La vida lisboeta
El libro de papel nos sobrevivir¨¢: es un buen artilugio, sencillo, se puede llevar a cualquier parte y no requiere bater¨ªa o conexi¨®n
A cuenta de la crisis, la mundial, la espa?ola, la del papel, la del sector editorial; en fin, de todas las crisis superpuestas, me he visto esta semana defendiendo el libro de papel y les confieso que me he sentido un poco est¨²pida ante las preguntas de algunos periodistas. Est¨²pida porque en vez de la enojosa defensa ten¨ªa que haber optado por responder: ¡°mejor nos vemos aqu¨ª dentro de cincuenta a?os¡±. Pero dentro de cincuenta a?os yo ya no estar¨¦ (en principio), y los j¨®venes periodistas de hoy llevar¨¢n tiempo retirados. El libro de papel nos sobrevivir¨¢, y no habla mi coraz¨®n, sino mi entendimiento: es un buen artilugio, sencillo, un prodigio del dise?o, se puede llevar a cualquier parte y no requiere bater¨ªa o conexi¨®n. No nos deja tirados, como a menudo deja un ordenador. El m¨ªo, por ejemplo, hace unos d¨ªas, fuera de Madrid. Como resultado de estos inesperados sobresaltos, pasas de cantar un d¨ªa las bondades del peque?o aparato a maldecirlo al d¨ªa siguiente, cuando al derramarse un t¨¦ sobre el teclado la port¨¢til moner¨ªa muere llev¨¢ndose consigo casi todo lo que t¨² eres. Alzas los ojos a los dioses de ese Olimpo presidido por Steve Jobs, y con las manos alzadas preguntas: ?y de qu¨¦ co?o sirve ahora un aparato cuyos poderes son para m¨ª algo m¨¢s parecido a la magia que a la tecnolog¨ªa?
De cualquier manera, algo un¨ªa a Jobs con la idea tradicional del dise?o: lo ¨²til puede ser bello. Ese viejo mandamiento ha vuelto a ponerse en ¨®rbita y atr¨¢s quedan esos dise?adores ochenteros que despreciaban la confortabilidad del objeto. Por tanto, cuando defiendo el libro de papel, no me dejo llevar por una pasi¨®n rom¨¢ntica, aunque tambi¨¦n las tenga, es que creo firmemente en su manejabilidad. Por otra parte, mi memoria funciona mejor cuando asocio una lectura a su particular dise?o: una elegante tipograf¨ªa, una buena portada, un papel agradable o las simples huellas que vas dejando como lector, hojas dobladas, subrayados, y no dir¨¦ una flor seca para que no me llamen cursi. Ll¨¢menme cursi.
Mi memoria funciona mejor cuando asocio una lectura a una elegante tipograf¨ªa, una buena portada...
En este mes pasado me volv¨ª loca paseando por las calles de Lisboa, que son una viva muestra de lo que quiero decir. Lisboa ha experimentado un proceso que deber¨ªamos estudiar: m¨¢s conservadores que nosotros en cuanto al respeto a su peque?o comercio, lo que hace una d¨¦cada pod¨ªa catalogarse como rancio o fuera de ¨¦poca, hoy desprende un aliento c¨¢lido que atrae al visitante y sirve de referencia emocional al lisboeta. He vivido durante un mes en esas calles de La Baixa que en su mayor¨ªa tienen nombres de oficios y a¨²n siguen haciendo honor a la raz¨®n de su bautismo. La calle Concei??o es el ed¨¦n de las mercer¨ªas, las tiendas de lanas, de tejidos, de manualidades, que han visto rejuvenecida su clientela una vez que la crisis ha empujado a la gente a volver a valorar lo que unas manos expertas producen y restauran. Miro los escaparates y me entran ganas de saber tejer, bordar, cortar o hacer ganchillo. Y veo que en el interior no solo hay abuelas, tambi¨¦n ronda alg¨²n joven de barba alternativa que est¨¢ aprendiendo a hacer punto. Los oficios en Lisboa han perdurado. Y el comercio es sagrado y define la ciudad a cada paso. Cada dependiente sabe lo que vende; cada camarero, lo que sirve. Y todos ellos lo hacen con una especie de solemnidad que hacen visible en el envoltorio de un producto o en la preparaci¨®n de un caf¨¦ de Bal?o. ?Es sentimentaloide lo que describo? En absoluto, es pr¨¢ctico, peculiar, atractivo, y esa mezcla est¨¢ haciendo revivir a esta ciudad de incontables secretos muy castigada por la crisis.
Los oficios en Lisboa han perdurado. Y el comercio es sagrado y define la ciudad a cada paso
Movida por esa intenci¨®n de autenticidad, una mujer, Catarina Portas, decidi¨® reunir hace unos diez a?os todos aquellos productos artesanales que hab¨ªan definido la vida cotidiana del pa¨ªs: jabones, estuches de pinturas, cer¨¢mica popular, ropa de casa, juguetes rudimentarios, cremas de manos, estropajos, galletas, conservas¡ No solo se trataba de volver a poner en circulaci¨®n el contenido, sino el tradicional continente: los envoltorios originales, a menudo primorosos, que convert¨ªan un jab¨®n en un objeto de regalo. Recorri¨® el pa¨ªs de punta a punta buscando esos productos que estaban conectados con la memoria sentimental de tantos pasados y dio nueva vida a objetos de peque?as f¨¢bricas que a punto estaban de extinguirse. El resultado es una tienda, A Vida Portuguesa, que se ha convertido con todo m¨¦rito en una especie de museo vivo del comercio popular portugu¨¦s. Las golondrinas de cer¨¢mica, las c¨¦lebres andorinhas, que anta?o adornaron las terrazas, ahora han anidado en la intimidad de los dormitorios, y las jarras extravagantes con boca de pez o de rana, dise?adas por ese genio del dibujo que fue Bordalo Pinheiro, vuelven a vestir las mesas. El resultado es que cuando una se encuentra en el interior de la tienda quisiera quedarse a dormir all¨ª, para disfrutar el sue?o de los ni?os, rodeada por esas maravillas que adem¨¢s de ser un regalo para la vista, el tacto y el olfato fueron fabricadas para su uso diario. No me mueve el sentimentalismo, sino el convencimiento de que tan solo la vieja alquimia de practicidad y belleza puede salvar el esp¨ªritu de las ciudades, para que no nos veamos convertidos en replicantes que habitamos un universo de franquicias.
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