Amor y secesi¨®n
La afirmaci¨®n de Catalu?a, por mucho que se quiera disfrazar el asunto para darle amabilidad, pasa por la negaci¨®n de Espa?a
Bueno, hasta aqu¨ª hemos llegado. El debate parlamentario sobre la concesi¨®n de la convocatoria de un refer¨¦ndum sobre el derecho a decidir al Parlamento catal¨¢n ha pasado el tr¨¢mite como se supon¨ªa: con un no rotundo amparado en muchas razones, pero sobre todo en una, que es la legalidad. Es cierto, y no hay ning¨²n constitucionalista que se lo plantee de otra manera: el sujeto de la soberan¨ªa es el pueblo espa?ol en su conjunto, mientras no se cambie la Constituci¨®n. Hasta aqu¨ª hemos llegado, pero el problema sigue sin resolverse.
De forma cruda, los nacionalistas catalanes han conseguido crear en su territorio una corriente de opini¨®n, aparentemente mayoritaria, que tiene un car¨¢cter secesionista del resto de Espa?a. Puede haber m¨¢s o menos matices, pero las cosas van por ah¨ª. Mentar Espa?a en Catalu?a en muchos ambientes es parecido a mentar la bicha. Los aficionados al f¨²tbol van con La Roja, para no tener que decir la palabra maldita. Y si alguien es de Coria del R¨ªo suele decir que se siente tambi¨¦n de all¨ª, pero le cuesta decir en p¨²blico que se siente espa?ol.
Mentar a Espa?a en Catalu?a en muchos ambientes es parecido a mentar la bicha
Porque el secesionismo, incluso f¨®rmulas menos extremas del nacionalismo, se expresa a trav¨¦s del rechazo, de la confrontaci¨®n. La afirmaci¨®n de Catalu?a, por mucho que se quiera disfrazar el asunto para dotarle de amabilidad, pasa por la negaci¨®n de Espa?a. Y para negarla es inevitable recalcar sus aspectos negativos, castrantes y dominadores. No es por la reclamaci¨®n del cari?o como se podr¨¢ domar al desbocado potro del nacionalismo catal¨¢n. A ning¨²n nacionalista le interesa ese cari?o. Todo lo m¨¢s pueden tomar sus manifestaciones como muestras de debilidad, de que est¨¢n ganando la batalla en el doloroso divorcio que se pretende.
Espa?a nos roba es una frase que no surge de la calentura, sino de la fr¨ªa busca de una consigna que revuelve tripas y aflora frustraciones. La soluci¨®n al asunto no pasa por la exaltaci¨®n de lo com¨²n en el terreno de la afectividad. Al Catalonia is not Spain del Camp Nou no se le puede contrarrestar con un Espa?a os quiere desde el Bernab¨¦u. Y el cerrilismo de Alfred Bosch no puede atemperarse traduciendo sus novelas al castellano. Queda la confrontaci¨®n a la medida que demanden los m¨¢s brutos, como en 1934 cuando Maci¨¤ midi¨® mal sus fuerzas. O queda la ¨²nica soluci¨®n sensata, que tiene que basarse en un pacto de conveniencia que, eso s¨ª, respete de manera escrupulosa la legalidad y evite malentendidos, como por ejemplo el de que hay que respetar el inexistente derecho de autodeterminaci¨®n.
Josep Antoni Duran Lleida propone que haya en la Constituci¨®n un reconocimiento expl¨ªcito del car¨¢cter especial de Catalu?a; Alfredo P¨¦rez Rubalcaba, una arquitectura federal que a¨²n ha de encarnarse en una propuesta, aunque va ganando en credibilidad; Miguel Herrero de Mi?¨®n sugiere un pacto de Estado que blinde competencias. Sobre la mesa hay muchas opciones. Todas exigen que los nacionalistas tasquen el freno y contengan su lenguaje insultante.
Y con suerte podremos querer a quien nos d¨¦ la gana dentro de una Europa de ciudadanos.
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