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Retrato de Uruguay, el pa¨ªs que sorprende al mundo

Juan Jos¨¦ Mill¨¢s viaj¨® all¨ª para encontrarse con el at¨ªpico presidente Jos¨¦ Mujica El mandatario recibi¨® al escritor en su humilde casa y en su despacho El pol¨ªtico y Mill¨¢s viajaron juntos hasta la residencia oficial de verano Un periplo que traza el retrato de un hombre y de toda la naci¨®n

Una peque?a parte del maravilloso viaje que Juan Jos¨¦ Mill¨¢s y Jordi Soc¨ªas, compartieron con el presidente Jos¨¦ Mujica.V¨ªdeo: Jordi Soc¨ªas
Juan Jos¨¦ Mill¨¢s

La tormenta se anunciaba con un estado de exaltaci¨®n semejante al aura que precede a las migra?as. La atm¨®sfera se oscurec¨ªa en pleno mediod¨ªa, como si Dios hubiera cerrado los ojos, y se levantaba un aire extra?o, de tonalidades ps¨ªquicas, productor de una euforia gratuita. Cada grieta de la pared adquir¨ªa una relevancia misteriosa, como si en el interior de la grieta, en vez de vivir una cucaracha, viviera una lib¨¦lula. Luego el cielo se descerrajaba con la violencia con la que la poli echa abajo la puerta de una casa de narcotraficantes y ca¨ªa el agua a chorros. En un cuarto de hora, los edificios quedaban empapados como una esponja reci¨¦n sacada del agua y colocada sobre el borde de la ba?era. Los ni?os saltaban en los charcos mientras la realidad permanec¨ªa suspendida.

El clima montevideano ten¨ªa trastornos de car¨¢cter.

En la habitaci¨®n del hotel, cuya ventana daba a un patio de luces, te sent¨ªas como uno de esos personajes de Onetti que, desnudos sobre la cama, sin parar de fumar, atienden obsesivamente a los ruidos del exterior mientras intentan componer en su cabeza una imagen del mundo.

El mundo.

El mundo, al principio, eran las calles que bajaban hacia ese lugar rar¨ªsimo donde se encuentran las aguas del r¨ªo de la Plata con las del oc¨¦ano Atl¨¢ntico, dos monstruosidades naturales que copulan sin pausa. A veces, el mar penetra en el r¨ªo y a veces el r¨ªo se introduce en el mar, depende de los vientos, de las mareas, de las lluvias, de las crecidas, de los efectos del cambio clim¨¢tico. Ese solapamiento afecta a la fauna: peces de mar que se precipitan de s¨²bito en el agua dulce y peces de r¨ªo que se encuentran de pronto en la dimensi¨®n de lo salado.

¨C?Se mueren los peces cuando atraviesan la frontera? ¨Cpregunt¨¦ a un pescador.

¨CSe retiran a tiempo o se adaptan ¨Cdijo.

¨C?Pero se mueren a veces? ¨Cinsist¨ª por una preocupaci¨®n propia que acababa de desplazar a los animales.

¨CYo creo que se retiran o se adaptan ¨Cinsisti¨® ¨¦l.

El Pa¨ªs Semanal nos hab¨ªa enviado al otro lado del mundo para que escribi¨¦ramos un reportaje, de modo que al caer la tarde el fot¨®grafo Jordi Soc¨ªas y yo salimos a caminar y cogimos una de las calles de las que bajan hacia el estuario, que son varias. Cuando llev¨¢bamos una hora andando vimos salir a un tipo con una bolsa de una tienda de delicatesen.

¨C?Venden buenos vinos ah¨ª? ¨Cle pregunt¨® Soc¨ªas.

¨CMuy buenos ¨Cdijo¨C, y un pan excelente. Pero ya van a cerrar.

Era un tipo de clase alta, con ganas de conversaci¨®n, de modo que le preguntamos si el mercado quedaba muy lejos.

¨CNo vayan ¨Cdijo¨C, a esta hora est¨¢ muerto.

¨C?Y si bajamos hacia la rambla?

¨CNi se les ocurra, est¨¢ muerta tambi¨¦n. Suban por esta calle y a cuatrocientos metros encontrar¨¢n bares de ambiente, como los de Madrid o Par¨ªs.

¨CPero nosotros no queremos ver Madrid o Par¨ªs, queremos ver Montevideo ¨Cdijo Soc¨ªas.

El tipo nos mir¨® como si nos hubi¨¦ramos vuelto locos y se alej¨® prudentemente de nosotros, que continuamos caminando en la direcci¨®n prohibida. En la direcci¨®n prohibida, en efecto, todo estaba muerto.

¨CEs que aqu¨ª hay que venir por la ma?ana ¨Cnos dijeron en el mercado.

Hay zonas de Montevideo en las que solo es Montevideo por las ma?anas y a la hora de comer. Luego se convierten en otra ciudad en la que siempre es domingo por la tarde, como sucede en la vida de algunas personas: en la de Felisberto Hern¨¢ndez, por ejemplo, otro autor uruguayo de referencia, enormemente infeliz, al que hab¨ªamos rele¨ªdo antes de viajar.

Montevideo parec¨ªa un estado de ¨¢nimo.

Regres¨¦ a la habitaci¨®n del hotel en estado l¨ªquido, me quit¨¦ la ropa, excepto los calcetines (los calcetines no porque tengo la superstici¨®n de que me sujetan los pies a la pierna), llen¨¦ la ba?era de agua fr¨ªa, me met¨ª dentro, encend¨ª un cigarrillo, y abr¨ª una novela de Onetti justo en el instante en el que un personaje dice: ¡°Yo soy un hombre solitario que fuma en un sitio cualquiera de la ciudad; la noche me rodea, se cumple como un rito, gradualmente, y yo nada tengo que ver con ella¡±.

Abandon¨¦ el libro en defensa propia. La temperatura del cuerpo ya no era febril. Record¨¦ al tipo que pretend¨ªa que en Montevideo, en vez de ver Montevideo, vi¨¦ramos Madrid o Par¨ªs y ah¨ª apareci¨® en mi cabeza una pregunta t¨®pica: ?Uruguay es un pa¨ªs europeo o latino?americano? Era un poco como preguntarse si las aguas, en el estuario del r¨ªo de la Plata, eran m¨¢s fluviales que mar¨ªtimas o m¨¢s mar¨ªtimas que fluviales. Seg¨²n. Lo aconsejable era introducir el dedo y llev¨¢rselo a la boca para comprobar si sab¨ªa o no sab¨ªa a sal. Montevideo sab¨ªa con frecuencia a novela afligida de Onetti, aunque tambi¨¦n a prosa ind¨®cil de Levrero.

Lo que acabo de contar suceder¨ªa despu¨¦s, pero se ha colado antes no s¨¦ por qu¨¦, pongamos que por el cambio horario. Lo que sucedi¨® al poco de que aterriz¨¢ramos, con la maleta a medio eviscerar sobre la cama de la habitaci¨®n del hotel, es que son¨® el tel¨¦fono y result¨® ser el secretario de comunicaci¨®n del presidente de Uruguay.

El presidente de Uruguay, José Mujica, en su casa de Rincón del Cerro. “Se ha dicho de ella que es una casa modesta. Falso. Es pobre”, afirma el autor del texto.
El presidente de Uruguay, Jos¨¦ Mujica, en su casa de Rinc¨®n del Cerro. ¡°Se ha dicho de ella que es una casa modesta. Falso. Es pobre¡±, afirma el autor del texto.Jordi Soc¨ªas

¨CA las 15.30 ¨Cdijo¨C pasa un coche a recogerlos para llevarlos a la chacra de Mujica.

Mir¨¦ el reloj: era mediod¨ªa.

¨CPero hab¨ªamos quedado en que el encuentro se producir¨ªa ma?ana ¨Cobserv¨¦ con cautela.

¨CMa?ana no puede ser ¨Cconcluy¨® el secretario.

Colgu¨¦ y avis¨¦ al fot¨®grafo. Soc¨ªas y yo ¨¦ramos dos se?ores mayores que arrastr¨¢bamos trece horas avi¨®n, un cambio horario y un salto sin red del invierno espa?ol al verano uruguayo. Nos encontr¨¢bamos estupendamente, s¨ª, pero el mismo hecho de encontrarnos tan bien nos hac¨ªa sospechar de nuestro equilibrio mental.

Cuando nos recogieron, llov¨ªa con una inclemencia extraordinaria, como si le estuvieran haciendo da?o a alguien. Y aunque quedaban cinco o seis horas de luz (de luz oscura) porque en Montevideo, en febrero, anochece tarde, las calles se hab¨ªan apagado como los pasillos de una oficina en d¨ªa festivo.

