Cartograf¨ªa de las cicatrices de Abiy¨¢n
Cruzamos miles de kil¨®metros de selvas, playas, desiertos y roca para descubrir que no hay leones en el zool¨®gico de Abiy¨¢n.
Tokpa, un guarda armado con pan que repartir de manera ecu¨¢nime entre hienas y chimpanc¨¦s, explica que durante la guerra se encerraron con los animales en el parque, situado en un cruce estrat¨¦gico para rebeldes y gobierno y que sirve de acceso a la comuna de Cocody. Mientras explotaban los cohetes y se suced¨ªan las r¨¢fagas de kalashnikov fuera, guardianes y animales com¨ªan pan. No hab¨ªa otra cosa a la que hincarle el diente.
Los tres leones, un macho y dos hembras, se negaron a alimentarse y murieron de hambre. Otros animales m¨¢s pragm¨¢ticos sobrevivieron.
Hoy acoge a un chimpanc¨¦, DJ, que baila cuando el p¨²blico toca palmas, una mir¨ªada de cocodrilos, dos hienas, una pantera, un elefante bautizado CAN en honor a la Copa de ?frica que los marfile?os ganaron en el 92, multitud de monos, un pavo real, dos b¨²falos, una peque?a hipop¨®tamo y una chiquiller¨ªa que corre por los caminos empinados de tierra bajo los ¨¢rboles gigantes. A mediados de agosto, los medios marfile?os anunciaron que el zool¨®gico contar¨¢ con una partida para rehabilitar sus instalaciones y repoblarlas. En este momento, es una herida simb¨®lica a medio cicatrizar en la geograf¨ªa de un Abiy¨¢n en el que las se?ales de la guerra no son evidentes, pero sobreviven a pesar de las capas de pintura invertidas desde abril de 2011 en ocultarlas. Sucede en algunos lugares como la Radio Televisi¨®n Marfile?a (RTI por sus siglas en franc¨¦s), los alrededores de la Escuela de Polic¨ªa o el portal 28 de la Universidad de Abiy¨¢n, hoy rebautizada Felix Houpho?t Boigny.
Al salir del microcosmo del zool¨®gico, techado por las copas de ¨¢rboles desmesurados, nos encontramos en la terminal de los woro-woro, los taxis colectivos. Pintados de amarillo, en proceso de descomposici¨®n gracias a los baches y las carreteras m¨¢s precarias de la ciudad, no parten hasta que se han ocupado todas sus plazas. Circulan haciendo frecuentes paradas por el camino, depositando y recogiendo pasajeros en las orillas de la carretera. Los woro-woro cubren los trayectos entre terminales o nudos estrat¨¦gicos de comunicaci¨®n, como Riviera 2 o Attoban. Frente a esta forma de transporte econ¨®mica est¨¢n los taxis compteur, rojos, que cumplen la funci¨®n tradicional del taxi a la occidental, diferentes tipos de autob¨²s y los gbakas.
El gbaka es una furgoneta habilitada para cargar a unas 18 personas, alegremente pintada y rotulada con frases m¨¢s o menos cr¨ªpticas y con el chico que cobra y anuncia destino a voces colgando art¨ªsticamente de la puerta abierta. Famosas por la conducci¨®n temeraria y los accidentes, a m¨ª me recuerdan a las noticias de la guerra, que le¨ªa firmadas por Patrice Douh para Guinguinbali o por Gemma Parellada para Periodismo Humano.
Asocio el gbaka a nombres como Yopougon, al que era inevitable a?adir la coletilla de ¡°basti¨®n pro-Gbagbo¡±, o Abobo, el barrio donde se refugi¨® IB con su Comando Invisible hasta ser ajusticiado por sus ex compa?eros de armas. Abobo me sab¨ªa en 2011 a las Fuerzas Republicanas de Costa de Marfil (FRCI) y a la ONUCI (misi¨®n de la ONU para Costa de Marfil). Yopougon, a fosas comunes y venganzas. Aunque parezca imposible cuando Julien me narra que escuch¨® la voz de Laurent Gbagbo en el radio cassette del gbaka en el que viajaba y que el conductor respondi¨® con una carcajada al desconcierto de los pasajeros mientras escup¨ªa un ¡°Gbagbo est fort¡± que remat¨® con un ¡°Gbagbo kafissa¡± (mejor con Gbagbo en diula).
Cuando paseamos por el campus nos muestra donde estuvo su cuarto, desde cuya ventana, en un tercer piso, salt¨® a la calle cuando los FRCI ocuparon la universidad, convertida tambi¨¦n en frente de batalla en abril de 2011. En aquellos d¨ªas, los estudiantes concitaban las sospechas del ej¨¦rcito del aspirante a presidente Alassane Ouattara. Los soldados rebeldes tirotearon a un vecino de su residencia universitaria, un jugador de baloncesto alto y rapado como un miliciano, con el que se cruzaron en un pasillo. Despu¨¦s vino -en su caso- el destierro a Ghana, que entretuvo en estudiar ingl¨¦s y trabajar en el sector de la construcci¨®n. En el caso de los universitarios abiyaneses en general, dos a?os con las facultades cerradas y un curso infernal que se estir¨® hasta este mes de octubre desde septiembre del a?o pasado.
El Abiy¨¢n que se paraliza en los embotellamientos en Abobo o Yopougon, el que se adormece bajo la lluvia tibia, el que se ilumina con fogatas y se pinta con columnas de humo donde queman desperdicios, el que vibra en la terrazas de Blockhauss. Todos parecen amables, despreocupados, hasta que se prende una conversaci¨®n y aparecen esas cicatrices o incluso heridas abiertas. Como en el caso del zool¨®gico y de otros rincones de la ciudad desde la RTI a medio ampliar y ocupada por los FRCI hasta el perfil del Hotel Ivoire contra el cielo de la ciudad, simple como un anillo y cargado de malos recuerdos para los abiyaneses, tiroteados por los soldados franceses atrincherados en ¨¦l en 2004.
O como en el caso de los corazones de gente como Dagauh, para la que Abiy¨¢n tiene un gusto agridulce ligado a im¨¢genes de cad¨¢veres a medio desbaratar, alineados junto a las carreteras, o al sonido de las aspas de un helic¨®ptero militar franc¨¦s rotando sobre el tejado, segundos antes de una explosi¨®n que desmocha palmeras, casas y vidas.
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