El mito de la incompetencia del Estado
La confusi¨®n viene de pensar que el capital riesgo es suficiente para que surjan los brotes verdes de la innovaci¨®n. La realidad es la contraria: tras la mayor parte de los ¨¦xitos tecnol¨®gicos est¨¢n los Gobiernos
Al menos durante los ¨²ltimos 30 a?os, la escuela econ¨®mica conocida como de ¡°agua dulce¡± (conservadora) se ha ensa?ado con un tema en particular: la incompetencia del Estado. De sus instituciones, su burocracia, sus programas de gasto. La cr¨ªtica es a¨²n m¨¢s acentuada cuando se trata de la participaci¨®n del Estado en temas de investigaci¨®n, desarrollo e innovaci¨®n. El Estado, seg¨²n esta visi¨®n y especialmente en este caso, se deber¨ªa de limitar a recitar el famoso mantra: laissez-faire, laissez-passer. Esto es, establecer las condiciones de competencia b¨¢sicas y retirarse para que los mercados hagan su magia. Buena parte de la ideolog¨ªa conservadora moderna, de este y del otro lado del Atl¨¢ntico, se ha construido m¨¢s en repetir esta mentira 1.000 veces que en demostrar emp¨ªricamente la supuesta eficacia del repliegue del Estado.
Un debate fundamental, en un momento en el que el Gobierno recorta presupuestos de investigaci¨®n como si no hubiera un ma?ana y no cuenta con una estrategia de largo plazo para colocar a Espa?a en el centro de la econom¨ªa del conocimiento y la innovaci¨®n.
La entelequia ideol¨®gica de la incompetencia del Estado se cae en pedazos, sin embargo, cuando miramos con detenimiento la evoluci¨®n del espacio de la tecnolog¨ªa, la innovaci¨®n y el papel del Estado durante el ¨²ltimo medio siglo. Temas cruciales para el desarrollo econ¨®mico como la creaci¨®n de fuentes de energ¨ªa, el transporte, la investigaci¨®n y el desarrollo en ciencia b¨¢sica y aplicada, la incubaci¨®n de nuevas tecnolog¨ªas, entre muchos temas m¨¢s, apuntan precisamente en el sentido contrario. No solo el Estado ha sabido invertir recursos de manera estrat¨¦gica y promover tecnolog¨ªas cr¨ªticas para el desarrollo econ¨®mico; sin su participaci¨®n directa, muchas de las innovaciones m¨¢s importantes de las ¨²ltimas d¨¦cadas nunca hubieran visto la luz del d¨ªa.
Ya en 1926, en su ensayo The end of laissez faire: the economic consequences of the peace, Keynes lo apuntaba: ¡°Lo importante no es que el Gobierno haga las mismas cosas que los individuos ya est¨¢n haciendo, que las haga un poco mejor o un poco peor; lo importante es que haga aquellas cosas que nadie est¨¢ haciendo en el presente¡±. Y eso, precisamente, es lo que hicieron algunos Gobiernos a lo largo de la segunda mitad del siglo XX. Comenzando por el estadounidense.
Las Administraciones de EE UU han sido de las m¨¢s activas en la apuesta? por sectores estrat¨¦gicos
Como pocos otros, el estadounidense ha sido uno de los m¨¢s activos cuando se trata de invertir y apostar por sectores estrat¨¦gicos. Sobre todo aquellos relacionados con la innovaci¨®n y las nuevas tecnolog¨ªas. La lista es inabarcable. Pero un breve repaso ilustra su importancia y extensi¨®n: desde la tecnolog¨ªa que permite ubicar el restaurante m¨¢s cercano en un iPhone (Departamento de Defensa), hasta la que permite dar una instrucci¨®n de voz a un programa inform¨¢tico (Departamento de Defensa); pasando por las curas m¨¢s eficaces contra el c¨¢ncer (National Institutes of Health). La investigaci¨®n en energ¨ªas renovables (American Recovery and Reinvestment Act; en China, el China Development Bank; en Brasil, el Banco Nacional de Desenvolvimento); el desarrollo de la infraestructura y los protocolos que se convirtieron en Internet (Departamento de Defensa). La tecnolog¨ªa detr¨¢s de la pantalla t¨¢ctil de cualquier dispositivo m¨®vil (Departamento de Defensa: sus or¨ªgenes est¨¢n en la competencia entre Gobiernos durante la guerra fr¨ªa). Son otros tantos ejemplos que fueron financiados y desarrollados inicialmente con recursos del Estado. Y esto por no hablar de la NASA y las incontables innovaciones que han surgido de los laboratorios de la agencia espacial (solo las llamadas ¡°punta alar¡± al final de las alas de los aviones comerciales ¡ªdesarrolladas por la NASA¡ª ahorran miles de millones en combustible al a?o a la industria aeron¨¢utica). O del CERN en Europa, uno de los laboratorios m¨¢s avanzados del mundo.
