?Es inevitable la fractura pol¨ªtica?
Algunos grandes problemas de Espa?a requieren reformas con altura de miras
Cuentan que coincidiendo S¨¢nchez Albornoz y Am¨¦rico Castro en una universidad estadounidense no se hablaron ni se saludaron, y se mostraron entre ellos indiferentemente hoscos. Uno de los alumnos achac¨® este comportamiento tan sorprendente a alguna controversia indeterminada sobre la guerra civil espa?ola o sobre conflictos pol¨ªticos nacidos en el exilio. Otro compa?ero universitario, conocedor de la disputa entre los dos eminentes historiadores, que manten¨ªa polarizado al mundo acad¨¦mico hispanoamericano, le corrigi¨®: ¡°?No!, es por los godos, no se hablan por una disputa sobre los godos¡±.
Pasado el tiempo, podemos echar de menos en Castro su olvido de los romanos y los godos y en S¨¢nchez Albornoz su desd¨¦n a la influencia ¨¢rabe en nuestra ¡°contextura vital¡±. Siendo Albornoz cuidadoso con los instrumentos propios del historiador, se aplica a su trabajo con entusiasmo can¨®nico, mientras Castro dibuja y vive en un marco de bellas y relumbrantes intuiciones, en las que establece categ¨®ricamente el siglo XVII como el periodo en el que se produce la quiebra de Espa?a: ¡°En adelante unos querr¨¢n una cosa y otros la opuesta¡±. Olvida el profesor la vicisitud diferente de Portugal y que la Espa?a actual se constituye en naci¨®n moderna 150 a?os despu¨¦s. Unos pueden achacar la quiebra a la extinci¨®n de las grandes ¡°misiones¡± que desde siglos antes hab¨ªan entretenido y unido a los espa?oles: la pugna interminable entre los cristianos y los invasores ¨¢rabes, que pas¨® a trav¨¦s de los siglos por periodos de encarnizada guerra y de relaciones de convivencia m¨¢s o menos pac¨ªficas y la gran aventura americana, que vino a ofrecer una inmejorable sustituci¨®n de objetivos desmesurados y trascendentes, que parecen los ¨²nicos que consiguen convocar el entusiasmo y la ambici¨®n de los espa?oles. Otros, sin embargo, achacan esta divisi¨®n a causas m¨¢s cercanas en el tiempo.
Sea como fuere, cierto es que, sin regodearnos en las diferencias con los pa¨ªses de nuestro entorno, nuestra historia moderna es un ejemplo desgraciadamente resplandeciente de falta de comuni¨®n, de consenso como se dice ahora, sobre los aspectos b¨¢sicos de nuestro pasado y de nuestro presente, que ha desembocado inevitablemente en una carencia de unidad ¡ªaunque fuera m¨ªnima ser¨ªa suficiente¡ª sobre el futuro. La lucha continua entre los esencialistas, defensores de unas perspectivas teocr¨¢ticas (nunca hemos conseguido que la religi¨®n sea neutral en el espacio p¨²blico espa?ol) y los defensores de formas pol¨ªticas perfectas, ¡°casi celestiales¡±, partidarios de volver a empezar desde cero, siempre frustrados por una realidad cotidiana imperfecta por su propia naturaleza, nos ofreci¨® durante todo el siglo XIX y el XX una mir¨ªada an¨¢rquica de Constituciones liberales, reacciones tradicionalistas y pronunciamientos militares; siendo frecuente el encarcelamiento y el exilio, sin privarnos de varias guerras civiles, que culminaron en la tragedia de la Guerra Civil de 1936-1939.
Con esos proleg¨®menos adquiere importancia relevante en nuestra historia la Transici¨®n Espa?ola, periodo de tiempo en el que, teniendo muy en cuenta nuestra historia moderna, los que hab¨ªan sido enemigos se transformaron en adversarios, los fines ¨²ltimos de los partidos pol¨ªticos se fueron desfigurando, abriendo paso a una pol¨ªtica pragm¨¢tica; los fundamentalismos ideol¨®gicos, pol¨ªticos y religiosos se fueron difuminando hasta permitir consensos necesarios para aprobar una Constituci¨®n ¡°suficiente¡± para la inmensa mayor¨ªa. Todo ello gracias a una sociedad que crey¨® en su capacidad para ser libre y a una clase pol¨ªtica que supo estar a la altura de las circunstancias superando sus propias siglas, porque el ¨¦xito de aquel periodo se bas¨® en la renuncia a ret¨®ricas sectarias y enardecedoras, en la b¨²squeda de los m¨ªnimos de unidad que son necesarios para vivir como ciudadanos, es decir: libres, en paz e iguales ante la ley.