El autom¨®vil naveg¨® hacia las afueras. Enseguida alcanzamos una zona rural. La lluvia hab¨ªa cedido un poco y a trav¨¦s de los cristales mojados, en medio de los cultivos, ve¨ªamos aqu¨ª o all¨¢, distribuidos de forma irregular, galpones que quiz¨¢ eran casas o casas que quiz¨¢ eran galpones. Hab¨ªa perros, bastantes, que sal¨ªan a saludar al coche. Hab¨ªa gallinas. En esto, apareci¨® en medio del camino un perro muerto que, cuando nos acercamos, result¨® estar vivo. Pero le cost¨® apartarse, como si no creyera en nada. En una de esas, el conductor detuvo el autom¨®vil en una especie de cruce de caminos.

¨CAqu¨ª es ¨Cdijo.

Hab¨ªamos llegado a Rinc¨®n del Cerro. Descendimos del coche y vimos, en medio del campo, una garita de vigilancia, de est¨¦tica semejante a la de los retretes port¨¢tiles, que otorgaba al paisaje un aire surreal. Y all¨ª mismo, a la derecha, medio oculta entre una vegetaci¨®n sin domesticar, nos mostraron la casa de Jos¨¦ Mujica, el presidente de la Rep¨²blica Oriental del Uruguay. Se ha dicho de ella que es una casa modesta. Falso. Es pobre. Una chabola de alto standing, podr¨ªamos decir, con el techo de chapa, a cuya puerta nos aguardaba ese anciano que hab¨ªa puesto de moda a su pa¨ªs. Llevaba unos pantalones de ch¨¢ndal desgastados y una camisa azul de todo a cien.

¨CSe?or presidente ¨Cdijimos extendi¨¦ndole la mano.

¨CFuera, Manuela! ¨Cgrit¨® ¨¦l a una perra de tres patas, que se hab¨ªa adelantado a darnos la bienvenida.

Jos¨¦ Mujica Cordano, el due?o de la perra tullida, contaba 80 a?os de los que 15 hab¨ªa estado preso por su pertenencia al Movimiento de Liberaci¨®n Nacional Tupamaros. Ten¨ªa en su curriculum de guerrillero dos fugas y en su cuerpo seis heridas de bala. Detenido por ¨²ltima vez en 1972, no volver¨ªa a ver la luz hasta 1985. Entr¨®, pues, con 37 a?os y sali¨® con 50. Durante ese tiempo, conoci¨® en las c¨¢rceles de la dictadura vejaciones sin l¨ªmite. Desnudo, con las manos y los pies atados a una especie de somier o parrilla, le hab¨ªan aplicado la picana hasta abrasarle los genitales y la lengua. La picana, siendo uno de los instrumentos preferidos de los militares, no era el ¨²nico, ni el m¨¢s sofisticado. Alcanz¨® asimismo justa fama el consistente en obligar a caminar al preso por una cornisa situada en un sexto piso, por ejemplo, con una capucha en la cabeza, haci¨¦ndole sentir el vac¨ªo bajo sus pies. Estaba la ¡°ba?era¡± tambi¨¦n, el ahogamiento con pa?os empapados de agua, las simples palizas y, en fin, el hambre, el aislamiento, los perros¡­ Cada c¨¢rcel ten¨ªa su especialidad.

Seg¨²n relata Walter Pernas en Comandante Facundo,el ahora presidente de Uruguay, que hab¨ªa perdido los dientes en el trascurso de las palizas que le atizaban de forma habitual, lleg¨® a comerse el papel higi¨¦nico y el jab¨®n, adem¨¢s de las moscas que acud¨ªan a su celda (con frecuencia un simple agujero) atra¨ªdas por el olor a mierda que desped¨ªa el preso. Hab¨ªa chupado, con sus enc¨ªas desnudas, en busca de un poco de calcio, los huesos que le arrojaban sus carceleros despu¨¦s de que los perros los hubieran limpiado. Bebi¨® su propia orina, durmi¨® durante a?os sobre suelos de cemento, expuesto a fr¨ªos intolerables y a calores asfixiantes. Hab¨ªa pasado semanas o meses sin ver la luz, a?os sin hablar con nadie que no fueran las ratas o los insectos que conviv¨ªan con ¨¦l o le hac¨ªan visitas. Perdi¨® la noci¨®n del espacio y del tiempo, delir¨®, adelgaz¨® hasta ser capaz de contar cada uno de los huesos de su esqueleto. Se cagaba y se meaba encima porque, fruto de los golpes, las balas y la deficiente alimentaci¨®n, sufr¨ªa problemas renales y digestivos. Cuenta el aludido Walter Pernas que no pod¨ªa caminar erguido, como un hombre, y que en los momentos de mayor deterioro f¨ªsico y ps¨ªquico los militares llevaban a sus hijos a la c¨¢rcel para que vieran a la bestia y la insultaran. Viaj¨®, en fin, varias veces hasta el borde mismo de la muerte de donde regresaba alucinado, con los ojos hundidos y sin masa muscular sobre la que sostenerse. Lo llevaban y lo tra¨ªan de una prisi¨®n a otra, de un agujero a otro, como un saco de mercanc¨ªa inmunda, arroj¨¢ndolo sin contemplaciones sobre la caja del cami¨®n militar y sac¨¢ndolo de ella a patadas. Conocedores de su diarrea cr¨®nica y de sus problemas urinarios, los carceleros deso¨ªan sus s¨²plicas para que lo condujeran al retrete. Fruto de su constancia, y de la de su madre, logr¨®, al cabo de los a?os, que le dejaran poseer un orinal del que no se separaba y que se convirti¨® incre¨ªblemente, con el paso del tiempo, en el s¨ªmbolo de una victoria moral sobre sus secuestradores. Abandon¨® la c¨¢rcel abrazado a ¨¦l, convertido ya en una maceta de flores. Apenas llevaba cuatro d¨ªas libre, cuando pronunci¨® un discurso pol¨ªtico en el que resultaba imposible encontrar un vestigio de resentimiento. La naturaleza, suele decir, nos ha puesto los ojos delante para que miremos al frente.

Una escena en Montevideo, capital uruguaya.
Una escena en Montevideo, capital uruguaya. Jordi Soc¨ªas

Fuera, Manuela! ¨Cvolvi¨® a gritar Jos¨¦ Mujica a la perra de tres patas.

Manuela se apart¨® y entramos en la casa, que ol¨ªa a humedad.

¨CUruguay se est¨¢ tropicalizando ¨Cdijo Mujica¨C. No s¨¦ c¨®mo hay gente que niega todav¨ªa el cambio clim¨¢tico.

Nos sentamos en la estancia de la entrada, que era tambi¨¦n la pieza de distribuci¨®n del resto de las habitaciones (un dormitorio, el ba?o y la cocina: unos cuarenta o cuarenta y cinco metros en total) y yo advert¨ª con horror que esperaba de m¨ª que le hiciera una entrevista. Me puse a ello, pues.

A la primera de mis preguntas respondi¨® que los gobernantes ya no mandaban nada.

¨C?Qui¨¦n manda entonces? ¨Cpregunt¨¦.

¨CLos grandes poderes financieros. Ya no es el perro el que mueve la cola, sino la cola la que mueve al perro.

¨C?Y usted le dice esto a los jefes de Estado o los presidentes con los que se re¨²ne?

¨CS¨ª.

¨C?Y qu¨¦ le dicen?

¨CMe dan la raz¨®n, pero miran para otro lado. Cultivan la ilusi¨®n de volver a ser presidentes, no se atreven a pegarle al enemigo m¨¢s fuerte que existe. Disimulan, pero somos juguetes.

¨C?C¨®mo ha logrado gobernar durante casi cinco a?os siendo consciente de esas limitaciones?

¨CEste es un paisito muy especial. M¨¢s del 50% del movimiento bancario est¨¢ en manos del Estado. A los uruguayos nos educan en que, cuando tenemos un peso, tenemos que ir al Banco de la Rep¨²blica, que es el banco del Estado. Y no es que nos trate bien, solo falta que nos peguen, pero tenemos confianza en ¨¦l. La banca privada es d¨¦bil.

¨CTodos los sectores estrat¨¦gicos de Uruguay est¨¢n nacionalizados.

¨CNo me eche la culpa a m¨ª. Cuando yo nac¨ª, ya estaba todo as¨ª, es una construcci¨®n de la historia.

Mientras hablamos, y como la puerta se ha quedado abierta, por el calor, entra Manuela, entra un galgo cojo, entra otro perro de raza indefinida, todos nos huelen, nos piden caricias, creo que entra un gato tambi¨¦n que se frota el lomo contra mis piernas, las moscas zumban excitadas¡­ Fuera, mezclado con el ruido de la lluvia, se escucha de vez en cuando un alboroto de gallos. Observo a Mujica y me parece que va y viene dentro de s¨ª mismo, como si tuviera una trastienda en la cabeza. Cuando regresa de la parte de atr¨¢s, se asoma al mundo con un punto de cortes¨ªa y otro de malicia. Me pregunto qu¨¦ inter¨¦s podemos despertarle este par de espa?oles. Me pregunto tambi¨¦n si sus respuestas son tan mec¨¢nicas como mis preguntas. Dice que Uruguay es un pa¨ªs rico venido a menos, que se ech¨® a dormir cerca de la d¨¦cada de los sesenta, tras salir campeones del mundo en Maracan¨¢.

