El estallido
El arranque y las consecuencias de la primera tragedia del siglo XX Max Hastings es un prestigioso historiador y creador de dos libros sobre las guerras mundiales Es el autor de ¡®1914. El a?o de la cat¨¢strofe¡¯, publicado en Espa?a por la editorial Cr¨ªtica
Los grandes acontecimientos hist¨®ricos est¨¢n rodeados de mitos y leyendas. Sin embargo, muy pocos son comparables con aquel t¨®rrido verano de 1914 que burl¨® a la humanidad proporcionando el escenario que desencaden¨® la primera tragedia del siglo XX, llamada entonces la Gran Guerra. 2014 marca el centenario de un suceso que influy¨® profundamente en la historia de Europa.
En algunos pa¨ªses, pero sobre todo en Gran Breta?a, han surgido grandes debates sobre la forma en que deber¨ªa conmemorarse este evento. Actualmente hay mucha gente que piensa que las dos guerras mundiales pertenecen a ¨®rdenes morales distintos, es decir, que la guerra de 1939-1945 fue una guerra ¡°buena¡±, y la de 1914-1918, una guerra ¡°mala¡±. Y que el primer conflicto fue tan horrible que apenas importan las causas que motivaron la intervenci¨®n de los distintos bandos beligerantes.
Los brit¨¢nicos siempre han tenido una idea precisa ¨Cy excesivamente patri¨®tica¨C de lo que ocurri¨® en la II Guerra Mundial. Se enfrentaron solos ante el mal¨¦fico nazismo hasta 1941, y despu¨¦s, con la ayuda del Ej¨¦rcito Rojo y de Estados Unidos, derrotaron a Hitler. La lucha no fue tan sangrienta como la del conflicto anterior porque los aliados ten¨ªan mejores generales que entend¨ªan que sus soldados no deb¨ªan sacrificarse in¨²tilmente, como sucedi¨® en 1916. Los brit¨¢nicos a¨²n miran al pasado y ven en el periodo de 1939-1945 su mejor momento.
La mayor¨ªa de Europa consideraba la guerra un instrumento pol¨ªtico ¨²til
No obstante, tienen una vaga idea, y por tanto bastante confusa, de la I Guerra Mundial. Incluso entre personas cultas, aunque algunos sepan que un pez gordo de Ruritania con un bigote extravagante fue asesinado en Sarajevo, la mayor¨ªa desconoce c¨®mo estall¨® el conflicto en Europa. La creencia m¨¢s extendida, avalada por algunos historiadores y novelistas modernos, es que el conflicto fue sencillamente un terrible error en el que compartieron culpas todas las potencias europeas y una locura agravada por la incompetencia brutal de los mandos militares. Esto es lo que yo considero ¡°la guerra desde la perspectiva de los poetas¡±. En medio de la sangre y el barro sent¨ªan que no hab¨ªa ninguna causa que mereciera esa masacre. Mejor terminar de cualquier manera en vez de resistir buscando una victoria sin sentido.
Parece que algunos de los que ahora participan en los actos conmemorativos de 1914 est¨¢n queriendo limitar el debate sobre las causas que provocaron el conflicto. Entre otros motivos, para no despertar susceptibilidades entre los actuales socios de la Uni¨®n Europea y para que este tema no se convierta en 2014 en una mera apolog¨ªa del remordimiento y la disculpa. En 1998, el historiador sensacionalista brit¨¢nico Niall Ferguson sostuvo seriamente que si en la I Guerra Mundial Alemania hubiera vencido a Rusia y a Francia, se habr¨ªa creado medio siglo antes ¡°algo no muy diferente a la Uni¨®n Europea que conocemos hoy d¨ªa¡±, y que los brit¨¢nicos podr¨ªan haber permanecido como simples espectadores ricos sin derramar una sola gota de sangre.
Pero la mayor¨ªa de nosotros consideramos que eso es una estupidez. Los historiadores m¨¢s serios, incluyendo algunos de los mejores alemanes, consideran al Kaiserreich de 1914 una autocracia militarizada cuya victoria habr¨ªa sido un desastre. Yo sostengo que, a pesar del terrible coste en vidas humanas, la civilizaci¨®n occidental tiene que agradecer por muchas razones a los aliados su victoria tanto en 1918 como en 1945, aun cuando el resultado del primer enfrentamiento demostr¨® tener unas consecuencias dram¨¢ticas, ya que Alemania tuvo que luchar de nuevo, en esa ocasi¨®n con Hitler, una generaci¨®n m¨¢s tarde.
