La nueva cara de Myanmar
Tras cinco d¨¦cadas de dictadura, Birmania vive su transici¨®n pol¨ªtica. Aung San Suu Kyi, premio Nobel de la Paz, se?sienta en el Parlamento. La econom¨ªa crece sin parar y los turistas se multiplican. Sin embargo m¨¢s de un centenar de tribus ¨¦tnicas est¨¢n en peligro de extinci¨®n.
Hace unos a?os, viajar a Myanmar supon¨ªa un placer culpable. La activista Aung San Suu Kyi lleg¨® a pedir que se obviara la ruta, para no engordar las cuentas corrientes de los militares corruptos que manten¨ªan aislado el pa¨ªs y sometidos a sus habitantes a punta de pistola. La belleza permanec¨ªa intacta y algunos viajeros optaban por destinos menos conflictivos en el sureste asi¨¢tico, pero desde que la Junta Militar decidi¨® disolverse en 2010 y el r¨¦gimen emprendi¨® una apertura que a¨²n no ha concluido, muchas cosas han cambiado en la antigua Birmania. Los m¨¢s optimistas, al hilo de lo que sucede en India y China, hablan ya de ?una nueva ruta de la seda! En apenas un a?o, la cifra de turistas ha pasado de 400.000 a superar el mill¨®n, y algunos vaticinan que se viven los ¨²ltimos d¨ªas de un para¨ªso tur¨ªstico que en breve ser¨¢ explotado masivamente. Basta un paseo por Rang¨²n para cruzarse con gr¨²as diseminadas por todas partes, hoteles de lujo en construcci¨®n, tiendas de dise?o que huelen a nuevo y empresarios llegados de todas partes en busca de negocio. La liberalizaci¨®n del comercio, la bajada de impuestos y nuevas leyes para regular la actividad bancaria han atra¨ªdo a grandes corporaciones y empresas como la cadena Hilton, Coca-Cola, Samsung, Visa o MasterCard, que ya funcionan en el pa¨ªs.
El progreso amenaza con arrasar parte del antiguo esp¨ªritu de la ciudad. Frente a los puestos callejeros de escribanos, que redactan cartas a m¨¢quina sobre el agujereado pavimento, se abren establecimientos con los ¨²ltimos modelos de ordenadores, y los improvisados chiringuitos para hablar por tel¨¦fono parecen tener los d¨ªas contados. Los vendedores de fruta o de huevos de codorniz ofrecen su mercanc¨ªa a los paseantes, pero los j¨®venes ataviados con el tradicional longyi (falda t¨ªpica) dan paso a muchachos que decoloran sus cabellos negros, lucen tatuajes y visten pantalones pitillo. Unos y otros portan m¨®viles de ¨²ltima generaci¨®n.
En Rang¨²n, cerca de la pagoda Sule, los ni?os juegan al f¨²tbol por la noche esquivando los coches; ese mismo escenario acogi¨® horas antes una manifestaci¨®n de campesinos y, con los primeros rayos del sol, los vendedores de peri¨®dicos compet¨ªan con los de orqu¨ªdeas tratando de ganar lectores entre los conductores atrapados en el permanente atasco en que vive la antigua capital (en 2005, la Junta Militar decidi¨® trasladarla a Pyinmana). El Yangon City Development Commitee registra mil nuevos coches cada tres d¨ªas, en su mayor parte de firmas japonesas de segunda generaci¨®n.
Antes bastaba una cr¨ªtica al r¨¦gimen para acabar en la c¨¢rcel, mientras que ahora la prensa privada difunde velados ataques al Gobierno, tras 50 a?os de monopolio estatal en los medios de comunicaci¨®n. Con la represi¨®n, los habitantes de Myanmar optaron por ver, o¨ªr, callar y aprender. Ahora mucha gente se atreve a dar sus opiniones y a criticar al r¨¦gimen, aunque Myanmar siga siendo un pa¨ªs muy militarizado donde los agentes del servicio secreto, vestidos de paisano, vigilan las calles. Pese al control, el pasado octubre estallaron varias bombas en el pa¨ªs. Nadie reivindic¨® haber colocado el artefacto que estall¨®, sin apenas consecuencias, en la habitaci¨®n de una familia norteamericana en el hotel Trader. El incidente se sald¨® con la detenci¨®n de los sospechosos habituales.
