Pasiones de familia
Los Borgia, una de las dinast¨ªas m¨¢s odiadas de la historia De origen espa?ol, marcaron una ¨¦poca de la Iglesia y de los Estados italianos Derribaron pr¨ªncipes y principados, utilizaron el poder del papado como arma personal Forjaron una leyenda basada en la corrupci¨®n y en los m¨¢s perversos cr¨ªmenes
El cardenal valenciano Rodrigo Borgia, vicecanciller del Vaticano, ten¨ªa la mente puesta en el c¨®nclave, a punto de abrirse en la Capilla Sixtina, y los dedos y los labios en la piel de Julia Farnesio, de 19 a?os, tendida voluptuosamente en el lecho cardenalicio.
Borgia, el llamado "cardenal faldero", hab¨ªa rescatado a Julia la Farnesina, apetitosa de cuerpo y de vocaci¨®n mercenaria, de la miseria de la campi?a romana.
Rodrigo Borgia era el cardenal m¨¢s rico del Sacro Colegio y tambi¨¦n el m¨¢s ambicioso. Fue su hija Lucrecia la que, a los 16 a?os, vendi¨® a Julia, compa?era de juegos infantiles, a su padre. Como obispo de Oporto, Borgia ten¨ªa el monopolio del comercio del vino. En Espa?a, adem¨¢s de Valencia, su feudo, controla 16 obispados y una decena de abad¨ªas que pagan regios impuestos y alcabalas.
El cardenal Rodrigo Borgia ten¨ªa la mente puesta en el c¨®nclave y los dedos y los labios en la piel de Julia Farnesio, de 19 a?os.
Hab¨ªa pasado de los olivares y campos de naranjos de su X¨¤tiva natal, donde los ¨¢rabes espa?oles fabricaron el primer papel que se conoci¨® en Europa -una familia aislada en la Espa?a islamizada-, a un suntuoso palacio romano. Todo gracias a su mente aguda, su rapidez de reflejos y a una dosis inicial de fortuna. La fortuna y el instinto de supervivencia de los Borgia, traducci¨®n al italiano de Borja, nombre de la ciudad aragonesa de la que proced¨ªan.
Julia Farnesio Orsini puso la mano del cardenal Rodrigo, de 61 a?os, sobre su vientre:
-?Lo notas, lo sientes? Es tuyo.
-O del simpl¨®n de tu marido.
-No, no, es tuyo -insisti¨® la cortesana.
Rodrigo Borgia era padre de siete bastardos, cuatro de ellos de la misma mujer, Vanozza Cattanei. En 1492 es cuando empieza la historia de Rodrigo Borgia, como la de Crist¨®bal Col¨®n, que se dispone a zarpar con sus carabelas rumbo al Nuevo Mundo. Vannozza, su amante, contaba 50 a?os y estaba casada con Carlo Canale. El cardenal adoraba a sus cuatro hijos, C¨¦sar, Juan, Lucrecia y Jofr¨¦, la base de la dinast¨ªa borgiana. Un amor que fue a todas luces absorbente, posesivo, abrasador. Fernando el Cat¨®lico nombr¨® a los cuatro, ciudadanos espa?oles por decreto.
A los siete a?os, C¨¦sar es nombrado can¨®nigo de Valencia, rector de Gand¨ªa y archiduque de X¨¤tiva. Los que rodeaban en Roma al cardenal eran espa?oles; catalanes los llamaban. Rodrigo se sent¨ªa espa?ol hasta la ¨²ltima gota de sangre, y hablaba con sus hijos en valenciano y en castellano.
Rodrigo Borgia, sobrino de Calixto III, estaba seguro de que el hijo era suyo. La ni?a naci¨® meses despu¨¦s, cuando el cardenal valenciano ocupaba la silla de Pedro. "Con s¨®lo mirar a las mujeres nobles", escribi¨® uno de sus contempor¨¢neos, llamado Gaspar de Verona, "enciende en ellas el amor con maravilloso modo, y las atrae a s¨ª m¨¢s fuertemente que el im¨¢n atrae el hierro".
