El patr¨®n del mal
Al convencimiento moral de que si queremos que sobreviva la ficci¨®n no debemos piratear se une una pereza inform¨¢tica
De entrada, voy a enumerar las caracter¨ªsticas propias de lo que viene siendo, en nuestros d¨ªas, una infeliz o una inocente en lo que a ficci¨®n televisiva se refiere:
1. Soy adicta a las series televisivas, pero esa afici¨®n, que a veces ha tornado en enfermiza, no me ha llevado a sentir nunca una necesidad imperiosa de verlas antes de que se emitan en mi pa¨ªs. Es decir, que mis ansias de ficci¨®n no deben ser tan extraordinarias como las de todos aquellos que, incapaces de controlar su deseo de estar al d¨ªa, se las bajan y las entienden, si son en ingl¨¦s, gracias a unos subt¨ªtulos escritos por un Robin Hood de la traducci¨®n.
2. Mi impaciencia se muestra de otra manera: cuando ya me he hecho con la serie, compr¨¢ndola f¨ªsicamente o alquil¨¢ndola, soy incapaz de ver un cap¨ªtulo al d¨ªa. Muy al contrario, si la serie me engancha no s¨¦ parar, puedo quedarme hasta las tres de la madrugada, rob¨¢ndole horas al sue?o y eficiencia a mi trabajo al d¨ªa siguiente. Tengo r¨¦cords de visionado compulsivo: como haber visto dos temporadas de Homeland en una sola semana, lo cual se traduce en una media de cuatro cap¨ªtulos diarios. Con Los Soprano no segu¨ª la cuenta, pero anduvo por ah¨ª. Mad Men la ve¨ªa semanalmente, por aquello de coincidir cuando se emit¨ªa la nueva temporada en Estados Unidos, pero debo decir que me sab¨ªa a poco y me desalentaba tener que vivir toda una semana, con sus ineludibles obligaciones laborales y personales, para volver a entrar en la oficina de Don Draper el domingo por la noche. La compa?¨ªa de alquiler de pel¨ªculas Netflix advirti¨® esa tendencia en telespectadores como yo y produjo su primera serie, House of Cards, para que se pudiera consumir a lo bestia, de tres en tres cap¨ªtulos.
Estoy en contra de la pirater¨ªa porque me parece consecuencia de un consumismo incontrolado
3. Podr¨ªa decir que estoy en contra de la pirater¨ªa y no estar¨ªa mintiendo, porque en muchos casos me parece una consecuencia de un consumismo incontrolado (aunque ahora se revista de inter¨¦s cultural) y de una impaciencia adolescente propia de estos tiempos, que se traduce en ¡°yo es que tengo derecho a todo lo que quiero y al momento¡±. Pero debo a?adir, para no faltar a toda la verdad, que desconozco c¨®mo se piratea una serie. Para trapichear tambi¨¦n hay que tener unas habilidades m¨ªnimas, como hab¨ªa que tenerlas en su d¨ªa cuando un vecino pagaba la suscripci¨®n del Canal + y el resto del bloque se las apa?aba para choricearle al pagador la se?al.
4. S¨¦ que es f¨¢cil bajarse una serie. Me lo dice mucha gente, buena gente, que me anima a hacerlo, que me lo quiere explicar. Y tengo la impresi¨®n de que incluso yo, que dependo de un inform¨¢tico al que pago para que de vez en cuando venga casa y puede llamarme idiota a la cara, acabar¨ªa aprendiendo. Pero al convencimiento moral de que si queremos que sobreviva la ficci¨®n no debemos piratear se une una pereza inform¨¢tica. Virtud y pecado se al¨ªan.
El caso es que no debo ser flor de estos tiempos porque me estimula enormemente la perspectiva de tener por delante Breaking Bad para el invierno, cuando ya s¨¦ que miles de ojos han sucumbido a ella asegurando que el final est¨¢ a la altura del desarrollo. Las novelas son para el verano; las series son para los domingos de invierno, cuando prefieres no salir para no deprimirte viendo a gente que se le pone cara de v¨ªspera laboral. Pero este verano a punto estuve de subvertir la regla, porque ocurri¨® que una noche, dispuesta como estaba a encontrar un entretenimiento televisivo fuera como fuera, me encontr¨¦ en Intereconom¨ªa (he dicho bien) con un tesoro inesperado: la serie colombiana Pablo Escobar, el patr¨®n del mal, una producci¨®n que ha arrasado en Latinoam¨¦rica, que glosaba hace poco Vargas Llosa en un art¨ªculo, y que ha puesto al pueblo colombiano, en una narraci¨®n sin concesiones al romanticismo peliculero, frente a la vida de un personaje que infect¨® de crueldad e ilegalidad su pa¨ªs.
Tengo r¨¦cords de visionado compulsivo: he visto dos temporadas de ¡®Homeland¡¯ en una sola semana
Fue amado y odiado casi a partes iguales, entronizado por algunos sectores populares como una especie de h¨¦roe del pueblo. La serie se emit¨ªa en el canal de El gato al agua todas las noches: el sue?o de todo adicto a la ficci¨®n por cap¨ªtulos. El rostro de ese genio llamado Andr¨¦s Parra, el actor que encarnaba al narcotraficante, nos sedujo de tal modo que a los pocos d¨ªas el vocabulario de Escobar se hab¨ªa incorporado ya al nuestro: verraco, culicagado, gallinacear, mamar gallo, tarrao, pelada¡ Parra, ese admirable actor que afirma no creerse a los actores que sufren mucho, igual que no entiende al cirujano al que le da miedo la sangre, pidi¨® ayuda por vez primera en su carrera a expertos para que le ayudaran a entender la personalidad de tan complejo personaje, y as¨ª se lo definieron: un antisocial-agresivo-s¨¢dico. Parra se puso peluca, se dej¨® bigote y buce¨® en la crueldad de la historia reciente de un pa¨ªs que pas¨® de ser el pa¨ªs del caf¨¦ a convertirse en el para¨ªso de la coca.
Pero la felicidad, ay, es una pompa de jab¨®n; hay veces que depende, por ejemplo, de que vuelvan los contertulios de vacaciones y los jefes de una cadena le den la patada a una serie para retomar el santo opinionismo. Ahora ando buscando la manera de verla. Pero me parece mentira que con tantos art¨ªculos que se dedican al influjo de las series no aparezca la de Escobar en la lista. Porque cr¨¦anme, es oro puro.
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