La ley de la selva
Seguimos presos de ese imaginario que encumbra a quien aplasta a los dem¨¢s y culpa a las v¨ªctimas de sus propios males
As¨ª funciona el mundo. La lucha por la vida es una batalla descarnada. O devoras o eres devorado. En la ley de la selva, solo los m¨¢s duros y despiadados sobreviven. Lo repiten una y otra vez: la existencia es feroz; sus dientes, afilados; sus garras, inmisericordes. Los ideales igualitarios son cuentos para consumo ¡ªy beneficio¨C de los d¨¦biles, ficciones que disfrazan la cruda realidad. En la naturaleza salvaje no hay compasi¨®n, solo competencia. Y se escudan en la biolog¨ªa para justificar el individualismo agresivo, el desprecio a los fr¨¢giles, el elogio del m¨¢s fuerte.
Sin embargo, la expresi¨®n ¡°la ley de la selva¡± no tiene ra¨ªz cient¨ªfica sino literaria. Se populariz¨® gracias al ¨¦xito de El libro de la selva, de Rudyard Kipling. Las aventuras de Mowgli no son precisamente una descripci¨®n zool¨®gica sino un conjunto de f¨¢bulas y, en su trasfondo hist¨®rico, una met¨¢fora de las tensiones en la India colonial. Adem¨¢s, las normas que Baloo ense?a al ni?o-lobo rechazan la crueldad y aspiran a que todos los miembros de la manada, fuertes o d¨¦biles, tengan alimentos suficientes para sobrevivir, se ayuden y se protejan. ¡°He obedecido la Ley de la Selva¡±, afirma Mowgli, ¡°y no hay ni uno de nuestros lobos al que no haya quitado una espina de las patas¡±.
A mediados del siglo XIX, Darwin hab¨ªa revolucionado la ciencia y las mentalidades con su teor¨ªa de la evoluci¨®n. Sin embargo, otros pensadores traspasaron sus tesis ¡ªa veces de forma simplista¡ª a la sociedad y la pol¨ªtica. Thomas Henry Huxley, disc¨ªpulo darwinista, public¨® en 1888 un art¨ªculo que se convertir¨ªa en un manifiesto: La lucha por la existencia. En ¨¢mbitos acad¨¦micos, se extendi¨® el determinismo biol¨®gico: la medici¨®n de cr¨¢neos, el concepto de criminal nato e incluso se justific¨® el racismo con argumentos supuestamente cient¨ªficos. Huxley escribi¨®: ¡°Ning¨²n hombre racional, bien informado, cree en la igualdad del negro medio respecto del blanco medio; no puede medirse con su rival de cerebro m¨¢s grande y mand¨ªbula m¨¢s peque?a en una pugna ya no de dentelladas, sino de ideas¡±. Volv¨ªa a estar vigente la idea aristot¨¦lica de que el esclavo lo es por naturaleza. Seg¨²n esta mirada implacable, la biolog¨ªa divid¨ªa el mundo entre aptos y no aptos, es decir, entre vencedores y perdedores: la desigualdad era el estado innato de la realidad. A¨²n seguimos presos de ese imaginario que encumbra a quien aplasta a los dem¨¢s, y culpa a quien tiene el agua al cuello de sus propios males, por falta de cualidades para triunfar en la lucha libre de todos contra todos. Como si no existieran desventajas y privilegios inmerecidos. Como si la concentraci¨®n de la riqueza en unas pocas manos fuese un mandato evolutivo.
La obra de Charles Dickens explor¨® los m¨¢rgenes y las intemperies de la sociedad victoriana, tan moralista como despiadada. El padre del escritor fue condenado a pena de c¨¢rcel por deudas y, con solo diez a?os, Charles, para ayudar a mantener a una familia asfixiada por las dificultades econ¨®micas, entr¨® a trabajar en una f¨¢brica. Por unos pocos chelines al mes, encolaba etiquetas en cajas hasta la extenuaci¨®n. Ya adulto, convertido en novelista, denunci¨® con iron¨ªa la muy conveniente idea de que los pobres son solo un da?o colateral de la inevitable ¡ªy supuestamente leal¡ªcompetici¨®n evolutiva. En su libro Oliver Twist, el protagonista, hu¨¦rfano, recibe como alimento unas migajas y una nutritiva ingesta de fr¨ªo gracias a la cual ocho de cada diez chiquillos internos mor¨ªan de un resfriado. Cuando un buen d¨ªa re¨²ne valor para empu?ar su escudilla y pedir una segunda raci¨®n a la hora del almuerzo, lo fulmina la mirada escandalizada del director del hospicio, que debe aferrarse al caldero para no caer de espaldas. ¡°Estoy convencido de que ese ni?o acabar¨¢ en la horca¡±, afirma durante la junta del orfanato otro rollizo caballero. Seg¨²n los ap¨®stoles de la objetividad cient¨ªfica de la ¨¦poca, Oliver acababa de rebelarse y, por tanto, revelarse como un delincuente de nacimiento.
