Mariscadoras contra viento y marea
Este es un viaje a la r¨ªa de Arousa en busca de las mujeres que representan el escaso relevo de un oficio que resiste literalmente con el agua al cuello Hoy sobreviven a duras penas. Pero luchan contra el furtivismo y los bandazos del mercado por defender la pesca sostenible
Genoveva Maneiro tiene 35 a?os y se pasa d¨ªas, semanas, mirando al calendario. Y al mar. Esperando el momento en el que la marea baje lo suficiente para poder recoger las almejas escondidas bajo la arena, unos metros m¨¢s all¨¢ de donde mueren las olas en la costa de A Pobra do Carami?al, en la r¨ªa de Arousa.
No hace mucho se compr¨® un salvavidas. ¡°Costaba poco¡±, matiza. Lo estrena tras un mes sin trabajar por paro biol¨®gico, en el que ella, como todas sus compa?eras, ha esperado a la reproducci¨®n y el crecimiento de las jap¨®nicas ¨Calmejas rayadas por fuera y amarillentas por dentro¨C y las finas. ¡°Voy a probar, pesa m¨¢s que el flotador, y as¨ª no corro el riesgo de que vuelque con el viento y se me caiga el cesto con todo lo recogido. Eso sucede¡±, explica Genoveva. Por mucho que se le quiera, el mar es traicionero y no entiende de entornos laborales agradables. No hay techo que resguarde de la lluvia ni pared que proteja del oleaje. El buen tiempo acompa?a, sin embargo, el regreso al trabajo, y una treintena de mujeres se preparan antes de que amanezca para salir a sus labores: todas son mariscadoras.
La playa no parece ser lugar para las j¨®venes, pero las hay que quieren y aman trabajar en ella, pese a lo que digan las estad¨ªsticas. El censo de mariscadores de Galicia dice que la mayor¨ªa son mujeres (85%) mayores de 40 a?os (el 80,5% de ellas). Las hay, sin embargo, que en sus 20 se echaron al agua. Hoy rondan los 30 por lo alto y por lo bajo, y (algunas) resisten como pueden a la crisis com¨²n y a la particular, a las bajadas de precios del marisco, a la presi¨®n administrativa, as¨ª como a la proliferaci¨®n de furtivos que ilegalmente se llevan su pan envuelto en conchas. Otras se dan por vencidas y buscan otros empleos en las conserveras de su zona para poder pagar la hipoteca, el coche o el colegio de los ni?os. La almeja ya no da para todo eso y el oficio agoniza a golpe de jubilaci¨®n.
Cuando apenas asoma el sol, abren los maleteros de sus coches y se enfundan en sus petos de pl¨¢stico, sacan sus neum¨¢ticos y capachos con un calibre atado para medir el g¨¦nero. Cargan sus pesados rastrillos al hombro rumbo a Raposi?os. Se atan los flotadores a la cintura, colocan la canasta dentro y con la primera luz del d¨ªa se meten al agua. Durante unas cuatro horas rastrean la arena mientras el oleaje golpea y mueve con fuerza los grandes flotadores negros que atan a sus cinturas. Algunas son fibrosas, curtidas por el trabajo f¨ªsico; otras son mujeres gruesas, robustas. No importa su edad ni su aspecto. Todas se levantan una y otra vez cuando el mar, que no hace distinciones, las tira abajo contra las piedras.
Hablan de sus espaldas doloridas, hombros que sufren lo suyo, porque en ellos apoyan el pesado rastrillo con el que recogen las almejas y las lesiones abundan. Intercambian alguna conversaci¨®n personal e incluso debaten sobre sus problemas laborales. Pero no demasiado. ¡°No solemos chacharear mucho porque si no, perdemos tiempo¡±, dice Genoveva. ¡°?Nos vamos!¡±. Despu¨¦s de cuatro horas de faena se gritan entre ellas que sus m¨²sculos podr¨¢n descansar por hoy. La jornada ha terminado. No pueden permanecer m¨¢s all¨ª seg¨²n su calendario bajo riesgo de que las multen.
