Mientras no pens¨¢bamos en la independencia
Las cosas han cambiado; ahora, ignorar la necesidad de un Estado m¨¢s propio para nuestros hijos ser¨ªa irracional y desear la ruptura con Espa?a, descorazonador
Unas semanas atr¨¢s, en EL PA?S y descolg¨¢ndola de las voces de un sue?o, Javier Cercas transcrib¨ªa una paradoja: el catal¨¢n que no quiere la independencia no tiene coraz¨®n y el que la quiere no tiene cabeza. Buen est¨ªmulo para resumir c¨®mo bastantes de sus paisanos hemos llegado lentamente a una paradoja sim¨¦trica a la que invocaba mi inteligente convecino.
Una porci¨®n nutrida de habitantes de Catalu?a hemos vivido, desde mediados los setenta, con un marcado inter¨¦s por nuestra nacionalidad catalana y tratando de no contaminarlo por la neurosis -o desfachatez- de tornarnos en nacionalistas. El inter¨¦s por la patria abarcar¨ªa nuestros deberes en cuanto al medio ambiente, al urbanismo y al patrimonio p¨²blico, a la calidad de la escuela y del mundo sanitario, a la mejora del civismo y conducta p¨²blica, al nivelado de los estratos sociales, a la apertura cordial y atenta al mundo, a la concertaci¨®n espa?ola y europea¡ Y no menos en cuanto a la lengua propia del pa¨ªs, maltratada y orillada, matriz de una cultura que, como las de otros, reclama de sus nacionales conscientes el uso, la correcci¨®n, la extensi¨®n, el cuidado del legado y el cultivo de su actualidad.
Nuestro Estado propio ser¨ªa mixto: la Generalitat, el Estado espa?ol y una creciente estructura europea
Y as¨ª, dotados desde 1978 de un nuevo pacto constitucional con Espa?a y desde 1980 de una notable autonom¨ªa pol¨ªtica para Catalu?a, hemos practicado aquellas obligaciones. Desde nuestra actividad particular -profesi¨®n, familia, relaciones sociales¨C hasta la implicaci¨®n en clubes y asociaciones e incluso la actuaci¨®n pol¨ªtica, ni que fuera como aportaci¨®n pasajera. Deso¨ªamos a la minor¨ªa irredenta suspicaz de todo lo espa?ol y desconfi¨¢bamos de tanto nacionalista a quien basta la naci¨®n para carecer de toda obligaci¨®n moral. En fin: un patriotismo sin nacionalismo (vaya, quiz¨¢ demasiado sutil).
As¨ª pues, nuestro Estado propio ser¨ªa mixto: la Generalitat, el Estado espa?ol, una creciente estructura europea. No pens¨¢bamos en la independencia: ni corolario autom¨¢tico de la nacionalidad ni esfuerzo ¨²til para nuestro futuro social. No nos ve¨ªamos en un estado impropio.
Y el tiempo fue pasando. Segu¨ªamos los progresos de la nueva Espa?a y sent¨ªamos oportuna la mayor aportaci¨®n que recib¨ªan de la tributaci¨®n catalana, con los valencianos y baleares. Y juzg¨¢bamos transitorios los roces asiduos entre nuestro parlamento y los gabinetes espa?oles, quiz¨¢s impaciencia nuestra, acaso inercia de una larga tradici¨®n centralista. Pero ya nos asomaban preocupaciones: la vasta administraci¨®n regional de la Espa?a castellana se confirmaba como artefacto para sumir a Catalu?a en la cesta de una mera regionalizaci¨®n sin contenidos; la din¨¢mica del Estado y de las grandes corporaciones se volcaba hacia una macrocefalia econ¨®mica madrile?a sin atisbo de equilibrio entre las partes; el simple desarrollo de la cultura y lengua propias conllevaba cortapisas incomprensibles. A¨²n as¨ª cont¨¢bamos con un Tribunal Constitucional pactado y de buen nivel.