Todo gracias a su mente aguda, su rapidez de reflejos y a una dosis inicial de fortuna. La fortuna y el instinto de supervivencia de los Borgia.
-?Te van a elegir papa? -pregunt¨® Julia de pronto.
-Depende de c¨®mo act¨²e en los pr¨®ximos d¨ªas, de lo que diga y de lo que haga.
Todo se compraba y se vend¨ªa al mejor postor en Roma; hasta el papado, sobre todo el papado.
Pedro Calder¨®n, llamado Perotto, el camarlengo favorito de Borgia, llam¨® a la puerta de la alcoba.
-Vuestra eminencia, es hora de acudir al c¨®nclave -dijo con la cabeza inclinada en se?al de respeto.
-?Alguna novedad?
-Vuestra eminencia tiene motivos para sentirse optimista.
-?Cu¨¢ntos son los cardenales que no estar¨¢n presentes en el c¨®nclave?
-Cuatro, vuestra eminencia.
-Entonces deber¨¦ asegurar 14 votos. ?Qu¨¦ se sabe del cardenal De la Rovere?
-Se dice que Carlos, el rey de Francia, le ha ofrecido 200.000 ducados para comprar el trono de Pedro.
-Una bonita suma que nunca me hubiera ofrecido a m¨ª, como espa?ol que soy.
-Ahora, querida, deber¨¢s perdonarme, tengo que ir a trabajar -dijo a Julia mientras la estrechaba en sus brazos y en su rojo vestido cardenalicio de anchas mangas.
Trabajar significaba comprar votos -las bolsas de ducados pasaban en aquella ¨¦poca de mano en mano-, dominar voluntades, hacer promesas: un cargo para ti, una catedral para ti, unas tierras para tu amante, una promoci¨®n para tu hijo¡ La corrupci¨®n era tal que un jud¨ªo romano anunci¨® que se convert¨ªa al catolicismo con este s¨®lido argumento: "Esta Iglesia ha llegado a tal punto de mierda y degradaci¨®n que es indestructible".
Hab¨ªa tenido Rodrigo la suerte de traer a Roma la lanza con la que Longinos atraves¨® el costado de Cristo en la cruz. En realidad era una lanza cualquiera comprada en un zoco a los turcos en Constantinopla, pero Borgia, el mistificador, la hizo pasar por buena y aut¨¦ntica.
Rodrigo Borgia era padre de siete bastardos, cuatro de ellos de la misma mujer, Vanozza Cattanei.
La peste, el turco, el lobo, la malaria (del italiano mal aire), el mal franc¨¦s o napolitano, que contagi¨® a papas, cardenales y al pueblo llano, a reyes y mendigos, eran los enemigos de Italia. Rodrigo Borgia ya lo hab¨ªa intentado a la muerte de Sixto IV, pero fallaron sus c¨¢lculos y sus alianzas. Ahora, con la desaparici¨®n de Inocencio VIII, se le presentaba una nueva oportunidad, la definitiva. El m¨¦dico hebreo de Inocencio hizo todos los esfuerzos posibles para salvarle, incluida la administraci¨®n en vena, seg¨²n los rumores, de sangre joven de ni?os asesinados para ese menester.
Las campanas de Campidoglio tocaron a difunto. Rodrigo Borgia se puso a maniobrar con rapidez y suma habilidad, a su estilo. Era un hombre lleno de energ¨ªa y vitalidad; de cuerpo rotundo y gran nariz aguile?a, ojos oscuros, piel oliv¨¢cea y una vistosa tonsura entre los cabellos grises. Se sent¨ªa en la mejor edad para la pol¨ªtica, para la caza, para el amor; sobre todo para el amor.