Son j¨®venes en un oficio muy antiguo, hijas y nietas de mariscadoras. El escaso relevo que, ahogado por la merma del jornal, aguanta literalmente con el agua al cuello. La mayor¨ªa se unieron a sus mayores cuando hace casi una d¨¦cada se abrieron las listas para conseguir el permiso para esta actividad en el pueblo. Otras, aunque sin referentes familiares, vieron entonces una oportunidad de trabajo estable. Es el caso de Emily Romero, una de las m¨¢s j¨®venes de la cofrad¨ªa de A Pobra. Tiene 29 a?os, es delgada, pero sus manos son fuertes y grandes, con los tendones muy marcados. Con la palma hacia arriba, ense?a los callos que ¡°ya no se quitan¡±. Dej¨® de estudiar pronto ¨Cno le gustaba¨C y desde los 16 fue saltando de empleo en empleo, algunos marinos, otros no. Hasta que hace siete a?os, con 22, empez¨® a trabajar en la playa. Legal.
¡°Me gusta el mar. No lo dejar¨ªa por nada del mundo¡±, asegura Emily. Lo dice a pesar de que los 200 o 300 euros que le quedan limpios a final de mes, despu¨¦s de haber pagado la cuota de aut¨®nomos y un porcentaje de las ganancias a la cofrad¨ªa, apenas le llegan para la hipoteca. ¡°Tengo un piso m¨ªo en Escarabote¡ y del banco¡±, r¨ªe. Con todo, Emily fue de las mariscadoras que votaron en su cofrad¨ªa por no trabajar los ¨²ltimos cuatro d¨ªas de enero. Al precio que estaban pag¨¢ndoles el kilogramo de almeja (1,80 euros), consider¨® que no merec¨ªa la pena el dolor de brazos y espalda. Renunci¨® a los 20 euros diarios que hubiera obtenido con la convicci¨®n de que, de alguna manera, ten¨ªa que hacer presi¨®n.
Hubo un tiempo en que les pagaban 100 euros por el kilo de fina. Fue cuando las playas volv¨ªan a relucir tras la cat¨¢strofe del Prestige en 2002, de la que hablan con rabia y tristeza como un tiempo negro. Sale constantemente en sus conversaciones. El chapapote que ensuci¨® sus playas todav¨ªa est¨¢ pegado en su memoria y sus corazones. Despu¨¦s, con el auge econ¨®mico nacional, llegaron algunos a?os buenos. ¡°Por 2006 o 2007 hubo alg¨²n mes que ganamos mucho; 5.000 y 6.000 euros¡±, reconoce Emily. Pese a que la demanda hoy es parecida a la de entonces, la crisis ha sido la excusa para que las ofertas de las grandes superficies e intermediarios tornen a la baja, buscando siempre quien le venda m¨¢s barato. La ca¨ªda actual es m¨¢s de lo que algunas mariscadoras de A Pobra pueden y quieren aceptar.
Aquella votaci¨®n para no trabajar los ¨²ltimos d¨ªas de enero es, todav¨ªa meses despu¨¦s, motivo de roces entre las compa?eras de cofrad¨ªa. Reunidas en una cafeter¨ªa frente a la playa, pronto suben el tono de voz. Unas a favor de aquella decisi¨®n, otras en contra. Es el caso de Genoveva, que piensa que con los euros de esos cuatro d¨ªas hubiera podido comprar un pastel y un regalo para el d¨¦cimo cumplea?os de su hija el pasado enero. No pudo. ¡°Ella es muy madura y lo comprende¡±, zanja con rabia contenida en el sonido de su voz. ¡°Ser¨¢ que otras no lo necesitan¡±.
A esta madre no le importar¨ªa que su peque?a se dedicara al marisqueo de mayor y le hiciera el relevo. ¡°Me sentir¨ªa orgullosa¡±, dice. Pero r¨¢pido matiza: ¡°¡ Si supiera que va a vivir dignamente¡±. Separada del padre de la ni?a, Genoveva es de las muchas que viven de escarbar en la tierra. Su manera de hablar revela un car¨¢cter de l¨ªder. Es la primera en contestar y sin muchas formalidades, r¨¢pido coge confianza y se dirige a sus interlocutores con un cari?oso ¡°chuli?a¡± o ¡°chuli?o¡±. ¡°Este siempre fue un trabajo de pobres¡±, recuerda. El sueldo era un pellizco con el que las esposas completaban el del marido. Pero los tiempos cambiaron, y las mariscadoras, j¨®venes del siglo XXI, no siempre con pareja o con ganas de que las mantuvieran, se ganaban por s¨ª mismas la vida en el mar. Genoveva no muestra ninguna verg¨¹enza al reconocer que hoy no podr¨ªa vivir sin la ayuda econ¨®mica de su madre. Y eso que reside en un piso de alquiler social.