¨CCincuenta a?os de nostalgia ¨Ca?ade.

Dice que se burocratizaron, que llenaron de gente las propiedades del Estado, que ten¨ªan un teatro (el Sol¨ªs) con un empleado para subir el tel¨®n y otro para bajarlo. Dice que todav¨ªa tienen un problema con la burocracia estatal. Reconoce que los sindicatos de los funcionarios, muy poderosos, le han torcido un poco el brazo. Dice que tiene paciencia, que hay que seguir luchando y sembrando, que ¨¦l ha pensado mucho, porque en la c¨¢rcel tuvo mucho tiempo para pensar, y que aprendi¨® que todo cambia muy lento. Dice que de joven andaba ¡°muy apurado¡±, que se le fueron entre 25 y 30 a?os de su vida, la mitad preso, la mitad medio libre o ¡°prisionero de mis esquemas¡±. Dice que hasta hace 20 o 30 a?os se pod¨ªa discutir si hab¨ªa guerras justas o no y que eran justas aquellas que significaban un proceso de liberaci¨®n nacional o intento de liberaci¨®n de naciones que se sent¨ªan sometidas, pero que hoy por hoy, y tal como han evolucionado las cosas, todas las guerras son para que los m¨¢s d¨¦biles sufran. Dice que hay que tratar de cambiar las cosas en paz, que es preciso llevar a cabo pol¨ªticas de Estado y que las pol¨ªticas de Estado son aquellas en las que, desde posiciones distintas, se buscan los puntos de acuerdo. Dice que han aparecido problemas que ning¨²n pa¨ªs puede resolver por s¨ª mismo, que o gobernamos la globalizaci¨®n o la globalizaci¨®n nos gobernar¨¢ a nosotros. Dice que la democracia y el socialismo son compatibles a condici¨®n de que la una no se trague al otro. Dice que lo que m¨¢s cabe destacar de su mandato es la lucha contra la pobreza y la indigencia y el creciente clima de estabilidad pol¨ªtica y confianza que ha atra¨ªdo a las inversiones extranjeras. Dice que si queremos un g¨¹isqui, dice que no vamos a tener m¨¢s remedio que volver a la econom¨ªa productiva y que en ese terreno Uruguay est¨¢ muy bien situado porque tienen una excelente producci¨®n de l¨¢cteos, de carne, de cereales fundamentales. Dice que producen trigo, soja, que exportan arroz, que son buenos vendedores de carne de vaca, que exportan pescado porque ellos apenas comen pescado, muy poco, que tienen un mar precioso, pero que han vivido de espaldas a ¨¦l pese a ser descendientes de gallegos. Dice que habla mucho con los chinos, que son su primer cliente, que les compran toda la soja y que est¨¢n aumentando su presencia, que en las campa?as electorales las banderitas son todas chinas. Dice que el problema de Europa es que ha descuidado la econom¨ªa productiva, subordin¨¢ndola al engranaje financiero, de ah¨ª la imagen de la cola que mueve al perro, cuando lo productivo es el perro¡­

Me viene a la memoria que el secretario de comunicaci¨®n nos dijo que dispon¨ªamos de una hora u hora y media y que Jordi Soc¨ªas necesita tambi¨¦n su tiempo para las fotos. Entonces me sale un gesto de impotencia, apago el magnetof¨®n y le digo a Mujica, al presidente de Uruguay, el Pepe,como lo llaman los uruguayos:

¨CMire, yo no s¨¦ hacer entrevistas, yo no s¨¦ hacer esto que le estoy haciendo.

Mujica se retira un momento a la trastienda que tiene dentro de s¨ª (se le han apagado un poco los ojos), vuelve (se le han encendido) y me mira desde las dos rendijas por las que se asoma al mundo como si a¨²n continuara dentro de una celda, como si el cuerpo fuera la celda y los ojos la mirilla.

¨CLo que yo s¨¦ ¨Ccontin¨²o¨C es contar lo que me pasa. Si usted me permitiera venir a desayunar ma?ana a su casa y acompa?arle luego al trabajo y ver c¨®mo se mueve, c¨®mo act¨²a, en fin, yo contar¨ªa luego todo eso¡­

Como la situaci¨®n, al parecer, se ha vuelto un poco violenta, pues ni Mujica ni su secretario de comunicaci¨®n entienden que les hayan enviado desde el otro lado del mundo a un tipo que no sabe hacer entrevistas, interviene Jordi Soc¨ªas:

¨CLo que Mill¨¢s quiere decir es que ¨¦l lo que sabe es contar historias.

¨CVamos a tomar un trago ¨Cconcluye Mujica.

Una calle de Montevideo, donde vive la mitad de la población del país, de 3,2 millones de habitantes.
Una calle de Montevideo, donde vive la mitad de la poblaci¨®n del pa¨ªs, de 3,2 millones de habitantes. Jordi Soc¨ªas

Y nos vamos a la cocina, donde nos pone un g¨¹isqui y Jordi comienza a hacerle fotos, y no parece que estemos con un presidente ni nada parecido y yo me acuerdo de que este hombre dona el 87% de su sueldo a un proyecto de viviendas para pobres y le pregunto si le queda suficiente dinero para vivir y dice que s¨ª, que a su se?ora, despu¨¦s de aportar al partido, le quedan 45.000 pesos, unos dos mil euros.

¨C?Por favor ¨Ca?ade escandalizado¨C, con mi sueldo me sobra!

Su se?ora, que no se encuentra en la casa, es Luc¨ªa Topolansky, senadora y extupamara tambi¨¦n y expresa de la dictadura. Se conocieron dos meses antes de entrar en la c¨¢rcel y al salir, trece a?os despu¨¦s, se fueron a vivir juntos. Se casaron hace cuatro o cinco a?os, por arreglar los papeles, pues ya van teniendo una edad, dice, y nunca se sabe. Los cas¨® un juez, en esta misma cocina en la que nos encontramos ahora y que es una cocina t¨ªpica de gente pobre, pero limpia, porque dice Mujica que la ventaja de que la casa sea tan peque?a es que entre ¨¦l y su se?ora le pasan la escoba y la arreglan en un rel¨¢mpago.

Para rel¨¢mpagos, los que caen fuera. Pese a ello, el presidente de la Rep¨²blica cede a los ruegos del fot¨®grafo y sale para que le haga unas fotos, pues dentro de la casa tiene problemas con la luz. Por suerte, ha dejado de llover o llueve ahora de una manera intermitente y Mujica posa casi sin protestar aqu¨ª o all¨¢ mientras va y viene de su trastienda mental. Cuando regresa, se r¨ªe siempre, como si le hici¨¦ramos un poco de gracia. En una de esas vueltas, me mira y dice que por qu¨¦ no vamos ma?ana un rato a la Torre Ejecutiva, en la plaza de la Independencia, que es donde tiene su despacho, y nos apresuramos a decir que s¨ª, desde luego, que estaremos all¨ª a las once de la ma?ana como dos clavos. Y luego se vuelve a ir a la trastienda y cuando vuelve dice que por qu¨¦ no le acompa?amos tambi¨¦n el s¨¢bado a Anchorena, donde est¨¢ la residencia de verano de los presidentes de Uruguay, y nosotros que claro, y ¨¦l que nos recoger¨¢ un coche a las ocho de la ma?ana, pues est¨¢ a tres horas de distancia y conviene salir temprano.

Y con esas nos despedimos un poco asombrados, la verdad, de que nos dedique tanto tiempo, porque Mujica, adem¨¢s de dirigir un pa¨ªs, tiene m¨¢s peticiones de entrevistas que una estrella del rock, pero bueno, pienso yo que le habremos dado un poco de l¨¢stima. Bien, bien.

Y nos vamos contentos al hotel y descargamos y salimos a dar un paseo, que es el paseo donde nos encontramos al tipo de clase alta que no quer¨ªa de ning¨²n modo que nos acerc¨¢ramos al mercado.

