Y camin¨¦ por Uagadug¨²...
Autor invitado: Nuno Cobre (*)
Viaje a Burkina Faso (2)...
Uno de los camareros me orient¨® gesticulando mucho con sus manos y al rato sal¨ª a la calle. El calor, qu¨¦ calor. A Uagadug¨² no le deb¨ªan de caer muy bien las personas con presiones bajas. La ¨²nica vez que consegu¨ª ver la temperatura, el reloj marcaba m¨¢s de cuarenta grados. Un calor tan fuerte que me dejaba atontado y me produc¨ªa dolores de cabeza. Pero de momento aguantaba y aguantaba, dirigiendo mis pies por unas calles de sabor canela que me llevaron hasta la Avenue de l¡¯Ind¨¦pendance y los edificios gubernamentales del entorno. Por la calle me cruzaba con muchos soldados, miembros de un ej¨¦rcito que hasta hace poco se hab¨ªa mantenido casi siempre fiel a Blaise Compaor¨¦, lealtad que qued¨® en entredicho recientemente cuando una cantidad importante de militares se lanz¨® a la calle para pedir mejores condiciones para el gremio. Compaor¨¦, decidi¨® entonces desarmar a muchos soldados para evitar una rebeli¨®n interna.
En medio de un ruido de botas, comprob¨¦ como la ancha Avenue del¡¯Ind¨¦pendance se preparaba para un desfile militar que ser¨ªa realidad en unos d¨ªas. En esta calle era mejor esconder la c¨¢mara fotogr¨¢fica y olvidarse del clic. Segu¨ª caminando entre varios edificios del Gobierno hasta llegar al boulevard Charles de Gaulle, que empezaba a partir de un monumento dominado por un gallo en lo alto de un tronco. El calor, el calor, mucho tr¨¢fico y mis vueltas eran absurdas, a la deriva, como suelen serlo, un mirar por mirar, un fuera de contexto intencionado en un paisaje calor¨ªfico y complicado para los voluntariosos ¨¢rboles que retaban con dificultades a un panorama mayoritariamente marr¨®n y seco.
Volv¨ª sobre mis pasos con la idea ahora s¨ª de alcanzar el centro, la Place des Nations Unies. Por la calle segu¨ªan desfilando militares tapando por algunos momentos carteles coloridos que anunciaban diversos espect¨¢culos culturales. No en vano Uagadug¨² es posiblemente la ciudad que trata mejor a la cultura de toda la regi¨®n: una relaci¨®n significativa que se forj¨® con la administraci¨®n deSankara en su momento y que se ha mantenido hasta ahora. En Uagadug¨² ir al cine y al teatro entre otras posibilidades, son realidades diarias. De entre todos losespect¨¢culos, levantan la mano reclamando una menci¨®n especial el festival de cine Fespaco y la feria de artesan¨ªa SIAO.
Mir¨¦ el tr¨¢fico. A pesar de la evidente pobreza de Burkina, en este pa¨ªs no abundaban tantos coches de la ONU, UE u ONGs como en otros pa¨ªses de la regi¨®n, tales como Liberia o Sierra Leona, m¨¢s necesitados aparentemente. Uagadug¨²presentaba su eficiencia d¨¦bil, pero constante a trav¨¦s de servicios b¨¢sicos de transporte, o de limpieza. Como suele ocurrir, no les iba mal a los bancos y a las gasolineras que ocupaban las mejores instalaciones. Con todo, los burkineses que dorm¨ªan en la calle y en casas derruidas, recordaban que a¨²n Burkina Faso es un pa¨ªs extremadamente pobre.
Segu¨ª caminando y avist¨¦ al fondo el globo terr¨¢queo que le da vida a la Place des Nations Unies. Frente al globo, descubr¨ª a un hombre dirigiendo el tr¨¢fico bajo una m¨¢scara y unas delgadas y largas muletas de madera. Un zancudo. Un zancudo dirigiendo el tr¨¢fico en Uagadug¨². Segu¨ª caminando hacia la Place des Nations Unies y en medio de la ruta me top¨¦ con varias librer¨ªas al aire libre. La mayor¨ªa de los libros eran cl¨¢sicos franceses de segunda o tercera mano. Manose¨¦ varios textos y abr¨ª m¨¢s los ojos cuando descubr¨ª varios libros sobre la figura de Thomas Sankara. Le pregunt¨¦ a un tipo de boina si no ten¨ªan problemas en publicar estos libros, ¡°mientras paguemos los impuestos¡¡± me contest¨®.