Siempre hubo inviernos lluviosos que dulcifican el agua y acaban con las babosas, bacterias que matan al berberecho, contaminaci¨®n en la r¨ªa, mareas altas, d¨ªas del calendario tachados con una cruz, lesiones¡ que convert¨ªan el marisqueo en ardua tarea. Siempre hubo meses buenos y malos; en los ¨²ltimos a?os ya solo recuerdan estos. Las que aguantan el temporal se dicen movidas por el amor a un entorno natural privilegiado. El mar, la arena, el viento, la r¨ªa. As¨ª lo cuentan. Reconocen tambi¨¦n que, como cualquier aut¨®nomo, tienen la libertad de no trabajar los d¨ªas u horas que necesiten llevar a la madre al m¨¦dico o dejar el coche en el taller. Es de las pocas ventajas que la empresa del mar permite.
Que se lo digan a Beatriz, de 34 a?os. Su mirada cansada, con los p¨¢rpados a medio caer, revela que llega a la cita con la playa sin dormir. Entre las once de la noche y las siete de la ma?ana se afana en una conservera por 1.200 euros al mes, pesando pescado para decidir cu¨¢l va a enlatar para cada cliente. ¡°Es lo que nos mantiene. Mi marido tambi¨¦n es mariscador a pie y lo pas¨¢bamos muy mal¡±, asegura. No abandona, sin embargo, su empleo en el mar, al que su vida laboral ha estado ligada desde que acab¨® sus estudios como auxiliar administrativo con 22. Primero, en la embarcaci¨®n de su padre; despu¨¦s, en la playa. Al contrario que Genoveva, no querr¨ªa que su hijo de cuatro a?os se dedicara al oficio. ¡°Si va a tener la misma vida que yo, no¡±.
As¨ª aguanta tambi¨¦n Mar¨ªa Jos¨¦ Novo. Por las noches, empleada en una factor¨ªa donde limpia el at¨²n que descargan los grandes barcos para ser enlatado despu¨¦s. Durante el d¨ªa, mariscadora en Rianxo. ¡°Me doy el tute¡±. Se lo da porque le gusta la playa. ¡°Aqu¨ª vengo porque no me queda otra¡±, dice sin levantar la mirada de los lomos que desmenuza con las manos. Acaba de comenzar su turno a las diez de la noche en la f¨¢brica donde decenas de mujeres, unas detr¨¢s de otras sin hacer posible cualquier conversaci¨®n, llenan las cajas de pl¨¢stico con el pescado ya limpio, amontonando los desechos a un lado de su mesa met¨¢lica. Est¨¢n envueltas por un fuerte y penetrante olor avinagrado, que recuerdan como desagradable al principio, pero al que hoy se han acostumbrado.
Novo no quiere parar y contesta apenas con monos¨ªlabos, midiendo sus palabras bajo la atenta mirada de su supervisora, una joven de 30 a?os y hermana peque?a de los due?os, quien adem¨¢s confiesa que no le caen bien las mariscadoras ni comparte sus reivindicaciones. Despu¨¦s, por tel¨¦fono, Mar¨ªa Jos¨¦ Novo parece otra persona, habladora y despierta. Explica que con los 100 euros que gan¨® en enero y los 90 de febrero no pagaba las facturas, los pa?ales de su beb¨¦ ni la hipoteca. En la f¨¢brica, donde trabaja desde hace apenas unas semanas, consigue 900. Se resiste, sin embargo, a abandonar el que desde los 18 a?os ha sido su primer y ¨²nico empleo. Pero teme que la Administraci¨®n le retire su permiso de mariscadora. ¡°Hay que renovarlo cada a?o, y para eso tu principal fuente de ingresos debe ser la playa¡±, explica. ¡°Pero ?c¨®mo va a serlo con lo que se gana?¡±.
Las estad¨ªsticas dan cuenta del descenso del n¨²mero de mujeres (y algunos hombres) que, los d¨ªas que la luna y las mareas lo permiten, salen a escarbar con manos y rastrillos la tierra bajo el agua. Mientras que en 2009 la Xunta de Galicia contabiliz¨® 4.281 permisos, en 2013 esa cifra cay¨® un 9%, hasta los 3.903. En la pr¨¢ctica son muchas menos las personas que realmente hacen uso de su licencia. En A Pobra do Carami?al solo bajan habitualmente a la playa unas 40 mujeres de las 300 censadas en la cofrad¨ªa. Algunas est¨¢n de baja y para otras, simplemente, no es rentable. Todo ello supone una importante destrucci¨®n de empleo, que, sin embargo, lo es solo de manera oficial. Hay quienes han optado por mariscar de manera ilegal, sin permiso, sin los costes de cuota de aut¨®nomos y pagos a la cofrad¨ªa. Son los furtivos.