Thein Zaw, propietario de un par de tiendas de antig¨¹edades en Rang¨²n, trabaja rodeado de primos y hermanos. Miembro de la tercera generaci¨®n de comerciantes, ha crecido en el mercado y ha visto con sus propios ojos c¨®mo cambiaban las cosas. ¡°La democracia es buena para el turismo, pero con la llegada masiva de gente de otros pa¨ªses ha crecido la inflaci¨®n; antes ten¨ªan miedo de encontrarse con militares en la calle o situaciones de violencia que pusieran en peligro sus vidas, pero eso ha desaparecido. En determinadas zonas de la capital, los pisos de alquiler han pasado de costar 300 a 3.000 d¨®lares¡±.
Hace apenas dos a?os, una simple visita a la sede de la Liga Nacional para la Democracia (NLD en sus siglas en ingl¨¦s) acarreaba problemas policiales. La foto de Aung San Suu Kyi, lo mismo que la de su padre, Aung San, impresas en camisetas, tazas y llaveros, se venden tambi¨¦n en la sede de su partido. Thein Lwin, responsable del ¨¢rea de educaci¨®n, cuenta c¨®mo durante a?os no han podido hacer muchas cosas. ¡°Ahora se nos permite el derecho de reuni¨®n y manifestaci¨®n, y tenemos 43 diputados en el Parlamento, pero nos sentamos junto a los militares a los que no ha elegido nadie. ?Qu¨¦ democracia es esta? Tenemos 135 etnias cuyos derechos no se reconocen. Las transiciones nunca resultan f¨¢ciles. Despu¨¦s de 30 meses de nuevo Gobierno, la gente no aprecia cambios importantes, siguen sin tener trabajo y un 40% de los ni?os carecen de escolarizaci¨®n¡±, explica con calma.
Muchos de los presos pol¨ªticos han sido liberados, aunque en las c¨¢rceles, seg¨²n denuncian las organizaciones de derechos humanos, siga habiendo activistas, detenidos por sus ideas pol¨ªticas, especialmente entre los grupos ¨¦tnicos que viven en el norte del pa¨ªs, cuya entrada permanece vetada a los extranjeros. ¡°No disponemos de datos del n¨²mero real de encarcelados¡±.
La activista Aung San Suu Kyi forma parte del nuevo Parlamento desde 2011. No es extra?o verla junto al militar que mand¨® encarcelarla o escuchar declaraciones suyas contemporizando con el pasado. Su padre, para muchos el h¨¦roe de la independencia de los ingleses, fue asesinado poco despu¨¦s de la firma de independencia del pa¨ªs en 1947, y ella ha recogido su legado. La Lady, como se refieren a ella los habitantes de Myanmar, se perfila como la futura presidenta de este pa¨ªs del sureste asi¨¢tico si los militares se lo permiten. La Constituci¨®n la redact¨® la propia Junta Militar, reserv¨¢ndose un 25% de los esca?os para los generales. La prueba de fuego para el pa¨ªs llegar¨¢ en 2015, fecha en la que se han convocado nuevas elecciones. El principal partido de la oposici¨®n, con Aung San Suu Kyi a la cabeza, exige que se cambie una Constituci¨®n que impone la presencia militar y que incluye una cl¨¢usula que parece escrita expresamente para prohibir que ella pueda encabezar la lista de la NLD y seg¨²n la cual no pueden ser candidatos aquellos que posean un familiar extranjero. La Lady se educ¨® en Oxford y se cas¨® con un ciudadano ingl¨¦s, con el que tuvo dos hijos.
