?Por qu¨¦ odiamos a los ricos?
Prejuicios religiosos e ideol¨®gicos persiguen a quienes labran su fortuna con esfuerzo
Aunque resulte chocante decirlo en tiempos crisis, en las sociedades libres la riqueza se ha democratizado y el n¨²mero de grandes fortunas, anta?o reservadas a unos pocos, es cada vez mayor; lejos quedan los tiempos en que figuras como la de Howard Hughes se contaban con los dedos de una mano. Adem¨¢s, pese a que a menudo no sea suficiente con el tes¨®n, en la actualidad el origen social no resulta tan determinante para, como dicen los anglosajones, ¡°hacer dinero¡±. Menos a¨²n en un mundo en constante mutaci¨®n en el que hay que actualizarse continuamente en cualquier ¨¢mbito: innovar o morir.
Pero no por ello ha desaparecido la animadversi¨®n que despiertan los ricos y que ha repuntado en un ambiente de recesi¨®n. Para explicar este sentimiento hay quien apunta al recurso f¨¢cil de la envidia como gran vicio nacional, como una pulsi¨®n inherente al ser humano y casi un aliento vital en el ¡°ser humano espa?ol¡±. Sin embargo, me parece mucho m¨¢s racional utilizar un enfoque hist¨®rico-cultural y acudir a factores ideol¨®gicos y religiosos para entender el fen¨®meno. De hecho, en pa¨ªses de tradici¨®n cat¨®lica como el nuestro pesa a¨²n la moral que se desprende de esta doctrina. Ya se sabe: ¡°Es m¨¢s f¨¢cil que un camello pase por el ojo de una aguja que un rico entre en el Reino de los Cielos¡±.
En el antiguo r¨¦gimen, este desprecio por la riqueza fue ampliamente utilizado por el poder como modo de contentamiento del pueblo y por la propia Iglesia como m¨¦todo de recaudaci¨®n entre los acaudalados. Si a ello se a?ade la llamada ¡°limpieza de oficios¡±, con su radical desprecio por el trabajo, se produce una marca tan nociva como indeleble en el subconsciente colectivo. No obstante, del mismo modo que el castigo b¨ªblico no est¨¢ en el trabajo, sino en el sudor que acarrea, el dinero no es malo en s¨ª; solo lo es la riqueza f¨¢cil, injusta o deshonesta, la avaricia en suma.
El desprecio por la riqueza fue ampliamente utilizado por el poder como modo de contentamiento del pueblo
La modernidad, lejos de atemperar estas fobias, las exasper¨® gracias a la prevalencia en Europa ¡ªcuando menos, en la Europa continental¡ª de un pensamiento izquierdista que antepon¨ªa la consecuci¨®n de la igualdad al ejercicio de la libertad. Dicho sea de paso, el propio Bertrand Russell se?al¨® c¨®mo ¡°la doctrina igualitaria de la democracia y el socialismo han ampliado enormemente la esfera de la envidia¡±.
Sin necesidad de desterrar por entero los ideales igualitarios, en gran parte compatibles con los de la libertad, acaso la clave de su anacronismo radique en el cuestionamiento de la propiedad privada, convicci¨®n de una hipocres¨ªa inaudita por cuanto esta nunca desaparece, sino que, seg¨²n muestra la experiencia comunista, pasa de manos de unos cuantos a las de unos pocos. En el amplio estudio que Antonio Escohotado lleva dedicado a la historia de ¡°los enemigos del comercio¡± queda agudamente trazada la genealog¨ªa de dicha ¡°conciencia roja¡±.
Sin duda, todos estos condicionantes, junto al del estatismo franquista, andan detr¨¢s del tard¨ªo impulso que el empresariado ha experimentando en Espa?a, tanto m¨¢s grave por cuanto las exigencias burocr¨¢ticas han planteado hist¨®ricamente innumerables obst¨¢culos a la apertura de negocios.
Pervive un fuerte ¡°estatismo¡± a derecha e izquierda del espectro ideol¨®gico y una especie de miedo a la libertad
Por si fuese poco, la sociedad ¡ªafectada por las estrecheces del momento¡ª contin¨²a arrastrando una inveterada desconfianza hacia la clase empresarial y, me atrever¨ªa a decir, a la competencia y el libre mercado. De acuerdo con una investigaci¨®n de la Fundaci¨®n BBVA, un 78% de los espa?oles piensan que el Estado debe controlar los beneficios bancarios y el 65% creen que ha de mantener los precios bajo control (porcentajes mucho mayores que en el resto de Europa). Es decir, pervive un fuerte ¡°estatismo¡± a derecha e izquierda del espectro ideol¨®gico y una especie de miedo a la libertad.
Es m¨¢s, seg¨²n el Pew Research Center, el 67% de los ciudadanos prefieren que los poderes p¨²blicos garanticen que nadie viva desprotegido a que estos se inmiscuyan en su capacidad aut¨®noma de organizarse la vida. O sea, se muestran dispuestos a que el Estado entre en todos los aspectos de sus vidas. Se trata de un clima de opini¨®n que ojal¨¢ puedan revertir las actuales iniciativas reformistas, las cuales ¡ªunidas al aumento de las exportaciones y al incremento de las inversiones extranjeras¡ª parecen estar estimulando un entorno financiero favorable y una ligera mejora de la imagen del empresario como verdadero generador de empleos.
Pocos recuerdan la proclama dirigida al pueblo franc¨¦s por quien fuera su jefe de Gobierno de facto en la d¨¦cada de 1840, Fran?ois Guizot: ¡°?Enriqueceos!¡±. Esgrimida frecuentemente como ilustraci¨®n de la miserable ¨¦tica empresarial, conviene ¡ªcomo nos han recordado Miguel ?ngel Cort¨¦s y Xavier Reyes¡ª contextualizar la cita en el cuerpo de su discurso: ¡°¡ los derechos pol¨ªticos, los ten¨¦is de vuestros padres, es su herencia. Ahora, usad esos derechos; fundad vuestro Gobierno, afirmad vuestras instituciones, enriqueceos, mejorad la condici¨®n moral y material de Francia¡±. De esta forma, el alegato completa su sentido c¨ªvico e innovador, plenamente moderno y aplicable a la Espa?a y la Europa contempor¨¢neas. Es un buen ant¨ªdoto frente al estigma que sigue persiguiendo a aquellos que se han labrado su fortuna a golpe de esfuerzos, talento, fracasos y riesgo.
Jes¨²s Andreu es director de la Fundaci¨®n Carolina.
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