En el curso de los siglos, el nombre de los Borgia, una de las familias m¨¢s odiadas de la historia, se ha convertido en sin¨®nimo de crueldad y de bajeza, de pasiones, incestos (era vox p¨®puli que Rodrigo Borgia y su hijo C¨¦sar se acostaban con su hija y hermana Lucrecia), de toda clase de delitos y faltas. Durante 10 a?os, Rodrigo y su hijo, el temido C¨¦sar, escandalizaron a lo que quedaba del mundo civilizado persiguiendo sus objetivos de ambici¨®n din¨¢stica: utilizaron el poder del papado como arma personal; derribaron pr¨ªncipes y principados; se sirvieron de Lucrecia para su pol¨ªtica de alianzas matrimoniales; eliminaron sin escr¨²pulos a sus rivales, familiares o no; enfrentaron al rey de Espa?a, Fernando el Cat¨®lico, y al de Francia, el feo, contrahecho y tardo de palabra Carlos VIII, el primer invasor de Italia en 1494.
Los enemigos de los Borgia, el terror bajo la tiara, probaron el veneno, el ars¨¦nico, la daga o el lodo del T¨ªber. Cada familia ten¨ªa un alquimista de c¨¢mara encargado de ensayar nuevas p¨®cimas para matar. La familia valenciana llevaba siempre en el zurr¨®n una dosis de cantarella, el mort¨ªfero polvo blanco, eficaz, fulminante.
-?Te van a elegir papa? -pregunt¨® Julia de pronto.
Buscaron con ah¨ªnco una Italia a su medida con la violencia y las maniobras de poder que caracterizaron este importante periodo del Renacimiento. Italia en esa ¨¦poca (mediados del siglo XV) estaba formada por una serie de Estados independientes, como Venecia, Florencia o Mil¨¢n, que asombraban a Europa por su cultura, por su progreso art¨ªstico o tecnol¨®gico. Un mosaico de ciudades-Estado regidas por se?ores feudales que eran parientes entre s¨ª, que viv¨ªan en una magnificencia y un lujo interrumpido a veces por explosiones de violencia. Este mundo aristocr¨¢tico se vendr¨ªa abajo con la aparici¨®n de las pasiones y las ambiciones de los Borgia, ¨¢vidos de poder.
Durante el a?o que Rodrigo Borgia pas¨® en Espa?a como embajador del Vaticano dio unas fiestas y recepciones en carnaval que deslumbraron a los severos prelados espa?oles. Quiso hacer como en Roma, donde las misas eran menos frecuentes que las francachelas carnavalescas. "E tutto festa". Esas mismas fiestas atraen todav¨ªa hoy a los turistas.
Durante aquella estancia en Espa?a, el joven cardenal arregl¨® el matrimonio entre Fernando el Cat¨®lico e Isabel la Cat¨®lica, y m¨¢s tarde, ya como papa, resolver¨ªa con el Tratado de Tordesillas el contencioso entre Portugal y Espa?a. Ser¨¢, adem¨¢s, padrino del primer hijo de la reina Isabel.
Era una ma?ana pl¨²mbea de agosto del a?o 1492, iluminada por rel¨¢mpagos intermitentes. Bocaccio, embajador de Ferrara, fue el ¨²nico que adivin¨® la elecci¨®n como papa del cardenal de X¨¤tiva. El pueblo romano se hallaba congregado y expectante en la plaza de San Pedro -otros historiadores se?alan que no hab¨ªa p¨²blico- cuando se abri¨® una ventana: "Habemus pontificem", dijo una voz. "Su eminencia Rodrigo Borgia ha sido elegido papa con el nombre de Alejandro VI" (escogi¨® el nombre de Alejandro llevado de su admiraci¨®n por Alejandro Magno). El pueblo estall¨® en v¨ªtores hacia el nuevo papa, al que ten¨ªan por jovial y generoso. Fue el ¨²ltimo papa espa?ol despu¨¦s de D¨¢maso I, BenedictoXIII y Calixto III, este ¨²ltimo tambi¨¦n de la cepa borgiana.
Rodrigo Borgia era el cardenal m¨¢s rico del Sacro Colegio y tambi¨¦n el m¨¢s ambicioso. Fue su hija Lucrecia la que, a los 16 a?os, vendi¨® a Julia, compa?era de juegos infantiles, a su padre.