"La democracia es buena para el turismo, pero ha crecido la inflaci¨®n. Algunos pisos de alquiler han pasado de 300 a 3.000 d¨®lares" Thein Zaw, propietario de un par de tiendas de antig¨¹edades en Rang¨²n
Pese a que se ha convertido en un icono mundial, los habitantes de Rang¨²n m¨¢s cr¨ªticos, como Suki Singh, director de varios hoteles, se muestran esc¨¦pticos con la evoluci¨®n de la transici¨®n democr¨¢tica. ¡°Este pa¨ªs hubiera cambiado igual sin Ella; la gente se ha enamorado de esa historia en que se ha convertido su vida en los ¨²ltimos a?os, pero realmente nos est¨¢ pidiendo que integremos a los corruptos, sinceramente creo que ha sido capaz de sacrificar su ideas para ganar votos¡±, a?ade. De lo que suceda en los pr¨®ximos meses depende el futuro del pa¨ªs. Qu¨¦ ocurrir¨¢ si el Gobierno no modifica la Constituci¨®n. ¡°Si ella cae, se desmorona todo el partido¡±.
Basta dejar la antigua y bulliciosa capital de Myanmar y viajar hasta Bagan, situada en la ribera del Ayeyarwady, para penetrar en el verdadero coraz¨®n del pa¨ªs. En 1989, Ne Win, presidente de la Rep¨²blica, asesorado por sus astr¨®logos, cambi¨® el nombre al pa¨ªs tras un golpe de Estado, pero la vida de los campesinos no parece haberse modificado mucho desde que Marco Polo recorri¨® la antigua Birmania. El monz¨®n ha descargado agua durante gran parte de la noche, pero eso no supone un problema para los habitantes de una aldea pr¨®xima a la ciudad de las 2.000 pagodas. Una mujer espera, descalza entre el barro, la salida en procesi¨®n de los monjes en busca de alimentos materiales para depositar una porci¨®n de arroz en cada uno de sus termos. En esta aldea, situada a la orilla del r¨ªo, la vida se hace de sol a sol. A las siete de la ma?ana, el sol va ganando posiciones entre las nubes grises. Cubiertos con sus t¨²nicas color azafr¨¢n, los monjes aceptan la comida con naturalidad; son los fieles los que deben mostrarse agradecidos de que los religiosos acepten su comida. Las mujeres llevan thanaka (una crema blanca, extra¨ªda del tronco de un ¨¢rbol, que les protege del sol) extendida en c¨ªrculos sobre las mejillas, lo que les da un aire teatral. Del campo, chapoteando entre el barro, llegan dos ni?os con manojos de penny wert, una planta que se utiliza para las ensaladas, que depositan en uno de los puestos sobre el suelo. A pocos metros, camiones cargados de teca procedente de los bosques empiezan a ser descargados para ser transportados por el r¨ªo. Frente a los cr¨ªticos con la deforestaci¨®n, los campesinos alegan que necesitan para comer los 15 d¨®lares con que se paga el ¨¢rbol cortado. Un 70% de la poblaci¨®n de Myanmar son campesinos que carecen de todo, incluida la electricidad. La religi¨®n llena sus vidas y, como buenos budistas, sonr¨ªen ante el incierto porvenir, confortados por la ilusi¨®n de que su suerte cambiar¨¢ en la otra vida. Aunque no poseen casi nada, apenas se producen robos. ?Mingalabar!, el equivalente a nuestro ¡°?hola!¡±, suena en todos los rincones y abre todas las puertas.
Algunos de los viajeros procedentes del crucero Road to Mandalay, un barco de madera remolcado desde Hamburgo en 1994 y que cubre la ruta Mandalay-Bagan, reparten kyats (moneda local) entre los monjes. Se trata de un alto en el camino antes de proseguir la ruta. La vida a bordo, tras las visitas a monasterios, templos y mercados locales, tiene mucho de contemplaci¨®n: de entre el verde horizonte de las orillas surgen mujeres que lavan la ropa y se asean en el r¨ªo, o campesinos que acercan los bueyes a la orilla para que beban agua. El barco (al que la redactora y la fot¨®grafa de este reportaje fueron invitadas) navega por el Ayeyarwady desde finales de agosto hasta noviembre, la ¨¦poca del a?o en que el monz¨®n lo permite.
