El deber de persuadir
?Qu¨¦ significa la democracia para el ¡®pueblo¡¯ catal¨¢n y sus int¨¦rpretes? El puro ejercicio de su voluntad sin restricci¨®n ninguna. Los argumentos sobran y tienden a imponerse, sobre todo, las emociones nacionales
Frente al equ¨ªvoco derecho a decidir, el deber indudable de persuadir. Si aquel derecho presunto lo reclaman los nacionalistas catalanes, tendr¨ªan que estar dispuestos a cumplir este seguro deber hacia los dem¨¢s catalanes y espa?oles todos. No hay otra v¨ªa democr¨¢tica para adoptar decisiones p¨²blicas que recurrir primero a la persuasi¨®n p¨²blica. Resulta seguramente improbable, dadas las f¨¦rreas reglas de partido, que unos diputados lleguen a convencer a otros de la conveniencia de una medida pol¨ªtica. Pero lo imprescindible es intentarlo y que al menos se escuchen las razones en pro y en contra. La democracia formal debe guardar sus formas.
Pocas decisiones p¨²blicas m¨¢s cruciales que la secesi¨®n, que crea una nueva comunidad pol¨ªtica a fuerza de deshacer otras dos. Declara pol¨ªticamente extranjeros a quienes hasta entonces eran conciudadanos (espa?oles), una quiebra de efectos irreversibles. Y, por si fuera poco, conduce tambi¨¦n a deteriorar los lazos afectivos con familiares, amigos o colegas (catalanes y espa?oles) partidarios de otra alternativa p¨²blica.
Por eso la moral internacional reconoce la secesi¨®n de una parte del territorio de un Estado tan s¨®lo como un derecho remedial, algo que pone fin a una cadena de abusos o violaciones de derechos perpetradas por ese Estado frente a la comunidad que demanda separarse de ¨¦l. ?Y cu¨¢les son, en nuestro caso, esos abusos y discriminaciones tan insufribles? No parece que unos rid¨ªculos agravios sentimentales, ciertos c¨¢lculos fiscales en que ni los m¨¢s expertos concuerdan o supuestos derechos hist¨®ricos que la historia jam¨¢s puede engendrar merezcan remediarse con la secesi¨®n. Pero los enviados del Parlamento catal¨¢n al Parlamento espa?ol hace un mes tampoco exhibieron a su favor estas heridas. En su lugar, la bater¨ªa de argumentos que sembraron en el debate pretendi¨® afincarse en la idea de democracia. Seguramente por sentirse amparados por ese t¨®pico est¨²pido de que nadie tiene derecho a pedirme que renuncie a mis ideas.
Pues, seg¨²n se encargaron ellos de hacer notar, all¨ª no acudieron representantes de la sociedad catalana, ciudadana y plural, sino tan s¨®lo portavoces de un hipot¨¦tico pueblo catal¨¢n, ¨²nico y nacional. Las preocupaciones de la sociedad catalana real se alejan bastante de las de su pueblo m¨ªtico e ideal y, por eso mismo, de los pol¨ªticos que tienen l¨ªnea directa con ese pueblo. Y es sabido que los miembros de una sociedad suelen discrepar entre s¨ª, pero el pueblo no requiere demasiado contraste para que su voz tienda a ser un¨¢nime. Le basta con dejarse contagiar por las emociones nacionales de unos cuantos. Al fin y al cabo, hay que dejarse llevar por los sentimientos, ?no?
No hay que olvidar el silencio de
los que temen ser sospechosos de tibieza patri¨®tica
?Qu¨¦ significa entonces la democracia para este pueblo ¨¦tnico y sus int¨¦rpretes? El puro ejercicio de su voluntad sin restricci¨®n ninguna; frente a esta voluntad, lo dem¨¢s s¨®lo puede ser producto de una mala voluntad. Hubo un parlamentario de CIU que ser¨¢ficamente pronunci¨® que el movimiento secesionista iba ¡°a favor de, no en contra de nadie¡±, por si nos tem¨ªamos otra cosa... Falta voluntad pol¨ªtica, repet¨ªa en el hemiciclo el eslogan secesionista: ¡°Si se quiere, se puede¡±. Que se pueda no querer porque no sea razonable ni leg¨ªtimo quererlo, eso al nacionalista no le cuadra: en pol¨ªtica ¡ªdemocr¨¢tica o demag¨®gica, qu¨¦ m¨¢s da¡ª importa la decisi¨®n, no la reflexi¨®n. A lo m¨¢s, la negociaci¨®n de amenazas y promesas, porque hace tiempo que la democracia habla el lenguaje del mercado. Los argumentos sobran porque, oiga, no pretender¨¢ usted convencernos, ?verdad? Los juicios valen sobre todo si son prejuicios y a los prejuicios los traemos ya desde casa y los colegas se encargan de reforzarlos para que nadie se salga del reba?o.
Bueno, ?y c¨®mo se ha formado esa voluntad independentista que se tiene a s¨ª misma por autosuficiente? Primero gracias a su Gobierno. El Gobierno catal¨¢n ha trampeado, confundido, adoctrinado a sus ciudadanos y a la opini¨®n p¨²blica de esa comunidad y en lo posible de la espa?ola. Y, puesto que relega a Espa?a a la categor¨ªa de enemigo, se siente plenamente justificado para hacer todo eso. Al enemigo, ni agua, ya se sabe. Bastar¨ªa observar la obstinada indecencia de su pol¨ªtica ling¨¹¨ªstica, para deducir cu¨¢les iban a ser los medios de su pol¨ªtica para la secesi¨®n.