Ese dicho. Pens¨¦ en ese conocido dicho que afirma, ¡°cuando no puedas con tu enemigo, ¨²nete a ¨¦l¡±. Ciertamente, parece claro que el Gobierno de Compaor¨¦, entre que no reconoce su autor¨ªa como ejecutor de la muerte de Sankara, unido a la imposibilidad de borrar su imagen, ha optado por permitir un m¨ªnimo culto a la personalidad de Sankara, tribut¨¢ndole por ejemplo una avenida y permitiendo que su tumba (a pesar de encontrarse a las afueras de la ciudad y en un cementerio completamente marginal) se mantenga erigida. Con todo, cuando el Gobierno de Compaor¨¦ siente que las voces discordantes se vuelven demasiado chillonas, entonces interviene. Como cuando el l¨ªder opositor Cl¨¦ment Ou¨¦draogo (antiguo compa?ero de Compaor¨¦) fue asesinado en 1991.
Le compr¨¦ al tipo de la boina el libro Qui¨¦tait-il?, primera parte, el cual bajo la batuta de Bruno Jaffr¨¦, re¨²ne declaraciones de personajes relevantes de la pol¨ªtica burkinesa sobre la figura de Sankara (no siempre laudatorias) as¨ª como diferentes discursos y frases c¨¦lebres de ¨¦ste como, ¡°mi pa¨ªs est¨¢ sucio y yo me comprometo a limpiarlo con mi propia sangre¡±. Tambi¨¦n se pueden apreciar algunas fotograf¨ªas donde aparecen juntos Sankara y un hier¨¢tico Compaor¨¦. A¨²n despistado con los cambios entre d¨®lares y francos africanos, me convert¨ª en una presa f¨¢cil para el vendedor de la boina que afirmaba que estaba pagando cuatro euros, cuando en realidad mi bolsillo se hab¨ªa desprendido de treinta y siete. ¡°Burkina es el pa¨ªs de la paz y la amistad¡±, me dijo antes de entregarme el libro.
Segu¨ª caminando. Con el espigado cartel de la gasolinera Total a sus espaldas, me encontr¨¦ por estos lares con una veintena de musulmanes rezando. Se agachaban, se levantaban¡ En Burkina, un 90% de la poblaci¨®n es o bien musulmana (50%) o bien animista (40%) aunque es com¨²n que ambas religiones convivan pac¨ªficamente. Hay asimismo un 10% de cristianos. Burkina tambi¨¦n da cobijo a una alta diversidad ¨¦tnica con m¨¢s de 60 tribus. Lo m¨¢s numerosos son los Mossi(48%)
Volv¨ª a activar mis piernas y mi mano tropez¨® con peri¨®dico que se apostaba frente a una librer¨ªa. Descubr¨ª as¨ª un puesto de peri¨®dicos, donde destacaban las portadas de L¡¯Ev¨¦nement, Le courrier confidentiel o L¡¯Observateur, la mayor¨ªa de ellas haci¨¦ndose eco del desfile militar que acontecer¨ªa en los pr¨®ximos d¨ªas. No muy lejos de aqu¨ª, presion¨¦ el bot¨®n de la c¨¢mara fotogr¨¢fica para retratar al curioso Maison du Peuple, el cual me hizo pensar en una especie de edificio chino, debido a sus c¨²pulas como en forma de sombreros triangulares de acero.