A la vista del viajero, las c¨²pulas de las pagodas de Bagan sobresalen entre las plantaciones de ma¨ªz a la sombra de los bananeros. La ilusi¨®n sobre la civilizaci¨®n que fue capaz de construir semejante belleza se difumina al instante. Los ni?os de las aldeas ya han descubierto que los turistas son una fuente de ingresos. Subidos en bicicletas o en motocicletas, persiguen a los reci¨¦n llegados al grito de ¡°bueno, bonito y barato¡±. A media tarde, desde uno de los templos, una joya de piedra gastada por el tiempo a la que se puede acceder por unas empinadas escaleras, la imagen de los templos perdidos en el horizonte entre las acacias y el tono ocre del r¨ªo al fondo se convierte en el punto de reuni¨®n de los extranjeros de paso. No cabe un alfiler.
Con las ¨²ltimas luces del d¨ªa, los turistas regresan en peque?as lanchas al barco, anclado en medio del r¨ªo, la zona de m¨¢s calado. Varado en la orilla, olvidado como una reliquia, yace el ¨²ltimo barco de vapor que queda en Myanmar. Fue construido en Glasgow en los a?os del Imperio Brit¨¢nico, una ¨¦poca sobre la que los gobernantes de Myanmar parecen haber corrido un tupido velo, salvo una peque?a excepci¨®n: George Orwell, protagonista de un turismo literario que no para de crecer. Los ni?os venden por cinco d¨®lares sus D¨ªas de Birmania (1934), como una reliquia m¨¢s, fotocopiado y p¨¦simamente traducido al espa?ol. El crucero se acerca hasta los caminos de tierra y arena de la aldea donde vivi¨® el escritor en los a?os veinte del siglo pasado. En Khata (250 kil¨®metros al norte de Mandalay) trabaj¨® el escritor ingl¨¦s durante cinco a?os como agente de la polic¨ªa imperial india, y all¨ª se inspir¨® para su novela, un alegato contra el colonialismo. Hasta hace poco, la casa de teca en la que vivi¨® el autor de 1984, rodeada de un jard¨ªn tropical, se ca¨ªa a pedazos; pero ahora que el pa¨ªs se ha abierto al exterior, un grupo de artistas, encabezados por Nyo Ko Naing, se propone restaurarla. Y con ella, el club de tenis y el club brit¨¢nico, donde ahogaba sus penas en whisky el protagonista de la novela.
Stephen Locke, director del Road to Mandalay, guarda en una de las estanter¨ªas de su despacho todos los t¨ªtulos que ha podido reunir sobre este pa¨ªs. A Myanmar lleg¨® por primera vez en 1995, con la mochila al hombro. Viajaba en bicicleta y se alimentaba de la comida que se expende en la calle, lo mismo arroz que cangrejos fritos, y desde el primer momento sinti¨® que se encontraba en un pa¨ªs donde lo realmente excepcional son sus habitantes, siempre con una sonrisa en los labios. A sus 48 a?os, ha visitado 60 pa¨ªses. Como empleado de Orient Express, compa?¨ªa hotelera y operador de sofisticadas aventuras, pas¨® 15 a?os adscrito a la ruta del tren por Europa, y desde hace tres gestiona el crucero que hace la ruta por el r¨ªo Ayeyarwady. ¡°No he contado nunca con un equipo tan competente como este¡±, cuenta durante la traves¨ªa, en la que participan 68 viajeros de 13 nacionalidades.
Viajeros y nativos parecen preocupados por la oleada de furia religiosa que ha causado m¨¢s de 200 muertos, en su mayor¨ªa musulmanes en el Estado de Rakine. Durante generaciones, musulmanes y budistas han vivido en armon¨ªa. Para prevenir nuevos estallidos de violencia, el expresidente de EE UU Jimmy Carter y una delegaci¨®n europea visitaron el pa¨ªs y se entrevistaron con el presidente Thein Sein el pasado octubre. Muchos hoy se preguntan si hay esperanza para este pueblo situado en medio de los tigres asi¨¢ticos que revolucionan la econom¨ªa mundial como Corea del Sur, Vietnam, Tailandia e Indonesia
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