"?Soy papa, soy el pont¨ªfice, el vicario de Cristo!", exclamaba un Rodrigo Borgia, alias Valenza, la casulla blanca, la mitra bordada en oro, fuera de s¨ª de gozo. Por fin hab¨ªa logrado su sue?o, aunque hubiera sido a costa de dinero, favores y t¨ªtulos.
Oro, sangre y org¨ªas. Los M¨¦dicis dejaron a Italia el Renacimiento cl¨¢sico; los Borgia, el lujo bizantino, la perfidia, la lujuria, el veneno como una de las bellas artes. Alejandro VI escribi¨® que quer¨ªa darle a Roma el esplendor de C¨®rdoba. Pero Roma era entonces m¨¢s un burdel que una ciudad santa, rendida al evangelio del placer, a la satisfacci¨®n de todos los apetitos. Alejandro VI sin duda contribuy¨® con entusiasmo, y con su ejemplo, al nacimiento y desarrollo de la reforma protestante.
Un gran conocedor de aquella hora y de aquellos d¨ªas, Eneas Silvio, sosten¨ªa que "en nuestra Italia, tan gustosa de mudanzas, donde no hay nada seguro, ni soberan¨ªa arraigada de antiguo, f¨¢cilmente pueden los siervos convertirse en reyes". Esa circunstancia estaba hecha a la medida de C¨¦sar Borgia, obispo de Pamplona, que se hallaba cazando con halc¨®n en las colinas de Siena a la espera de que sonaran las campanas anunciando la elecci¨®n del papa. Era alto y musculoso, un atleta; aficionado a la equitaci¨®n, a la esgrima y a toda clase de ejercicios gimn¨¢sticos. Participaba en carreras de caballos como la del famoso palio de Siena, y se bat¨ªa con los campesinos en pruebas de fuerza. C¨¦sar Borgia estaba considerado como "el hombre m¨¢s guapo de Italia".
Maquiavelo, que era consciente del terror y los odios que el bello C¨¦sar despertaba, hizo de ¨¦l el modelo del Pr¨ªncipe por su determinaci¨®n, su oportunismo, su r¨¢pida capacidad de ejecuci¨®n, su falta de escr¨²pulos. Tras la elecci¨®n del nuevo papa, le hab¨ªa seguido como embajador florentino en la campa?a de 1499, en la conquista de Forli e Imola; luego en la de R¨ªmini, P¨¦saro y Faenza; posteriormente en la de Urbino. Fueron batallas menores, si se quiere, que C¨¦sar libr¨® con el dinero papal y las armas francesas. Tampoco lleg¨® a ser un hombre de Estado ni un mecenas de las artes, aunque Leonardo da Vinci trabaj¨® para ¨¦l como inspector de fortalezas. Su lema, "o C¨¦sar, o nada", da idea de sus ambiciones y del concepto que ten¨ªa de s¨ª mismo.
La peste, el turco, el lobo, la malaria, el mal franc¨¦s o napolitano, que contagi¨® a papas, cardenales y al pueblo llano, a reyes y mendigos, eran los enemigos de Italia.
Guicciardini, que odiaba a los Borgia, sobre todo a Rodrigo-Alejandro VI, dijo de ellos que eran de "¨ªndole regia, hermosos de cuerpo, sensuales y altaneros". En Rodrigo, nombrado cardenal por su t¨ªo Calixto III a los 20 a?os, reconoc¨ªa "una rara prudencia y vigilancia, madura consideraci¨®n, maravilloso arte de persuadir, y habilidad y capacidad para la direcci¨®n de los m¨¢s dif¨ªciles negocios". C¨¦sar, inteligente y sagaz, luchaba siempre por ser el ganador, el n¨²mero uno. En su escudo de armas luc¨ªa un toro bermejo en campo de oro, el lema de los Borgia, s¨ªmbolo de la acometividad y el ardor guerrero, un precedente del toro de Osborne. Reaccionaba mal a la derrota. Ten¨ªa escasa vocaci¨®n por la carrera eclesi¨¢stica, aunque su padre le hubiera destinado a ella como trampol¨ªn hacia otras empresas. Eso s¨ª, el arrogante C¨¦sar, a ratos taciturno y a ratos extravertido, gustaba de vestirse a la moda con los m¨¢s exc¨¦ntricos ropajes, cubierto de brocados y piedras preciosas, rub¨ªes en el penacho y oro en las botas. Su sonrisa era de rencor, vindicativa frente a sus arist¨®cratas compa?eros de estudios en Perugia y Viena, los M¨¦dicis, los Orsini, los Colonna, los Este, que le miraban por encima del hombro. Los bati¨® a todos en las aulas y en el campo de batalla.
