida y la transgresi¨®n. Una leyenda que se acrecent¨® a¨²n m¨¢s cuando The Eagles, el grupo de rock norteamericano, compuso su celeb¨¦rrimo Hotel California, un himno del pop de los setenta, en un peque?o hotel de la localidad de Todos Santos, donde Joe Walsh y sus colegas se refugiaron en mediados de esa d¨¦cada para correrse s¨®lo Dios sabe cuantas juergas. ¡°En una carretera negra del desierto, con el aire fresco en mi pelo¡±, comienza la canci¨®n, ¡°...... Welcome to the Hotel California¡±.
Los Cabos
Al extremo sur de la pen¨ªnsula se le conoce como Los Cabos y
fue en tiempos una pr¨®spera base bucanera. Hoy concentra en torno a dos
ciudades ¨CSan Jos¨¦ de los Cabos y Cabo San Lucas ¨C la mayor industria tur¨ªstica
de Baja. Los acantilados y las playas de fina arena han visto como crec¨ªan
resort al gusto norteamericano, igual que los de Bahamas, Jamaica o Cayman, con
lujosos hoteles ¡°todo incluido¡±, precios desorbitantes y r¨®tulos exclusivamente
en ingl¨¦s.
Los Cabos es un buen lugar para iniciar el viaje, porque tiene vuelo diario con
M¨¦xico DF, o para alquilar un coche y avituallarse antes de la gran traves¨ªa,
pero no es un sitio para quedarse, a menos que uno disfrute con la asepsia de
este tipo de centros vacacionales.
Todos Santos
El espect¨¢culo comienza apenas se deja atr¨¢s Cabo San Lucas. Sin transici¨®n, sin previo aviso, el viajero pasa de los ¨²ltimos barrios de casitas bajas de Cabo a la interminable quietud del desierto de cardones, el M¨¦xico m¨¢s parecido a ese ¡°terregal endurecido, donde uno camina como reculando¡±, que dec¨ªa Juan Rulfo, y que acompa?a al viajero hasta las puertas de Todos Santos, un oasis equidistante entre Cabo San Lucas y La Paz, la capital del estado, de imprescindible visita para los nost¨¢lgicos de la historia de la m¨²sica, aun a pesar de que el Hotel California de los Eagles lleva a?os cerrado y en venta. La realidad suele ser la tumba de los sue?os. Solo queda fotografiarse ante la arcada de dos pisos de la fachada principal, semitapada por las palmeras y un feo poste el¨¦ctrico, y comprar algunos recuerdos en la tienda ¡°oficial¡± de los Eagles montada en la casa de enfrente.
Tras La Paz la carretera avanza hacia el norte, cruzando pueblos que m¨¢s bien parecen campamentos de n¨®madas a punto de iniciar la huida. Despu¨¦s llegan Ciudad Constituci¨®n y Ciudad Insurgentes, donde no vale la pena detenerse en exceso, y por fin Loreto, para muchos el pueblo con mayor encanto de Baja. Aqu¨ª se instal¨® la primera misi¨®n jesuita de la pen¨ªnsula en 1697. En la quietud de la plaza colonial, a la sombra de la iglesia y de numerosas buganvillas, el viajero cree sentir todav¨ªa aquel orden y silencio de las viejas misiones cat¨®licas, que llegaron a sumar m¨¢s de un centenar en la pen¨ªnsula.
Santa Rosal¨ªa
Muy distinto es el ambiente en Santa Rosal¨ªa. En contraposici¨®n a la est¨¦tica del desierto del resto de poblaciones, Santa Rosal¨ªa aparece como una coqueta y bulliciosa villa de estilo franc¨¦s, con casitas de madera con jard¨ªn y porche, pintadas en colores pastel y alineadas en perfectas cuadr¨ªculas. Fue construida en 1885 por una empresa minera francesa a cambio de la concesi¨®n por 50 a?os de las minas de cobre que yacen en su subsuelo. La historia de Santa Rosal¨ªa puede compararse a la de otras muchas poblaciones mineras a ambos lados del Atl¨¢ntico, una historia de bonanza econ¨®mica ¨C la iglesia fue dise?ada y construida en Europa por el mism¨ªsimo Gustavo Eiffel y enviada a Am¨¦rica por piezas en un barco ¨C encubierta por la explotaci¨®n de la mano de obra local, que viv¨ªa en r¨¦gimen de esclavitud. Solo entre 1901 y 1903 murieron 1.400 obreros mexicanos por accidente o malas condiciones de vida.
Hoy, clausuradas las minas, Santa Rosal¨ªa trata de readaptarse a la nueva fuente de riqueza de la pen¨ªnsula, el turismo, emulando el ejemplo de la ciudad m¨¢s salvaje de Baja, Guerrero Negro, un poblado digno del Lejano Oeste formado por dos filas de casas alineadas a la polvorienta carretera en mitad del Desierto del Vizca¨ªno, la porci¨®n m¨¢s seca de toda la pen¨ªnsula californiana, donde los neones de nuevos moteles y de empresas que organizan avistamientos de ballenas lucen ya con m¨¢s intensidad que las tenues farolas que iluminan esta ciudad fantasma.
Guerrero Negro
Guerrero Negro, a 1.000 kil¨®metros de Cabo San Lucas y a 700 de Tijuana, debe su nombre a un ballenero ingl¨¦s, el Black Warrior, que naufrag¨® en la cercana laguna Ojo de Liebre el 10 de diciembre de 1858 mientras esperaba la llegada de las ballenas grises. Su casco permaneci¨® semihundido en la bocana de la laguna durante d¨¦cadas y dio nombre a este villorrio perdido nacido en torno a una explotaci¨®n salinera de la que se extrae el 30% de la sal que se consume en todo el mundo.
Guerrero Negro resume los atractivos de Baja California y las amenazas que se ciernen sobre ella. Sus gentes se debaten entre la modorra ap¨¢tica de un lugar calcinado por el sol en medio de la nada y el nuevo reto que supone la presencia de turistas que pasan obligatoriamente por aqu¨ª para ver las ballenas. Como en el resto de la pen¨ªnsula, las cosas est¨¢n cambiando muy deprisa en Guerrero Negro. En apenas 10 a?os se ha pasado del ¡°sexo, tequila y marihuana¡± de los beat a la sombra amenazante de docenas de complejos hoteleros tipo Canc¨²n, con los que los estrategas del D.F. quieren llenar el Estado. De momento, Baja sigue siendo un para¨ªso con espinas. Pero mejor ir a verlo pronto, por si se acaba".
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