¡°Gracias a la duda tienes sorpresas¡±
Cees Nooteboom conoce d¨®nde est¨¢ su ¡®tierra¡¯. Una antigua casa de ?msterdam es su ¡®suelo¡¯, y un rinc¨®n de Menorca, el refugio que eligi¨® para hacer pausas en su vida de n¨®mada observador.
El escritor usa ropas c¨®modas, camina c¨®modamente y mira de lado, como si quisiera averiguar qui¨¦n viene detr¨¢s del que le saluda. Este lugar donde vive en Menorca es su refugio; para llegar a ¨¦l hay que hacer como para desentra?ar los jardines de Borges. Tras los recovecos blancos y verdes de la isla se esconde su figura, que acaba de cumplir 80 a?os. Le hicieron tantos art¨ªculos en su honor cuando lleg¨® a esa edad tan precisa (el ¨²ltimo d¨ªa de julio) que le pareci¨® que hab¨ªan escrito un inmenso obituario. ¡°?Y a¨²n me queda mucho!¡±.
Como se?alaba aqu¨ª su colega Antonio Mu?oz Molina (Babelia, 28 de septiembre de 2013) en un hermoso recuento de su libro La lluvia roja (Siruela, como muchos de los suyos), Cees Nooteboom es un hombre acostumbrado a usar las manos no solo para la escritura, sino tambi¨¦n para la tierra. Aqu¨ª est¨¢n sus libros (y sobre todo, todos sus libros), su equipaje de andar por el mundo; pero tambi¨¦n est¨¢n sus plantas y sus animales, y su huerta. No es solo un entretenimiento, es una necesidad que colma el lado m¨¢s visible de su presencia aqu¨ª: es un agricultor, sabe de lo que habla cuando toca una hoja.
Esto no solo le ha conferido el aire de un campesino ilustrado, sino que tambi¨¦n le ha puesto en la cara (y en esos ojos que ven de lado) la mirada desconfiada de un campesino. Para esconderse a¨²n m¨¢s (hasta de s¨ª mismo), a unos metros de la casa propiamente dicha se hizo construir un estudio rectangular que tiene aire renacentista y en el que ¨¦l oficia como un poeta que nunca se cansa de mover sus materiales. Como si estuviera cavando. Delante de sus ojos, los libros, el ordenador, las letras, la imaginaci¨®n y el recuerdo, pues mucho de lo que escribe tiene que ver con la memoria; y arriba, de modo que tiene que levantarse para entender de qu¨¦ va la vida en el campo, unas ventanitas muy estrechas a las que se asoma de vez en cuando. ¡°As¨ª las puso el arquitecto, para que no me distrajera¡±.
Desde hace a?os, aqu¨ª se para, y desde aqu¨ª viaja; vuelve a su pa¨ªs, Holanda, a su casa viej¨ªsima de ?msterdam (trescientos a?os, ¡°una vieja casa holandesa que impone¡±), o se va por esos mundos. Sus libros ilustran su af¨¢n por no quedarse quieto, desde la isla canaria de La Palma hasta los confines de Asia. Y cuando mira no se detiene en las urbes o en los monumentos, sino que se encuentra adrede con aquello en lo que nadie se fija. ¡°Me interesa la vida, sorprenderme con ella, y esta no se da en medio de las grandes cantidades. Nace sola, hay que estar atento para verla brotar¡±.
En uno de sus libros subraya un verso de su amigo Hugo Claus, novelista y poeta. ¡°Un hombre feliz sorprendido por la duda¡±. Claus lo escribi¨® de s¨ª mismo, pero eso es tambi¨¦n Nooteboom. ¡°La duda siempre est¨¢. Te sorprendes al principio, pero la duda viene. Pas¨®, pero pudo haber sido diferente. Eso es la duda, una parte principal de la sorpresa¡±. As¨ª va, sorprendi¨¦ndose. Hay en su jard¨ªn, desde hace a?os, cabras, tortugas¡ Cuando le vimos estaba sorprendido por los progresos que hab¨ªa hecho, ese d¨ªa, una determinada tortuga, y c¨®mo se las arreglaba para estar siempre cerca del agua; me habl¨® de los burros, de su di¨¢logo con ellos, de esa inteligencia sorda que muestran los animales para resolver con sentido com¨²n lo que al humano le cuesta siglos. La lentitud de las tortugas, en concreto, dar¨ªa pie, me dijo, para conseguir un medicamento contra la prisa in¨²til de los contempor¨¢neos.
