En mitad de ninguna parte
Sobre Catalu?a, el problema no es de moderaci¨®n o radicalismo, sino de naturaleza de las cosas y claridad de ideas. Incluso cuando las ¡®terceras v¨ªas¡¯ son posibles, no hay raz¨®n para atribuirles superioridad alguna
Que yo recuerde, Juan de Mairena en sus clases de ret¨®rica no se ocupa de los art¨ªculos intercambiables. Me refiero a esos textos que avanzan sin otro sost¨¦n que un andamio de lugares comunes que, de tan repetidos, nos parecen indisputables. Nunca se llega a decir nada, aunque todo suena muy convincente. Perm¨ªtanme recrear el g¨¦nero: ¡°Hay que evitar cualquier extremismo. Lo que tienen que hacer los que est¨¢n a favor y en contra de X es buscar consensos, dialogar, ceder en sus radicalismos. Los que no estamos ni con unos ni con otros nos vemos tironeados por quienes vuelven la espalda a soluciones democr¨¢ticas y pactadas. La ¨²nica propuesta realista y responsable pasa por establecer puentes y ceder cada uno un poco, hasta llegar a acuerdos en donde nos encontremos todos. La intransigencia no conduce m¨¢s que al enfrentamiento y a extremar posturas. La moderaci¨®n y la prudencia han de regir cambios que opten por soluciones imaginativas¡±.
Basta un examen superficial para reparar en que la naturalidad del chisporroteo anterior escamotea supuestos que est¨¢n lejos de resultar obvios. Sin ir m¨¢s lejos, el de que siempre hay soluciones intermedias. Algo discutible. Si sustituyen X por pena de muerte lo comprobar¨¢n. El problema no es de discrepancias o actitudes pol¨ªticas, de moderaci¨®n o radicalismo, sino de naturaleza de las cosas y claridad de ideas. Se puede estar m¨¢s o menos cansado o gordo, pero no se puede estar un poco embarazada o muerto. La distinci¨®n entre la calidad de las cosas y la calidad de nuestras ideas sobre ellas no es una tonter¨ªa. La pr¨®xima vez que alguien le diga ¡°piensa y acl¨¢rate, ?me quieres o no?¡± recuerde que, con toda la raz¨®n del mundo, le puede contestar: ¡°tengo muy claro que mi sentimiento es confuso¡±. Tener claro que una realidad es confusa no es lo mismo que tener una idea confusa sobre la realidad.
La secesi¨®n es uno de esos asuntos que no toleran el equilibrismo. Una frontera se levanta o no. La ciudadan¨ªa, a diferencia de la estupidez, no admite grados. A partir de determinado momento dejamos de compartir derechos y libertades con millones de conciudadanos. Por voluntad de una parte, ya no integramos la misma comunidad de decisi¨®n y de justicia. La voluntad y el oficio de los nacionalistas nos ha situado en ese terreno y, a estas alturas, entregarse al consolador conjuro de los buenos deseos comienza a ser algo peor que deshonestidad intelectual. La disposici¨®n a ignorar las malas noticias, a creer que lo que se quiere llegar¨¢ a ser y que podemos jugar con situaciones dram¨¢ticas sin instalarnos en el drama, es un ejercicio de adolescencia pol¨ªtica que no nos podemos permitir. La falta de limpieza mental, a fuerza de hurtar o edulcorar los problemas, los ahonda.
El independentismo busca reducir el per¨ªmetro de la ciudadan¨ªa solo a unos cuantos, ¡®los nuestros¡¯
Ejemplos de esa inmadurez no faltan. El m¨¢s evidente est¨¢ en la trastienda de la esperada pregunta, que han resultado ser dos y malas: ni claras ni distintas no descartan resultados inconsistentes. En el trasfondo del desprop¨®sito no hay m¨¢s que el intento de satisfacer la imposible exigencia de ICV de ¡°una pregunta que permita contestar afirmativamente tanto a los independentistas como a los federalistas¡±. En realidad, solo hab¨ªa una pregunta, condici¨®n de posibilidad de cualquier otra, que permitiera salir de ese atolladero y que yo hubiera ofrecido gratis si me hubieran consultado: ¡°?Debemos abolir el principio de contradicci¨®n?¡±. Solo bajo el supuesto de que cabe apuntarse a una cosa y la contraria, ten¨ªa sentido la reclamaci¨®n de ICV.
Algunos podr¨ªan creer que estas ocurrencias son herencias de los tratos de ICV con la dial¨¦ctica hegeliana o ¡ªesto quiz¨¢ sea mucho suponer¡ª con las l¨®gicas paraconsistentes. Pudiera ser, aunque hay razones para pensar que la causa ¨²ltima se encuentra en una atm¨®sfera juvenilmente atolondrada com¨²n en la pol¨ªtica catalana, tan gestera y ampulosa. Al cabo, no es menor el desatino de ciertos socialistas cuando defienden que en el PSC caben independentistas, nacionalistas, confederalistas y federalistas, esto es, unos que quieren discutir c¨®mo vivir juntos y otros que quieren convertir en extranjeros a sus conciudadanos.