Fue financiaci¨®n estatal, tambi¨¦n (en este caso de la National Science Foundation), la que permiti¨® que dos ingenieros desconocidos trabajaran en el algoritmo que descifr¨® la forma m¨¢s efectiva de clasificar la web ¡ªmucho antes de que encontraran la f¨®rmula comercial para fundar Google y convertirla en una de las compa?¨ªas m¨¢s rentables del mundo¡ª. Lo mismo sucede en sectores como el farmac¨¦utico (NIH), de nanotecnolog¨ªa (National Nanotechnology Initiative) y biotecnolog¨ªa (NIH nuevamente; o el Medical Research Council en Reino Unido). Seg¨²n c¨¢lculos del MIT, en estos tres sectores el capital riesgo llega entre 15 y 20 a?os despu¨¦s de que fondos p¨²blicos hubieran establecido bases de investigaci¨®n confiables para el capital privado. Un dato que en pocas ocasiones toma en cuenta el Estado cuando dise?a pol¨ªticas de I+D de largo plazo.
A una conclusi¨®n similar llega la investigadora de la Universidad de Sussex Mariana Mazzucato, en un fascinante nuevo libro titulado The entrepreneurial State: debunking public vs. private sector myths (Anthem, 2013), una explicaci¨®n amplia sobre el papel del Estado en la innovaci¨®n.
La confusi¨®n sobre el papel del Estado viene principalmente de la veneraci¨®n ciega y absoluta por lo que se conoce como venture capital (capital riesgo). De pensar que es la ¨²nica y monol¨ªtica fuente de financiaci¨®n. De que solo se puede conseguir en el ¨¢mbito privado y que solo hace falta promover un sector nacional de capital riesgo potente para que los brotes verdes de la innovaci¨®n comiencen a surgir por todas partes.
Creer en mentes brillantes que tienen
Cualquier an¨¢lisis serio sobre los or¨ªgenes de la innovaci¨®n apunta en la direcci¨®n contraria. Detr¨¢s de la mayor parte de los ¨¦xitos tecnol¨®gicos m¨¢s importantes ha estado, invariablemente, la mano de la inversi¨®n estatal. Lo que algunos llaman capital riesgo p¨²blico. Un tipo de inversi¨®n m¨¢s estable, menos centrada en la cuenta de resultados de corto plazo, la especulaci¨®n burs¨¢til, aspectos comerciales y, m¨¢s importante a¨²n, enfocada en la innovaci¨®n en el ¨¢mbito p¨²blico. En utilizarla para resolver los grandes problemas sociales ¡ªy no solamente financiar las tecnolog¨ªas comercialmente m¨¢s rentables¡ª.
Lo hace, sobre todo, creando lo que los economistas llaman ¡°sistemas de innovaci¨®n¡±. Es decir, ¡°redes de instituciones, p¨²blicas y privadas, cuyas actividades e interacciones inician, importan, modifican y propagan nuevas tecnolog¨ªas¡±. O, dicho de otra manera, la forma en la que se establecen los cimientos de una econom¨ªa del conocimiento. La base a partir de la cual se construyen compa?¨ªas y riqueza privada; la plataforma com¨²n de lanzamiento de tecnolog¨ªas e industrias m¨¢s sofisticadas (en muchos sentidos compa?¨ªas como Apple, Google y la mayor parte del sector farmac¨¦utico y aeroespacial, entre varios otros, podr¨ªan considerarse free riders de los sistemas de investigaci¨®n del Estado).
Partimos, entonces, de una visi¨®n claramente distorsionada del origen de la innovaci¨®n y el papel del mercado en una econom¨ªa competitiva moderna. S¨ª, el capital privado es fundamental para desarrollar ideas, impulsar nuevas industrias y generar riqueza. Pero, de la misma manera ¡ªo incluso m¨¢s importante¡ª, el capital riesgo p¨²blico es el que suele germinar el proceso y establecer la plataforma com¨²n amplia (en ocasiones pr¨¢cticamente invisible).
Pensar que la innovaci¨®n es un proceso puramente individual en el que mentes brillantes tienen un eureka en el garaje de sus padres no solamente es ingenuo, es tremendamente simplista y, al final de cuentas, terrible pol¨ªtica de Estado. Las innovaciones con mayor impacto social siempre han formado parte de una compleja red de decisiones y cadena de peque?os pasos graduales de las que el Estado ha sido el impulsor clave.
Se puede ser un Estado liberal que deje a su suerte la investigaci¨®n y el desarrollo; se puede ser tambi¨¦n uno estatista que intente controlar y dirigir la econom¨ªa desde las alturas; y, tambi¨¦n, uno que dise?e pol¨ªticas inteligentes y flexibles que establezcan sistemas de innovaci¨®n que garanticen una base para que las empresas privadas prosperen sirviendo los intereses p¨²blicos. En esta ¨¦poca de crisis y redefiniciones, ?qu¨¦ modelo quiere seguir Espa?a?
Diego Beas es autor de La reinvenci¨®n de la pol¨ªtica (Pen¨ªnsula, 2011) y fue investigador invitado del Instituto de Internet de la Universidad de Oxford (2012-2013).
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