Viaje a la memoria de Seattle
La autora vivi¨® en primera persona la explosi¨®n de la escena musical de la ciudad que alumbr¨® el 'grunge'. Lo recuerda coincidiendo con el 20 aniversario de la muerte de Kurt Cobain
Dejo mi antigua vida.
En 1987 me fui a vivir a Seattle. Hac¨ªa poco que hab¨ªa dejado los estudios en la Universidad de Columbia, en Nueva York, y hab¨ªa visto c¨®mo se desintegraba mi familia en Los ?ngeles. Necesitaba ir a alg¨²n sitio nuevo en el que pudiera ser una persona joven y confusa, y en el que pudiera probar una nueva versi¨®n de m¨ª misma. Necesitaba Seattle.
Una aspirante a escritora en un mundillo musical.
Mi primer empleo lo obtuve en una tienda de discos llamada Cellophane Square. All¨ª todos estaban entregados a la m¨²sica. La tienda no consist¨ªa solo en comprar y vender. Era un lugar en el que la gente pod¨ªa informarse sobre conciertos, adquirir entradas y leer revistas. Todo el mundo iba a conciertos sin parar. Si pasaban tantas cosas nuevas en Seattle era, entre otras cosas, porque la gente apoyaba todas esas novedades.
Dinero.
En aquellos tiempos, era barato vivir en Seattle. Yo compart¨ª una caseta de barcos a orillas de Union Lake y una casa abandonada en Capitol Hill, conocida como ¡°la casa negra¡±, en la que se pod¨ªa conseguir una habitaci¨®n pr¨¢cticamente gratis, hasta que, por fin, alquil¨¦ un apartamento barato. Trabajaba tres noches a la semana de camarera y ganaba el dinero suficiente para vivir sin agobios. Eso me dejaba tiempo para tocar en un grupo, o escribir un libro, o hacer una pel¨ªcula. Alquilar una nave para ensayar no era caro. Se pod¨ªa ver tocar a tres grupos por tres d¨®lares en la sala Squid Row. El bajo coste de la vida era una de las razones principales por las que pasaban tantas cosas all¨ª.
Tama?o.
Seattle era peque?a en comparaci¨®n con Los ?ngeles o Nueva York. En 1990, para formar parte del mundillo, no hab¨ªa m¨¢s que presentarse en la Comet Tavern cualquier d¨ªa de la semana. Daba la impresi¨®n de que todos los que estaban en aquel bar pertenec¨ªan a un grupo. Camareros, clientes, todos. ?bamos a jugar al billar y a o¨ªr las novedades. Hab¨ªa fiestas (a las que todos estaban invitados) y exist¨ªa un pu?ado de locales para conciertos. Y siempre eran las mismas 200 personas las que estaban en todos aquellos sitios. No hab¨ªa ning¨²n truco. Era una ciudad peque?a y accesible.
Come As You Are (Ven tal como eres).
Seat?t?le parec¨ªa un sitio en el que pod¨ªa ser verdaderamente yo misma. Las mujeres de aquel ambiente eran duras. Se enorgullec¨ªan de ser radicales y estar politizadas. Cualquiera pod¨ªa probar a ser lesbiana, feminista, anarquista, artista, lo que fuera. Yo iba a clase en el Evergreen State College, en la cercana ciudad de Olympia. All¨ª imperaba el mundillo del sello K Records y empezaba a florecer el de la escena riot grrrl [movimiento musical feminista que retom¨® algunas consignas punk], todo ello acompa?ado de una actitud obsesiva de autonom¨ªa e independencia que me hizo sentirme fortalecida. Era fant¨¢stico ser feminista. Todo aquello me transform¨®.
"De repente, todas las personas que conoc¨ªa que estaban en grupos se pusieron a firmar grandes contratos discogr¨¢ficos, incluida mi vieja compa?era de piso"
Nevermind (No te preocupes).
Cuando me traslad¨¦ all¨ª, Mark Arm (vocalista de Mudhoney) era la figura m¨¢s importante. Y se le ve¨ªa ir a conciertos como cualquier otra persona. Nada del otro mundo. Cosas locales. Nirvana era un grupo que daba que hablar, hasta que de pronto ¨Co as¨ª me lo pareci¨®¨C se hizo enorme. Pareci¨® muy r¨¢pido, acababa de empezar a o¨ªr hablar de ellos y de pronto estallaron. De repente, todas las personas a las que conoc¨ªa que estaban en un grupo se pusieron a firmar grandes contratos discogr¨¢ficos, incluidos mi vieja compa?era de piso y uno de los camareros de toda la vida del Comet. Y eso cambi¨® las cosas. Hab¨ªa m¨¢s dinero en juego y la gente empez¨® a ir a Seattle para ser alguien. La ciudad se convirti¨® en una marca, una mercanc¨ªa en venta. Aun as¨ª, segu¨ªamos disfrutando. El tono se volvi¨® m¨¢s ir¨®nico y cohibido, pero los desconocidos todav¨ªa irradiaban energ¨ªa.
El fin.
La atenci¨®n del mundo entero hizo que disminuyera la sensaci¨®n de alegr¨ªa, pero no acab¨® con ella. Sin embargo, recuerdo cuando asesinaron a Mia Zapata, la cantante del grupo The Gits, en 1993. Fue un momento de escalofr¨ªo. A veces, una realidad existe si todo el mundo cree en ella, como un encantamiento. Y el asesinato de Zapata rompi¨® el hechizo para muchos. Poco despu¨¦s me fui de Seattle para trabajar en una revista literaria en Nueva York. Kurt Cobain se suicid¨® justo despu¨¦s de que me fuera. La magia de aquel lugar y aquel instante concretos desaparecieron para m¨ª. Pero no se me olvida que Seattle me dio las cosas que necesitaba para crecer: espacio, tiempo y un sentimiento de comunidad.
? Dana Spiotta 2014
Traducci¨®n de Mar¨ªa Luisa Rodr¨ªguez Tapia
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