No entrar¨¦ en detalles sobre los acontecimientos del verano de 1914, pero s¨ª creo que es necesario resumir ciertos pormenores. El 28 de junio, el archiduque Francisco Fernando, heredero del Imperio Austroh¨²ngaro y miembro de la dinast¨ªa Habsburgo, fue asesinado por un joven terrorista serbobosnio. Los hombres de Estado del Imperio Austroh¨²ngaro no sintieron ninguna pena por la muerte de Francisco Fernando, ya que era un hombre que no gozaba de especial estima por parte de nadie. Pero encontraron en el atentado la justificaci¨®n ideal para ajustar cuentas con Serbia, un vecino habitualmente inc¨®modo cuyos l¨ªderes incitaban a sus propias minor¨ªas pol¨ªticas a la revoluci¨®n. Los oficiales del Ej¨¦rcito serbio le hab¨ªan facilitado el arma y tal vez tambi¨¦n hab¨ªan organizado el plan para cometer el asesinato aunque, en mi opini¨®n, es poco probable que el Gobierno de Belgrado estuviera involucrado.
Hay algo que resulta incomprensible para las generaciones actuales: la mayor¨ªa de las naciones europeas consideraban la guerra no como un horror que debe evitarse a toda costa, sino como un instrumento pol¨ªtico ¨²til. Son muchas y posibles las interpretaciones que se ofrecen sobre las causas que originaron el conflicto, pero la ¨²nica que me parece insostenible es que se produjera por accidente. Todos los Gobiernos piensan que hay que actuar racionalmente cuando se persigue el inter¨¦s nacional.
A principios de julio, Austria decidi¨® invadir Serbia y, por tanto, romper relaciones con ese pa¨ªs. Como todos sab¨ªan que Rusia consideraba a esta naci¨®n eslava la protegida del zar, Viena envi¨® una misi¨®n a Berl¨ªn para asegurarse de que Alemania la respaldar¨ªa en caso de que Rusia interviniera. El 6 de julio, el k¨¢iser Guillermo y su canciller entregaron a Austria lo que los historiadores llaman ¡°un cheque en blanco¡±, la promesa incondicional de la diplomacia alemana de proporcionar apoyo militar en caso necesario para aplastar a Serbia.
Fue una decisi¨®n imprudente. Algunos historiadores han presentado argumentos de peso para evitar echar la culpa a Alemania de lo que sucedi¨® despu¨¦s. Pero es imposible no tener en cuenta un hecho indiscutible: el Gobierno del k¨¢iser respald¨® la decisi¨®n de Austria de desencadenar una acci¨®n b¨¦lica en los Balcanes, adelant¨¢ndose as¨ª a cualquier movimiento de los aliados de la Entente. Algunos autores han seguido la teor¨ªa que present¨® Fritz Fischer en 1964, seg¨²n la cual el r¨¦gimen del k¨¢iser intent¨® desde el principio de la crisis precipitar un conflicto a nivel europeo. No comparto ese punto de vista. Yo pienso que en julio de 1914 Alemania quer¨ªa que su aliada Austria aplastara a Serbia sin que nadie m¨¢s interviniera. Pero aunque parezca sorprendente, los alemanes estaban dispuestos a aceptar el riesgo de que a continuaci¨®n estallara una conflagraci¨®n en toda Europa.
