Gabo, el poder y la literatura
Al margen de sus simpat¨ªas personales, que le llevaron a anudar lazos de amistad con Fidel Castro, Garc¨ªa M¨¢rquez sent¨ªa una apasionada curiosidad por el poder y una fascinaci¨®n literaria por quienes lo ejerc¨ªan
¡ª?No ves el s¨¦quito? Como el de los emperadores romanos.
Gabo se?al¨® con la mano la polvareda que levantaba la comitiva, all¨ª a lo lejos, a kil¨®metros de distancia de donde est¨¢bamos. Nos hab¨ªamos perdido en el camino a Tipitapa, en el departamento nicarag¨¹ense de Malacatoya, y ca¨ªa sobre nosotros un sol de justicia aquel mes de enero de 1985. Durante casi media hora aguardamos junto al autom¨®vil a que surgiera alguna se?al o llegara alguien que nos indicara la senda. Hasta que finalmente, como en el poema de Rub¨¦n, vimos llegar, oro y hierro, el cortejo de los paladines. M¨¢s hierro que oro, a decir verdad. Le perseguimos para incorporarnos a ¨¦l y desembarcar as¨ª a la vez que Fidel Castro en el ingenio azucarero que el l¨ªder cubano iba a inaugurar.
¡°Como los emperadores romanos¡±. Comprend¨ª de inmediato la fascinaci¨®n de Garc¨ªa M¨¢rquez por el poder y se me qued¨® grabada esa imagen para siempre. ¡°A ti lo que te pasa es que te gustan los dictadores¡±, le hab¨ªa dicho un d¨ªa Omar Torrijos, quiz¨¢s el gobernante con el que m¨¢s afinidades y complicidades estableci¨®. Pero al margen sus simpat¨ªas personales, que le llevaron a anudar lazos de amistad con Fidel Castro, como no dejaron de recordarle en vida, pero tambi¨¦n con Bill Clinton o con Felipe Gonz¨¢lez, Gabo, al igual que tantos otros escritores ilustres, sent¨ªa una apasionada curiosidad por el poder en ejercicio, fruto del compromiso pol¨ªtico que desde muy joven hab¨ªa adoptado, y que mantuvo hasta el final.
Un d¨ªa me llam¨® por tel¨¦fono y me pidi¨® que le presentara a Adolfo Su¨¢rez, ya retirado de la vida p¨²blica. ¡°Felipe me dice que es un personaje interesante¡±. ¡°?Quieres tambi¨¦n conocer a Aznar? ¡ªle pregunt¨¦¡ª, al fin y al cabo es el actual presidente del Gobierno¡±. ¡°De ninguna manera ¡ªse apresur¨® a responder¡ª, no me interesa. Ya me lo ofreci¨® Clinton, despu¨¦s de que cen¨¢ramos en Martha¡¯s Vineyard. Y me negu¨¦: ?Sabes c¨®mo le dije? I don¡¯t like him. Para que lo tuviera claro¡±.
Con Adolfo Su¨¢rez habl¨¢bamos solo de pol¨ªtica, el expresidente no parec¨ªa interesado en ninguna otra cosa
Quedamos con Adolfo a almorzar y ¨¦l lleg¨® al restaurante antes que nosotros. Cuando hice las presentaciones en medio de las disculpas por el retraso, le coment¨¦: ¡°Aqu¨ª tienes al autor de Cien a?os de Soledad, el Quijote del siglo XX¡±. ¡°Te equivocas ¡ªme interrumpi¨® el Nobel¡ª, ese es el libro que va a aparecer dentro de unos meses¡±. Hablaba de El amor en los tiempos del c¨®lera. Con Su¨¢rez establecimos un rito seg¨²n el cual a cada visita de Garc¨ªa M¨¢rquez a Madrid, comer¨ªamos juntos los tres. Lo cumplimos reiteradas veces. Habl¨¢bamos solo de pol¨ªtica, pues el expresidente no parec¨ªa interesado en ninguna otra cosa, y hablar de pol¨ªtica es siempre hablar del poder: la ambici¨®n por conquistarlo, la manera de ejercerlo, el fracaso de perderlo.
Fue por lo mismo Gabo quien me recomend¨® la lectura de la biograf¨ªa de Juan Pablo II, Su Santidad, escrita por Marco Politi: te apasionar¨¢, es un libro sobre el poder, me dio como toda explicaci¨®n. De aquellas charlas, de tantas otras como mantuvimos, de la inevitable experiencia propia, llegu¨¦ a la conclusi¨®n de que en realidad no es tanto que los gobernantes alcancen el poder como que este se adue?a precisamente de ellos. Aunque en el caso de los emperadores romanos parec¨ªa diferente: gobernaban, guerreaban, administraban y se entregaban a los placeres de la vida todo a la vez. El imperio viajaba con ellos, lo mismo que la revoluci¨®n lo hac¨ªa con Fidel Castro aquel mediod¨ªa ardiente de 1985.
