La piadosa malevolencia
Es la conciencia de las mujeres la que debe bregar con su decisi¨®n, no el Estado mediante leyes crueles
A ra¨ªz de mi columna de hace tres semanas, en la que recordaba el prop¨®sito que se hizo mi padre en la infancia de no mentir, y luego hablaba de la irrefrenable tendencia del Partido Popular a faltar a la verdad, un cargo gubernamental me env¨ªa una amable carta junto con el librito de un sacerdote que recoge las opiniones del cient¨ªfico Lejeune y de Juli¨¢n Mar¨ªas acerca del aborto. En esa columna yo me hac¨ªa eco de declaraciones de dirigentes del PP (glosadas por Carlos E. Cu¨¦) seg¨²n las cuales podr¨ªa haber una estrategia electoral en el Proyecto de Ley que ha preparado Rajoy (dej¨¦monos de historias: ning¨²n ministro hace nada sin su mandato o apoyo) para endurecer la hasta hoy vigente relativa a esa cuesti¨®n.
No era el caso ni el tono de la misiva de ese cargo, vaya por delante; sin embargo, involuntariamente, participaba de una de las actitudes que m¨¢s me irritan y m¨¢s ruines me parecen y que a menudo he padecido como ¡°argumento¡± contra mis escritos. En ella han incurrido tanto amistades de mi familia como lectores desconocidos (curas, frecuentemente) como alg¨²n que otro articu??lista. En esencia consiste en ¡°echarme en cara¡± lo que opinaba mi padre sobre tal o cual asunto, intentando lo que hoy llaman muchos ¡°chantaje emocional¡±. A veces los que tiran de semejante recurso no se andan por las ramas: ¡°?Qu¨¦ habr¨ªa pensado tu padre de lo que has escrito? Vaya disgusto le habr¨ªas dado¡±. Otros son poco m¨¢s sutiles: ¡°Al hablar as¨ª de la jerarqu¨ªa eclesi¨¢stica, denigras la fe de tus padres¡±. En fin, gajes de haber tenido un progenitor-figura p¨²blica. Pero dicho ¡°argumento¡± no s¨®lo lo encuentro de gran bajeza moral, muy grave en los sacerdotes, sino extremadamente pueril.
Como es sabido, me llevaba bien con mi padre en conjunto. Lo quer¨ªa mucho y lo admiraba en bastantes aspectos. Pero tambi¨¦n est¨¢bamos en desacuerdo en numerosas cuestiones, y yo no se lo ocultaba. Discutimos respetuosa y civilizadamente infinidad de veces. Sol¨ªa leer mis art¨ªculos y yo los suyos, sab¨ªamos lo que cada uno opinaba. De ah¨ª la puerilidad y la mala fe de ese ¡°argumento¡±. Quienes lo emplean implican que yo me habr¨ªa callado muchas cosas hasta despu¨¦s de su muerte en 2005; que habr¨ªa sido deshonesto con ¨¦l para no disgustarlo o decepcionarlo, o a¨²n peor, para ¡°protegerme¡± de su desaprobaci¨®n. Ah¨ª est¨¢n las hemerotecas para desmentir tal asunci¨®n. Quienes recurren a eso me merecen el mayor desprecio, por mezquinos, mendaces y sin escr¨²pulos. Insisto en que no era ese el tono de la carta del cargo gubernamental.
Estoy al cabo de la calle de lo que pensaba mi padre sobre el aborto. ?l era cat¨®lico practicante, y adem¨¢s hab¨ªa nacido en 1914 (este a?o habr¨ªa cumplido un siglo de edad). En sus ¨²ltimos tiempos su catolicismo fue a m¨¢s, y tambi¨¦n su ¡°conservadurismo¡±. Son esos tiempos los que interesan a los curas y a los pol¨ªticos que se est¨¢n ¡°apropiando¡± de su figura; como si el resto de su larga trayectoria no contara o hubiera sido borrada. Durante d¨¦cadas padeci¨® la hostilidad de esa Iglesia a la que, pese a todo, pertenec¨ªa; no digamos la de los pol¨ªticos franquistas (a los que tanto se parecen e imitan los que lo ¡°reivindican¡± ahora), que le hicieron la vida imposible. Bien, para ¨¦l el aborto era una monstruosidad y un horror. Para m¨ª era y es, asimismo, un horror, y me alegro infinito de no haberme visto involucrado nunca en ello. La ¨²nica vez que me vinieron con una falsa alarma, la mujer, una estadounidense, habl¨® de tener el hipot¨¦tico ni?o y darlo en adopci¨®n. Le anunci¨¦ en seguida que me lo quedar¨ªa yo, aunque me llegara con una gorra de baseball ya encasquetada desde su nacimiento, y un chicle en el paladar.
Para las mujeres que optan por esa medida ?¨Csalvo descerebradas¨C, me consta que es igualmente un horror, algo que jam¨¢s toman a la ligera, que les deja indeleble huella y a veces no escasos problemas de conciencia. Pero es su conciencia la que debe bregar con su decisi¨®n, no el Estado mediante leyes crueles, inspiradas en la doctrina de la Iglesia. Para ¨¦sta todo aborto es un asesinato, en cualquier fase y circunstancia y supuesto. Tambi¨¦n hubo curas, en el pasado, que se empe?aban en inyectarles el bautismo a los fetos para cristianizarlos desde su concepci¨®n ¡ Para el resto de la sociedad la cuesti¨®n no est¨¢ nada clara, y s¨ª lo est¨¢, en cambio, que constituye sadismo obligar a dar a luz a una criatura que no va a sobrevivir o que estar¨¢ condenada a una existencia de padecimientos, operaciones sin fin, graves malformaciones que la har¨¢n maldecir cada hora de su precaria vida. Con la agravante de que el actual Gobierno dice ¡°proteger¡± al no nacido, pero se desentender¨¢ de ese ser en cuanto haya nacido: ya no hay ayudas a la ¡°dependencia¡±, ni sanidad cabalmente p¨²blica.
¡°Proteger¡± a lo que es s¨®lo un embri¨®n, y desamparar al ni?o y al adulto resultantes, es algo s¨®lo comprensible desde la malevolencia, el dogmatismo de una confesi¨®n, el ansia de castigar lo que esa confesi¨®n reprueba. Para m¨ª, en todo caso, no es lo mismo interrumpir algo iniciado que evitar su inicio. Y sin embargo esa Iglesia condena igualmente las precauciones y los anticonceptivos, no lo olvidemos. Ning¨²n Gobierno puede legislar al mero dictado de una religi¨®n hier¨¢tica, desoyendo las dudas y la conciencia de los ciudadanos. A no ser que se trate de un Gobierno islamista, claro est¨¢, que no entiende ni acepta la separaci¨®n entre Iglesia y Estado. Sin la que no hay democracia que valga, desde hace ya m¨¢s de dos siglos. Eso es lo que retrocedemos, se dice pronto.
elpaissemanal@elpais.es
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.