Una noche en el cuarto de Uma Thurman
El hotel Chelsea de Nueva York, refugio de personalidades art¨ªsticas y emblema de juergas, est¨¢ siendo sometido a una intensa reforma para renovar el negocio. Famosos que lo habitaron recrean por qu¨¦ alcanz¨® notoriedad
El hotel Chelsea de Nueva York parece esta tarde de marzo un caser¨®n abandonado a la deriva bajo la intensa lluvia que azota la calle 23. Rodeado de andamios, tapiadas sus cristaleras con tableros; solo un par de placas en recuerdo de Arthur Miller y Dylan Thomas, apenas iluminadas en la fachada por una bombilla mortecina, recuerdan que aquello fue la meca de la cultura en tiempos no muy lejanos. En la puerta que da al viejo lobby, despojado ya de arte en sus paredes, han colgado un cartel que dice ¡°closed for restoration¡± junto a un aviso de que est¨¢ prohibido enfocar con la c¨¢mara hacia adentro y sacar fotograf¨ªas. Tampoco hay mucho que retratar: al portero, que desde el mostrador saluda con desgana a los pocos inquilinos que entran y salen de los apartamentos del edificio como si protagonizaran una escena de The walking dead. Lo ¨²nico que permanece en pie es El Quijote; el restaurante espa?ol que, a base de paella y bogavante, viene desde 1930 aliviando las resacas de muchos de los grandes artistas norteamericanos.
En Palm Springs, California ¨Clejos del cielo plomizo que sobrevuela la isla de los rascacielos¨C localizo a Viva, la carism¨¢tica actriz que Andy Warhol convirti¨® en superestrella, que accede a repasar conmigo los entresijos del hotel en el que residi¨® largos a?os. ¡°Vivir en el Chelsea era como estar en casa. Nada que ver con esos hoteles con se?oras pidiendo hora para la manicura y personal actuando como mayordomos de la reina Victoria. Las habitaciones estaban bastante descuidadas, con agujeros en la tarima y los ba?os cay¨¦ndose a trozos. Las l¨¢mparas fluorescentes del pasillo ten¨ªan dos dedos de polvo encima¡ pero era un ambiente familiar. Un sitio informal lleno de escritores, m¨²sicos y cineastas. Lo mismo te cruzabas con Arthur C. Clarke, que escribi¨® all¨ª su 2001: una odisea en el espacio; que con Milos Forman cuando preparaba Alguien vol¨® sobre el nido del cuco. Era una vida maravillosa. Y c¨®moda. Pod¨ªas enviar paquetes desde la recepci¨®n sin tener que acercarte a correos, almacenar todo tipo de trastos en el s¨®tano o dejar a tus hijos al cuidado de las camareras haitianas. Hab¨ªa una, llamada Bunuel, que me daba ba?os vud¨²s con pl¨¢tanos para conseguir que volviera mi marido de Marruecos¡±.
A partir de los setenta, el Chelsea funcionaba casi como una comuna. Hab¨ªa pintores que pagaban el alquiler con cuadros y artistas subvencionados por las alt¨ªsimas rentas que Stanley Bard, el administrador, cobraba a los hijos descarriados de multimillonarios. ¡°Siempre hubo esa mezcla ¨Creconoce Viva¨C, pero Stanley nunca os¨® sacar un anuncio diciendo que pod¨ªas vivir junto a Jane Fonda o Dee Dee Ramone. De vez en cuando alguien gritaba por el pasillo, ?que viene un gu¨ªa!, y aparec¨ªa un tipo seguido por un pu?ado de turistas que se pon¨ªa: ¡®En esta habitaci¨®n residi¨® Dylan Thomas¡¯. Y le correg¨ªamos: ¡®Se equivoca, caballero, Dylan vivi¨® en el piso de arriba¡±. Stanley, considerado por algunos inquilinos como el casero m¨¢s bondadoso del mundo y por otros como el mayor starfucker (persona obsesionada por codearse con famosos) de la historia, ten¨ªa un modo peculiar de administrar el inmueble. ¡°Lo bueno de Stanley es que, si no ten¨ªas dinero para pagar la renta, no te echaba a la calle. Te daba la vara. Bueno, a m¨ª no, porque era uno de esos tipos machistas incapaces de negociar con mujeres. Amenazaba a mi marido o encerraba a mis hijas en su despacho y les asustaba diciendo que si yo no pagaba le iban a echar a ¨¦l del hotel. ?Qui¨¦n te va a echar a ti, Stanley, le preguntaban Alex y Gaby, si t¨² eres el due?o?¡±. Al final sus socios terminaron deshaci¨¦ndose de ¨¦l para vender el negocio. ¡°Yo ya viv¨ªa en California pero me acerqu¨¦ a visitar a algunos amigos y me lo encontr¨¦ sollozando en el vest¨ªbulo. ¡®Viva, Viva, ?qu¨¦ va a ser de m¨ª? No me dejan ya ni entrar a mi propio hotel¡¯. No te preocupes, le calm¨¦, voy a escribir una carta al New York Times. ¡®S¨ª, hazlo, por favor¡¯, me rog¨®. Lo hice, pero no sirvi¨® de nada¡±.
