Historia de muchas mujeres y un caf¨¦
Un proyecto de cooperaci¨®n y comercio justo en el norte de Nicaragua ha conseguido empoderar a las mujeres para que sean due?as de la tierra que cultivan
Eva Pineda habla con pasi¨®n y sin disimulo de lo que ha convertido en su profesi¨®n: despertar las conciencias de los/las nicarag¨¹enses por igual para conseguir un mundo m¨¢s equitativo. La mujer, afirma, tiene derecho a estudiar, a ganarse un sustento, a salir de casa. Y el hombre tiene derecho a llorar, a ser tierno, a expresar sus emociones. Durante a?os ayud¨® a hombres y a mujeres de varias comunidades rurales del pa¨ªs a distinguir lo natural de lo cultural, a atreverse a ser diferentes y, como consecuencia de todo ello, a ser m¨¢s felices. Ella cuenta de s¨ª misma: ¡°No soy una especialista en g¨¦nero. Solo aporto lo que puedo por una causa que considero justa¡±. A finales del 2011 lanz¨® el Caf¨¦ Tierra Madre. Y esta es la historia de por qu¨¦ se cre¨®.
La cocinera y el mozo
En la Nicaragua rural no es lo mismo ser hombre que mujer. Cuando una partera atiende a una embarazada le cobra m¨¢s barato si nace ni?a que si es ni?o. Si es una ni?a a la madre le dicen que ¡°le naci¨® una cocinera¡±, y si es ni?o, ¡°un mozo, un jornalero del campo¡±. La brecha entre unos y otras va creciendo con los a?os. ¡°Ninguno de los juguetes que se regala a un ni?o le ayuda a construirse como sujeto en la casa¡±, denuncia Pineda. Y los enumera: pelota, bicicleta, caballo, bate de b¨¦isbol¡ ¡°Y en cambio para la ni?a todo le invita a quedarse dentro: la mu?eca, la cocinita, la escoba, porque va a tener que limpiar mucho toda su vida¡±.
Muchas veces la mujer no tiene permiso para hablar y si habla no cree que vaya a decir nada importante. De ni?a dejar¨¢ de ir a la escuela si le queda lejos, por el miedo de la familia a que la ¡°embaracen¡±. Y ya casada no ir¨¢ al centro de salud si su marido no le da permiso. A los 14 o 15 a?os empieza a tener hijos, y suelen ser muchos, as¨ª que cuando cumple 35 parece mucho mayor. Sufre osteoporosis desde joven porque durante los embarazos no se le administra complemento de calcio. ¡°Ahora estamos consiguiendo que algunas mujeres se revaloricen a ellas mismas y, por ejemplo, vayan al dentista a reponerse las piezas dentales que les faltan. Cada embarazo les supone un diente menos o dos¡±, explica Pineda.
?Para la mujer o contra la mujer?
Eva Pineda trabaj¨® durante tres a?os como t¨¦cnica de g¨¦nero de Aldea Global, una cooperativa agr¨ªcola del norte de Nicaragua, que en su origen (1992) contaba solo con 22 socios, todos hombres. Hoy son ya 1.500 las personas asociadas ¨Cde las cuales 400, mujeres¨C que producen caf¨¦ y otros productos agr¨ªcolas. En el 2007 Aldea Global se plante¨® revisar su trabajo de g¨¦nero. Y se concluy¨® que aunque hab¨ªa acciones dirigidas a las mujeres no se estaba haciendo nada realmente en pro de la equidad de g¨¦nero. Se hab¨ªan creado huertos familiares alrededor de la casa para que los gestionaran las mujeres. Y se les hab¨ªa entregado adem¨¢s conejos y gallinas. Ellas estaban encantadas con este proyecto porque les ayudaba a mejorar la alimentaci¨®n de la familia. Ni eran conscientes de que todo esto significaba para ellas trabajar m¨¢s horas: hab¨ªa que acarrear el agua para regar; hab¨ªa que dar de comer a los conejos; hab¨ªa que limpiar el corral de las gallinas. De hecho, la cooperativa estaba atendiendo necesidades b¨¢sicas pero no estrat¨¦gicas. Entonces Aldea Global decidi¨® reorientar su trabajo con las mujeres para reducir las desigualdades.
?Qui¨¦n es el/la cabeza de familia?
Cuando a una mujer se le pregunta qui¨¦n es el propietario de la casa, de la tierra, de la cosecha, a todo ella responde que es el hombre. Y cuando se le pregunta qui¨¦n dirige la familia, ella contesta que el hombre, claro, incluso cuando el supuesto cabeza de familia viva en el extranjero desde hace a?os. Pineda explica que ¡°para muchas mujeres, ellas solo son due?as del trabajo dom¨¦stico y de los hijos, y nada de esto genera ingresos¡±.