M¨¢s de un pol¨ªtico conservador y de un militar pensaban que un triunfo de Alemania fuera de sus fronteras podr¨ªa detener el avance socialista
Alemania, aunque ya no era un Estado absolutista a la manera de Rusia, conservaba el car¨¢cter de una autocracia militarizada en la que un emperador algo trastornado ve¨ªa con buenos ojos una postura intervencionista. Los generales de Guillermo II barajaban mientras tanto la hip¨®tesis de un enfrentamiento militar que ya hab¨ªa proporcionado a Prusia en la segunda mitad del siglo anterior tres grandes victorias sobre Dinamarca, Austria y Francia. Reconoc¨ªan adem¨¢s que la democracia amenazaba a su propio pa¨ªs. En el Parlamento alem¨¢n exist¨ªa en aquel momento una mayor¨ªa socialista que manifestaba vehementemente su ideolog¨ªa en contra de los militares y promet¨ªa que acabar¨ªa pronto con la autoridad trastornada del k¨¢iser. Pero m¨¢s de un pol¨ªtico conservador y de un militar pensaban que un triunfo de Alemania fuera de sus fronteras podr¨ªa detener el avance de la marea socialista.
Cometieron tambi¨¦n el error ¨Ct¨ªpico en aquella ¨¦poca¨C de subestimar el dominio que estaba consiguiendo su pa¨ªs sin hacer un solo disparo en ning¨²n campo de batalla, solamente gracias a su preponderancia industrial. De acuerdo con los datos de cualquier indicador econ¨®mico, el poder de Alemania estaba por delante del de Gran Breta?a, Francia y Rusia. Si Alemania no hubiera entrado en guerra en 1914, es dif¨ªcil saber c¨®mo habr¨ªa dominado Europa entre 1925 y 1930, pues ning¨²n rival habr¨ªa podido resistirse y habr¨ªa conseguido esa hegemon¨ªa solo por medios pac¨ªficos.
Pero el k¨¢iser y sus generales midieron sus fuerzas contando sus efectivos militares. Estaban obsesionados con el creciente poder¨ªo militar de Rusia. Seg¨²n sus c¨¢lculos, Rusia no conseguir¨ªa ninguna ventaja estrat¨¦gica y decisiva hasta 1916. ¡°La guerra, cuanto antes, mejor¡±, fue la frase que lanz¨® Moltke, jefe del Estado Mayor de Alemania, en una reuni¨®n secreta celebrada en diciembre de 1912 y presidida por el k¨¢iser.
En 1914, Alemania estaba segura de poder alcanzar una victoria sobre Rusia y su aliado Francia. Sin embargo, no tuvo en cuenta a Gran Breta?a, el tercer aliado de la Entente, porque ten¨ªa un ej¨¦rcito peque?o y porque ¡°los barcos de guerra no tienen ruedas¡±, tal y como manifest¨® astutamente el k¨¢iser.
Austria declar¨® la guerra a Serbia el 28 de julio y empez¨® bombardeando Belgrado. Los rusos se movilizaron tres d¨ªas despu¨¦s. As¨ª que el zar desplaz¨® su ej¨¦rcito antes de que lo hiciera el k¨¢iser. Existe un argumento formulado por algunos historiadores, que respeto y debe ser conocido, seg¨²n el cual Rusia deber¨ªa haber dejado a Austria que aplastara a Serbia en lugar de ampliar el conflicto. Pero personalmente rechazo la idea de que Serbia se mereciera ser destruida.
El 31 de julio, un extra?o triunfalismo sembr¨® los pasillos del poder en Berl¨ªn. El r¨¦gimen hab¨ªa conseguido su principal objetivo. Tras la iniciativa militar rusa, Alemania podr¨ªa parecer como una v¨ªctima ante su propio pueblo y ante el mundo. Una vez que el k¨¢iser firm¨® desde su palacio en Berl¨ªn la orden de movilizaci¨®n de Alemania, mand¨®, con su infalible mal gusto, que se sirviera champ¨¢n en sus apartamentos reales. Un general de Baviera que hab¨ªa visitado el Ministerio de la Guerra poco despu¨¦s de que llegara la noticia de la movilizaci¨®n rusa afirm¨®: ¡°Por todas partes se ven caras alegres. La gente camina por los pasillos agitando los brazos, felicit¨¢ndose unos a otros¡±.
Rusia hab¨ªa actuado de acuerdo con las esperanzas manifestadas por los mandos militares alemanes. Pero los generales del k¨¢iser expresaron simplemente su esperanza de que Francia, aliado de Rusia en la Entente, contemplara la posibilidad de no apoyarla. Guillermo consideraba a los franceses ¡°un pueblo afeminado, no de hombres como los anglosajones o los teutones¡±, lo que le influy¨® a decidirse a luchar contra ellos.
