Viejos, ciegos, ignorantes miedos
El rechazo social al mal llamado ¡®loco¡¯ es tan fuerte que esas personas nos resultan invisibles
La mayor¨ªa de las personas que se consideran a s¨ª mismas ¡°normales¡± suelen experimentar hacia las enfermedades mentales un espanto sin duda ignorante, porque en realidad no saben nada o casi nada del tema. Pero al mismo tiempo, y pese a ese miedo ciego, tambi¨¦n suelen sentir una extra?a fascinaci¨®n por las dolencias ps¨ªquicas. V¨¦ase, por ejemplo, la morbosa curiosidad con que se ha seguido el caso de Lorena, la higienista dental que apu?al¨® a la esposa y la hija del periodista deportivo Paco Gonz¨¢lez, de quien estaba obsesivamente enamorada.
La figura de la se?ora que se prenda de un hombre de un modo tan patol¨®gico que puede llegar hasta el asesinato es uno de los estereotipos femeninos habituales dentro de los modelos convencionales de mujer. La famosa pel¨ªcula Atracci¨®n fatal comerci¨® con ese prototipo hace casi treinta a?os; y a¨²n antes, en 1971, Clint Eastwood ya habl¨® de lo mismo en la estupenda Escalofr¨ªo en la noche, uno de los primeros trabajos que hizo como director. Tambi¨¦n Juan Manuel de Prada sac¨® una novela hace una d¨¦cada, La vida invisible, que tocaba el tema; yo conozco actualmente, en la vida real, a un par de hombres que sufren o han sufrido este acoso; y as¨ª, a bote pronto, entre los personajes hist¨®ricos recuerdo por lo menos a Unamuno, que sufri¨® una larga persecuci¨®n, por fortuna s¨®lo epistolar, de una poeta argentina llamada Delfina Molina. Lo cuenta Mar¨ªa de las Nieves Pinillos en un interesant¨ªsimo trabajo biogr¨¢fico sobre Delfina. La poeta, que adem¨¢s era catedr¨¢tica de F¨ªsica y Qu¨ªmica y hab¨ªa publicado varios libros, empez¨® a escribir a Unamuno, a quien no conoc¨ªa, en 1907. ?l ten¨ªa 43 a?os; ella 28 y era una mujer casada y con tres hijos. En 1914, Unamuno dej¨® de contestar sus cartas, a ra¨ªz de que ella le declarara su amor de forma fren¨¦tica. Pero aun as¨ª, a ciegas, sin respuesta, lanzando sus trastornadas pero hermosas palabras al vac¨ªo, Delfina le sigui¨® escribiendo durante 22 a?os m¨¢s, hasta que Unamuno muri¨®. Fueron en total 160 cartas, pat¨¦ticos textos de amoroso delirio.
Estaba pensando en todo esto el otro d¨ªa, a ra¨ªz del caso de Lorena, y empec¨¦ a preguntarme qu¨¦ circunstancias nos llevar¨ªan a las mujeres a engancharnos sentimentalmente de ese modo y por qu¨¦ esa patolog¨ªa obsesiva parec¨ªa ser sobre todo femenina, cuando, de repente, se me ilumin¨® la cabeza y comprend¨ª que eso no era cierto; y que bastantes de los casos de la denominada violencia de g¨¦nero eran exactamente as¨ª, novios o amigos despechados que se cuelgan obsesivamente de mujeres que han intentado acabar con ellos o que no quieren responder a sus requerimientos. Pero este mundo sigue siendo tan sexista todav¨ªa que, cuando los atacantes son los hombres, esos casos parecen formar parte de cierta ¡°normalidad¡±. Esto es, de una normalidad violenta, criminal, brutal, perseguible y execrable, por supuesto; pero normalidad al fin. Es decir, est¨¢n dentro del paisaje de la vida. Mientras que en el caso de las mujeres se resalta mucho m¨¢s su anomal¨ªa. Se crea un arquetipo. Se hacen pel¨ªculas. Y es tan poderosa y tan insidiosa esa realidad orientada hacia lo masculino en que todos vivimos (es decir: lo normal son los valores del hombre, lo femenino es siempre la excepci¨®n) que tambi¨¦n las mujeres, como yo misma, podemos caer en esa visi¨®n sesgada de la existencia.
Pero hay otra reflexi¨®n que se me vino a la mente con el caso de Lorena, algo en lo que siempre pienso cada vez que los peri¨®dicos airean, con esa fascinaci¨®n morbosa a la que antes me refer¨ªa, alg¨²n suceso de violencia protagonizado por una persona que sufre un trastorno ps¨ªquico: qu¨¦ pena que solamente hablemos de las dolencias mentales cuando ocurre algo as¨ª; qu¨¦ pena que fomentemos una vez m¨¢s el miedo, el rechazo y el desconocimiento. Se calcula que en Espa?a hay en torno a un mill¨®n trescientas mil personas con trastornos ps¨ªquicos, y les aseguro que el porcentaje de actos de violencia de la poblaci¨®n enferma es inferior al de la poblaci¨®n supuestamente normal. Pero el rechazo social al mal llamado loco es tan fuerte que ese mill¨®n y pico de personas, que son muchas, much¨ªsimas, nos resultan invisibles. Porque se las excluye y se las encierra. O porque ellos mismos se ocultan, por miedo a la agresividad del miedo de los dem¨¢s. ¡°Yo me hago unos l¨ªos tremendos cuando tengo que justificar cosas raras que se deben a mi enfermedad y nunca s¨¦ si decir que tengo un trastorno bipolar o no¡±, me escribe una amiga aquejada de esta enfermedad: ¡°Nadie lo dice y todo el mundo me aconseja que me calle. Y no me quiero ni imaginar c¨®mo lo llevar¨¢n los esquizofr¨¦nicos¡±. Qu¨¦ pena que casos como el de Lorena vuelvan a avivar los viejos, ciegos, ignorantes recelos.
www.facebook.com/escritorarosamontero, www.rosa-montero.com @BrunaHusky
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