Mercado o Maduro
Ahora cualquiera puede exigir que le restituyan lo robado por un cambio en los tipos de inter¨¦s
Se les llena la boca de la palabra m¨¢gica: mercado. Con ella se puede montar cualquier argumento y desmontar cualquier cautela. Si dejamos al mercado actuar, las disfunciones en la econom¨ªa se arreglar¨¢n por s¨ª solas.
Al otro lado, hay orates como Nicol¨¢s Maduro, el presidente venezolano, que usa otra palabra, Estado, con las mismas propiedades curativas. Unas leyes que no se discuten y se encarga de aplicar el ej¨¦rcito a las puertas de las tiendas sirven para arreglar los problemas de abastecimiento.
En Europa y Estados Unidos no existe ning¨²n riesgo de que un cabo de artiller¨ªa, por ejemplo, fije el precio de las licuadoras en los comercios de los barrios. Aqu¨ª, en el primero y m¨¢s desarrollado de los mundos, nos dan la doctrina cada d¨ªa los directivos de empresas como Deutsche Bank, Soci¨¦t¨¦ G¨¦n¨¦rale, Royal Bank of Scotland, JP Morgan, Citigroup, HSBC, Barclays y algunos otros. La lista se hace larga como la alineaci¨®n de un equipo de f¨²tbol, y uno piensa que siendo tantos los que tienen que negociar el precio del dinero est¨¢ garantizada la competencia, o sea, eso que hace que los desequilibrios se corrijan, que los servicios tengan su precio justo.
Y, ya lo sab¨ªamos, resulta que ese selecto y amplio grupo no tiene muchos remilgos ni problemas para ponerse de acuerdo y sacar una tajada abundante de las cuentas corrientes de millones de ciudadanos. Les basta a sus responsables cambiar algunas llamadas telef¨®nicas o sentarse en un pub londinense de la City para llegar a acuerdos que nunca hace falta firmar, que tienen el mismo car¨¢cter que los de la mafia siciliana. Se acuerda un tipo de inter¨¦s, y se aplica la omert¨¤, la ley del silencio, la de la hombr¨ªa.
La Comisi¨®n Europea les ha pillado porque algunos usaron demasiado el tel¨¦fono. No tomaron la precauci¨®n de dejar las conversaciones para la taberna de pijos donde reside el mercado. Y el comisario de la Competencia ha anunciado unas multas millonarias de las que solo se libran los que han denunciado a los c¨®mplices. Es el caso del Barclays.
Es la primera vez que Europa les ha dado una buena estocada. Y el comisario Almunia avisa: esto puede ser solo el principio, ahora vienen los perjudicados. Cualquier ciudadano puede exigir que le restituyan lo robado a trav¨¦s de un cambio en los tipos de inter¨¦s que paga por su hipoteca. Cualquiera.
El Estado ha corregido abusos del mercado. Pero ahora viene la gorda, que consiste en saber cu¨¢nto le han robado a cada uno y c¨®mo se lo van a devolver. Las pla?ideras bancarias aseguran que las pr¨¢cticas infames las desarrollaron empleados infieles. Bueno. Pero esas pr¨¢cticas les han dado grandes beneficios. Y los sistemas inform¨¢ticos de estas gigantescas multinacionales del robo que parecen ser los grandes bancos ser¨ªan capaces de calcular lo que hay que devolver a cada estafado. ?Hay que poner querellas? Desde luego que s¨ª.
Pero los ciudadanos esperan de Europa que act¨²e de oficio y les obligue a ahorrarles el tr¨¢mite. O podr¨¢n pensar que el chalado Maduro es m¨¢s justo.
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