Los franceses sab¨ªan que el plan de guerra alem¨¢n era derrotar y aplastar r¨¢pidamente a su ej¨¦rcito antes de volver a Rusia. Como era de esperar, Berl¨ªn envi¨® un mensaje a Par¨ªs advirtiendo que no aceptar¨ªa su neutralidad a menos que Francia entregara sus armas en las fortalezas defensivas de Alemania como garant¨ªa. En lugar de ello, los franceses, inevitablemente, se movilizaron.
El K¨¢iser ve¨ªa a Francia "un pueblo afeminado" y decidi¨® luchar contra ellos
En cuanto a Gran Breta?a, incluso en un momento tan decisivo, la mayor parte del Gobierno y de la poblaci¨®n se opon¨ªan a un enfrentamiento b¨¦lico con Europa. Pero de repente todo cambi¨®. Alemania cometi¨® un error. Su plan de guerra consist¨ªa en entrar en Francia a trav¨¦s de B¨¦lgica, de cuya neutralidad era garante Gran Breta?a. El 1 de agosto, Berl¨ªn notific¨® formalmente a Londres su intenci¨®n de invadir. Bismarck y el Ej¨¦rcito prusiano ya hab¨ªan evitado actuar de ese modo precisamente porque tem¨ªan las consecuencias. Pero en 1914, Moltke, que estaba convencido de que Gran Breta?a se decidir¨ªa de todos modos a entrar en el conflicto, pens¨® que marchar a trav¨¦s de B¨¦lgica no cambiar¨ªa nada. No estaba equivocado. Aquella decisi¨®n provoc¨® que el Gobierno brit¨¢nico enviara un ultim¨¢tum a Alemania anunciando su deseo de combatir si no se retiraba de B¨¦lgica. Pero por supuesto que los alemanes no lo hicieron. Y el 4 de agosto, Gran Breta?a se convirti¨® en la ¨²ltima gran potencia europea en entrar en el conflicto.
Teniendo en cuenta lo que sucedi¨® en 1914 y que cada opini¨®n es muy respetable, vuelvo una vez m¨¢s a esta conclusi¨®n: aunque Alemania no quer¨ªa desencadenar una confrontaci¨®n de esas caracter¨ªsticas, hab¨ªa tomado la decisi¨®n de iniciarla en los Balcanes, provocando con ello todo lo que sucedi¨® despu¨¦s. En cualquier momento del mes de julio, Berl¨ªn pod¨ªa haber detenido el conflicto pidi¨¦ndole a Viena que retrocediera de Serbia. Ninguna naci¨®n se merece que toda la responsabilidad recaiga sobre ella, pero, de acuerdo con lo anterior, los alemanes parecen los m¨¢s culpables.
Lo que sucedi¨® durante los cuatro a?os siguientes fue tan terrible para la humanidad que algunas personas sugieren que un triunfo de Alemania habr¨ªa sido un mal menor. Yo no estoy de acuerdo. Es cierto que el k¨¢iser no ten¨ªa un gran plan para dominar el mundo, pero sus l¨ªderes r¨¢pidamente se dieron cuenta de las grandes recompensas que podr¨ªan obtener si se firmara un armisticio con los aliados. Sin embargo, el 9 de septiembre de 1914, cuando Berl¨ªn percibi¨® la victoria que se avecinaba, el canciller alem¨¢n hizo una lista de la compra con todo lo que pensaba adquirir: Francia entregar¨ªa a Alemania todos sus dep¨®sitos de minerales de hierro, la regi¨®n fronteriza de Belfort, la franja costera que va desde Dunkerque hasta Boulogne-sur-Mer, la vertiente occidental de la cordillera de los Vosgos. Adem¨¢s, tendr¨ªan que demoler las fortalezas estrat¨¦gicas y pagar grandes compensaciones en efectivo. Por otra parte, iban a anexionarse por completo Luxemburgo, B¨¦lgica y Holanda se convertir¨ªan en Estados vasallos, las fronteras de Rusia quedar¨ªan dr¨¢sticamente reducidas, crear¨ªan un vasto imperio colonial en el centro de ?frica y una uni¨®n econ¨®mica alemana que se extender¨ªa desde Escandinavia hasta Turqu¨ªa. Aunque otros gobernantes alemanes presentaron distintas demandas ¨Calgunas de ellas, incluso m¨¢s draconianas¨C, todos estaban convencidos de que no dejar¨ªan de luchar hasta asegurarse de que su naci¨®n tuviera la hegemon¨ªa de Europa.