No hab¨ªa tiempo que perder: entreg¨® el halc¨®n a su cetrero y subi¨® a su caballo para picar espuelas con direcci¨®n a Roma. Empezaba la saga de los Borgia, pero su padre, el papa, le fren¨® en Espoleto. Le pidi¨® que esperara all¨ª para evitar cualquier problema con un joven caballero tan impetuoso, tan imprevisible en sus humores, pronto a ajustar cuentas.
Juan, el segundo hijo, el preferido del padre, encantador e indolente, estaba destinado a ser el capit¨¢n general del ej¨¦rcito del papa. A C¨¦sar se le llevaban todos los demonios por esta elecci¨®n paterna a favor del hermano. Con el orgullo herido esper¨® a que le llamaran a Roma. Jofr¨¦, pr¨ªncipe de Esquilache, era a¨²n muy peque?o, y aplaud¨ªa a su padre con entusiasmo mientras el nuevo papa acariciaba a Julia Farnesio.
?Y Lucrecia? Lucrecia s¨ª, lloraba de alegr¨ªa. A los 12 a?os estaba a punto de casarse con Juan Sforza de Arag¨®n, se?or de P¨¦saro. Un trato que fue el precio del papado. El pont¨ªfice y C¨¦sar Borgia sent¨ªan celos uno del otro con respecto a Lucrecia. "Es bella de cara, tiene hermosos ojos despiertos. El rostro, m¨¢s bien largo; la nariz, bella y bien perfilada; los cabellos, dorados; los ojos, blancos", tal como la describ¨ªa un contempor¨¢neo. En la fuerza singular de su mirada resid¨ªa uno de sus atractivos. El poeta Hector Strozzi lo cantaba en versos latinos. Ven¨ªa a decir, con la hip¨¦rbole propia de estos vates, que quien miraba al sol se quedaba ciego, quien miraba a Medusa se quedaba convertido en piedra y quien miraba a los ojos de Lucrecia Borgia quedaba primero ciego y petrificado despu¨¦s.
La figura de Lucrecia fascina a los poetas y escritores, desde V¨ªctor Hugo, en tiempos m¨¢s o menos recientes, o Blasco Ib¨¢?ez, el valenciano que saca la cara a los Borgia y los defiende en su obra A los pies de Venus, hasta Mario Puzzo, el autor de El padrino, la obra en la que se inspira la pel¨ªcula de Coppola.
Durante aquella estancia en Espa?a, el joven cardenal arregl¨® el matrimonio entre Fernando el Cat¨®lico e Isabel la Cat¨®lica.
"Los Borgia eran hombres de su ¨¦poca", se justifica uno de los personajes de la novela de Blasco Ib¨¢?ez. "Vivieron con arreglo al ambiente de entonces". En cuanto a Lucrecia, que muri¨® de parto como princesa reinante de Ferrara, el escritor valenciano la describe de esta guisa: "Usaba cilicio, viv¨ªa devotamente, fue la admiraci¨®n de sus contempor¨¢neos y jam¨¢s le atribuy¨® nadie envenenamiento alguno, ni los m¨¢s encarnizados enemigos de su familia", se lee en A los pies de Venus. Blasco Ib¨¢?ez puso en marcha el proceso de revisi¨®n de Lucrecia, a la que pinta como una especie de Lady Di avant la lettre; algo casquivana, pero auxiliadora de los desvalidos.