El emblem¨¢tico edificio de ladrillo, el m¨¢s alto de Manhattan cuando sus doce plantas fueron levantadas en 1885, forma parte del patrimonio hist¨®rico de la ciudad. Nadie teme, pues, por su pellejo. Tras el derribo de la antigua estaci¨®n de Pensilvania, Nueva York cre¨® en los a?os setenta una comisi¨®n de conservaci¨®n para garantizar la posteridad de reconocidas construcciones como el puente de Brooklyn y enclaves con encanto como la casita de Louis Armstrong en Queens. Desde entonces, las barandillas de hierro forjado de los balcones del Chelsea, a los que tantas veces se asomaron Patti Smith, Bob Dylan o Tom Waits, est¨¢n a salvo. No preocupa por tanto el envoltorio. Lo que mantiene a la gente en vilo¡ es el destino que se le vaya a dar a su alma.
El Chelsea naci¨® como una cooperativa con vocaci¨®n de procurar apartamentos de renta baja a los artistas que llegaban a intentar fortuna en Nueva York. Estaba en el coraz¨®n del distrito del teatro, que luego se mud¨® a Broadway, y pronto fue el lugar donde los artistas quer¨ªan vivir. Pobres o afamados. Personajes de la talla de la primera gran dama del cine, Sarah Bernhardt, se contaron entre sus originales moradores. Luego, tras una ¨¦poca de esplendor que abarc¨® la segunda mitad del siglo XX, el hotel dej¨® de aceptar residentes permanentes. Pero quienes ten¨ªan contrato firmado antes del cambio siguen dentro y andan preocupados. ¡°Quieren convertir el hotel en una especie de Disneylandia cultural para que los turistas puedan reservar una habitaci¨®n junto al apartamento de un famoso¡±, se queja Suzanne Ruta, que vive con su marido, el c¨¦lebre pintor Peter Ruta, a la vuelta de la esquina. El nuevo propietario, Ed Scheetz, que afirma haber inyectado 130 millones de d¨®lares en la renovaci¨®n, intenta apaciguar los ¨¢nimos: ¡°El esp¨ªritu del Chelsea llevaba abandonado varias d¨¦cadas y vamos a tratar de recuperarlo. Respetarlo, adem¨¢s de lo correcto, resultar¨¢ lo m¨¢s beneficioso para nuestro negocio.¡±
¡°Se supon¨ªa que hab¨ªa un apartamento por planta y que el ayuntamiento controlaba las rentas ¨Cme explica Viva¨C; pero el ¨²nico piso que quedaba ¨ªntegro era el del compositor Virgil Thomson, que llevaba alquilado desde los a?os treinta y, como le daba verg¨¹enza pagar una renta mucho m¨¢s baja que la del resto, decidi¨® renunciar voluntariamente al servicio de habitaciones. Ten¨ªa la planta que perteneci¨® al primer due?o del edificio, con muebles de caoba, y me invitaba a cenar muchas noches. Su casa era como el hotel de los l¨ªos. Era amigo de todo el mundo, de Picasso, de los Kennedy¡ Pero el resto de los apartamentos hab¨ªan sido divididos ilegalmente en dos, tres o cuatro habitaciones y Stanley nos cobraba lo que le parec¨ªa. Yo empec¨¦ pagando 160 d¨®lares, luego me subi¨® a 400 y al final a 900. Un d¨ªa unos amigos israel¨ªs supieron que la inquilina de al lado acababa de dejar el cuarto y tiraron el muro para agrandar su vivienda. Stanley no pudo decirles nada. As¨ª que cuando se march¨® mi vecina, decid¨ª hacer lo mismo. En mitad de la noche le di un martillo a mi hija Gaby y entre las dos hicimos un agujero en la pared para pasar al cuarto contiguo. A la ma?ana siguiente llam¨¦ a un obrero para que me ayudase con los escombros. Stanley se puso furioso y tuvimos una pelea. Yo me fui al ayuntamiento a buscar los planos originales para demostrar en un juicio que el apartamento que me alquilaba no exist¨ªa legalmente. Los consegu¨ª y, mientras estaba ba?ando a mis perros en el hotel, como sol¨ªa dejar la puerta abierta, Stanley entr¨® y me los rob¨®. Volv¨ª al ayuntamiento de nuevo¡ pero ya no los ten¨ªan. Stanley ten¨ªa un topo dentro que los hab¨ªa volatilizado. Ya lo dej¨¦ por imposible y me fui a California porque Gaby comenzaba una serie en televisi¨®n¡±.