El Kaiserreich hab¨ªa vencido a sus rivales continentales m¨¢s importantes. Sin embargo, parece fantasioso imaginar que sus dirigentes hubieran ofrecido un acuerdo generoso a la neutral Gran Breta?a, o su consentimiento para llegar a un statu quo mundial en el que continuaran imperando los intereses financieros y el poder naval brit¨¢nicos. Es muy probable que si Gran Breta?a hubiera intentado permanecer en 1914 como mero espectador de una guerra en el continente, se habr¨ªa visto de todos modos obligada a luchar contra una Alemania victoriosa algunos a?os m¨¢s tarde, pero en condiciones m¨¢s desfavorables.
Maquiavelo observ¨®: ¡°Las guerras comienzan cuando se desea, pero no terminan cuando se quiere¡±. ?Podr¨ªa alg¨²n Gobierno franc¨¦s o brit¨¢nico entre 1914 y 1918 haber ofrecido la paz a Alemania cuando esta insist¨ªa en hacer la guerra? Resulta dif¨ªcil saber si los hombres de Estado aliados, en su caso, se hubieran retirado una vez que comenz¨® el conflicto. Ha vencido la ¡°perspectiva de los poetas¡± ¨Clos valores de la alianza anglo-francesa dejaron de tener sentido cuando se conocieron los horrores de la guerra¨C, para tergiversar radicalmente las percepciones actuales. Pero ning¨²n poeta dise?¨® un plan diplom¨¢tico cre¨ªble que permitiera acabar con la pesadilla que intensamente describieron.
Casi todos los combatientes en su sano juicio retroced¨ªan ante las miserias del campo de batalla. Pero esto no quiere decir que pensaran que sus pa¨ªses tuvieran que regalar el triunfo a sus enemigos. George Orwell escribi¨® con gran perspicacia que la manera m¨¢s r¨¢pida de terminar una guerra es perderla.
En cada naci¨®n beligerante en agosto de 1914, algunos rom¨¢nticos y nacionalistas, casi todos ellos j¨®venes, mostraban su entusiasmo ante el gran drama que se estaba produciendo. Entre ellos, un ama de casa austriaca que escribi¨® en su diario: ¡°El hero¨ªsmo de esta ¨¦poca, el magn¨ªfico espect¨¢culo del mundo en llamas¡±. Pero la gran mayor¨ªa de los europeos presenciaban horrorizados tanta consternaci¨®n. En un pueblecito del departamento de Is¨¨re, en Francia, la tarde del 1 de agosto llegaron dos autom¨®viles militares a la plaza de la iglesia con una orden. El campanero llam¨® enseguida a la poblaci¨®n. El maestro del pueblo describi¨® as¨ª la situaci¨®n: ¡°Parec¨ªa como si de repente el viejo rebato feudal hubiera regresado para perseguirnos. Todos manten¨ªamos silencio. Algunos estaban sin aliento. Otros, enmudecidos por la sorpresa. Muchos a¨²n sujetaban las horquetas en sus manos. Las mujeres preguntaban: ¡®?Qu¨¦ quiere decir todo esto?¡¯ ¡®?Qu¨¦ nos va a pasar?¡¯. Las mujeres, los ni?os, los hombres, todos parec¨ªan angustiados y emocionados. Las mujeres se abrazaron a sus maridos. Los ni?os, al ver a sus madres llorar, las imitaron. La mayor¨ªa de los hombres se reunieron para discutir sobre qu¨¦ iba a pasar con la cosecha. Entonces, los j¨®venes, y los no tan j¨®venes, se subieron a los trenes y se alistaron en el ej¨¦rcito¡±.