?l no quiere detenerse en la memoria remota, en su infancia. ¡°No tengo memoria infantil¡±, dijo; pero si hurgas un poco en su cerebro campesino, que solo dice lo que tiene muy claro, ves que la tiene, y muy precisa. Es posible que el ruido que le viene de entonces (los bombardeos sobre la casa de sus padres, en La Haya, en la Guerra Mundial) le haya silenciado en parte ese momento de la vida, ¡°del que solo recuerdo que hice la primera comuni¨®n, porque he visto las fotograf¨ªas¡±. Pero el ruido est¨¢ ah¨ª; primero, dice, hab¨ªa paracaidistas, y despu¨¦s ¡°hubo fuego en el horizonte de Rotterdam¡¡±. De ah¨ª viene el miedo al ruido: ¡°Me dijeron que yo ten¨ªa un miedo incre¨ªble al sonido de los aviones. Temblaba hasta el punto de que tuvieron que echarme encima baldes de agua fr¨ªa¡ Esa es una memoria no muy agradable sobre la que he escrito muy poco¡±. Pero aqu¨ª, en este rect¨¢ngulo renacentista en el que no se oye ni el gemido de los burros, ese episodio sigue lleg¨¢ndole: ¡°No lejos de donde viv¨ªamos hab¨ªa un canal, unos oficiales alemanes pensaban que ya hab¨ªan conquistado esa parte, y, de repente, entraron unos militares holandeses y tac, tac, tac, tac¡, todos muertos. Yo estuve presente cuando recogieron esos cuerpos. Es otro episodio que ha quedado en mi memoria¡±.
Puedes pensar que tanto libro suyo alrededor, tanta biblioteca en medio de este escenario campesino, es una voluntad de exposici¨®n del autor Nooteboom. Detr¨¢s est¨¢, en realidad, el muchacho que se crio, al contrario que Borges o Nabokov, a los que envidia tambi¨¦n por eso, sin libros alrededor. En la casa no hab¨ªa libros ni armon¨ªa; los padres se divorciaron durante la guerra y ¨¦l anduvo de una escuela a otra, por lo cual creci¨® sin amigos duraderos¡, y sin libros. En 1944, los cerc¨® a ¨¦l y a todos el invierno del hambre en La Haya. ¡°Mi padre buscaba lo que fuera para comer, y al final me mand¨® con mi madre porque ella hab¨ªa sido evacuada al campo¡±. La guerra le abri¨® los ojos, de espanto. ¡°Nos llevaron en un cami¨®n, solo me dieron pan y mantequilla en el camino; enferm¨¦ nada m¨¢s llegar. Mi padre muri¨® el 5 de febrero de 1945, durante el bombardeo de La Haya. Su nueva mujer y el hijito que ella ten¨ªa sobrevivieron e inmediatamente emigraron a Australia¡±.
"La esencia de mi nomadismo es que tengo una casa a la que vuelvo"
Veinte a?os m¨¢s tarde le escribi¨® ese hijito. Fue a verle a Holanda. El hermano venido de Australia ¡°es un hombre simp¨¢tico, arquitecto paisajista, nos escribimos de vez en cuando. Yo no soy muy de familia, porque estoy siempre de un sitio para otro, viajando, pero tenemos relaci¨®n, aprecio¡±. Hay otro hermano, de padre y madre, que vive en Italia, ¡°igual que yo he elegido Espa?a. Se dedica a los negocios. Y tambi¨¦n tengo una hermana¡±.
La guerra desbarat¨® la vida y ya hab¨ªa desbaratado el matrimonio. La madre de Cees se cas¨® en 1948 con un hombre muy cat¨®lico, ¡°y, de repente, me vi fuera de casa, de colegio en colegio, franciscanos, agustinos¡ Esos fueron en cierta manera mis padres, mi padre y los curas¡±. Eso, y el mundo entero, lo que aprendi¨® en los viajes. En las ciudades grandes, pero sobre todo en los lugares chiquitos. Como este, en Menorca. Esta es, por as¨ª decirlo, ¡°una casa verdadera¡±. ¡°Estas paredes menorquinas¡±, me dice, ¡°deben de tener siglos, y la casa es muy peque?a, modesta, quiz¨¢ haya pertenecido a gente pobre. Este estudio lo dise?¨® un arquitecto alem¨¢n que vive en la isla. El Ayuntamiento solo me dio permiso para construir la medida exacta de lo que hab¨ªa entonces, una caseta de perros o de cerdos. Nada m¨¢s. Y aqu¨ª escribo¡ El arquitecto hizo algo muy inteligente, sin hablar conmigo: hay luz, pero para ver el mundo debo estar de pie. Es una celda de monjes y aqu¨ª puedo vivir muy bien mucho tiempo¡±.
