Viviendo en casa ajena
Desde hace meses no salgo de la vida de una familia que lo dej¨® casi todo por escrito: los Baroja
Lo que es la vida. Jam¨¢s imagin¨¦ que me iba a pasar tanto tiempo viviendo en un piso de la calle de Ruiz de Alarc¨®n de Madrid. Desde hace meses que no salgo de ese domicilio; para ser m¨¢s exacta, de la vida de los miembros ya desaparecidos de una familia que lo dej¨® casi todo por escrito. Los Baroja. Para los que no son de Madrid aclaro que dicha calle est¨¢ frente al Retiro, en ese entramado de avenidas de pretensi¨®n parisiense en las que uno imagina cuando mira hacia arriba un universo de pisazos y casoplones en los que se dir¨ªa que habitan m¨¢s fantasmas que seres vivos. Dado que en ese barrio se ubican la Real Academia, los Jer¨®nimos, el Prado y el Cas¨®n del Buen Retiro, a una le entra como una especie de solemnidad alarmada cuando pisa sus aceras porque teme encontrarse al doblar la esquina con un cura, un acad¨¦mico o un muerto ilustre. O las tres cosas a la vez.
Don P¨ªo se paseaba por ese barrio solemne frente al Retiro, con su boina y su bufanda?
Lo que me resulta extraordinario es que fuera precisamente por esas calles por las que paseara don P¨ªo, el hombre de la boina, la bufanda, las zapatillas y un abrigo, que a fuerza de pon¨¦rselo tanto en interiores como a la intemperie, hab¨ªa acabado pareciendo una bata de estar por casa. Don P¨ªo lleg¨® a esa direcci¨®n tras la guerra porque no pudo hacerlo a su casa familiar de la calle de Mendiz¨¢bal, que fue bombardeada, y yo llegu¨¦ de la mano de Juan Benet, que en su libro Oto?o en Madrid hacia 1950, cuenta con humorismo pedantesco sus visitas a la tertulia del escritor vasco. Unas tertulias abiertas a cualquiera, aunque frecuentadas por una serie de contertulios regulares, tan peculiares y disparatados, que m¨¢s que una conversaci¨®n literaria parec¨ªa un encuentro del viejo escritor con algunos de los personajes m¨¢s caracter¨ªsticos de su literatura.
Cerr¨¦ el libro de Benet, pero no queri¨¦ndome marchar a¨²n de esa casa y con la miel puesta en mis labios, me sumerg¨ª en Los Baroja, las memorias del sobrino, Julio Caro. A don Julio lo conoc¨ª en persona, porque en el programa de Radio 3 que yo presentaba le ten¨ªamos mucha ley y con cualquier excusa lo llam¨¢bamos. Me ha hecho gracia leer c¨®mo se describe a s¨ª mismo, como un mis¨¢ntropo, un huidizo, un hombre refractario al amor, como lo fue su t¨ªo, porque en mis recuerdos la visita a los estudios de Caro Baroja era siempre para nosotros una fiesta, por la manera en que su inteligencia brillaba en cualquier asunto que abordaba, por la generosidad con la que compart¨ªa su asombroso conocimiento de las costumbres y tradiciones espa?olas, y la valent¨ªa con la que se expresaba contra la burricie enrocada de algunas fiestas populares y la agresividad de los tiempos modernos. Siempre hay motivos para echarlo de menos. Y para sentir la necesidad que en la cultura espa?ola hay de ese tipo de seres humanos, de opini¨®n tan insobornable como fue la suya, que jam¨¢s se dej¨® engatusar por la tentaci¨®n de caer simp¨¢tico.
Dec¨ªan lo que pensaban asumiendo el riesgo de que cayera mal. No fueron de los vencedores, pero tampoco de los vencidos
Con el sobrino, con Julio Caro, he tenido la oportunidad de asistir a las tertulias de la calle de Ruiz de Alarc¨®n desde otro punto de vista. El que fuera entonces el joven Julito estaba harto de tanta visita y de que la tertulia de puertas abiertas de su t¨ªo acabara atrayendo a periodistas que iban a presenciar aquello como quien va a una feria de personajes anormales, para luego dar cuenta de la visita en ligeras cr¨®nicas period¨ªsticas que hac¨ªan recuento de las extravagancias de su t¨ªo. Pero en las memorias de Julio Caro Baroja hay eso y mucho m¨¢s. Hay el paso por la Rep¨²blica, la guerra y la posguerra de una familia que siempre se caracteriz¨® por llevar la contraria. O por decir lo que pensaban asumiendo el riesgo de que cayera mal. No fueron de los vencedores, pero tampoco de los vencidos, aunque su irreductible personalidad familiar los convirti¨® en perdedores de esos sombr¨ªos cap¨ªtulos de la historia de Espa?a.
Y nadie mejor para contar esa p¨¦rdida que la madre de don Julio, la hermana de don P¨ªo, Carmen Baroja y Nessi, en sus Recuerdos de una mujer de la generaci¨®n del 98, el libro al que di el salto tras acabar el de don Julio. Y aqu¨ª me encontr¨¦ con la realidad. Tras la visi¨®n benetiana, o la de los intelectuales de la familia, he le¨ªdo a Carmen, a la mujer que en pocas palabras describe c¨®mo la guerra, que la mantuvo junto a sus hijos en su casa navarra de Itzea, convirti¨® sus manos de se?orita que tocaba el piano y bordaba en las manos rudas de una agricultora que aprendi¨® a criar animales para sacar a su familia del hambre y sirvi¨® como enfermera en tiempos de guerra. Carmen es la acci¨®n, la lucha, la valent¨ªa, la generosidad, el arrojo, frente a los dos varones a los que la condescendencia materna hab¨ªa permitido ser simplemente espectadores y beneficiarios de la protecci¨®n familiar. Carmen fue madre en el sentido m¨¢s primigenio de la palabra madre: la mujer que har¨ªa lo que fuese con tal de dar de comer a sus hijos y de camino a los hombres diletantes de la familia.
Tras las vidas de los dos ilustres Barojas, P¨ªo y Ricardo, se esconde la de la hermana. Su prosa es sencilla, dispersa y confusa en ocasiones, poco experta en seguir un hilo argumental, pero de ella se desprende el drama de una vida, y gracias a su narraci¨®n yo he entendido mucho mejor el d¨ªa a d¨ªa de aquel piso de la calle de Ruiz de Alarc¨®n.
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