Lo que sucedi¨® durante los cuatro a?os siguientes fue tan terrible para la humanidad que algunas personas sugieren que un triunfo de Alemania habr¨ªa sido un mal menor
Winston Churchill escribi¨® a?os m¨¢s tarde: ¡°Ninguna parte de la Gran Guerra se puede comparar, por su inter¨¦s, con el principio. El silencio comedido y guardado por las grandes fuerzas beligerantes, la incertidumbre sobre sus movimientos y posiciones, el gran n¨²mero de hechos desconocidos e incognoscibles convirtieron la primera colisi¨®n en un drama jam¨¢s superado. No hubo ning¨²n otro periodo de la guerra en el que la batalla general se librara a tan gran escala, en el que se produjera una gran carnicer¨ªa en menor tiempo, en el que hubiera tanto en juego. Adem¨¢s, al principio, nuestras capacidades de asombro, horror y entusiasmo a¨²n no se hab¨ªan cauterizado ni mitigado por los a?os de hornos en llamas¡±.
Cuando empez¨® la guerra, muchos brit¨¢nicos se sent¨ªan inseguros porque no sab¨ªan si estaban apoyando al bando correcto. Pero cuando llegaron las primeras noticias sobre la conducta de los alemanes en B¨¦lgica endurecieron sus posturas. Algunas de las historias que se escuchaban sobre miles de beb¨¦s mutilados eran pura propaganda. Sin embargo, los estudios acad¨¦micos m¨¢s modernos demuestran que los alemanes, adem¨¢s de incendiar Lovaina y muchas otras ciudades y pueblos, fusilaban a sangre fr¨ªa, tomaban rehenes o represalias por supuestos e imaginarios disparos de francotiradores y asesinaron a 6.427 civiles belgas y franceses inocentes de todas las edades y de ambos sexos. Si bien es un error comparar el r¨¦gimen del k¨¢iser con el de los nazis, su conducta en 1914 sugiere qu¨¦ habr¨ªa sido de la civilizaci¨®n europea si se hubiera producido su victoria.
Con respecto al modo en que se libraron las batallas, casi todos los investigadores modernos coinciden en que es una fantas¨ªa imaginar que fue f¨¢cil alcanzar la victoria. En todas las batallas entre las grandes naciones industriales del siglo XX se han producido numerosas muertes antes del triunfo de uno u otro bando.
En t¨¦rminos militares, lo que distingui¨® a la II Guerra Mundial de la primera no fue que los aliados tuvieran en el segundo conflicto mejores jefes militares o m¨¢s humanos, sino que entre 1941 y 1945 los rusos aceptaron que era necesario un sacrificio de 27 millones de muertos para vencer a los nazis, convirti¨¦ndose, por tanto, en los grandes responsables de la derrota del Ej¨¦rcito alem¨¢n. Gran Breta?a y Estados Unidos solo pagaron con su sangre una peque?a parte del precio de la victoria.
En cambio, aunque Serbia perdi¨® un mill¨®n de vidas, y Rusia, por lo menos el doble, los brit¨¢nicos y los franceses pagaron entre 1914 y 1918 un tributo mayor. Durante las primeras semanas de la guerra se libraron batallas totalmente diferentes a las que vinieron despu¨¦s, m¨¢s parecidas de hecho a los enfrentamientos de la ¨¦poca de Napole¨®n, aunque mucho m¨¢s costosas en vidas. En agosto de 1914, Francia sufri¨® m¨¢s de 250.000 bajas. El d¨ªa que m¨¢s ca¨ªdos se produjeron desde que estall¨® el conflicto fue el 22 de agosto, con 27.000 franceses muertos.
Mucha gente asocia el conflicto con barro, trincheras, alambradas y cascos. Sin embargo, las primeras batallas no ten¨ªan remotamente ning¨²n parecido con eso. En los ¨²ltimos d¨ªas del verano de 1914, el Ej¨¦rcito de Francia avanzaba hacia la batalla entre un paisaje buc¨®lico, con sus pantalones rojos y sus abrigos azules, capitaneados por bandas de m¨²sica interpretando marchas militares, banderas al viento y oficiales montados a caballo agitando sus espadas con sus manos enfundadas en guantes blancos.