Lucrecia naci¨® de la relaci¨®n entre Vanozza Cattanei y Rodrigo Borgia. La Vanozza se cas¨® tres veces, pero s¨®lo tuvo un amante, el cardenal Borgia. El futuro papa y la Vanozza se conocieron y enamoraron en el Concilio de Mantua. Fue el cardenal el que, para salvar las apariencias, le busc¨® casa y maridos, dos ancianos con dinero.
Rodrigo Borgia tuvo otros tres hijos, Pedro Luis y dos ni?as, Jer¨®nima e Isabel. Los tres murieron muy j¨®venes. Pedro Luis falleci¨® nada m¨¢s llegar a Roma. Nadie dio explicaciones sobre la causa, pero el crimen llevaba la etiqueta Borgia. Su hermano Juan se qued¨® con el t¨ªtulo de duque de Gand¨ªa, y Lucrecia, con su fortuna. "M¨¢s vale perder un marido muerto que un amante vivo", se?ala el Satiric¨®n. Cuando Carlos VIII ataca Italia -entrar¨ªa en Roma en 1494-, el papa mira a su alrededor, descubre el vac¨ªo y no se le ocurre otra cosa que pedir ayuda a los turcos, sus grandes enemigos. El ej¨¦rcito de Carlos, formado por arcabuceros y alabarderos suizos y gascones, arqueros franceses y 50 pesados ca?ones, avanza hacia los Alpes. A aquella guerra la llamaron "de la fornicaci¨®n". Motivos hab¨ªa. En Ly¨®n, el rey franc¨¦s pasaba la noche con una prostituta mientras su esposa, Ana de Breta?a, esperaba en la habitaci¨®n de al lado, y sus soldados lo celebraban en la calle con vino y mujeres.
Borgia se desespera: los turcos del sult¨¢n Bayaceto no llegan en su ayuda. Cuando le informan de que el rey Carlos se encuentra ya en Mil¨¢n, se atrinchera en el castillo del Santo ?ngel. Antes pronunci¨® un discurso a los romanos que le hab¨ªa preparado su hijo C¨¦sar: "Vosotros, mis s¨²bditos fieles -solloza Alejandro- no os someter¨¦is a las desp¨®ticas ¨®rdenes de estos franceses extranjeros; al igual que yo, morir¨¦is antes que rendiros¡", seg¨²n escribe Claude Moss¨¦. ?Morir por el Borgia? En lo que pensaban era en abrirles a los franceses las puertas de Roma.
En Florencia, el monje Savonarola se encarga de azuzar a las masas diciendo que Carlos VIII se precipita sobre Roma "con la espada de Dios". Alejandro VI jur¨® que lo enviar¨ªa a la hoguera, "despu¨¦s de escoger ¨¦l mismo los le?os". As¨ª fue.
Los M¨¦dicis dejaron a Italia el Renacimiento cl¨¢sico; los Borgia, el lujo bizantino, la perfidia, la lujuria, el veneno como una de las bellas artes.
Hasta Julia Farnesio huye de Roma. La detienen los franceses, y Alejandro VI se imagina a su rubia amante pasando de soldado en soldado. El rey Carlos se siente magn¨¢nimo y libera a Julia, a cambio de que el papa entregue a su hijo C¨¦sar. Lucrecia -"una perla en este mundo", como la llam¨® un admirador- y la nuera del papa, la esposa de su hijo Jofr¨¦, sustituyen a Julia en el lecho del papa mientras la Farnesio est¨¢ presa. La hija del pont¨ªfice es libre de elegir sus vicios y sus otros amantes. Presume de ello. Desde que se casaron, su marido, el se?or de P¨¦saro, ni la ha tocado.
