Una lengua cambiante y m¨²ltiple
Espa?ol de islas y tierra firme, deltas, pampas, cordilleras, selvas, costas ardientes, p¨¢ramos desolados, subiendo hacia los volcanes y bajando hacia la mar, ning¨²n otro idioma es due?o de un territorio tan vasto
Al perder la palabra, perdemos la memoria. Para ser trasplantado hay que ser arrancado de las propias ra¨ªces, porque la lengua no es solamente una forma de expresi¨®n que uno pueda cambiar en la boca a mejor conveniencia, sino que es la vida misma, la historia, el pasado, y a¨²n m¨¢s que eso, el existir en funci¨®n de los dem¨¢s, porque la lengua sola de un individuo hablando en el desierto no tendr¨ªa sentido, menos para un escritor, que si existe es porque alguien m¨¢s comparte sus palabras, y las vuelve suyas. Seg¨²n evocaba Miguel ?ngel Asturias la tradici¨®n del pueblo quich¨¦, el mismo pueblo que nos hered¨® la magia del Popol Vuh, aquel que habla en nombre de los dem¨¢s es el Gran Lengua de su tribu. (...)
Soy un escritor de una lengua vasta, cambiante y m¨²ltiple, sin fronteras ni compartimientos, que en lugar de recogerse sobre s¨ª misma se expande cada d¨ªa, haci¨¦ndose m¨¢s rica en la medida en que camina territorios, emigra, muta, se viste y de desviste, se mezcla, gana lo que puede otros idiomas, se aposenta, se queda, reemprende viaje y sigue andando, lengua caminante, revoltosa y entrometida, sorpresiva, maleable. Puedo volar toda una noche, de Managua a Buenos Aires, o de la ciudad de M¨¦xico a Los ?ngeles, y siempre me estar¨¢n oyendo en mi espa?ol centroamericano.
Espa?ol de islas y tierra firme, deltas, pampas, cordilleras, selvas, costas ardientes, p¨¢ramos desolados, subiendo hacia los volcanes y bajando hacia la mar salada, ning¨²n otro idioma es due?o de un territorio tan vasto. Me oir¨¢n en la Patagonia, y en Ciudad Ju¨¢rez, un continente de por medio, y en el Caribe de las Antillas Mayores, y en el arco del Golfo de M¨¦xico, y del otro lado del dilatado Atl¨¢ntico tambi¨¦n me oir¨¢n, y oir¨¦, en tierras de Castilla, y en las de Extremadura, y en las de Le¨®n, en las de Arag¨®n. Y en Guinea Ecuatorial, y en el desierto saharaui. Nos oiremos, hablaremos. Sabremos de qu¨¦ estamos hablando, porque en la lengua, somos id¨¦nticos, estamos ungidos por la misma gracia.
Augusto Roa Bastos es un h¨ªbrido del espa?ol y el guaran¨ª, de otra manera no existir¨ªa Hijo de Hombre. La sintaxis quechua entra en la escritura de Jos¨¦ Mar¨ªa Arguedas, de otra manera no existir¨ªa Los r¨ªos profundos. Sin la lengua yoruba, congo o mandinga y su profundo palpitar de tambores, no existir¨ªa Songoro Cosongo de Nicol¨¢s Guill¨¦n, ni Tunt¨²n de pasa y grifer¨ªa de Luis Pal¨¦s Matos, y sin el quich¨¦ tampoco Hombres de Ma¨ªz de Miguel ?ngel Asturias.
Aguas revueltas de r¨ªos distintos, una sola en su vasta y ca¨®tica diversidad que ya del lado de los emigrantes hispanos a Estados Unidos, se vuelve m¨¢s vasta y sigue nutri¨¦ndose y transform¨¢ndose. Porque una lengua viva, que emigra, y no se queda enclaustrada en su propia casa, siempre lleva las de ganar.
Tendremos identidad mientras la busquemos y queramos encontrarnos en el otro
Cuando en Am¨¦rica hablamos acerca de la identidad compartida, nuestro punto de partida, y de referencia com¨²n, es la lengua. No somos una identidad ¨¦tnica, no somos una multitud homog¨¦nea, no somos una raza, somos muchas razas. La diversidad es lo que hace la identidad. Tendremos identidad mientras la busquemos y queramos encontrarnos en el otro. Pero somos una lengua, que tampoco es homog¨¦nea. La lengua desde la que vengo, y hacia la que voy, y que mientras se halla en movimiento, me lleva consigo de uno a otro territorio, territorios reales o territorios verbales.
Estratos geol¨®gicos superpuestos, palabras escondidas abajo, y encima la agobiante modernidad que trastoca los vocablos que buscan el cauce de las necesidades tecnol¨®gicas, porque quien no inventa tecnolog¨ªa tampoco inventa los t¨¦rminos de la tecnolog¨ªa, y entonces la lengua abre sus valvas para recibir esas palabras ajenas, y volverlas propias, el ingl¨¦s como antes el ¨¢rabe.