Y al d¨ªa siguiente, de nuevo bajo una lluvia y un viento tropicales, que vuelven los paraguas del rev¨¦s, vamos a verlo a su despacho y cuando entramos est¨¢ llevando a cabo una alocuci¨®n radiof¨®nica en directo a trav¨¦s del tel¨¦fono pegado a la oreja, como si no se hubieran inventado los manos libres o como si el presidente de la Rep¨²blica no pudiera permitirse el lujo de una tecnolog¨ªa RSDI o RDSI, nunca s¨¦ c¨®mo se dice. Y nos hace se?as de que pasemos. Est¨¢ hablando de los fen¨®menos clim¨¢ticos extremos que padece esos d¨ªas Uruguay y que han arruinado cosechas, inundado pueblos y destruido carreteras. Sequ¨ªas, dice, inundaciones, nevadas en lugares incre¨ªbles, subida del nivel de los mares, hay islas del Caribe que en un d¨ªa han perdido un punto o dos del PIB por culpa del clima. Dice que necesitamos pol¨ªticas a nivel global, pero que el mundo de hoy se entretiene con lo urgente. Dice que esto lo ha desatado el hombre y que deber¨ªa arreglarlo el hombre, que no deber¨ªamos pensar como pa¨ªses, sino como especie. Entonces empieza a establecer una comparaci¨®n entre el cambio clim¨¢tico y las tempestades financieras. Dice que en Uruguay tuvieron entre 2001 y 2002 un desastre financiero que dej¨® al 40% de la poblaci¨®n por debajo de los niveles de la pobreza. Dice que eso ocurri¨® porque dejaron al sistema financiero suelto.

¨CEl Uruguay de hoy ¨Ca?ade¨C podr¨¢ tener temporales, pero ya no va a tener temporales financieros porque el sistema financiero ahora est¨¢ controlado. En alg¨²n momento ¨Ctermina¨C dejar¨¢ de llover; contaremos las p¨¦rdidas y las heridas y ayudaremos a quien sea preciso ayudar, pero estamos por encima de la timba financiera de car¨¢cter mundial.

Cuelga el tel¨¦fono y nos invita a tomar asiento. El despacho, seis o siete veces m¨¢s grande que su casa, es luminoso y de techos altos, pero un poco impersonal, desangelado, como los despachos de los pol¨ªticos. A prop¨®sito de las tormentas financieras a las que se acaba de referir en su alocuci¨®n radiof¨®nica, Mujica recuerda la de 2002, cuando el corralito argentino.

¨CQuedamos fundidos ¨Cdice¨C. A partir de ah¨ª comenzamos a controlar el sistema financiero. Los bancos de fuera, como el Santander, son una plaga en Uruguay, pero no pueden hacer nada, los tenemos agarrados del pescuezo. Tenemos algunos bancos del Estado que son los m¨¢s fuertes, pero cortito.

Sobre una extensi¨®n de la mesa de trabajo que queda a la derecha de Mujica hay una serie de objetos entre los que destaca la maqueta de un tren de alta velocidad.

¨CCasi todos estos regalos ¨Cdice¨C son chinos. Vienen a ofrecerte un ferrocarril y traen una maqueta como esta. Es bravo, ?eh?

¨C?Han venido a ofrecerle un ferrocarril?

¨CS¨ª, varios. Como el pa¨ªs creci¨® mucho, ahora tenemos un problema de comunicaciones muy serio. Tenemos que remontar la situaci¨®n y vamos a tener que hacer alg¨²n negocio con los chinos, que son los que tienen capacidad para hacer ferrocarril.

“Montevideo nos pareció una de las ciudades más seguras del mundo”, afirma el autor del reportaje sobre la capital de Uruguay. “Al menos, como Madrid, Barcelona o cualquier otra ciudad europea”.
¡°Montevideo nos pareci¨® una de las ciudades m¨¢s seguras del mundo¡±, afirma el autor del reportaje sobre la capital de Uruguay. ¡°Al menos, como Madrid, Barcelona o cualquier otra ciudad europea¡±. Jordi Soc¨ªas

¨CEn Espa?a ¨Cdigo yo atacado de s¨²bito por un instinto comercial en el que no me reconozco¨C tambi¨¦n hacemos buenos trenes.

¨CS¨ª ¨Cadmite ¨¦l¨C, el problema es la capacidad financiera que tienen los chinos. Esa es la canci¨®n.

¨C?Quiere decir que se lo hacen a plazos?

¨CS¨ª, te dan el oro y el moro, son generosos.

¨CLos chinos est¨¢n comprando todo.

¨CPero nosotros no vendemos las tierras, cada vez vamos a vender menos, vamos a cuidar la tierra y el agua porque es la materia prima que m¨¢s vale. Este es un pa¨ªs peque?o, pero el 90% del territorio es productivo. No se puede vender una faja de tierra verde as¨ª como as¨ª, no abunda en el mundo. Y como la humanidad crece y quiere vivir cada vez mejor, el camino de los alimentos, que parec¨ªa algo secundario, ya no lo es tanto.

Tras visitar las dependencias de la Torre Ejecutiva, nos despedimos de Jos¨¦ Mujica, el Pepe para sus paisanos, hasta el s¨¢bado (era jueves), d¨ªa en el que, tal como nos hab¨ªa prometido, viajar¨ªamos juntos a Anchorena, localidad situada en el departamento de Colonia y residencia de verano del presidente de la Rep¨²blica.

Cuando una publicaci¨®n tan prestigiosa como la brit¨¢nica The Economist nombra Pa¨ªs del A?o a Uruguay ¡°por su receta para la felicidad humana¡±, ?es porque The Economist se ha vuelto gilipollas?

Tal era la pregunta.

Veamos, Uruguay es un pa¨ªs peque?o (176.215 quil¨®metros cuadrados, unas dos veces Andaluc¨ªa), con costas al oc¨¦ano Atl¨¢ntico y al r¨ªo de la Plata. Limita al norte con Brasil y al oeste con Argentina, de modo que, observado el mapa del Cono Sur latinoamericano desde la convenci¨®n de que el norte est¨¢ arriba y el sur abajo, y que la fuerza de la gravedad tira hacia abajo de lo que est¨¢ arriba, Uruguay parece empujado hacia el mar por los dos gigantes mencionados. Esta situaci¨®n de encajonamiento provoca en algunos uruguayos sacudidas de car¨¢cter claustrof¨®bico que explicar¨ªan en parte el hecho de que la emigraci¨®n haya constituido un fen¨®meno estructural a lo largo de su historia. Era un sitio del que hab¨ªa que irse, aunque parece que en los ¨²ltimos a?os se ha convertido en un lugar al que hay que volver. La poblaci¨®n es de 3.200.000 habitantes, de la que la mitad vive en la capital, Montevideo.

Quiz¨¢ porque parece efectivamente encajonado entre Argentina, Brasil y el oc¨¦ano, quiz¨¢ por su tama?o, por su clima, porque es un pa¨ªs constituido casi en un 90% por emigrantes europeos (por desarraigados, en suma), o por todos estos factores juntos, adem¨¢s de otros que ahora no se nos ocurren, el uruguayo todo lo exagera hacia abajo (as¨ª como, seg¨²n el t¨®pico, el argentino todo lo exagera hacia arriba). Si, seg¨²n el chiste, el argentino se suicida arroj¨¢ndose al vac¨ªo desde su yo, el uruguayo apenas se romper¨ªa una pierna saltando desde el suyo. Digamos, por acabar con este tr¨¢mite, que se trata un pa¨ªs con escasa autoestima. Todo esto, dir¨¢n ustedes, son generalidades, t¨®picos. Cierto, pero generalidades y t¨®picos tan presentes en la vida cotidiana, en las conversaciones y lecturas, que conviene tom¨¢rselos en serio. Observen que cuando un uruguayo tiene ¨¦xito se larga enseguida a Buenos Aires, donde no lo reciben como uruguayo, sino como rioplatense: un modo sencillo de apropi¨¢rselo sin faltar a la verdad. Del pr¨®cer uruguayo Jos¨¦ Artigas, dice Cristina Kirchner que no solo era argentino, sino que no quer¨ªa ser uruguayo. A veces parece que Uruguay solo tiene raz¨®n de existir como contrapunto de Argentina. Jorge Drexler asegura que ser uruguayo consiste en no ser argentino. No entraremos ahora en si Gardel era de aqu¨ª o de all¨ª. Parece que era uruguayo, aunque adopt¨® la nacionalidad argentina en 1923.

El uruguayo, en fin, ser¨ªa morri?oso, melanc¨®lico, moh¨ªno, cuando no decididamente triste. En Uruguay, y esto es un dato, se da la tasa de suicidios m¨¢s alta de Latinoam¨¦rica, as¨ª como una incidencia exagerada de fallecimientos por c¨¢ncer. Hay uruguayos que para demostrarte lo poca cosa que son te hacen caer en la cuenta de que su pa¨ªs es el ¨²nico del mundo que carece de nombre. Es cierto: oficialmente se llama Rep¨²blica Oriental del Uruguay: significa que es una rep¨²blica situada al este del r¨ªo Uruguay. Viene a ser como si a usted lo conocieran como el cu?ado de Rosa, en el caso de que tenga una cu?ada con ese nombre.

?C¨®mo es posible que, con tales antecedentes, The Economist otorgue a Uruguay el t¨ªtulo de Pa¨ªs del A?o ¡°por su receta para la felicidad humana¡±? ?Se ha vuelto The Economist gilipollas?

Pues no, el semanario brit¨¢nico est¨¢ en su sano juicio. Y no ya porque en los ¨²ltimos a?os se haya despenalizado el aborto, y se hayan legalizado los matrimonios gais o la marihuana. Todo eso, con ser significativo, es la espuma. Las cuestiones de fondo resultan menos espectaculares, menos medi¨¢ticas, pero sin estas no habr¨ªan sido posible aquellas.