La cooperativa decidi¨® invitar a sus socios y socias a una reflexi¨®n sobre por qu¨¦ somos como somos con el objetivo de que las mujeres dejaran de pensar que todo lo que hacen es natural. Y para que los hombres empezaran a pensar que ellos tambi¨¦n pod¨ªan asumir tareas dom¨¦sticas. Y es que est¨¢ muy mal visto que un hombre ande trasteando en la cocina. Es muy popular en Nicaragua el refr¨¢n: ¡°Un hombre en la cocina huele a caca de gallina¡±. Reivindicar derechos para las mujeres despert¨® el recelo entre los hombres. Para muchos de ellos ejercer sus derechos significaba tener derecho a fumar, a beber, a maltratar a las mujeres. Y tem¨ªan que si ellas reclamaban los suyos har¨ªan otro tanto: se ir¨ªan a la cantina a tomar alcohol, los enga?ar¨ªan con otros, los maltratar¨ªan. Un asistente al taller verbaliz¨® su miedo con una met¨¢fora: ¡°Los hombres somos la cabeza pero a veces las mujeres quieren ser el sombrero¡±.
El reloj marca la hora para todos
M¨¢s adelante organizaron un taller donde dibujaron un enorme reloj sobre una cartulina. Pidieron a los socios y las socias que se?alaran a qu¨¦ hora empezaban a trabajar y a qu¨¦ hora acababan. Qued¨® claro que los hombres trabajan entre 8 y 10 horas diarias, de lunes a viernes o de lunes a s¨¢bado, mientras que las mujeres trabajan unas 12 o 13 horas diarias, de domingo a domingo. En la ¨¦poca de recolecci¨®n del caf¨¦, de octubre a marzo, la jornada de la mujer llega a las 15 o 16 horas diarias. Ella no va al campo pero debe ocuparse de toda la log¨ªstica: las comidas de los jornaleros contratados, la casa, los ni?os, el huerto. Tanto los socios como las socias se sorprendieron al mirar sus relojes pues ni los unos ni las otras eran conscientes de la gran carga de trabajo que soportan las mujeres. De hecho cuando se pregunta a muchas mujeres si trabajan responden que no, que el que trabaja es el marido, porque es ¨¦l quien va al campo.
Gracias a las charlas y los talleres, poco a poco, las mujeres fueron revaloriz¨¢ndose a s¨ª mismas. Se dieron cuenta de que ellas tambi¨¦n pod¨ªan, por ejemplo, participar en el cabildo (ayuntamiento) de su aldea, que no ten¨ªa por qu¨¦ ser siempre el hombre quien asumiera este rol. Los hombres en su d¨ªa hab¨ªan pedido a su municipio un campo de b¨¦isbol donde poder divertirse el d¨ªa de descanso. Cuando las mujeres se presentaron ante la autoridad municipal pidieron, en cambio, que hicieran llegar el agua potable a la aldea para evitarse el tener que ir a buscarla.
La mujer sin tierra pero con trabajo
Para Aldea Global qued¨® claro que hab¨ªa que ayudar a las mujeres a avanzar en su proceso de autoafirmaci¨®n y ello pasaba por conseguir que fueran due?as de la tierra que trabajaban. En los a?os 70 la tierra en Nicaragua era propiedad de Somoza, el dictador, y de unas pocas familias. En los 80 el triunfo de la Revoluci¨®n supuso la democratizaci¨®n del acceso a la tierra en todo el pa¨ªs. La Reforma Agraria que sigui¨® dividi¨® el pa¨ªs en lotes de tierra que se entregaron a diferentes cooperativas, compuesta cada una por unos 100 o 120 hombres. ¡°La Reforma Agraria nunca dio tierra a las mujeres. Si hoy hay alguna mujer due?a de la tierra es porque enviud¨® cuando el marido se fue a la guerra. Legalmente la tierra est¨¢ a¨²n a nombre de la cooperativa pero son ellas quienes trabajan su peque?a parcela¡±, se lamenta Pineda. La contrarevoluci¨®n aboli¨® la Reforma agraria y hoy en d¨ªa cualquiera podr¨ªa venir y registrar la tierra a su nombre sin que nadie pudiera impedirlo.
Due?as de sus tierras, due?as de sus vidas
En 2011 Aldea Global lanz¨® junto con Oxfam Interm¨®n el caf¨¦ Tierra Madre, que est¨¢ producido por mujeres propietarias de su tierra bajo los criterios del comercio justo. Este caf¨¦ de comercio es innovador porque incluye un ¨¢ngulo de g¨¦nero. Parte de los beneficios se reinvierten en un fondo com¨²n de la cooperativa para ayudar a las mujeres a titularizar su tierra, la que trabajan porque ya era de sus padres o de sus maridos pero que desde un punto de vista legal no pueden reclamar como suya. Como comprobante de la propiedad algunas tienen solo un papel manuscrito que su padre o madre entreg¨® en su d¨ªa a un buen vecino y donde dice que le deja ¡°tantas manzanas de tierra¡±. El dinero de la llamada ¡°prima de g¨¦nero¡± servir¨¢ para pagar los tr¨¢mites del registro legal. Hasta la fecha cuatro mujeres han podido ya titularizar sus tierras gracias a la venta del caf¨¦. Pineda se?ala la importancia de los talleres. ¡°Si no hubi¨¦ramos hecho todo este proceso de empoderamiento, las mujeres habr¨ªan entregado el dinero tal como lo recib¨ªan directo a sus maridos. Ahora saben que ellas pueden ser due?as de sus tierras y de sus vidas¡±.
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