No puedo sentirme solo. No tengo mi lengua por c¨¢rcel, sino el reino sin l¨ªmites de una incesante aventura, de Cervantes a Garc¨ªa M¨¢rquez, de G¨®ngora a Rub¨¦n Dar¨ªo, de Alonso de Ercilla a Pablo Neruda, de Bernal Diaz del Castillo a Juan Rulfo, de Lope de Vega a Julio Cort¨¢zar, de Sor Juana a Xavier Villaurrutia, de Miguel Hern¨¢ndez a Ernesto Cardenal, del Inca Garcilaso a C¨¦sar Vallejo, de P¨¦rez Gald¨®s a Carlos Fuentes, de R¨®mulo Gallegos a Vargas Llosa, de Garc¨ªa Lorca a Jos¨¦ Emilio Pacheco.
Es nuestra lengua mojada. La que entra oculta a los Estados Unidos en los furgones de carga, hacinada en los techos de los vagones del tren de la muerte en viaje de Chiapas a Sonora, la que pasa debajo de las alambradas, la que traspasa el muro inteligente, la que burla los detectores infrarrojos, la que no se deja encandilar por los reflectores, la que huye de los perros de presa que saben oler pobreza y sudores, y de los cebados granjeros de Arizona convertidos en vigilantes armados de fusiles autom¨¢ticos. Vigilante. Palabra ¨¦sa que, iron¨ªas de la lengua perseguida, le pertenece a ella misma.
Quien no inventa tecnolog¨ªa tampoco inventa los t¨¦rminos de la tecnolog¨ªa
Emigra desde tan lejos como Bolivia, el Per¨² y Ecuador, acampa en el r¨ªo Suchiate esperando la noche para pasar a nado, siempre acosada a lo largo de su marcha temerosa hacia el otro r¨ªo, el r¨ªo Bravo, clandestina, y por tanto subversiva. Es la lengua de la pobreza, que cae bajo las balas de los Zetas en su camino, lengua triste y masacrada que sin embargo vuelve a despertar al nombrar cada vez al dolor y la miseria, pero tambi¨¦n la esperanza.
Renace todos los d¨ªas, se aclimata, camina. Cambia mientras camina. El espa?ol de la Tierra del Fuego y el de los salares del desierto de Atacama, el de las alturas de Machu Pichu y el de la tierras caliente de Michoac¨¢n, el espa?ol del valle del Cauca y los llanos de Apure, el espa?ol de la estrecha garganta pastoril iluminada por el fuego de los volcanes que es Centroam¨¦rica, el espa?ol campesino del Cibao dominicano y el insaciable espa?ol habanero, el espa?ol tapat¨ªo y el de los chilangos de la regi¨®n m¨¢s transparente del aire, y el del desierto de crudos espejismos de Sonora, el espa?ol de las dos Californias, el de las madreadas mexicanas en Los ?ngeles, el de los murmullos de los inmigrantes ecuatorianos y bolivianos perseguidos en San Diego, el de los nicarag¨¹enses que lloran de cabanga en San Francisco por su paisaje perdido, el de los tex-mex del Paso, el de los chicanos de Yuma. La raza. El espa?ol de los hondure?os dejados desde anta?o en las costas de Luisiana por los barcos bananeros de la Flota Blanca, el de la Florida de Ponce de Le¨®n donde se habla en son cubano, el de los salvadore?os, los tristes m¨¢s tristes del mundo de Roque Dalton, en las barriadas de Washington, el vasto e intrincado espa?ol de los dominicanos, y los puertorrique?os de Nueva York.
La lengua que se paraliza en la boca es una lengua muerta. Y el espa?ol es tambi¨¦n en los Estados Unidos una lengua literaria, que es la otra manera de que una lengua viva sin riesgos de muerte. Una lengua de los escritores que han traspasado la frontera, o que han nacido en el territorio de Estados Unidos, y escriben en espa?ol. Unos hablan la lengua, otros la escriben, y estos son sus dos puntales vitales. Es un asunto verbal, no territorial. Una cultura h¨ªbrida, variada, y contradictoria, sorprendente y sorpresiva, que var¨ªa su sintaxis, que crea neologismos, que se aventura a inventar.
Quienes la hablan y quienes la escriben son protagonistas de esa invasi¨®n verbal que cada vez m¨¢s tendr¨¢ consecuencias culturales. Consecuencias de dos v¨ªas, por supuesto, porque cuando las aguas de un idioma entran en las de otro, se produce siempre un fen¨®meno de mutuo enriquecimiento.
La lengua que gana nuevos c¨®digos cerca del lenguaje digital, de los nuevos paradigmas de la comunicaci¨®n, de los libros electr¨®nicos, de las infinitas bibliotecas virtuales que estuvieron desde antes en la imaginaci¨®n de Borges, y que gana modernidad mientras se adentra en el siglo veintiuno.
El Gran Lengua seguir¨¢ siendo el vocero de la tribu. El que tiene el don de la palabra y representa as¨ª a los que no tienen voz. El que alza la voz, es ¨¦l mismo la lengua, la encarna, y se encarna en ella. Guarda y publica la memoria de las ocurrencias del pasado, inventa, imagina, interpreta, recrea, explica, y seduce con las palabras.
?A qu¨¦ otra cosa mejor puede aspirar un escritor, sino a ser lengua de una tribu tan variada y tan vasta?
Sergio Ram¨ªrez es escritor. Fragmento del discurso de inauguraci¨®n del VI Congreso Internacional de la Lengua Espa?ola, que finaliz¨® esta semana en Panam¨¢.
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