En 2005, cuando gan¨® las elecciones el Frente Amplio, coalici¨®n que agrupa a los partidos de izquierda, Uruguay se encontraba en plena decadencia, en parte como consecuencia del desastre bancario argentino de 2002 y en parte por las pol¨ªticas neoliberales anteriores. La desocupaci¨®n hab¨ªa llegado al punto de que el 40% de la poblaci¨®n se encontraba por debajo de los niveles de la pobreza. El salario real se hab¨ªa desplomado, la emigraci¨®n devino masiva, los niveles de inflaci¨®n resultaban insoportables, la deuda externa parec¨ªa imposible de saldar¡­ Las constantes vitales, por resumir, hablaban de un pa¨ªs en estado de coma, un pa¨ªs deprimido, sin inter¨¦s alguno para s¨ª mismo ni para los inversores extranjeros.

En la actualidad, nueve a?os m¨¢s tarde, el paro es del 6,5% y los salarios han recuperado el poder adquisitivo anterior a la crisis. En estos instantes, y seg¨²n un estudio de Americas Quarterly, Uruguay lidera el ranking de inclusi¨®n social de todas las Am¨¦ricas, por delante de Chile y de EE UU. El estudio est¨¢ hecho sobre 21 indicadores en los que el pa¨ªs aparece en los primeros lugares en gasto social en relaci¨®n con el PIB y en acceso al trabajo. La inflaci¨®n, por debajo del 10% (excelente en comparaci¨®n con la de sus vecinos), constituye sin embargo un motivo de inquietud para las autoridades.

En un tiempo r¨¦cord, el Gobierno del Frente Amplio, dirigido por Tabar¨¦ V¨¢zquez, y del que Jos¨¦ Mujica fue ministro de Ganader¨ªa, Agricultura y Pesca, promovi¨® planes de desarrollo que se tradujeron en la creaci¨®n de puestos de trabajo. Se recuperaron derechos laborales perdidos durante la ¨¦poca de la liberalizaci¨®n. Se definieron pautas salariales y se fijaron nuevas condiciones laborales. Se impulsaron leyes sociales por las que los trabajadores del campo, por ejemplo, que bregaban de sol a sol, empezaron a trabajar ocho horas. Se acometieron inversiones nuevas (en Uruguay est¨¢n las dos plantas de celulosa m¨¢s grandes del mundo y hay una tercera en perspectiva). En el momento de escribir este reportaje est¨¢ a punto de firmarse con una multinacional un contrato para la extracci¨®n de hierro con un horizonte de trabajo para 15 o 20 a?os (Proyecto Aratir¨ª). Este desarrollo productivo se traduce en la mejora de las condiciones de vida de la mayor¨ªa de las personas porque va acompa?ado de una mejor distribuci¨®n de los ingresos, que han aumentado (el Estado cobra m¨¢s porque se moderniz¨® y profesionaliz¨® el sistema recaudatorio).

“Hay zonas de Montevideo en las que solo es Montevideo por las mañanas y a la hora de comer. Luego se convierten en otra ciudad en la que siempre es domingo por la tarde”, opina Juan José Millás. En la imagen, el bar Los Beatles.
¡°Hay zonas de Montevideo en las que solo es Montevideo por las ma?anas y a la hora de comer. Luego se convierten en otra ciudad en la que siempre es domingo por la tarde¡±, opina Juan Jos¨¦ Mill¨¢s. En la imagen, el bar Los Beatles. Jordi Soc¨ªas

Cuando Jos¨¦ Mujica gan¨® las elecciones en 2009, continu¨® la pol¨ªtica econ¨®mica de su antecesor, pero modulando sus aspectos sociales. As¨ª, con una parte de las ganancias del Banco de la Rep¨²blica cre¨® un fondo para apoyar iniciativas productivas comunitarias, de econom¨ªa social: lo que ¨¦l llama ¡°b¨²squeda para otros modelos de desarrollo que no sean capitalistas¡±. Especies de cooperativas, en fin, formas diferentes de propiedad a las que se exigen resultados, de ah¨ª que tengan un control muy estricto de economistas y expertos. Si no son viables, no son.

Durante estos a?os, y tal como indica el citado estudio de Americas Quarterly, se ha trabajado mucho tambi¨¦n con las personas excluidas, con la gente que en los tiempos de la indigencia se refugi¨® en asentamientos situados en los alrededores de la capital. Hubo planes de emergencia para que esas personas no se desengancharan del sistema, primero con procedimientos asistenciales, despu¨¦s con programas de autoconstrucci¨®n de viviendas, de guarder¨ªas, policl¨ªnicas¡­ Algunos de estos asentamientos se legalizaron, dot¨¢ndolos de servicios, y en la actualidad forman un paisaje de barrios modestos, pero habitables porque sus due?os se han preocupado mucho en mejorarlos. La tasa de desocupaci¨®n, en la actualidad muy baja, contribuy¨® a que, en una segunda etapa, estos grupos condenados en principio a la marginaci¨®n se incorporaran a la sociedad. Hay salario m¨ªnimo (en torno a 500 d¨®lares), hay un sistema nacional de salud, hay mutualidades, jubilaci¨®n, no hay analfabetismo. El 98% de la poblaci¨®n tiene agua potable y el 70% dispone de una red de saneamientos p¨²blicos. De otro lado, y hablando de aspectos tecnol¨®gicos, Uruguay es el principal exportador de software de Am¨¦rica Latina (la ocupaci¨®n en el sector de la tecnolog¨ªa inform¨¢tica es plena) y empieza a caminar con paso firme en los avances biotecnol¨®gicos, muy ligados al sector agropecuario y a la alimentaci¨®n.

Piensa uno que quiz¨¢ fue este conjunto brevemente esbozado de conquistas econ¨®micas y sociales lo que condujo a The Economist a declarar a Uruguay ¡°Pa¨ªs del A?o por su receta para la felicidad humana¡±. Si faltaba algo que coronara el pastel, resulta que ten¨ªan un presidente, Jos¨¦ Mujica, el Pepe, que se atrev¨ªa a llevar la vida que predicaba para los dem¨¢s.

?El panorama es id¨ªlico? ?El consenso es total? Desde luego que no. Las f¨¢bricas de celulosa, por poner un ejemplo, han obligado a reforestar parte del pa¨ªs, que en su conjunto es una llanura ligeramente ondulada, sin una sola elevaci¨®n. La reforestaci¨®n, que afecta al 2% del territorio, se ha hecho fundamentalmente a base de eucalipto, especie odiada por los ecologistas porque chupa mucha agua, degrada el suelo y amenaza a la biodiversidad. Otra de las grandes iniciativas del Gobierno Mujica, el de la miner¨ªa de hierro a cielo abierto (el Proyecto Aratir¨ª), tiene tambi¨¦n sus detractores que temen el impacto medioambiental. En cualquier caso, los ¨ªndices de popularidad de Mujica se mantienen en niveles m¨¢s que aceptables. Tambi¨¦n, con tantos matices como personas, la aprobaci¨®n a la gesti¨®n gubernamental. De hecho, pocos dudan de que el Frente Amplio vuelva a ganar las elecciones cuando, dentro de un a?o, Mujica termine su mandato.

En resumen, que no es lo que digamos nosotros, es lo que dice la realidad y refleja The Economist.

Cogemos el autob¨²s 116 para ir a Pocitos. Pocitos es un barrio de Montevideo, no se apure usted, como si dij¨¦ramos Arg¨¹elles en Madrid. Nos han dicho que all¨ª venden pescado, lo que constituye una rareza. Los montevideanos no toman pescado, pese a tener a su disposici¨®n un r¨ªo y un oc¨¦ano con las especies m¨¢s variadas. Una despensa gigantesca que desestiman porque ellos solo comen carne y pasta. Un d¨ªa carne y otro pasta. Carecen de una cocina propiamente dicha. No se podr¨ªa decir ¡°me gusta la cocina uruguaya¡± porque tal cosa no existe. Hay d¨ªas en los que sales del hotel y huele a asado y d¨ªas en los que huele a pasta. Si quieres ir a contracorriente, porque ese es tu car¨¢cter, lo ¨²nico que tienes que hacer es comer asado cuando huele a pasta y comer pasta cuando huele a asado.

Pero nos hab¨ªan dicho que en el Mercado del Buceo, situado en Pocitos, no solo vend¨ªan pescado y marisco, sino que hab¨ªa un restaurante especializado en productos del mar. Cogimos, ya digo, el 116, que para usted es lo mismo que si hubi¨¦ramos dicho el 120, y nos pusimos en marcha. Apenas rebasada la l¨ªnea del conductor hab¨ªa un asiento especial, una especie de trono que parec¨ªa conferir cierta autoridad al que se sentara en ¨¦l. Lo ocup¨¦, claro, como cualquier persona con complejo de inferioridad, y en la siguiente parada se me acerc¨® una se?ora que pretendi¨® pagarme. El conductor se ech¨® a re¨ªr.

