Guillotina
Sus pensamientos dentro del cesto constituyen el ¨²ltimo rel¨¢mpago de la filosof¨ªa: el terror ante la nada
Un pensamiento puro podr¨ªa ser el que emite el cerebro cuando la guillotina o el hacha del verdugo acaba de cortar el cuello de la v¨ªctima y su cabeza rueda dentro de un cesto. Se supone que el impulso de la sangre mueve todav¨ªa la red nerviosa de las neuronas durante un par de segundos, tiempo suficiente para que el cerebro libere de forma autom¨¢tica la descarga de un pensamiento puro, sin adherencias de los sentidos que se deriven del resto del cuerpo. Tal vez a este mecanismo cerebral se refer¨ªa Descartes cuando consagr¨® el principio filos¨®fico para resolver la duda met¨®dica sobre la existencia: pienso, luego existo. Dentro de la cabeza del Bautista, que le fue ofrecida a Herodes en una bandeja de plata, probablemente bailar¨ªa Salom¨¦ todav¨ªa la danza de los siete velos; el conjunto de juicios que formularon en el interior de la canasta ensangrentada los cerebros de Luis XVI y Mar¨ªa Antonieta, de Danton y Robespierre, y de 16.800 decapitados m¨¢s, resultar¨ªa ser la cosecha esencial de la Revoluci¨®n Francesa; el cerebro del propio doctor Guillot, el inventor de la guillotina, condenado a probar su propio invento, sin duda qued¨® deslumbrado por la iron¨ªa; el fantasma de Ana Bolena a¨²n se pasea con la cabeza bajo el brazo por los s¨®tanos de la Torre de Londres para gusto de los turistas y Tom¨¢s Moro con la cabeza separada del tronco encontr¨® dentro del cesto la Utop¨ªa, el tratado por el que pas¨® a la historia. A estos decapitados insignes le acompa?a una saga innumerable de criminales y bandidos infames, de gente subalterna sin atributos, la mayor¨ªa inocente, que ha ca¨ªdo bajo el hacha del verdugo o la cuchilla del doctor Guillot. Sus pensamientos dentro del cesto constituyen el ¨²ltimo rel¨¢mpago de la filosof¨ªa: el terror ante la nada, el destino inexorable, la culpa en la nuca a merced del cuchillo, el odio o el perd¨®n y al final una luz blanca sin sentido que deslumbra y se apaga de repente. Pero ese ¨²ltimo pensamiento no ser¨ªa posible sin el impulso postrero del coraz¨®n. La raz¨®n necesita alimentarse con latidos de sangre. No se puede pensar sin sentimientos. De hecho, si la cabeza del decapitado fuera tambi¨¦n capaz de llorar dentro del cesto, habr¨ªa que replantearse la duda met¨®dica: ?Qu¨¦ ser¨ªa m¨¢s profundo, su pensamiento o sus l¨¢grimas?
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