Cuando el otro Charles ¡ªDarwin¡ª escribi¨® un nuevo libro, El origen del hombre y la selecci¨®n en relaci¨®n al sexo, dedic¨® amplio espacio al instinto social de ayuda, pero esta idea recibi¨® menos atenci¨®n que el concepto de la lucha por la vida. Entre 1862 y 1867, Piotr Kropotkin, con El origen de las especies en su mochila, particip¨® en varias expediciones cient¨ªficas para investigar las condiciones extremas de la tundra y la taiga siberiana. Concluy¨® que all¨ª la colaboraci¨®n es la estrategia vencedora de los grupos m¨¢s capaces de superar las penalidades. Sin negar la realidad de la competencia, observ¨® que los m¨¢s aptos no son los m¨¢s fuertes ni los m¨¢s individualistas, sino quienes mejor se adaptan al entorno. En su libro El apoyo mutuo. Un factor de evoluci¨®n, escribe: ¡°Las especies animales en las que la lucha entre los individuos ha sido reducida al m¨ªnimo y la pr¨¢ctica de la ayuda mutua ha alcanzado el m¨¢ximo desarrollo son, invariablemente, las m¨¢s numerosas, florecientes y aptas para el progreso¡±. Para el investigador anarquista, la solidaridad es tambi¨¦n una forma de supervivencia.
En su ensayo de 2020 G¨¦nesis, el bi¨®logo y naturalista Edward O. Wilson indaga en el misterio de esas especies eusociales, las que practican el nivel m¨¢s alto de cooperaci¨®n y altruismo. Primero fueron las termitas y las hormigas, que dominan la ecolog¨ªa del mundo de los insectos; millones de a?os despu¨¦s, nuestros antepasados hom¨ªnidos. Aqu¨ª se plantea una de las cuestiones principales, no solo de la biolog¨ªa, sino tambi¨¦n de las humanidades: ?c¨®mo supera el grupo la aparente prioridad del ¨¦xito personal ego¨ªsta? ?Por qu¨¦ causas y cauces pudo surgir el altruismo por selecci¨®n natural? Wilson afirma que la habilidad de colaborar bien es una gran ventaja adaptativa, que ha permitido a ciertas especies crear sociedades m¨¢s sofisticadas. Estas estrategias forman parte de un entrenamiento al que los individuos est¨¢n predispuestos gen¨¦ticamente. ¡°Puede que la eusocialidad se haya logrado muy pocas veces durante toda la evoluci¨®n, pero ha producido los niveles m¨¢s avanzados de complejidad social. A los seres humanos nos convirti¨® en los administradores de la biosfera. La pregunta es si poseemos la inteligencia moral necesaria para cumplir con la tarea¡±. Aprender a cuidar y cooperar, incluso con los fr¨¢giles, nos vuelve m¨¢s fuertes que la cruda lucha encarnizada.
Incluso el yo, expresi¨®n m¨¢xima del ego¨ªsmo, encierra en s¨ª mismo multitudes que colaboran en delicado equilibrio. El bi¨®logo molecular Carlos L¨®pez Ot¨ªn describe en La levedad de las lib¨¦lulas una ¡°asombrosa fauna de bacterias, hongos, virus y par¨¢sitos que nos acompa?an y ayudan en la aventura diaria de la supervivencia¡±. Nuestro organismo es un ejemplo andante de las ventajas de aliarse y las delicad¨ªsimas polifon¨ªas que sostienen la vida. Cada individuo sano est¨¢ habitado por billones de min¨²sculos forasteros. Si esa simbiosis se altera, enfermamos. Amanda Gorman les dedic¨® un poema: ¡°La mitad de nuestro cuerpo no nos pertenece, nav¨ªo de c¨¦lulas no humanas. Para ellas somos un remolque, un pa¨ªs, un continente, un planeta. No, no me llames yo, mi nombre es nosotros¡±. Aunque imaginemos ser criaturas solas, somos enjambres. Si la ley de la selva existiera m¨¢s all¨¢ de nuestras ficciones, uno de sus art¨ªculos principales ser¨ªa la colaboraci¨®n.
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