Gabo se desternillaba de risa cuando Torrijos le puso de relieve su atracci¨®n por los dictadores, ¡°pero por lo menos que sean de izquierdas¡±, se dijo a s¨ª mismo. Para los de derechas escribi¨® su anatema en El oto?o del patriarca, inspirado en la figura execrable del venezolano P¨¦rez Jim¨¦nez. Al fin y al cabo, todos o casi todos los escritores del boom latinoamericano tienen su propio libro sobre un d¨¦spota de su elecci¨®n. La vecindad con los protagonistas del poder, con los personajes m¨¢s que con sus pol¨ªticas, es una constante en la biograf¨ªa de muchos grandes escritores. La literatura misma es tambi¨¦n una forma de poder, muchas veces m¨¢s decisiva y demoledora que cualquier otra. El pulso entre Quevedo y Olivares dio con los huesos del primero en prisi¨®n, pero la influencia sobre la vida espa?ola del escritor ha sido hist¨®ricamente mucho m¨¢s relevante que la del Conde Duque.
Literatura y poder han ido con inusual frecuencia de la mano desde que reyes y emperadores ejercieran el mecenazgo y vates y poetas se dedicaran, a cambio, a ensalzar sus figuras. Lenin describi¨® a los peri¨®dicos como los mejores agitadores u organizadores pol¨ªticos que pudiera imaginarse y para nuestros contempor¨¢neos el compromiso pol¨ªtico o el servicio a su pa¨ªs han resultado siempre excusa o raz¨®n que justificaran el maridaje entre ambos mundos. En Am¨¦rica Latina no es preciso remontarse a los ejemplos de Mart¨ª, Miranda, Bello, Sarmiento y tantos otros. Octavio Paz y Carlos Fuentes fueron embajadores, Vargas Llosa concurri¨® sin ¨¦xito a unas elecciones democr¨¢ticas y el propio Garc¨ªa M¨¢rquez se vio tentado, siquiera brevemente, de encabezar una coalici¨®n de izquierdas en Colombia.
Casi todos los escritores del ¡®boom¡¯ latinoamericano tienen su propio libro sobre un d¨¦spota de su elecci¨®n
Pero Gabo no necesitaba de otros oropeles que los de su ingenio para influir en la sociedad que le rodeaba. Belisario Betancur, otro literato metido a gobernante, tuvo que explicarle a Reagan siendo ambos presidentes de sus pa¨ªses que Garc¨ªa M¨¢rquez era un aut¨¦ntico h¨¦roe nacional y que las dificultades que entonces arrostraba para obtener un visado de entrada en Estados Unidos supon¨ªan una afrenta para todos los colombianos. No hay probablemente en toda la historia de Colombia nadie que haya recibido un reconocimiento tan expl¨ªcito como ¨¦l.
Los pueblos necesitan alg¨²n tipo de ¨¦pica que los movilice, incluso si se trata de una ¨¦pica de la destrucci¨®n. Los creadores y artistas son los encargados de construirla. Garc¨ªa M¨¢rquez, junto con los escritores del boom, fue el responsable en gran medida de que los ojos del mundo volcaran su atenci¨®n en la d¨¦cada de los setenta sobre las venas abiertas de Am¨¦rica Latina, para usar las palabras de Eduardo Galeano. Gabo explic¨® muchas veces que su amistad con Fidel comenz¨® precisamente por ¡°la convicci¨®n de que hay un camino latinoamericano que se puede encontrar. Castro abri¨® una gran brecha en ese sentido¡±. Luego las afirmaciones pol¨ªticas, los acuerdos y las discrepancias dieron paso a una relaci¨®n personal estrecha. Garc¨ªa M¨¢rquez lo relatar¨ªa as¨ª: ¡°Dicen que soy un mafioso porque mi sentido de la amistad es tal que resulta un poco el de los g¨¢nsteres; por un lado mis amigos y por otro el resto del mundo. La fama da acceso pr¨¢cticamente a la posibilidad de toda clase de amistades y los jefes de Estado no se escapan. Con unos quedan los lazos y con otros no. La amistad se establece por ciertas afinidades humanas o literarias. En Cuba encontr¨¦ una conciencia de los problemas latinoamericanos, de la necesidad de una unidad de acci¨®n en Am¨¦rica Latina. Luego desarroll¨¦ mi amistad con Fidel Castro que sigui¨® otro rumbo, inclusive divergente del pol¨ªtico: donde empiezan los desacuerdos de ese g¨¦nero comienza otro tipo de afinidades humanas y de comprensi¨®n de la situaci¨®n cubana¡±.
El recordatorio de esta explicaci¨®n, que me hizo en su d¨ªa para que se publicara, es m¨¢s que pertinente en las horas que corren, cuando permanece el duelo por su p¨¦rdida y las gentes se interrogan por c¨®mo fue en verdad su vida. Pero hoy no puedo dejar de pensar, evocando la imagen de la campi?a nicarag¨¹ense y las nubes de polvo levantadas por el cortejo oficial de los rebeldes, que a la postre era sobre todo la fascinaci¨®n literaria del poder lo que justificaba las relaciones de Gabo con quienes lo ejerc¨ªan. Como redivivos emperadores de la antigua Roma.
Juan Luis Cebri¨¢n es presidente de EL PA?S y miembro de la Real Academia Espa?ola.
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