1914 y los fantasmas del pasado
La Gran Guerra intraeuropea ha desaparecido de la memoria colectiva. Mientras crecen las identidades obsesivamente locales, todav¨ªa no hay nada espec¨ªfico en la ense?anza que nos identifique como europeos
En un libro de fotos antiguas de la ciudad de Reims encontr¨¦ una muy singular que lleva por t¨ªtulo Un petit ¨¦colier. Un ni?o de ocho o nueve a?os calzado con botas, bata escolar y cartera colgada al cuello, tiene el rostro cubierto con una mascarilla antig¨¢s tapada en la boca y el ment¨®n por un pa?uelo blanco. No figura la fecha exacta, pero corresponde a alguno de los a?os de la I?Guerra Mundial donde esta regi¨®n francesa de La Champagne-Ardenne sufri¨® terriblemente por ser frente de batalla. ¡°La ciudad de Reims consigue, por s¨ª misma, hacernos sentir mucho m¨¢s cerca de la guerra, debido a que en su interior se respira una desolaci¨®n absoluta¡±. Esto lo escrib¨ªa la novelista norteamericana Edith Wharton en su libro Fighting France resultado de sus viajes por los frentes de batalla desde Dunkerque hasta Belfort.
La autora de La edad de la inocencia (premio Pulitzer, 1920), viv¨ªa en Francia desde el a?o 1910, en Par¨ªs. All¨ª la sorprendi¨® el estallido del conflicto. Adem¨¢s de escribir estas cr¨®nicas para la Scribner¡¯s Magazine colabor¨® con la Cruz Roja francesa, por lo que le otorgaron la Legi¨®n de Honor. El 13 de agosto de 1915 firma su paso por la bimilenaria ciudad del r¨ªo Vesle donde Juana de Arco, en el a?o 1429, hizo coronar en la extraordinaria catedral a Carlos VII. Wharton, en ese d¨ªa, asisti¨® a un acontecimiento memorable, el bombardeo de la ciudad y el incendio de gran parte de esta joya de la arquitectura. ¡°Cuando comenzaron a caer las bombas alemanas, la fachada occidental estaba cubierta de andamios. Los proyectiles les prendieron fuego y toda la catedral qued¨® envuelta en llamas¡±. Wharton se estremece con aquella visi¨®n dantesca, pero, a la vez, se queda igualmente fascinada por los juegos de colores desprendidos de las lenguas de fuego. ¡°La catedral de Reims resplandec¨ªa en todo su esplendor y, a la vez, mor¨ªa ante nosotros, como una puesta de sol¡±.
Cuando la guerra termin¨® en 1918 la catedral ten¨ªa un aspecto lamentable como el resto de esta hist¨®rica urbe. Reconstruirlo todo llev¨® d¨¦cadas. A¨²n hoy, en cada edificio del casco hist¨®rico hay una placa conmemorativa. Cuando el conflicto termin¨®, Reims pens¨® que aquella pesadilla no regresar¨ªa nunca, pero, apenas dos d¨¦cadas despu¨¦s, volvieron incrementados los mismos sufrimientos. Los remeses, los ciudadanos de Reims, los ciudadanos de la ciudad de Colbert (ministro de Luis XIV), los ciudadanos del Se?or de la Salle, de la ciudad a la que La Fontaine hab¨ªa calificado como su favorita, emblema y honor de Francia, debieron sentirse como Job: ¡°Aunque Dios me mate, confiar¨¦ en ?l¡± (13-15).
Los europeos solo aceptar¨¢n la unificaci¨®n si existe una identidad com¨²n
Reims fue de las primeras capitales que tomaron los nazis. Hoy, las placas de la reconstrucci¨®n comparten espacio con otras terribles que recuerdan las detenciones y asesinatos de la Gestapo. La sede de esta estaba instalada en un palacete de la Rue Jeanne d¡¯Arc. Ese espacio, del que solo se conserva el lienzo de la fachada, es hoy un jard¨ªn donde est¨¢n inscritos los nombres de quienes all¨ª fueron torturados y murieron por defender ¡°tu libertad¡±. Siempre he entendido que no solo era por defender la libertad de los franceses, sino de la humanidad. Estas placas son voces que hoy pocos escuchan creyendo que nada del pasado se puede volver a repetir. ?Ojal¨¢!
Luuk van Middelaar, un joven intelectual adjunto al presidente del Consejo Europeo, Herman van Rompuy, autor de un magn¨ªfico ensayo titulado El paso hacia Europa (Galaxia-Gutenberg), escribe sobre la amnesia que provoca el transcurso del tiempo en las nuevas generaciones: ¡°La ¨²ltima guerra intraeuropea (exceptuando las de los Balcanes) ha desaparecido de la memoria colectiva. El sufrimiento se ha ido diluyendo. La paz en Europa se ha convertido en algo que se da por supuesto. Esta forma de legitimidad ¡®romana¡¯ dio brillo al acto fundacional, pero ya no servir¨¢ m¨¢s, de no ser al elevado precio de una nueva guerra¡±.