El est¨®mago avis¨® y pude comer algo por aqu¨ª. Dado que el calor segu¨ªa siendo atosigante decid¨ª llamar a un taxista que Joana me hab¨ªa recomendado con la idea de seguir la excursi¨®n en coche. As¨ª es como apareci¨® Idrissa en un Mercedes pr¨¢cticamente desguazado pero respirando. Idrissa era un hombre de unos cuarenta y largos, de expresi¨®n afable y que me abri¨® la puerta de su taxi con una sonrisa. Al cabo de unos minutos nos adentr¨¢bamos por el sur, concretamente por la Avenue Kwame N¡¯Krumah (que homenajea al l¨ªder ghan¨¦s) lo que me permiti¨® contemplar la mezquita y otros monumentos interesantes. Pero Idrissa par¨® el coche de pronto y susurr¨® varias palabras inteligibles. ¡°?D¨®nde vamos?¡±, me pregunt¨® poco despu¨¦s. ¡°A los sitios famosos¡±, contest¨¦ yo, mirando por la ventana. Pero el taxista burkin¨¦s resoplaba, negaba con la cabeza. De nuevo la l¨®gica espacial y orientativa africana, me despistaba. Yo despisto, t¨² despistas, nosotros despistamos, vosotros despist¨¢is. Hablamos sin entendernos un rato, me rasqu¨¦ el pelo durante unos minutos y nombr¨¦ varios cl¨¢sicos que llevaba apuntados y Idrissa afirm¨® con la cabeza, derrotando as¨ª al titubeo. Vamos.
Seguimos hacia el norte y pasamos por la Place de la R¨¦volution atalayada por una llama de cemento y rodeada de postes con la bandera de Burkina, uni¨¦ndose entre s¨ª a trav¨¦s de cadenas constantes. Tambi¨¦n bordeamos la Delegaci¨®n de la UE, envuelta en un edificio color caf¨¦ con leche y con un cierto aire musulm¨¢n. La avenida se completaba con bancos bien mantenidos, correctos restaurantes y decentes edificios.
Volv¨ªamos a la Place des Nations Unies, atravesando entre otras la Avenue Boumedienney rozando el Grand March¨¦ (cuyo incendio en 2003 provoc¨® una radical transformaci¨®n de la ciudad) que se empezaba a recoger. Desde el ruidoso taxi de Idrissa, se nos present¨® tambi¨¦n la Place du Cin¨¨aste Africain que se compon¨ªa de varios platillos superpuestos de diferentes colores. En frente de la Place Naaba-Koom resist¨ªa una estaci¨®n de trenes, apu?alada de desolaci¨®n. Fue aqu¨ª cuando Idrissa me mir¨® por el espejo retrovisor y me dijo, ¡°ya est¨¢, este es el centro, los sitios famosos de Uagadug¨²¡±.
Anochec¨ªa y la ciudad se iba calmando. El hotel supon¨ªa la pr¨®xima parada natural, pero, ?por qu¨¦ no ir al cine? ?Al cine! Nunca hab¨ªa tenido la oportunidad de ir a un espect¨¢culo cinematogr¨¢fico en ?frica. Era el momento. Idrissa consult¨® su m¨®vil en busca de las pel¨ªculas de hoy. ¡°En el Cine Burkina proyectan, Commisariat de Tampy III, con actores como Samira Sawadogo o Roger Zami¡±, inform¨® el conductor. Levant¨¦ los dos pulgares y acto seguido se encendi¨® a trancas y barrancas el motor del Mercedes.
Aclaremos. En mi vida ?lo juro! hab¨ªa abandonado una sala de cine. Pero Commisariat de Tampy III era demasiada provocaci¨®n para la santa paciencia, incluso para la de aquellos cuya curiosidad reta al infinito. La peli. Pongamos que hablamos de un culebr¨®n que nos presenta varias historias: un soldado pat¨¢n, adulterios, traiciones, embarazos inesperados, geniudas madres africanas¡ Diecis¨¦is minutos eran aguantables, una hora y media¡ Y lleg¨® ese instante. ?Lo hago o no lo hago? Asombrado, observ¨¦ como mi cuerpo se pon¨ªa en pie y se iba directo al hotel. Ma?ana continuar¨ªa el recorrido. Uagadug¨² segu¨ªa, Burkina Faso no se iba a parar.
(*) Nuno Cobre es autor del blog Las palmeras mienten
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