C¨¢llate, bonita
Hasta hace poco era un sacrilegio que alguien de fuera de la profesi¨®n criticara un edificio
Todo el mundo se cree en el derecho a criticar una novela. Y es muy leg¨ªtimo, ?vaya si lo es! Es habitual que los lectores valientes que todav¨ªa compran libros le digan al librero que la novela que les recomend¨® no les gust¨® al cien por cien o, ya puestos en lo peor, que menuda casta?a. Todo el mundo tiene derecho a criticar una pel¨ªcula. Y lo ejerce, ?vaya si lo ejerce! Basta con prestar o¨ªdo a la salida de los cines. A la salida de los cines, uno caza como moscas al vuelo los comentarios del p¨²blico ralo que sale de la sala y puede escuchar, con los t¨ªtulos de cr¨¦ditos bajando todav¨ªa por la pantalla, que la cosa ha sido bonita o ha sido una mierda. Tambi¨¦n hay un tercer grupo, el de los aficionados intoxicados por leer mucha cr¨ªtica de cine, que pronuncia el adjetivo ¡°interesante¡±. Yo le tengo tirria a ese adjetivo, dado que me parece que se emplea cuando algo en el fondo no te ha gustado pero temes quedar como un imb¨¦cil. Todo el mundo tiene derecho a expresar su opini¨®n sobre una ¨®pera, aunque los aficionados a la ¨®pera sean, cuando se encuentran en los pasillos, mucho m¨¢s cautos que los lectores de novelas o los espectadores de pel¨ªculas, porque no est¨¢ bien visto en ese arte pasarse de locuaz. Yo en muchos de esos pasillos oper¨ªsticos hubiera comentado que por m¨ª la cosa se pod¨ªa dar por terminada a las dos horas, pero en cierto tipo de espect¨¢culos resulta muy cazurro quejarse porque se te hacen largos. Es curioso que, con respecto a las novelas, se da el fen¨®meno contrario, cuando alguien quiere pasar por un verdadero experto, suele decir: ¡°A este libro le sobran cien p¨¢ginas, pero los editores no hacen bien su trabajo¡±. Yo he escuchado este juicio hasta cuando una novela ten¨ªa solo 150 p¨¢ginas y me ha parecido tr¨¢gico para el autor. Una putada. Es lo que tienen estos oficios, que a nadie le importa el esfuerzo que pusiste en la tarea o las ilusiones vanas que te hiciste. Eso es asunto tuyo. El p¨²blico juzga por lo que lee, por lo que oye, por lo que ve. Tu corazoncito importa un pimiento.
En todos estos a?os en que yo, como tantos hicieron antes, he tratado de proteger esta fina piel que me cubre tejiendo sobre ella una buena coraza, he observado c¨®mo hab¨ªa un oficio p¨²blico, tan p¨²blico como el m¨ªo, much¨ªsimo m¨¢s p¨²blico que el m¨ªo, al que se le ten¨ªa un extra?o respeto, que rozaba en muchas ocasiones la tonta veneraci¨®n. Me refiero a los arquitectos. Precisamente porque afecta de manera mucho m¨¢s agresiva o beneficiosa a los ciudadanos, se supondr¨ªa que deber¨ªa haber una mayor tolerancia hacia las opiniones desfavorables. Pero no, al contrario de lo que sucede en otros gremios, el de los arquitectos ha sabido pertrecharse en los a?os de la bonanza y crear un sistema de protecci¨®n que nos ha cerrado la boca a los legos, temiendo a menudo ser demasiado ignorantes para opinar.
El p¨²blico juzga por lo que lee, por lo que oye, por lo que ve. Tu corazoncito importa un pimiento
Recuerdo hace apenas siete a?os. Fui a Valencia, al colegio de arquitectos, a hablar de mi pueblo. S¨ª, todos los de Madrid tenemos un pueblo, el de nuestra madre. El m¨ªo se llama Ademuz y aunque pertenece a Valencia, est¨¢ muy cerca de Teruel. El habla se ti?e, en todo ese conjunto de pueblecillos llamado el Rinc¨®n de Ademuz, de cadencias ma?as, y aunque un poco fuera de todo, o precisamente por eso, posee una belleza humilde y poco solemne, que te devuelve a un universo rural ya perdido, el que disfrutamos cuando ¨¦ramos ni?os. Yo iba a hablar del trabajo de dos arquitectos, Fernando Vegas y Camilla Mileto, que hab¨ªan hecho un trabajo primoroso de recuperaci¨®n de viejos pajares y de la antigua escuelita de la aldea de Sesga. La mesa redonda dio para mucho, para expresar en mi caso mi amor por la zona, y para compartir nuestra preocupaci¨®n por una tierra despoblada pero muy hermosa, que merece m¨¢s atenci¨®n de la que recibe por estar un poco a trasmano. Al d¨ªa siguiente nos paseamos por el Caba?al, ese barrio que el Gobierno valenciano quer¨ªa apisonar para construir una innecesaria y brutal salida al mar. Y de camino vimos el barrio de Calatrava, el de las artes y las ciencias, todo ese espacio que los pol¨ªticos cedieron a un solo nombre propio para que se explayara con dinero p¨²blico. Era tan abrumadora la presencia de ese ¨²nico sello que en mi art¨ªculo dominical me permit¨ª hacer unas cuantas bromas sobre el exceso, el despilfarro y la catetez de querer adornar tu ciudad con edificios bautizados como emblem¨¢ticos desde el d¨ªa en que se pone la primera piedra. Ahora que los techos calatrave?os se desmoronan, parece f¨¢cil criticar a Calatrava. La crisis ha disparado nuestro sentido cr¨ªtico, pero hace apenas siete a?os a m¨ª me llovieron dardos, sobre todo lanzados por arquitectos, por darle un simple toque de iron¨ªa a la cosa. Otros, sin embargo, callaban aun siendo conscientes del disparate. Pero entonces, y cuando digo entonces me refiero a un entonces muy cercano en el tiempo, era un sacrilegio que alguien al margen de esa profesi¨®n, tan p¨²blica que nos convierte en v¨ªctimas o beneficiarios con tan solo pasear por la calle, se atreviera a poner en duda por escrito la belleza o la utilidad de un edificio. A m¨ª, por profana, por bromista y, por qu¨¦ no decirlo, por mujer, hubo m¨¢s de uno que me ani?¨®, me desacredit¨®, con el t¨ªpico ¡°c¨¢llate, bonita¡±.
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