La par¨¢bola del hijo pr¨®digo
La relaci¨®n entre catalanes y espa?oles evoca la de los v¨ªnculos fraternales
El clima emocional de la opini¨®n catalana parece estar agri¨¢ndose conforme pasa el tiempo. Mientras el proceso de consulta emprend¨ªa su andadura, muchos hablaban de una primavera catalana en alusi¨®n a la primavera ¨¢rabe. Pero cuando se acerca la hora de la verdad al final del tricentenario, y el proceso amenaza con encallar, se dir¨ªa que la primavera se est¨¢ mudando en oto?o hasta volver las ca?as lanzas.
As¨ª pude notarlo en mis propias carnes cuando mi ¨²ltima tribuna del fin de a?o en estas p¨¢ginas (¡°El misterioso caso catal¨¢n¡±, 31-12-13) mereci¨® un airado coro de agresivas respuestas por parte de grandes firmas en La Vanguardia. Y todas ellas me acusaban de haber confundido las cosas al relacionar el nacionalismo catal¨¢n con la familia troncal. No perder¨¦ tiempo en defenderme, pues el citado argumento no es m¨ªo sino del c¨¦lebre dem¨®grafo hist¨®rico Emmanuel Todd, disc¨ªpulo del gran Peter Laslett en la Escuela de Cambridge. Es el mismo argumento que despu¨¦s har¨ªa suyo un respetado historiador gerundense que hoy profesa en la ?H?SS de Par¨ªs, Jordi Canal, quien recurri¨® al modelo de familia troncal de Todd para explicar el carlismo catal¨¢n y vasconavarro, despu¨¦s transmutado en nacionalismo irredento. Y algo an¨¢logo ha hecho en estas p¨¢ginas otro economista catal¨¢n, C¨¦sar Molinas, cuando ha recurrido al concepto de casa pairal (tambi¨¦n vinculado a la familia troncal) para explicar el anacronismo nacionalista. Por mi parte no pretendo predicar relaciones de causa a efecto entre el derecho civil catal¨¢n y las reivindicaciones nacionalistas, pero s¨ª me parece plausible admitir alg¨²n tipo de afinidades electivas (ese concepto de Goethe que fue usado por Weber como suced¨¢neo de causalidad) entre ambas realidades hist¨®ricas, la una demogr¨¢fica y la otra cultural. Mea culpa.
Por lo dem¨¢s, no he sido el ¨²nico en recurrir a la met¨¢fora de las relaciones familiares para explicarme el gran ¨¦xito ret¨®rico que ha tenido el framing del derecho a decidir. Tres cuartas partes de los catalanes de todos los colores pol¨ªticos creen que les asiste el derecho a decidir unilateralmente su destino com¨²n frente al de los dem¨¢s espa?oles. Pero esa creencia s¨®lo se puede justificar mediante la met¨¢fora del derecho al divorcio, como ejemplo evidente de ruptura del contrato matrimonial libremente elegido por ambas partes. Ahora bien, ¨¦se es el ¨²nico v¨ªnculo familiar que se puede romper unilateralmente. Pues los dem¨¢s v¨ªnculos, el fraternal y el paternofilial, no se pueden decidir ni romper voluntariamente. No puedes divorciarte de tus padres, de tus hermanos ni de tus hijos porque tampoco has podido elegirlos libremente. En el parentesco consangu¨ªneo no puede regir el derecho a decidir, que s¨®lo es aplicable al parentesco af¨ªn o pol¨ªtico, y aun eso teniendo en cuenta los derechos colaterales pero prioritarios de los hijos. En conclusi¨®n, para tener derecho a decidir la ruptura de un compromiso adquirido es preciso que antes se haya tenido la libertad de elegirlo.
Es este el caso de Escocia, precisamente, que decidi¨® libremente ingresar en el Reino Unido en 1707 al firmar el Tratado de la Uni¨®n. Pero no es el caso de los catalanes, cuya relaci¨®n con los dem¨¢s espa?oles se parece mucho m¨¢s a los v¨ªnculos fraternales. Es la cl¨¢sica pelea entre hermanos que ri?en por el reparto del patrimonio familiar heredado de sus mayores. Y el hereu o primog¨¦nito catal¨¢n desea romper los compromisos hist¨®ricos que le vinculan al resto de hermanos, ya sean aragoneses, valencianos y baleares o castellanos. De ah¨ª el s¨ªndrome de familia troncal o casa pairal, que el hereu desea apropiarse para s¨ª excluyendo a sus hermanos del disfrute del patrimonio com¨²n. Y para expresarlo metaf¨®ricamente, nada mejor que la par¨¢bola evang¨¦lica del hijo pr¨®digo, aqu¨ª representado por los espa?oles subsidiados (extreme?os, andaluces, manchegos, murcianos¡) que se gastan alegremente los fondos de la caja com¨²n con gran indignaci¨®n del hermano mayor catal¨¢n, aut¨¦ntico sost¨¦n responsable del patrimonio familiar.
