El coleccionista de huellas
La autora inaugura su colaboraci¨®n con El Pa¨ªs Semanal reflexionando sobre la vigencia de las columnas-cartas escritas desde un punto geogr¨¢fico determinado
Durante las ¨²ltimas d¨¦cadas del siglo XIX, Jos¨¦ Mart¨ª escribi¨® una serie de ¡°cartas¡± desde Nueva York, donde registraba para sus lectores en peri¨®dicos hispanos eventos tan heterog¨¦neos como la construcci¨®n del puente de Brooklyn, un incendio en el puerto o la muerte de un portero. En los a?os veinte y treinta, T. S. Eliot inaugur¨® una columna en la revista modernista The Dial, titulada London Letter, donde describ¨ªa para sus lectores transatl¨¢nticos la escena cultural del Londres de entreguerras. A partir de los cuarenta, Janet Flanner escribi¨® Letter from Paris para The New Yorker. Entre los ochenta y noventa, Guillermo Sheridan escribi¨® Carta de Copilco en la revista Vuelta. La lista contin¨²a y es vast¨ªsima, aunque con los a?os ha ido disminuyendo el n¨²mero de columnas-cartas escritas desde un punto geogr¨¢fico determinado. No es ning¨²n secreto: en un mundo en donde la sensaci¨®n de distancia se ha ido esfumando, la ventaja de la presencia ha sido reemplazada por la de la inmediatez.
Llevamos a?os escuchando que el corresponsal ¨Cque antes enviaba columnas como cartas por correo postal¨C es una figura obsoleta del periodismo. El argumento: no se necesita un intermediario que traduzca la experiencia del pa¨ªs extranjero, pues a este ya tenemos acceso personal a trav¨¦s de tantos otros canales ¨Clos medios inmediatos y locales¨C. Tal vez. Pero falta decir esto: quiz¨¢ el corresponsal de hoy no es ni un traductor cultural ni un acortador de distancias. ¡°Habitar es dejar huella¡±, escribi¨® W. Benjamin. Tal vez el corresponsal de ahora es solo un coleccionista de huellas, y sus cartas, un registro de una cotidianidad siempre en extinci¨®n.
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