Fue entonces cuando Juan, el elegido de Rodrigo, volvi¨® a Roma tras una larga estancia en Espa?a. C¨¦sar sufri¨® de nuevo un ataque de celos. Juan, que ha entrado de lleno en la degradaci¨®n de los Borgia, huele a cad¨¢ver. Una ma?ana de junio, su cuerpo, acuchillado, apareci¨® en las redes de un pescador en las fangosas aguas del T¨ªber, el desaguadero de la dinast¨ªa. El papa, en una crisis de llanto, se acerc¨® al cuerpo desfigurado del hijo, con la garganta seccionada, y lo bes¨® en la boca. Luego se refugi¨® en sus aposentos e hizo prop¨®sito de enmienda. El asesinato de su hijo Juan, a manos o no de C¨¦sar -no est¨¢ demostrado, el difunto ten¨ªa muchos enemigos-, era la consecuencia de sus pecados. Se rasg¨® las vestiduras, pero el arrepentimiento le dur¨® pocas semanas.
C¨¦sar, entre el amor, las campa?as militares y alg¨²n asesinato que otro, incluida la ejecuci¨®n en masa de los conspiradores, ten¨ªa tiempo para encerrarse con ocho toros en los jardines del Vaticano. El duque del Valentinado hac¨ªa alarde de su f¨ªsico y exhibici¨®n de sus lujosos vestidos, el Beau Brummel del Renacimiento, el "m¨¢s elegante de su tiempo". Los romanos, ansiosos de diversiones, de pan y toros, agradec¨ªan a C¨¦sar Borgia su desprendimiento y alegr¨ªa de vivir.
Al hijo de papa le correspond¨ªan los dos primeros toros. Al primero lo despach¨® de un lanzazo en la garganta y al segundo lo tore¨® a pie con la capa y lo dej¨® en la arena muerto de una innoble cuchillada. No era Curro Romero. El p¨²blico aplaud¨ªa enardecido a "nuestro C¨¦sar".
En 1498, C¨¦sar colg¨® los h¨¢bitos: dej¨® el cardenalato para casarse -otra boda de conveniencia- con la hermana del rey de Navarra, Carlota de Albret. Logr¨® superar la firme oposici¨®n de su suegro: "?Mi hija casada con un bastardo del papa? Jam¨¢s". Accedi¨® el padre, y Luis XII, entonces rey de Francia, le otorg¨® el t¨ªtulo de duque del Valentinado. Seg¨²n la carta que el novio envi¨® a su padre, la noche de bodas fue un ¨¦xito. La luna de miel dur¨® pocas semanas, porque "la guerra estaba a las puertas de la c¨¢mara nupcial".
El papa, en una crisis de llanto, se acerc¨® al cuerpo desfigurado del hijo, con la garganta seccionada, y lo bes¨® en la boca.
De los m¨²ltiples cr¨ªmenes que se le atribuyen a C¨¦sar Borgia, el de su cu?ado Alfonso, duque de Bisceglie, casado con Lucrecia, es de los m¨¢s ominosos. Fue m¨¢s una venganza que un asesinato pol¨ªtico. Alfonso bajaba una noche de junio por las escaleras de San Pedro cuando fue asaltado por un grupo de sicarios que se hac¨ªan pasar por mendigos. El duque pide socorro a los catalanes de la guardia, que le salvan del espadazo de gracia. Pero est¨¢ malherido. Para rematar la faena, C¨¦sar enviar¨¢ a un embozado a la habitaci¨®n en la que convalece Alfonso: es el verdugo del castillo del Santo ?ngel, que lo deg¨¹ella con impecable profesionalidad.
?Qui¨¦n mat¨® al segundo marido de Lucrecia? Hay quienes apuntan al papa, por los celos, y hasta a la propia Lucrecia, que harta de ¨¦l se lo quer¨ªa quitar de en medio. Con los Borgia, nunca se sabe. Sin embargo, todos los dedos acusadores se?alan tambi¨¦n en esta ocasi¨®n a C¨¦sar.
Despu¨¦s de la segunda campa?a de la Roma?a -domina el centro de Italia del Mediterr¨¢neo al Adri¨¢tico-, C¨¦sar se dispon¨ªa a conquistar la Toscana de los temibles M¨¦dicis, su sue?o adorado, pero la muerte de su padre el papa, el 18 de agosto de 1503, interrumpi¨® ese y otros proyectos.