En su casa del pueblo de Woodstock, Nueva York, un campamento al que sol¨ªan retirarse muchos artistas en los a?os sesenta y setenta para componer bajo la tranquilidad de los pinos, hablo con Sally Grossman, la viuda del hombre que inici¨® su fortuna como manager de Peter, Paul and Mary, y que ocup¨® una de las habitaciones del hotel como oficina. ¡°Recuerdo mis encuentros con el poeta Gregory Corso o con Harry Smith, el creador de la Antolog¨ªa de la m¨²sica folcl¨®rica norteamericana de la que tantas melod¨ªas sac¨® Bob Dylan. Y a Janis Joplin¡±. Al mencionar a la reina de la psicodelia muerta por sobredosis de hero¨ªna en 1970, Sally para un momento y remata: ¡°Claro que hab¨ªa droga. Con ella experimentaron algunos, pero la mayor¨ªa sab¨ªamos que la frontera terminaba en la hero¨ªna. La hero¨ªna era un ¡®no¡¯ definitivo. El caballo era entonces un tema de exc¨¦ntricos o de pobres; ahora es cuando la hero¨ªna se ha convertido en una plaga de la clase media americana¡±.
Lo cierto es que, junto al romanticismo de un momento de explosi¨®n creativa, sobre el Chelsea planea una leyenda negra de crimen y perversi¨®n. ¡°Pero eran los tiempos, no el Chelsea¡±, se defiende Viva. ¡°Le pas¨® lo mismo que a Andy Warhol, que ten¨ªa una reputaci¨®n de ser mucho m¨¢s loco de lo que en realidad era. Es cierto que hubo una ¨¦poca en que se hospedaba en un cuarto un profesor de f¨ªsica de instituto que era un camello y ten¨ªa una fila de yonquis siempre en la puerta. Le suplic¨¢bamos a Stanley que le echara porque no pod¨ªamos pegar ojo por la noche con el ajetreo de sus clientes. Pero Stanley se pon¨ªa: ¡®?Por qu¨¦ le tengo que echar? Es un tipo decente. ?Es un profesor!¡¯. Al final se lo llev¨® la polic¨ªa. Tambi¨¦n tuvimos viviendo a un grupo de chaperos que iban vestidos con trajes y sombreros rosas. Y prostitutas. En fin¡ S¨ª, hubo alg¨²n asesinato. Sid Vicious mat¨® all¨ª a su novia y recuerdo un par de suicidios. Un tipo salt¨® de una ventana y traspas¨® el techo de cristal de la sinagoga. Lo sacaron a¨²n con vida en una camilla. Me acerqu¨¦ y le pregunt¨¦ que por qu¨¦ lo hab¨ªa hecho. ¡®Porque acaban de matar a John Lennon y me quiero ir con ¨¦l¡¯, me dijo. Pero aquel universo no era ni m¨¢s ni menos violento que el de la ciudad de Nueva York en esos a?os¡±.
Una pieza de historia sobre cuya terraza la nueva propiedad planea montar ahora un bar de copas. Un ascensor en el costado oriental de la fachada permitir¨¢ el acceso directo hasta lo que no hace mucho fue el ¨¢tico de la cineasta Shirley Clarke. Y dentro se volver¨¢n a colgar los cuadros para recuperar el esp¨ªritu del Chelsea¡ a base de talonario. Al¨®jese en el cuarto que habit¨® Joni Mitchell. D¨²chese en el ba?o de Uma Thurman. Tome un aperitivo en la mesa en que Jack Kerouac escribi¨® On the road.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.
M¨¢s informaci¨®n
Archivado En
- Bob Dylan
- Patti Smith
- Milos Forman
- Jane Fonda
- Uma Thurman
- Sex Pistols
- Arthur C. Clarke
- Tom Waits
- Jack Kerouac
- Dylan Thomas
- Opini¨®n
- Andy Warhol
- The Ramones
- Joni Mitchell
- Generaci¨®n Beat
- Nueva York
- Grupos m¨²sica
- Literatura americana
- Escritores
- Estados Unidos
- Movimientos literarios
- Movimientos culturales
- Literatura
- Patrimonio cultural
- Norteam¨¦rica
- El Pulso
- EPS Columnas