La educaci¨®n y los retos de los nacionalismos son tareas prioritarias
El tiempo y la incompetencia en el ¨¢mbito p¨²blico, el sectarismo y el enclaustramiento en los l¨ªmites partidarios de los actuales pol¨ªticos espa?oles han disminuido la capacidad para interpretar los intereses nacionales y mantener los consensos generales a salvo de los intereses de las siglas, fortaleciendo los instintos gremiales y los sentimientos de partida. Felipe Gonz¨¢lez, con su gran capacidad para sintetizar discursos generales y sentimientos, ha dicho que un partido con mayor¨ªa suficiente debe gobernar como si no la tuviera en la b¨²squeda de pactos, y el de la oposici¨®n como si tuviera la responsabilidad de gobierno. Es justamente esa carencia de responsabilidad la que la sociedad espa?ola, no los numerosos extremos pero s¨ª la inmensa mayor¨ªa, echa en falta ante una clase pol¨ªtica que enfatiza cada vez m¨¢s sus propios rasgos hasta llegar con frecuencia a la caricatura.
Nos acercamos a unas elecciones europeas de gran trascendencia para los pa¨ªses integrantes de la Uni¨®n Europa y ser¨¢ el marco, m¨¢s o menos s¨®lido, en el que estamos obligados a solucionar nuestros problemas. Porque la UE es eso, un marco propicio para enfrentarnos a nuestras responsabilidades. Corremos el peligro, que no hemos podido evitar en otras ocasiones, de que el sistema pol¨ªtico, sometido como est¨¢ a una presi¨®n partidaria excesiva, con unas instituciones debilitadas, con el rechazo ciudadano hacia la pol¨ªtica, el incremento de las opciones sectarias o populistas ¡ªque no encuentran en los l¨ªmites del sistema definido por la Constituci¨®n y las leyes impedimento a sus deseos de incrementar su influencia pol¨ªtica¡ª salte por los aires o tenga un devenir crepuscular y melanc¨®lico.
Pero tambi¨¦n podemos acometer estos retos recobrando el esp¨ªritu fundacional de la Transici¨®n: la capacidad de renunciar a los intereses inmediatos de la parroquia propia, dando a toda la sociedad el protagonismo pol¨ªtico que exige, postergando los intereses de partes, ?de territorios? y sectores. En el pasado podemos encontrar argumentos para nuestra melancol¨ªa, pesimista y paralizante, pero tambi¨¦n ejemplos de desprendimiento, de capacidad para interpretar el conjunto desde nuestra posici¨®n partidaria, de superaci¨®n de la fuerza gravitatoria de las siglas.
Como puede comprobar mi querido lector, no me repugnan las reformas; bien al contrario, creo que ha llegado el momento de realizar algunas de gran calado, pero advierto que muchas de ellas no afectan a la propia Constituci¨®n. Sin caer en la tentaci¨®n arbitrista que estuvo muy de moda en su tiempo y ha dado p¨¢ginas inolvidables a la literatura espa?ola, parece inevitable efectuar cambios en la ley electoral; en la ley de partidos pol¨ªticos, que restrinja el expansionismo partidario en favor de unas instituciones m¨¢s fuertes; y, ?c¨®mo no!, llegar a un acuerdo nacional sobre los problemas que plantea la inmigraci¨®n irregular. Pero sobre todos los retos cotidianos que requieren consenso nacional, tenemos tres de superior importancia: el originado por el nacionalismo catal¨¢n, que propone unas circunstancias con las que no se puede convivir largo tiempo; el vasco, que tiene unas caracter¨ªsticas diferentes y algunas positivas; y por ¨²ltimo, parece imprescindible establecer cambios en materia educativa que impidan los vaivenes de los ¨²ltimos cuarenta a?os.
La tarea requiere altura de miras y responsabilidad de nuestros representantes. El problema no se sit¨²a en la sociedad, es de quienes tienen vocaci¨®n pol¨ªtica y voluntad de mejorar la herencia recibida.
Nicol¨¢s Redondo Terreros es presidente de la Fundaci¨®n para la Libertad.
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