Otra vez los enigmas, la novela de serie negra. A Alejandro VI ?lo mat¨® la peste, la malaria o fue envenenado por los propios Borgia? Tambi¨¦n C¨¦sar ha ca¨ªdo enfermo. Los dos, padre e hijo, han acudido al banquete, una t¨®rrida noche de agosto, ofrecido por el cardenal de Corneto, que se habr¨ªa adelantado a los acontecimientos: el papa y el hijo preparar¨ªan un atentado contra su vida. Pero C¨¦sar se encierra desnudo en las entra?as de una mula -otros dicen que de un toro-, se reboza en la sangre del animal y luego lo sumergen en agua helada. Mano de santo. ?Se puso C¨¦sar enfermo de verdad o fue una argucia para encubrir el parricidio? Antes de morir, Alejandro VI, el 214? sucesor del ap¨®stol Pedro, ped¨ªa m¨¢s tiempo: "Ya voy, ya voy. Espera todav¨ªa un poco".
El pueblo romano desfila ante el catafalco de Alejandro. El cad¨¢ver aparece putrefacto, horriblemente hinchado, lo que abonar¨ªa la teor¨ªa del envenenamiento. El embajador de Venecia certifica: "Es el m¨¢s horrible cuerpo de hombre que jam¨¢s se haya visto". Maquiavelo, citado por Jacques Robichon, escribe: "Se encarg¨® de la oraci¨®n f¨²nebre: 'El esp¨ªritu del glorioso Alejandro fue transportado entre el coro de almas bienaventuradas, teniendo a su lado, apretujadas, a sus tres fieles seguidoras, la Crueldad, la Simon¨ªa, la Lujuria". Para redimir tantos pecados, un Borgia bueno lleg¨® a la Iglesia, el jesuita Francisco de Borja. Nacido en Gand¨ªa en 1510, nieto de Juan Borgia y biznieto de Alejandro, fue canonizado en Roma en 1671.
A Alejandro VI ?lo mat¨® la peste, la malaria o fue envenenado por los propios Borgia??
El nuevo papa, Julio de la Rovere, Julio II, dej¨® caer a tierra la estrella de C¨¦sar Borgia. Le despoj¨® del t¨ªtulo de duque de Roma?a y capit¨¢n general de la Iglesia, y le encerr¨® en Ostia. En N¨¢poles fue detenido por Gonzalo de C¨®rdoba, el Gran Capit¨¢n, que lo vendi¨® por un plato de lentejas. Le envi¨® a Espa?a, desembarc¨® en el Grao de Valencia y fue hecho prisionero en el castillo de Chinchilla, en Albacete, y m¨¢s tarde en Medina del Campo, de donde se evadi¨® en 1506. Mientras, lleno de melancol¨ªa, contemplaba el vuelo de los halcones comprendi¨® que se hab¨ªa convertido en un pe¨®n de la partida que disputaban Castilla y Arag¨®n.
Despu¨¦s de una peripecia sin cuento por Castro-Urdiales, Bilbao y Durango, el proscrito en Italia y perseguido en Espa?a, el que hab¨ªa sido obispo de Pamplona, muri¨® como un valiente en una escaramuza en solitario contra 20 jinetes, rebeldes navarros de Beaumont, cerca de Viana. El rey de Navarra, Juan de Albret, descubri¨® el cad¨¢ver de su cu?ado, desnudo, mutilado y herido de muerte, en un barranco con 23 golpes de lanza. En la iglesia de Viana, el cuerpo del hombre que casi lleg¨® a reinar en Italia recibi¨® cristiana sepultura.
En 1937, en el curso de la Guerra Civil espa?ola, el alcalde de Pamplona mand¨® levantar un monumento en Viana en honor de C¨¦sar Borgia. Pero la victoria franquista puso en tela de juicio la reivindicaci¨®n que los republicanos hicieron del hijo del papa. El cuerpo de C¨¦sar volvi¨® en 1954 a su sitio natural en la iglesia de Viana.
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