El 22 de agosto de 1914, en una ma?ana de niebla espesa, las columnas francesas se desplegaban hacia el norte atravesando el pueblo de Virton, justo al lado de B¨¦lgica. La caballer¨ªa, que iba por delante, se acerc¨® a una granja en la cima de una colina empinada encontr¨¢ndose de frente con el fuego enemigo. Fue un d¨ªa de caos y sangre. Los alemanes empezaron a avanzar siguiendo las ¨®rdenes de sus oficiales de cantar canciones nacionales para reconocerse unos a otros entre la oscuridad. Sus oponentes atacaron igualmente cantando La Marsellesa.
Result¨® ser la ¨²ltima melod¨ªa que algunos de ellos cantar¨ªan. De repente, la niebla desapareci¨® por completo. La infanter¨ªa, la caballer¨ªa y los batallones de artiller¨ªa franceses se encontraron en la cima de la colina a la vista de los artilleros alemanes. Se produjo una masacre. La infanter¨ªa francesa intent¨® reiniciar su avance colina arriba. El reglamento franc¨¦s de servicio de campa?a calcul¨® que los atacantes pod¨ªan correr cincuenta metros en veinte segundos, por lo que no pod¨ªan recargar sus armas.
Pero estaban equivocados. Desde Virton, un superviviente relataba con amargura: ¡°Los que escribieron aquel reglamento se hab¨ªan olvidado de algo tan sencillo como las ametralladoras. Pod¨ªamos escuchar con claridad el ruido de un par de aquellas segadoras. Cada vez que nuestros hombres se levantaban para avanzar, la l¨ªnea de separaci¨®n era m¨¢s estrecha. Al final, nuestro capit¨¢n dio la orden: ¡®?Fijen sus bayonetas y carguen!¡±.
¡°Ya era mediod¨ªa y hac¨ªa un calor endemoniado. Nuestros hombres, con todo su equipo, comenzaron a correr sobre la colina cubierta de hierba, batiendo los tambores y haciendo sonar las cornetas que anunciaban el ataque. Todos fuimos abatidos. Me golpearon y me qued¨¦ all¨ª hasta que alguien me recogi¨® m¨¢s tarde¡±. Aquella noche, el superviviente, a¨²n aturdido por esa experiencia, se qued¨® inm¨®vil murmurando una y otra vez: ¡°?Me han destrozado! ?Oh, me han destrozado!¡±.
As¨ª pues, aquel 22 de agosto fallecieron 27.000 j¨®venes franceses en doce batallas a lo largo de la frontera de Francia, sin ganar ni un solo metro de terreno. El general franc¨¦s que dirigi¨® la ofensiva en las Ardenas escribi¨® al general Joffre, jefe del Estado Mayor: ¡°Los resultados han sido, en general, poco satisfactorios¡±.
En las primeras batallas no hubo barro, ni trincheras, ni alambradas
A finales de agosto, los franceses y los brit¨¢nicos retroced¨ªan hacia el Sur, en direcci¨®n a Par¨ªs, cruzando Francia bajo un sol abrasador y tormentas ocasionales, ante los aparentemente invencibles soldados alemanes. Todo parec¨ªa indicar que Alemania estaba a punto de conseguir un triunfo absoluto. No fue f¨¢cil para las fuerzas aliadas mantenerse unidos en medio de una retirada que amenazaba con convertirse en una derrota. Los casos de soldados rezagados y los desertores llegaron a ser un gran problema. Tanto los brit¨¢nicos como los franceses recurrieron a dr¨¢sticas sanciones contra aquellos que decidieron que no quer¨ªan continuar. Uno de ellos fue el soldado Thomas Highgate, del Regimiento Royal West Kent. En la tarde del 6 de septiembre, un guardabosques ingl¨¦s encontr¨® a Highgate en un cobertizo de una finca de los Rothschild al sur de Par¨ªs.
El soldado hab¨ªa decidido que la batalla del Marne ¨Cla gran contraofensiva francesa que hizo retroceder a los alemanes que ya estaban a las puertas de Par¨ªs y cambiar¨ªa el curso de la historia¨C no era para ¨¦l. Pero llevaba puesta ropa que hab¨ªa robado a un civil, y eso le conden¨®. Highgate fue ejecutado por un pelot¨®n de fusilamiento el 8 de septiembre ante la mirada de dos compa?¨ªas de soldados compa?eros, siguiendo las ¨®rdenes del comandante del cuerpo, que quer¨ªa que la ejecuci¨®n tuviera ¡°el m¨¢ximo efecto disuasorio¡±. Las ¨®rdenes dadas al capit¨¢n especificaban que Highgate fuera fusilado en p¨²blico, y as¨ª es como se hizo.