Me estremezco cuando contemplo las im¨¢genes de las feroces luchas entre polic¨ªas y grupos de extrema derecha, neonazis, repartidos de nuevo por toda la geograf¨ªa europea, desde Grecia hasta Francia, incluso subiendo ya las escaleras de los parlamentos correspondientes a los que, de seguro, volver¨ªan a prender fuego. Me estremezco igualmente con los antisistemas de cualquier signo. Los fantasmas del pasado siguen ah¨ª a pesar de que los cre¨ªamos exorcizados con la letra de aquella canci¨®n que Marlene Dietrich cantaba en la pel¨ªcula de Billy Wilder Berl¨ªn Occidente: ¡°Entre las ruinas de Berl¨ªn?/ los ¨¢rboles florecen como nunca lo han hecho?/ Algunas veces por la noche sientes el pesar?/ El perfume de un dulce despertar?/ Es cuando finalmente te das cuenta?/ de que no volver¨¢n los fantasmas del pasado?/ Una nueva primavera ir¨¢ a comenzar¡¡±. Para alejar estos fantasmas del pasado, es decir, todas las guerras civiles europeas de siglos, la Comunidad deber¨ªa haberse esforzado m¨¢s en llevar a cabo programas de educaci¨®n com¨²n en donde se explicara la historia del continente como algo de lo que participamos todos y de la que ya no hay vencedores ni vencidos. Fortalecer el conocimiento com¨²n entre los j¨®venes, facilitar el aprendizaje de las lenguas y normalizar el movimiento de estudiantes entre colegios y universidades. Todav¨ªa no hay nada espec¨ªfico en la ense?anza primaria, media y universitaria que nos identifique como europeos.
Mientras tanto, crecen en Europa las identidades m¨¢s obsesivamente locales, centradas en algunos pa¨ªses, pero cuya contaminaci¨®n se puede extender r¨¢pidamente por el resto de otros Estados que todav¨ªa se sienten indemnes. La Comunidad Europea, m¨¢s centrada en asuntos econ¨®micos y de poder, ha relegado a un segundo o tercer plano los asuntos educativos y los culturales. Presupuestos mediocres para ambos y relevancia insignificante. A los 100 a?os del inicio de la I?Guerra Mundial, ?cu¨¢ntos ni?os europeos podr¨ªan dar una explicaci¨®n coherente de la misma, desde su condici¨®n comunitaria y no nacional? ?Cu¨¢ntos programas hay en este momento desarrollados por la Comunidad para explicarles a nuestros j¨®venes aquellos sucesos que se prolongar¨ªan en otra contienda casi sucesiva? ?Habr¨¢ conciencia hoy de que la destrucci¨®n de la catedral de Reims era la destrucci¨®n de un patrimonio no solo franc¨¦s, sino tambi¨¦n europeo y, por supuesto, universal?
La Comunidad ha relegado a un segundo o tercer plano los asuntos educativos y los culturales
En el libro de Van Middelaar hay un cap¨ªtulo muy ilustrativo de cuanto acabo de afirmar. Un cap¨ªtulo dedicado a enumerar las derrotas que muchos Estados europeos han infligido a la Comunidad, neg¨¢ndose a tomar medidas unificadoras en la pol¨ªtica educativa y, sobre todo, cultural. Enumerarlas aqu¨ª ser¨ªa prolijo, pero rescatar¨¦ uno de los ejemplos que ¨¦l da. La Comisi¨®n encarg¨® la redacci¨®n de un libro de historia de Europa dirigido al p¨²blico y editado en muchos idiomas: Europa: historia de sus pueblos (1990). El autor, Jean Baptiste Duroselle, narraba el triunfo moral ¡°de la unidad europea sobre las fuerzas malignas de la divisi¨®n¡±. Las cr¨ªticas fueron terribles sobre todo en Inglaterra y Francia. Finalmente, la Comisi¨®n se retir¨® del proyecto. Lo mismo pas¨® con un libro de texto. Doce historiadores, uno por cada pa¨ªs, mantuvieron peleas eternas ya no solo por los contenidos, sino por la terminolog¨ªa. Todo esto demostraba lo dif¨ªcil que era ponerse de acuerdo sobre una ¡°versi¨®n europea neutral¡± de los acontecimientos hist¨®ricos.
Los fracasos en asuntos culturales se acumulan: problemas para la libre circulaci¨®n de bienes y servicios culturales, problemas para la creaci¨®n de una industria cultural europea, problemas de coordinaci¨®n para programar proyectos culturales comunes, problemas en la defensa del patrimonio hist¨®rico art¨ªstico com¨²n, fracaso en la creaci¨®n de institutos culturales comunitarios, fracaso en la creaci¨®n de medios audiovisuales, coproducci¨®n y distribuci¨®n de pel¨ªculas, etc¨¦tera. Pero lo m¨¢s tremendo es la aceptaci¨®n del fracaso por parte de la Comisi¨®n y el Parlamento respecto a que la Uni¨®n tuviera un eje de cultura com¨²n. Desde Maastricht, en 1992, se acept¨® que la Uni¨®n no ten¨ªa una ¨²nica cultura (lo cual no significaba dejar de reconocer la pluralidad) y desde entonces se evit¨® hablar de ¡°cultura europea¡±. Coincido con Van Middelaar cuando afirma que la unificaci¨®n europea solo se conseguir¨¢ si los europeos la quieren; que ¡°los europeos solo la querr¨¢n si existe una identidad europea¡± y esta solo se desarrollar¨¢ si las nuevas generaciones tienen informaci¨®n adecuada y suficiente. Hasta el d¨ªa de hoy no es as¨ª.
C¨¦sar Antonio Molina fue ministro de Cultura y dirige la Casa del Lector.
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