Nadie que piense limpio puede decir estas cosas. Un socialista, menos a¨²n. El independentismo busca reducir el per¨ªmetro de la ciudadan¨ªa. Los derechos y las redistribuciones solo se contemplan para unos cuantos, los nuestros. Por decisi¨®n de unos, otros no cuentan. De hecho, de estar justificado el derecho de secesi¨®n (de la rica Catalu?a respecto de Espa?a), la posibilidad de levantar unilateralmente una frontera, habr¨ªa que contemplar un equivalente derecho de expulsi¨®n (de la pobre Extremadura de Espa?a).
Las cosas son exactamente al rev¨¦s. El acuerdo importante se sit¨²a al otro lado de la pregunta de ICV o del fantasioso partido ¡°oh, benvinguts, passeu passeu, ara ja no falta ning¨²¡±. Federalistas y jacobinos, socialistas y conservadores, no ponen en duda qui¨¦nes son sus conciudadanos. Quienes se toman en serio la democracia comparten un compromiso con una comunidad de ciudadanos iguales en derechos y libertades, donde la procedencia territorial es una simple circunstancia geogr¨¢fica y parcialmente cultural que jam¨¢s puede ser fuente de privilegios ni fundamento de exigencias pol¨ªticas. Sobre esa convicci¨®n compartida, los ciudadanos levantan sus discrepancias razonables, la posibilidad misma del debate democr¨¢tico, de abordar los problemas ¡ªentre ellos, una financiaci¨®n m¨¢s justa y m¨¢s eficaz¡ª sin otros avales que la apelaci¨®n a lo justo y debido.
Formar parte de la misma comunidad pol¨ªtica implica que unos a otros nos otorgamos la elemental dignidad de debernos razones. Tenemos la obligaci¨®n de explicar nuestras propuestas y el derecho a esperar explicaciones de los dem¨¢s. Con los extranjeros eso no sucede. El que quiere levantar una frontera excluye a sus conciudadanos de su comunidad de justicia y de decisi¨®n, no los considera dignos de recibir razones. Por eso, la discrepancia pol¨ªtica fundamental se establece entre quienes quieren la ruptura de la comunidad civil y quienes no, entre quienes defienden la secesi¨®n y quienes nos reconocemos conciudadanos. Una vez trazada esa l¨ªnea, comienza la pasi¨®n de la democracia, entre gentes que aspiran a entenderse y a resolver sus discrepancias.
El problema de las soluciones intermedias es su imprecisi¨®n, su contenido mudadizo
Pero hay otro problema en la ret¨®rica de las ¡°soluciones intermedias¡±. Y es que, incluso cuando son posibles, no hay raz¨®n para atribuirles superioridad alguna. Algunos defensores de la tercera v¨ªa no tienen m¨¢s argumentos que la vacua ch¨¢chara con la que comenzaba este art¨ªculo, ese ¡°ni unos ni otros¡±. Tampoco ahora hay que confundir el sesgo cognitivo en favor del ¡°camino de en medio¡±, la fascinaci¨®n de la equidistancia, del que tanto provecho obtienen encuestadores y defensores de la superstici¨®n del ¡°centro pol¨ªtico¡±, con las buenas razones. El ¨²nico atractivo de la tercera v¨ªa es su indeterminaci¨®n. El alivio de la vaguedad ante los malos diagn¨®sticos. Para confirmar la eficacia bals¨¢mica de los buenos deseos basta con ver la alegr¨ªa con la que desde el PSOE se defienden dos propuestas incompatibles, el federalismo y el trato diferencial para ¡°las comunidades hist¨®ricas¡±. Todos est¨¢n de acuerdo aunque no se sabe en qu¨¦ y mejor no entrar en detalle, no sea qu¨¦. El problema de las soluciones intermedias es su inexorable imprecisi¨®n, su contenido mudadizo, subordinado a unos extremos que perfilan otros. Si ma?ana se interviniera la autonom¨ªa catalana, como hicieron Eisenhower, Kennedy o Johnson en diversos Estados de la Uni¨®n o Blair en el Ulster, el camino de en medio ser¨ªa otro bien distinto.
La tercera v¨ªa no es nueva. Llevamos la vida entera en ella. La situaci¨®n actual es la tercera v¨ªa respecto a otra previa que era la tercera v¨ªa de otra que tambi¨¦n se presentaba como soluci¨®n. En ese guion falaz ha instalado el nacionalismo su identidad y su estrategia: crear problemas para los que se presentan como soluci¨®n y vuelta a empezar. Un somero paseo por Google confirma que, ya en los d¨ªas en que se gestaba el Estatut, quienes ahora reescriben la historia y presentan los ¡°recortes¡± del Constitucional como el origen de su independentismo, nos anticipaban que, fuera cual fuera el resultado, no bastar¨ªa para satisfacerlos, que el Estatut era solo estaci¨®n de paso. La vida entera en la tercera v¨ªa y estamos peor que nunca. La pol¨ªtica como promedio es, casi siempre, la pol¨ªtica mediocre.
F¨¦lix Ovejero es profesor de la Universidad de Barcelona.
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