De chico, pues, no hubo una verdadera casa, o la que hubo estuvo pose¨ªda por el miedo de la guerra. Aqu¨ª est¨¢n sus pies, como en un cimiento. ¡°Pero no olvides que soy holand¨¦s y errante¡ Aunque necesito el suelo. Mi hogar de ?msterdam data de 1730. ?msterdam es como una casa, y dentro de ella tengo la m¨ªa. Pero no necesito estar ah¨ª, basta con saber que la tengo. Est¨¢ llena de todos mis libros, de mis pinturas y de todos los objetos que he ido coleccionando, pero de vez en cuando estoy aqu¨ª, o en cualquier sitio, y me digo: Me falta la casa¡±.
Le basta con saber que la tiene. Su caparaz¨®n va con ¨¦l, es como una tortuga, tiene clara la dimensi¨®n de su paso. Si hay agua, es decir, curiosidad, se levanta y se marcha, es como un Manu Leguineche holand¨¦s, jam¨¢s una historia le deja indiferente. Ni un sitio. ¡°Quieren que vaya a Cartagena de Indias, al Hay Festival. C¨®mo me voy a resistir. Cartagena es una maravilla, y leer mi poes¨ªa en espa?ol [Visor la publica] es un placer enorme para m¨ª, y son muy buenas las traducciones¡±. Pues para all¨¢ va la tortuga que habita en el alma de Nooteboom.
?Y por qu¨¦ se va tanto? ¡°Porque s¨¦ que puedo volver. Dentro de un tiempo es posible que no pueda volver. Hace cuarenta a?os que hago el viaje, con el barco, con el coche, con la computadora, con los libros¡ Ahora, aqu¨ª se puede producir. Es mi reposo y mi trabajo¡±.
Aquel verso de Hugo Claus es para ¨¦l como un rel¨¢mpago. Un hombre feliz sorprendido por la duda. ¡°Hugo era un hombre de ¨¦xito, ¨¦l tambi¨¦n era un rel¨¢mpago, un autor teatral celebrad¨ªsimo, pero la duda exist¨ªa para ¨¦l. Si uno es inteligente sabe que siempre puede pasar algo, y efectivamente sucedi¨® con ¨¦l, atacado por este Alzheimer que combati¨® hasta que ya no pudo m¨¢s¡¡±.
Hugo Claus era diferente, ¡°yo soy n¨®mada¡±, dice Nooteboom. ¡°Para ¨¦l, el lugar no era nada, vivir en cualquier sitio era un accidente. La esencia de mi nomadismo es que tengo una casa a la que vuelvo. Para m¨ª ser¨ªa una cat¨¢strofe perder el lugar. Yo me mudo, pero la casa sigue¡±.
Su amigo R¨¹diger Safranski dice que Cees es ¡°un rom¨¢ntico con iron¨ªa¡±. Con ese esp¨ªritu se enfrenta al futuro: ¡°He vivido, he trabajado, he escrito y, como mi mente a¨²n est¨¢ clara, a los ochenta a?os, voy a continuar hasta que me d¨¦ el palo¡±. Ha escrito: ¡°A veces desear¨ªa uno volver a verlos a todos, a los otros, a todas esas personas que he conocido a lo largo de la vida de manera casual o menos casual, los rostros olvidados o recordados¡±. En el silencio apenas perturbado por el paso milenario de las tortugas, en esta Menorca que eligi¨® como uno de los refugios del n¨®mada, Nooteboom evoca todos esos rostros y tambi¨¦n aquel ruido del que lo aliviaban en la guerra arroj¨¢ndole baldes de agua fr¨ªa. Aqu¨ª est¨¢, despierto, alerta, mirando de reojo por si hay sombras.
Me fui de all¨ª sintiendo que hablar con ¨¦l era como estar en el extranjero.
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