¨CEs que ese es el asiento del cobrador ¨Cdi?jo¨C, pero est¨¢ de vacaciones. De todos modos es un puesto a extinguir.

¨CEn Espa?a ¨Cdije yo¨C los cobradores de autob¨²s se extinguieron en el cuaternario.

Nos pusimos a hablar de esto y de lo otro y enseguida se form¨® una tertulia muy agradable de cuatro o cinco personas. En un momento dado, pregunt¨¦ al conductor:

¨C?Les permiten hablar con los pasajeros?

¨CNo, pero yo hablo igual.

Les dije que en los autobuses italianos hay un cartel en el que pone: ¡°Vietato parlare con l¡¯autista¡±, pero no se rieron. Cuando est¨¢bamos llegando a destino, son¨® el m¨®vil del conductor. Lo cogi¨®, habl¨® con alguien, quiz¨¢ su esposa, y colg¨®.

Ambiente en una calle de Montevideo.
Ambiente en una calle de Montevideo.Jordi Soc¨ªas

¨C?Les permiten hablar por el m¨®vil? ¨Cpregunt¨¦.

¨CNo, pero yo igual hablo. Soy un delincuente, je, je.

El famoso restaurante de pescado result¨® ser una fritanga de tercera, pero Pocitos, situado en el borde de una de las playas formadas por el r¨ªo de la Plata, nos pareci¨® un barrio agradable, de clase media-alta. Lo que siempre hemos querido ser.

Esa noche, al llegar al hotel, son¨® el tel¨¦fono. Era de Presidencia del Gobierno. Mujica se sent¨ªa indispuesto y hab¨ªa cancelado el viaje a Anchorena. Vaya por Dios, me dije contrariado, y avis¨¦ a Jordi Soc¨ªas, que reneg¨® tambi¨¦n de nuestra suerte.

Dud¨¦ si dormir con el aire acondicionado y coger una bronquitis, o con la ventana abierta y que me frieran los mosquitos. Eleg¨ª los mosquitos y al poco de cerrar los ojos me despert¨® un picor intens¨ªsimo en el brazo. Me levant¨¦, encend¨ª la luz, me coloqu¨¦ las gafas, tom¨¦ un peri¨®dico e inspeccion¨¦ las paredes blancas de la habitaci¨®n en busca del bicho. Entonces repar¨¦ en la existencia de manchas negras e irregulares, como test de Rochard incompletos, formadas por los cuerpos de los mosquitos aplastados por anteriores hu¨¦spedes. Comprend¨ª que en aquel cuarto se hab¨ªan producido verdaderas carnicer¨ªas. En esto, descubr¨ª a mi chupador de sangre, que era muy grande para insecto, aunque peque?o para colibr¨ª, y descargu¨¦ sobre ¨¦l todo el peso del peri¨®dico. Y de mi ira. Qued¨® en la pared una mancha roja que con el paso de las horas se volver¨ªa negra. Al meterme en la cama de nuevo, record¨¦ un cartel que hab¨ªa visto ese d¨ªa en el Cementerio Central (uno de los m¨¢s importantes de Montevideo) en el que se solicitaba a los visitantes que no dejaran agua en los recipientes destinados a las flores, pues el agua podrida era un excelente caldo de cultivo para el mosquito del dengue. Calcul¨¦ la distancia que hab¨ªa desde el cementerio al hotel y no me pareci¨® probable que viniera de all¨ª el que me hab¨ªa picado.

El cambio de planes por la indisposici¨®n de Mujica nos oblig¨® a reorganizar nuestro viaje. Dando por hecho que no volver¨ªamos a encontrarnos con ¨¦l, dedicamos los siguientes d¨ªas a patear Montevideo, a conocer el pa¨ªs, a hablar con la gente. El pa¨ªs se conoc¨ªa de muchas formas, por ejemplo, comprando tabaco. Jordi Soc¨ªas y yo no fumamos en Espa?a, pero en el extranjero s¨ª. Tenemos la superstici¨®n de que en el extranjero podemos ser castigados por otras cosas, pero no por fumar. En el exterior de la primera cajetilla que compramos se ve¨ªa la fotograf¨ªa de dos hombres que en realidad eran el mismo, aunque uno de ellos estaba sano y el otro llevaba un tubo de ox¨ªgeno.

¨C?En qu¨¦ etapa de la enfermedad est¨¢s? ¨Cle preguntaba el sano a su versi¨®n enferma.

Nada de ¡°fumar mata¡± o ¡°fumar produce c¨¢ncer¡±, esa cosa directa al est¨®mago, tan nuestra. Todo mucho m¨¢s sutil, m¨¢s uruguayo, m¨¢s portugu¨¦s o gallego, si ustedes lo prefieren. Nos aficionamos a comprar paquetes porque hab¨ªa multitud de variedades. En una de ellas, una mujer joven y guapa se miraba en el espejo, donde aparec¨ªa una versi¨®n de s¨ª deteriorada por la quimioterapia.

¨C?En qu¨¦ etapa de la enfermedad est¨¢s? ?¨C preguntaba de nuevo la mujer sana a la enferma con una frialdad atroz.

Comprar tabaco era, dec¨ªamos, una forma de conocer el pa¨ªs. Tambi¨¦n visitar las ferias o mercadillos de Montevideo, la de Trist¨¢n Narvaja, por ejemplo, donde se suced¨ªan, una tras otra, una serie de librer¨ªas que combinaban sin problemas las novedades editoriales con el libro antiguo o de ocasi¨®n. Si hubi¨¦ramos de deducir el grado de cultura de los uruguayos de los t¨ªtulos que figuraban en los escaparates, dir¨ªamos que se trata de uno de los pueblos m¨¢s ilustrados del mundo. Si tuvi¨¦ramos que deducirlo, en cambio, de la visita al zoo de Montevideo, dir¨ªamos que el uruguayo es un tipo que no cree en el sufrimiento de los dem¨¢s, de los animales al menos. Jam¨¢s hab¨ªamos visto un zool¨®gico m¨¢s triste, m¨¢s enfermo, m¨¢s parecido a una prisi¨®n medieval. Los animales te miraban como si estuvieran condenados a cadena perpetua.

Aparte de fumar y de visitar el zoo, viajamos por el interior en un coche alquilado, enfrent¨¢ndonos a tormentas tropicales en medio de las cuales el autom¨®vil estuvo a punto de naufragar en varias ocasiones. El interior de Uruguay es id¨¦ntico a s¨ª mismo. Vistos cien quil¨®metros, visto todo. Una penillanura cuyas suaves ondulaciones aumentaban, dentro del coche, la sensaci¨®n de ir en un barco m¨¢s que en un autom¨®vil. A un lado y otro de la carretera, cultivos de soja, de ma¨ªz y de arroz, entre otros cereales. De vez en cuando, un grupo de vacas o de ovejas. Pod¨ªas hacer decenas de quil¨®metros sin ver a un ser humano, sin descubrir una casa, un pueblo, una gasolinera. Ello se debe en parte a que la densidad de poblaci¨®n es muy baja (no llega a 19 habitantes por quil¨®metro cuadrado, cuando en Espa?a, por ejemplo, es de 93). Nos habr¨ªa gustado llegar a la frontera con Brasil, pero el tiempo lo hizo imposible.

¨CNo sigan ¨Cnos dijeron en un peaje¨C, el tiempo est¨¢ muy bravo.

Como no nos pod¨ªamos perder Punta del Este, lugar m¨ªtico de veraneo de los millonarios argentinos, viajamos tambi¨¦n hasta all¨ª, pero result¨® ser como Benidorm o cualquier otro lugar tur¨ªstico con una afici¨®n desmesurada al cemento. Decepcionante, aunque previsible. Siguiendo la costa llegamos hasta Jos¨¦ Ignacio, donde por fin comimos un buen pescado. Nos dijeron que la costa se volv¨ªa m¨¢s interesante cuanto m¨¢s se alejaba uno de las grandes aglomeraciones y era verdad. Pero tuvimos que dar la vuelta antes de llegar a Punta del Diablo.

La gente nos preguntaba qu¨¦ nos hab¨ªa parecido el Pepe y nosotros les respond¨ªamos que qu¨¦ les parec¨ªa a ellos. Advertimos que la percepci¨®n que se ten¨ªa de Mujica fuera no coincid¨ªa exactamente con la que se ten¨ªa dentro (nadie es profeta en su tierra). Con las cautelas con las que conviene recibir cualquier generalizaci¨®n, dir¨ªamos que las clases medias y altas intelectuales observaban a Mujica con cierta condescendencia. Le agradec¨ªan que hubiera colocado a Uruguay en el mapa, pero su forma de vivir les resultaba un poco pintoresca.