Quiero concluir mi relato sobre la I Guerra Mundial con la historia de la primera batalla de Ypres, que se desarroll¨® en octubre y noviembre de 1914. En el noroeste de B¨¦lgica, las tropas brit¨¢nicas, francesas y belgas mantuvieron una l¨ªnea defensiva contra la aparentemente interminable ofensiva alemana. La victoria de los aliados en Ypres frustr¨® el ¨²ltimo intento de los alemanes de lograr un avance para ganar la guerra en el frente occidental. Sin embargo, se cobr¨® tal coste de vidas, sufrimiento y sacrificio, que los aliados no estaban dispuestos a celebrar nada.
Ypres fue la primera batalla de la guerra donde de verdad se combati¨® de trinchera en trinchera, entre el barro y la sangre, a menudo con el agua hasta la cintura. A aquellos que participaron en ella les resultaba imposible imaginar que un combate de ese estilo pudiera continuar durante muchas semanas m¨¢s, y mucho menos durante cuatro a?os.
Hoy d¨ªa solemos contemplar sin aprecio las palabras ¡°Descanse en paz¡± que aparecen grabadas en la gran mayor¨ªa de las l¨¢pidas. Sin embargo, para muchos de los que lucharon en Ypres, y en las dem¨¢s sangrientas batallas que le siguieron, esas palabras tienen un significado real y profundo. Un oficial brit¨¢nico escribi¨® sobre un camarada que hab¨ªa fallecido en noviembre la siguiente nota: ¡°Cuando recuerdo lo agotado que se sent¨ªa el pobre Bernard, ahora pienso que est¨¢ descansando en paz, lejos de toda esta miseria y del ruido, y aunque para su mujer debe de ser horrible, pobrecilla, para ¨¦l no es tan malo. Ella debe consolarse sabiendo que ¨¦l por fin puede descansar¡±. Frases como estas fueron muy importantes para millones de hombres que sufrieron el horror de la guerra.
Me gustar¨ªa finalizar del mismo modo que he empezado, recalcando la idea de que aunque la I Guerra Mundial fue una desgracia para Europa y para todos los combatientes, es un error pensar que solo fue una masacre in¨²til. Mucha gente ha criticado la supuesta injusticia que se cometi¨® en el Tratado de Versalles obligando a los alemanes a aceptar su derrota.
No cabe duda de que el acuerdo ten¨ªa pro??fundos fallos, pero resultaba extraordinariamente dif¨ªcil rehacer Europa despu¨¦s del conflicto y de la ca¨ªda de tres imperios. Los vencedores de la II Guerra Mundial tambi¨¦n encontraron en este asunto algo irresoluble. No obstante, los cr¨ªticos con el Tratado de Versalles no imaginan el tipo de paz que habr¨ªa pactado Alemania en caso de que hubiera resultado vencedora, como de hecho hizo con Rusia imponiendo sus condiciones en el Tratado de Brest-Litovsk en marzo de 1918. Tal vez resulta cuando menos sorprendente y tremendamente exagerado comparar la victoria de Europa y EE UU en la II Guerra Mundial con la repulsa general hacia el primer conflicto mundial.
Ninguna persona en su sano juicio puede sugerir que 2014 sea la ocasi¨®n para celebrar el conflicto ni tampoco la victoria de los aliados. Pero me gustar¨ªa que los pol¨ªticos y los medios de comunicaci¨®n dejaran a un lado los ¡°in¨²tiles¡± y repetidos prejuicios, y reconocieran que tanto Francia como Gran Breta?a interpretaron en la Gran Guerra el papel que les correspond¨ªa. La Alemania del k¨¢iser, sus ministros y militares representaban una fuerza malvada a la que hab¨ªa que impedir que dominara Europa. Los muertos de todas las guerras son motivo de lamento. Pero el ¨²nico consuelo al gran sacrificio que hicieron los aliados era saber que las fuerzas tiranas hab¨ªan sido derrotadas P
Traducci¨®n de Virginia Solans.
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