En el parentesco consangu¨ªneo no puede regir el derecho a decidir
Pero ?qu¨¦ sentido tiene entrar en la pelea por el reparto de la herencia entre hermanos, cuando la ruptura de los v¨ªnculos amenaza con devaluar y descapitalizar el com¨²n patrimonio familiar? Aqu¨ª es donde interviene el conflicto entre las pasiones pol¨ªticas y los intereses econ¨®micos, cuya compensaci¨®n mutua, de creer al gran Albert Hirschman, est¨¢ en el origen fundacional del capitalismo moderno (justo en la misma ¨¦poca y lugar en que se firm¨® el citado Tratado de la Uni¨®n). El inter¨¦s econ¨®mico tambi¨¦n es una pasi¨®n tan ego¨ªsta como las dem¨¢s, comparable al af¨¢n de poder, de fama o de gloria. Pero seg¨²n la idea de los ilustrados escoceses (como Hume o Adam Smith) la pasi¨®n econ¨®mica puede ser esgrimida para oponerse y contrabalancear a las dem¨¢s pasiones pol¨ªticas, en una suerte de divide et impera que permite controlarlas mediante la separaci¨®n y el equilibrio de poderes (checks and balances), actuando el inter¨¦s de auriga de Plat¨®n, director de orquesta o domador de leones. De este modo el inter¨¦s material puede desviar y reconducir los incontrolables apetitos emocionales para sublimarlos de acuerdo al inter¨¦s general. Con la ventaja a?adida de que, as¨ª como las pasiones son discontinuas, imprevisibles y destructivas, el inter¨¦s en cambio se caracteriza por su previsi¨®n y constancia acumulativas.
La moraleja es obvia. En lugar de dejarse llevar por las bajas pasiones fratricidas, que les conducen a aceptar la ruptura del patrimonio familiar (¡°prefiero la ruina antes que repartir la primogenitura con mis pr¨®digos hermanos espa?oles¡±), los responsables catalanes har¨ªan bien en tratar de sujetarlas para sublimarlas en beneficio del inter¨¦s com¨²n. As¨ª garantizar¨ªan la continuidad y la futura prosperidad de la casa pairal, que hoy amenazan con echar a perder jug¨¢ndosela a cara o cruz en la contingente consulta plebiscitaria. Pues los ciclos de protesta (Tarrow) como el catal¨¢n actual cursan con apasionada intensidad. Pero tras alcanzar su cl¨ªmax de apogeo empiezan a decaer, como suceder¨¢ con el inexorable declive que aguarda a la movilizaci¨®n secesionista. Entonces las pasiones ¨¦picas nos parecer¨¢n pat¨¦ticas, si es que no rid¨ªculas. Y para evitarlo convendr¨ªa sublimarlas poni¨¦ndolas al servicio de compromisos compartidos entre intereses rec¨ªprocos.
El problema, se dice, es que ya resulta demasiado tarde para pactar un acuerdo mutuamente beneficioso para todas las partes. Cuando se desatan las pasiones pol¨ªticas, ya no hay espacio para el inter¨¦s com¨²n. Pero eso s¨®lo parece cierto en las relaciones conyugales, cuando el matrimonio de inter¨¦s es destruido por la p¨¦rdida del amor. Ahora bien, nadie tiene derecho a echar por la borda el patrimonio familiar jug¨¢ndose una herencia de las generaciones previas que deber¨ªa legarse intacta a las sucesoras. Que los catalanes actuales quieran dejar de ser espa?oles no significa que tengan derecho a desheredar a sus descendientes. Por eso ser¨ªa mejor asumir el esp¨ªritu de la par¨¢bola del hijo pr¨®digo, que permite al agraviado primog¨¦nito superar su resentimiento si logra obtener un justo reconocimiento de su hermano menor (en la l¨ªnea del principio de ordinalidad que remite al orden de nacimiento entre hermanos). Para ello no sirve cualquier arreglo, pues resultar¨ªa una ofensa que los dem¨¢s espa?oles ofrecieran comprar la permanencia mercenaria de los catalanes con un pacto fiscal a la vasca como espurio soborno. Y en su lugar debemos pedirles que se queden con nosotros ofreci¨¦ndoles a cambio lo que sin duda m¨¢s merecen: nuestro sincero reconocimiento de su identidad singular como primus inter pares.
Enrique Gil Calvo es catedr¨¢tico de Sociolog¨ªa de la Universidad Complutense de Madrid.
No se puede echar por la borda el patrimonio familiar de los descendientes
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