¨CParece que tiene un n¨²cleo melanc¨®lico el loco ¨Cnos dijo una periodista para explicar el hecho de que prefiriera la chacra al palacio presidencial.

En las clases altas, en fin, no acababan de aprobar el hecho de que viviera humildemente ni de que apareciera en las televisiones de medio mundo con los pantalones del ch¨¢ndal remangados hasta la rodilla (tiene problemas de circulaci¨®n y le alivia llevar las piernas al descubierto). Nadie negaba desde luego las profundas transformaciones sufridas, para bien, por el pa¨ªs bajo su mandato. Pero pon¨ªan pegas aqu¨ª o all¨¢, a veces de car¨¢cter econ¨®mico, aunque le recriminaban tambi¨¦n sus fracasos en las reformas de la Administraci¨®n y en la ense?anza, dos de los pilares de su programa electoral. Se quejaban asimismo de la inseguridad, aunque Soc¨ªas y yo podemos atestiguar que en ning¨²n momento, a ninguna hora, en ninguna calle, tuvimos el m¨ªnimo percance, ni siquiera la sensaci¨®n de que podr¨ªamos tenerlo. Montevideo nos pareci¨® una de las ciudades m¨¢s seguras del mundo, tan segura al menos como Madrid, Barcelona o cualquier otra ciudad europea.

¨CEl viejo ¨Cnos dijeron algunos refiri¨¦ndose a Mujica¨C se ha creado un personaje y no hay manera de saber cu¨¢ndo habla el uno y cu¨¢ndo el otro.

Nos pareci¨® que la admiraci¨®n hacia Mujica crec¨ªa a medida que descend¨ªas en la escala social. De la mitad hacia abajo gozaba de una reputaci¨®n conmovedora. Lo ve¨ªan como a uno de los suyos y les parec¨ªa un signo de coherencia que aplicara a su vida el grado de austeridad que predicaba para la de los dem¨¢s.

En estas, a media semana recibimos una llamada de Presidencia del Gobierno. Nos dijeron que Mujica ten¨ªa un gran disgusto por no haber podido cumplir su palabra de llevarnos a Anchorena y que, si est¨¢bamos dispuestos, podr¨ªamos ir el viernes. El hecho de que el presidente de la Rep¨²blica se sintiera culpable por no haber cumplido la palabra dada a dos periodistas espa?oles (o finlandeses, da lo mismo) parec¨ªa ins¨®lito. ?Ser¨ªa una broma? Nos apresuramos a decirle que s¨ª, claro, y quedaron en recogernos a las 13 horas en el hotel. Desde all¨ª ir¨ªamos a por el presidente, que estar¨ªa en su chacra, viajar¨ªamos hasta Anchorena (unas tres horas), ver¨ªamos aquello con detenimiento y regresar¨ªamos por la noche. El programa era matador para un se?or de 80 a?os que llevaba encima una dura semana de trabajo. Desde cualquier punto de vista que lo observaras, aquella actitud hacia nosotros resultaba de una generosidad sin l¨ªmites.

El mandatario en su despacho presidencial de la Torre Ejecutiva. “Casi todos estos regalos son chinos”, explica sobre los objetos orientales que decoran su mesa.
El mandatario en su despacho presidencial de la Torre Ejecutiva. ¡°Casi todos estos regalos son chinos¡±, explica sobre los objetos orientales que decoran su mesa.Jordi Soc¨ªas

El autom¨®vil presidencial result¨® ser un Volkswagen de gama media sin ning¨²n signo interno o externo que delatara la condici¨®n de su ocupante. El ch¨®fer, mientras nos dirig¨ªamos a la chacra, nos dijo:

¨CEl Pepe es como nosotros, no esconde nada. ?l va al supermercado, a la ferreter¨ªa. Si tiene ganas de comer un churrasco, va a la carnicer¨ªa. ?l hace los mandados, no tiene servicio. Le pasa la escoba al piso. Le gusta conducir su Fusquita (un Volkswagen Escarabajo muy antiguo).

¨CComo les hab¨ªa prometido, vamos all¨¢, sacamos unas fotos, tomamos un copet¨ªn y volvemos ¨Cdice Mujica saliendo de su casa con la cara lavada y el pelo mojado, como si se acabara de despertar de una siesta.

Anchorena, seg¨²n nos hab¨ªan dicho, era una finca de m¨¢s de mil trescientas hect¨¢reas que un argentino apellidado de ese modo regal¨® al Gobierno uruguayo con la condici¨®n de que fuera la residencia de verano del presidente. El regalo inclu¨ªa, entre otras condiciones, que no se pod¨ªa vender y que el presidente ten¨ªa que pasar en ella unos treinta d¨ªas al a?o. Todo esto hab¨ªa sucedido porque el tal Anchorena, perteneciente a una de las familias m¨¢s ricas de Argentina, se hab¨ªa subido un d¨ªa en un globo al otro lado del r¨ªo de la Plata, en Buenos Aires, y hab¨ªa aterrizado en el lado de ac¨¢, en Uruguay, all¨ª donde el r¨ªo San Juan desemboca en el r¨ªo de la Plata. El lugar le pareci¨® tan hermoso que construy¨® en ¨¦l una casa inglesa de proporciones gigantescas, adem¨¢s de diversos anexos para el servicio y los caballos. Trajo especies de todo el mundo y reforest¨® el lugar, que en la actualidad es un hermoso parque natural.

Durante el viaje a Anchorena, Mujica iba sentado en el asiento del copiloto; Soc¨ªas, detr¨¢s del conductor, con la c¨¢mara a punto. Yo, detr¨¢s de Mujica.

¨C?Qu¨¦ le pas¨® el s¨¢bado anterior? ¨Cpregunt¨¦.

¨CFui a pasar una zanja. Llov¨ªa y me desgarr¨¦. Tom¨¦ unos remedios y me doy un aerosol.

Mientras viaj¨¢bamos, dijo que la lluvia les hab¨ªa ¡°embromado mucho¡±. Nos cont¨® que naci¨® en una chacra y que dedic¨® varios a?os de su vida a estudiar la ganader¨ªa de todo el mundo para conocer lo que era la mayor riqueza de su pa¨ªs. Entonces suena el m¨®vil, un viejo Nokia, lo coge. ¡°Hola, viejo¡±, contesta, ¡°decile que le voy a ver¡±. Cuelga. Dice que hacia los 17 o 18 a?os recibi¨® clases de don Jos¨¦ Bergam¨ªn. Que hasta los 20 a?os ley¨® literatura y filosof¨ªa. Que Bergam¨ªn le daba clases de composici¨®n literaria. Que luego se inclin¨® m¨¢s por las lecturas de car¨¢cter cient¨ªfico. Dice que su generaci¨®n tiene a Espa?a como una segunda patria, que leyeron mucho a la Generaci¨®n del 98. Y a Ortega. Dice que puso de ministro de Agricultura a un arrocero porque el 90% del agua corriente se la lleva el arroz. Que normalmente tienen problemas de sequ¨ªa porque el grueso del agua se va al mar. Que tienen que quitarle el agua al mar y que eso es lo que hacen los arroceros. La soja, dice, es un cultivo reciente.

¨CAqu¨ª ¨Cse?ala un punto del paisaje¨C se est¨¢ haciendo una facultad de veterinaria.

Dice que los viejos anarquistas lo primero que hac¨ªan era fundar una biblioteca y poner una imprenta. Que entre 1900 y 1920 en Uruguay tuvieron mucha influencia los anarquistas. Que luego dejaron el anarquismo, pero siguieron preocupados por la cuesti¨®n social. Los anarquistas, a?ade, crearon los sindicatos.

¨CMi padre ¨Cdice¨C muri¨® cuando yo ten¨ªa siete a?os. Viv¨ªa en una chacra muy peque?a, con mi madre. Pero empezaron a morir las chacras y se construyeron barrios obreros. Era un paisaje de overol y mameluco. Ah¨ª empec¨¦ a politizarme. Despu¨¦s, en el Liceo, milit¨¦ en una agrupaci¨®n libertaria. Nuestro lema era: ¡°Que te echen del trabajo por pelear, pero no por atorrante¡±. Los anarquistas modernos pelean por no trabajar.

Dice que el a?o pasado, cuando vino a Espa?a en viaje oficial, y le llevaron a La Zarzuela para ver al Rey, se dijo que aquello costaba un disparate. Que no se puede tirar la plata de ese modo cuando hay tanta gente con necesidades. Dice que en la chacra de su madre fundamentalmente cultivaban flores. Que en aquella ¨¦poca se cultivaba mucha flor porque hab¨ªa mucho culto a los muertos. Insiste en que se puede vender el aire, pero la tierra no. No hay mucha tierra as¨ª de verde en el mundo, dice mirando a un lado y otro de la carretera. Que el petr¨®leo se agota, pero la tierra no se agot¨® nunca.

¨CEso amarillo ¨Cdice se?alando las puntas de la planta de soja¨C es porque llovi¨® tanto que se perdi¨® el nitr¨®geno. El nitr¨®geno es muy soluble en el agua.