Pero ese Gobierno no ha estado solo a la hora de dar alas al nacionalismo. Le han acompa?ado durante decenios unas fuerzas pol¨ªticas, a derecha e izquierda, incapaces de cuestionar los privilegios forales de las comunidades navarra y vasca, aun a sabiendas de que tales prerrogativas pre y antidemocr¨¢ticas encarnaban el permanente objeto de deseo de los dirigentes catalanes. S¨²menle esa izquierda que ha antepuesto la defensa de la identidad de los pueblos a la defensa de la equidad para las personas, o sea, que se imagina progresista cuando va de reaccionaria. A?adan a¨²n a quienes advert¨ªan de entrada que ellos no eran nacionalistas, por Dios, pero jam¨¢s esbozaron siquiera una mueca ante sus desvar¨ªos y han acabado as¨ª en el cuadro de honor del nacionalismo. Y no se olviden del silencio culpable de tanto ciudadano que tem¨ªa volverse sospechoso de tibieza patri¨®tica ante los suyos.
Entretanto los Gobiernos espa?oles han callado y, a lo m¨¢s, respondido con argumentos constitucionales, que no deber¨ªan ser los primeros, sino los ¨²ltimos en zanjar el pleito. Quien manifiesta su prop¨®sito de separarse de Espa?a no va a sentirse frenado por mucho que as¨ª vulnere una norma cuya legitimidad desde?a y cuyo mandato precisamente quiere eludir. Aquellos que durante decenios terciaban en la disputa con el gui?o tranquilizador de que los nacionalistas (vascos y catalanes) no se atrever¨ªan a llegar a tanto, a lo mejor han aprendido algo. A saber, que unas ideas pr¨¢cticas como son las pol¨ªticas no se adquieren ni pregonan para contemplarlas, sino para ponerlas en pr¨¢ctica. Que su reclamaci¨®n se hiciera con modales pac¨ªficos, y no a tiros, no la convert¨ªa milagrosamente s¨®lo por eso en democr¨¢tica.
Quien quiera separarse de Espa?a no va a sentirse frenado por una norma cuya legitimidad desde?a
De suerte que los representantes del pueblo catal¨¢n esparcieron ese d¨ªa en el hemiciclo unas definiciones de democracia que avergonzar¨ªan a un ciudadano medianamente instruido. ¡°Democracia es votar¡±, sentenci¨® uno. Y votar es expresar preferencias acerca de una propuesta, en efecto, s¨®lo que ese ejercicio no se libra a su vez de un examen democr¨¢tico: ?con qu¨¦ grado de informaci¨®n ver¨ªdica y de libertad se han formado y cu¨¢l es el grado de justicia de esas preferencias? Eso sin contar que los derechos fundamentales no est¨¢n sujetos al voto de nadie, sino m¨¢s bien protegidos frente a ¨¦l. Otro dijo que ¡°democracia es ajustar la legalidad a la realidad¡±, aunque no parece que el hallazgo vaya a entrar en la historia del pensamiento pol¨ªtico. Pues si es cierto que peri¨®dicamente las leyes deben cambiar ante nuevas demandas sociales, m¨¢s frecuente ser¨¢ que las conductas tengan que atenerse al marco legal. De lo contrario, habr¨ªa hoy que consagrar legalmente la corrupci¨®n, la evasi¨®n fiscal y la violencia machista, a fin de ajustarse a nuestra miserable realidad. Entonces ?para qu¨¦ las leyes si hasta lo delictivo, en cuanto se extendiera, ser¨ªa ya en democracia potencialmente legalizable?
Y todos ellos coincidieron, claro est¨¢, en considerar democr¨¢tico el proceso de independencia porque as¨ª lo quiere ¡°la mayor¨ªa del pueblo catal¨¢n¡±. Se les olvida que tal n¨²mero ser¨¢ de hecho nada m¨¢s que una minor¨ªa de todos los afectados por esa secesi¨®n. Ignoran tambi¨¦n que s¨®lo al final la democracia consiste en un procedimiento de toma de decisiones mediante la regla de la mayor¨ªa. Antes que eso, es un principio p¨²blico que atribuye igual libertad a los sujetos pol¨ªticos. Lo primero que toca entonces preguntarse es si las premisas de lo puesto a votaci¨®n y sus efectos previsibles respetan los derechos de los ciudadanos iguales y libres. Pues no: la iniciativa nacionalista s¨®lo viene a respetar a lo m¨¢s los derechos de los ciudadanos catalanes, pero no los del resto de espa?oles. Ciudadanos iguales en derechos ser¨ªan los catalanes entre s¨ª y frente a ellos ser¨ªamos desiguales todos los dem¨¢s; al votar, aqu¨¦llos ejercer¨ªan su libertad pol¨ªtica, pero al precio de maniatar la nuestra. Si se celebrara esa consulta, en suma, el resultado m¨¢s favorable a quien la convoca no ser¨¢ ni mayoritario ni mucho menos democr¨¢tico.
Aurelio Arteta es catedr¨¢tico de Filosof¨ªa Moral y Pol¨ªtica de la Universidad del Pa¨ªs Vasco.
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