Nuestra autonom¨ªa pol¨ªtica no exist¨ªa y la trabaz¨®n espa?ola conllevaba una ins¨®lita falta de equidad
Desde la crisis econ¨®mica de 1991, Europa fue virando hacia el pesimismo. La socialdemocracia hegem¨®nica -influyente incluso en los conservadores¨C ced¨ªa terreno al escepticismo, a un relativismo ¨¦tico apodado neoliberalismo. As¨ª fue en buena parte de Espa?a, en Catalu?a algo menos. Y, como en tantos momentos de la historia, el refuerzo derechista espa?ol nutre y se nutre, entre otros reclamos, de un acendrado nacionalismo, dominante y asimilador. Esta brisa soplaba creciente, al tiempo que sesudos contables de mi pa¨ªs consignaban preocupados un gran desnivel, estructural, singular y persistente, entre la fiscalidad recaudada y las prestaciones p¨²blicas al alcance de nuestra poblaci¨®n y empresas. No los economistas irredentos, otros m¨¢s sosegados y ecu¨¢nimes.
Diversos intentos de pacto fiscal, de una mayor equidad para la poblaci¨®n catalana, fructificaron poco. Poco val¨ªa que amplias mayor¨ªas de nuestros diputados abogaran por reajustar un desequilibrio de decenios; ¨ªbamos, seg¨²n parece, a contrapi¨¦. Menos aun val¨ªa nuestro consenso cuanto a la autonom¨ªa cultural y simb¨®lica de la veterana naci¨®n catalana: ah¨ª las cortapisas crec¨ªan, desde Madrid a Estrasburgo. In¨²til ser¨ªa tambi¨¦n la insistencia del cauteloso mundo empresarial sobre la exig¨¹idad de las infraestructuras y los desequilibrios territoriales en su planificaci¨®n y, peor, no ejecuci¨®n. ?bamos constatando as¨ª c¨®mo nuestra autonom¨ªa pol¨ªtica no exist¨ªa y la trabaz¨®n espa?ola conllevaba una ins¨®lita falta de equidad.
Con la setencia del Estatut se nos dijo: ustedes no son sujeto pol¨ªtico, ustedes son casi nadie para plantear casi nada
Un repunte inesperado de los sectores liberales en 2003-04 abri¨® la esperanza de un replanteo. Un presidente optimista propiciar¨ªa un nuevo y masivo consenso catal¨¢n para obviar el regateo a corto plazo y ense?ar todas las cartas a una vez: un nuevo Estatuto para una autonom¨ªa efectiva de la naci¨®n dentro de Espa?a, corrigiendo al tiempo las bases para nuestra riqueza p¨²blica. Las posteriores alharacas, el asedio, las indignaciones farisaicas, los boicots¡ son conocidos y dejaron at¨®nita a buena parte de nuestra poblaci¨®n. Opini¨®n que no mejorar¨ªa despu¨¦s de aprobar en referendo un Estatuto ya muy atenuado por los diputados espa?oles y constatar la turbiedad que rodear¨ªa el proceso de su validaci¨®n constitucional. En 2010, la conclusi¨®n pol¨ªtica de aquellos juristas se nos hace devastadora: ustedes no son sujeto pol¨ªtico, ustedes son casi nadie para plantear casi nada, nadie para reclamar equidad fiscal.
Y ah¨ª regresa el eco de episodios inauditos, de cariz cultural y simb¨®lico: el derecho de conquista de los ¡°papeles de Salamanca¡±, que arremolinar¨ªa, complacida, a tanta poblaci¨®n castellana; el creciente acoso a la lengua catalana en las Baleares; una el¨¦ctrica antes alemana que catalana; el bloqueo espa?ol en la UE al uso de una lengua no tan minoritaria; el asalto pol¨ªtico y judicial a los repetidores valencianos de TV3, parejo por cierto a la inundaci¨®n de los hogares catalanes con la maledicencia, griter¨ªo y pornograf¨ªa de nuevas emisoras privadas. Mal ambiente para el pacto constitucional de 1978.
As¨ª de bien pertrechados llegamos a la actual depresi¨®n econ¨®mica, que encona agravios por toda Europa. Y, en su enfoque desde la mayor¨ªa espa?ola, persiste la desigualdad. Y aquel nuestro Estado propio de 1978 no cuaj¨®. Y tantos de mis vecinos se solazan en que, claro, Espa?a no val¨ªa la pena. Otros nos sabemos, sin solaz alguno, en un estado impropio. Y de ah¨ª la paradoja sim¨¦trica: ignorar la necesidad de un Estado m¨¢s propio para nuestros hijos ser¨ªa irracional y desear la ruptura con Espa?a es descorazonador.
Josep Maria Birul¨¦s es arquitecto.
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