Dice que a Juan Carlos lo mat¨® la foto con el elefante muerto. Que lo de Corinna era m¨¢s perdonable, pero que lo del elefante fue horrible.

¨C?Y de qu¨¦ hablaron durante aquella cena, en La Zarzuela? ¨Cpregunto.

¨CDe la situaci¨®n del mundo ¨Cdice.

¨C?Y emplearon muchos lugares comunes?

¨CLos jefes de Estado van al ba?o tambi¨¦n. Son hombres.

¨C?Se imagina al Rey de Espa?a cenando en la cocina de su casa?

¨C?l quiz¨¢ tendr¨ªa dificultades para comer en mi casa, pero yo no para comer en la suya. Yo respeto y me siento a cualquier mesa, pero s¨¦ cu¨¢l es la m¨ªa.

Dice ahora que 3.000 quilos de soja por hect¨¢rea equivalen a 1.500 d¨®lares en bruto.

¨CValor neto ¨Ca?ade¨C: 500 d¨®lares. Es rentable para un trabajo de cuatro meses.

Luego dice que creer en el d¨®lar es como creer en los Reyes Magos. Como si fueras a un tendero y te midiera la tela con un metro de goma que pudiera estirar o encoger a su antojo. Dice que aunque ¨¦l es ateo, le da mucha importancia filos¨®fica y pol¨ªtica a la religi¨®n.

¨CA m¨ª ¨Ca?ade¨C ser ateo no me ha creado ning¨²n problema porque soy uruguayo. Batlle era un anticlerical enorme, escrib¨ªa dios con min¨²scula. Yo no soy anticlerical.

Anchorena era mejor, si cabe, de lo que nos hab¨ªan contado. Era el para¨ªso. Hab¨ªa, en efecto, una casa inmensa de principios del siglo XX, cuyas estancias se conservaban tal y como hab¨ªan sido construidas. La inmensa cocina te retrotra¨ªa, por su decoraci¨®n, a escenas novelescas de finales del XIX y los ba?os conservaban el suelo y los sanitarios originales. El presidente Mujica nos conduc¨ªa de una estancia a otra con un gesto de incredulidad, como si, pese a haberla visitado en tantas ocasiones, a¨²n no se creyera aquel derroche. Cuando iba a pasar el fin de semana con su esposa, se alojaban en una dependencia anexa, que en su d¨ªa debi¨® de servir para los invitados, quiz¨¢ para el servicio, a la que llamaban ¡°el hotelito¡±. Al pasar frente a un cuarto de ba?o, pregunto si puedo utilizarlo y me dice con expresi¨®n de asombro:

¨CPuedes utilizar el que quieras, ?hay muchos!

Y a?ade:

¨CA la casa traemos a gente como Bush, la presidenta argentina¡­ Luego se van, limpiamos y cerramos. Si alg¨²n d¨ªa viene el Rey de Espa?a, lo traeremos aqu¨ª.

Tras tomar un refrigerio, Mujica se pone al volante de una especie de camioneta todoterreno en la que montamos tambi¨¦n Soc¨ªas y yo, y nos perdemos por la enorme finca los tres solos. Cada poco, se cruzan por delante del coche grupos de ciervos, los hay a cientos, quiz¨¢ a miles. La situaci¨®n nos parece un poco delirante, la verdad, ning¨²n presidente de ninguna parte del mundo prescindir¨ªa de su seguridad en un recorrido no exento de riesgos y con dos desconocidos a bordo. En efecto, hay toda clase de ¨¢rboles y de vegetaci¨®n entre la que la camioneta se desliza superando milagrosamente la maleza, los surcos, la tierra mojada por las lluvias recientes.

En una de las paradas que hacemos le pregunto cu¨¢nto dinero lleva encima.

El Pepe saca del bolsillo de atr¨¢s del pantal¨®n una vieja billetera:

Mujica en Anchorena, una finca de más de mil trescientas hectáreas que un argentino regaló al Gobierno uruguayo para que fuera la residencia de verano del presidente.
Mujica en Anchorena, una finca de m¨¢s de mil trescientas hect¨¢reas que un argentino regal¨® al Gobierno uruguayo para que fuera la residencia de verano del presidente. Jordi Soc¨ªas

¨CVeinte o treinta mil pesos ¨Cdice echando un ojo al interior¨C. Yo hago los mandados y compro las herramientas. No tengo tarjetas de cr¨¦dito, lo pago todo al contado. Una vez, hace a?os, fui a comprar una Vespa y me la quer¨ªan vender a cuotas. Me di cuenta de que lo que me quer¨ªan vender no era la moto, sino el cr¨¦dito. La pagu¨¦ al contado, pero no logr¨¦ que me descontaran m¨¢s de cien ?d¨®lares.

La billetera del presidente de la Rep¨²blica est¨¢ llena de papelitos con notas y n¨²meros, quiz¨¢ tel¨¦fonos apuntados con urgencia. Observo que lleva tambi¨¦n unos d¨®lares.

¨C?Y esos d¨®lares?

¨CAh ¨Cdice¨C, los llevo por si las dudas, para cuando salgo al extranjero. Pero no me los puedo gastar porque nada m¨¢s bajarme del avi¨®n me llevan y me traen a todas partes. Deben de ser los d¨®lares m¨¢s viajados del mundo. Han ido a China, han vuelto, yo qu¨¦ s¨¦, han estado en todas partes.

Terminamos el viaje en una peque?a playa de la costa del r¨ªo de la Plata desde la que se ve a lo lejos Buenos Aires.

Hay un pino arrancado por el viento que sin embargo ha conseguido sobrevivir hundiendo sus ra¨ªces en la arena.

¨CParece mentira ¨Cdice Mujica¨C que no cuidemos la vida, que es un par¨¦ntesis. Tenemos toda la eternidad para no ser.

De regreso, nos ense?a las vacas y las instalaciones que se han construido para ellas, pues est¨¢ empe?ado en convertir Anchorena en una finca productiva, de manera que con los ingresos obtenidos se paguen los gastos de mantenimiento de la finca, en la que trabajan unas veinte personas.

Terminamos la tarde en Colonia, la localidad a la que pertenece Anchorena, y desde donde salen los ferris para Buenos Aires, tomando una copa en la terraza de una cafeter¨ªa. A partir de ese instante, Mujica se convierte en una propiedad de la gente que se acerca a ¨¦l, lo besa, lo toca, le pregunta por Manuela (la perra tullida) o le pide que le resuelva esto o lo otro. Mujica saca el tel¨¦fono y llama aqu¨ª o all¨¢. Parece que ha sacado la oficina fuera. La mesa de la cafeter¨ªa se convierte en unos instantes en la mesa de un despacho donde el presidente toma nota de todas las solicitudes.

¨CEs muy importante desacralizar la presidencia ¨Cdir¨¢ luego¨C. Esto tiene un sentido pol¨ªtico: acentuar el republicanismo. La distancia de los pol¨ªticos con la gente est¨¢ creando mucho descr¨¦dito. Y la peor enfermedad es la de la gente que no cree en su Gobierno. Cuando la gente dice: son todos iguales. Pues no.

Vista exterior de la casa de José Mujica.
Vista exterior de la casa de Jos¨¦ Mujica.Jordi Soc¨ªas

Regresamos de noche, agotados, en silencio. Creo que se duermen todos menos el ch¨®fer y yo. Cerca ya de Montevideo, nos detenemos en un peaje donde no funciona el sistema telem¨¢tico. El ch¨®fer baja la ventanilla:

¨CEste es el coche presidencial ¨Cle dice a la chica de la cabina¨C. Llevo aqu¨ª al lado al presidente.

La chica dice que se les ha ca¨ªdo el sistema, que no podemos pasar sin pagar. Mujica, que est¨¢ agotado, se inclina:

¨CDejame pasar, querida ¨Csuplica.

La chica contin¨²a dudando, dice que tiene que consultar con su jefe. Al final, pagamos.

Unos minutos despu¨¦s, dejamos al presidente en su chacra, donde no se ve ninguna luz, de modo que su cuerpo se pierde enseguida en la oscuridad. Se lo traga la noche con sus andares de anciano. Nuestro viaje ha llegado a su fin.

En la tapia del Cementerio Central vi un d¨ªa un grafiti, con pretensiones de epitafio, que dec¨ªa as¨ª:

¡°Ya te cont¨¦¡±. Pues eso, ya te cont¨¦.

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Sobre la firma

Juan Jos¨¦ Mill¨¢s
Escritor y periodista (1946). Su obra, traducida a 25 idiomas, ha obtenido, entre otros, el Premio Nadal, el Planeta y el Nacional de Narrativa, adem¨¢s del Miguel Delibes de periodismo. Destacan sus novelas El desorden de tu nombre, El mundo o Que nadie duerma. Colaborador de diversos medios escritos y del programa A vivir, de la Cadena SER.

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