La crisis ha incrementado el furtivismo. La playa es una salida desesperada para desempleados que buscan ingresos en esta especie de autoempleo informal. Pero su actividad afecta negativamente a las que lo hacen de manera legal: provocan que caigan a¨²n m¨¢s los precios, pues sus almejas, libres de cargas impositivas, son m¨¢s baratas. Pero no sin peligros, porque no pasan ning¨²n tipo de control sanitario y no est¨¢n obligados a respetar los tama?os m¨ªnimos. Genoveva no cree, sin embargo, que los furtivos sean el problema, sino la Administraci¨®n, que no da suficientes licencias y no trabaja en la direcci¨®n correcta para mejorar sus condiciones laborales, lo que har¨ªa que muchos optaran por regularizar su situaci¨®n. ¡°No entiendo por qu¨¦ el Gobierno no act¨²a y crea m¨¢s puestos de trabajo, que los hay¡±, se queja. Rosa, hija y nieta de mariscadoras, es m¨¢s cr¨ªtica: ¡°Ellos no quieren legalizarse porque tendr¨ªan que pagar impuestos¡±.
La Administraci¨®n, las mareas, el mal tiempo, los furtivos y la ca¨ªda de los precios no son los ¨²nicos problemas. ¡°Nos afecta mucho la contaminaci¨®n, que arrojen residuos al mar. Se deber¨ªan hacer estudios¡¡±, sugiere Emily. Ella, sin apenas formaci¨®n, no sabe mucho de f¨ªsica y qu¨ªmica, pero conoce muy bien los efectos de una mala gesti¨®n de los residuos y la dejaci¨®n de las autoridades por combatirla. Hace unos dos a?os murieron las babosas y los berberechos debido a una bacteria, y no parece que la poblaci¨®n de estos bivalvos se recupere. Manuel Maneiro, el responsable pol¨ªtico de la cofrad¨ªa de A Pobra do Carami?al, subraya que si una empresa mata a las almejas alevines (m¨¢s d¨¦biles) debido a la contaminaci¨®n, no es multada. Y se indigna: ¡°Si la coge una mariscadora, s¨ª¡±.
Genoveva se lamenta a las claras: ¡°No sabemos qu¨¦ hacer¡±. Se sienten desamparadas ante todas esas circunstancias que, cual marea, las empujan fuera de las playas. ¡°Antes ten¨ªa esperanza de que la situaci¨®n cambiase, pero la estoy perdiendo. Nos manifestamos y nos quejamos, pero no sirve de nada. Vamos a peor¡±.
La l¨®gica dice que el sector deber¨ªa asociarse para reclamar soluciones. Maneiro ha intentado unir a los compa?eros de otras cofrad¨ªas para reducir el n¨²mero de lonjas. Cree que, con tantos puntos de venta, los compradores pueden especular m¨¢s con el precio. ¡°Ahora tenemos m¨®viles y todos vendemos a la misma hora, por lo que pueden llamar para conocer el coste en otros lugares y presionar a unos y otros¡±. Pero el acuerdo fue imposible porque ninguna lonja quer¨ªa renunciar a su actividad. Mientras habla, Maneiro pierde su mirada all¨ª donde se juntan el cielo y el mar. ¡°El 10% del PIB sale del mar. Es la empresa m¨¢s importante que tiene Galicia. El 48% de la flota de pesca artesanal est¨¢ en esta r¨ªa. Es importante que el marisqueo sea rentable porque, si les da para vivir, no se van a dedicar a otras artes que sobreexplotan los recursos. Este es un sector que es imposible que muera porque la gente siempre acudir¨¢ al mar a buscar un trozo de pan¡±.
Miles de personas dependen de ello en Galicia, una de las regiones m¨¢s potentes de pesca artesanal y marisqueo de Europa. Sus problemas son el ejemplo representativo de lo que ocurre en muchas otras playas en la costa espa?ola. La organizaci¨®n ecologista Greenpeace ha denunciado en reiteradas ocasiones que la flota artesanal y otras artes sostenibles, como el marisqueo, apenas recibe un 20% de las ayudas europeas y sufre las consecuencias de unos caladeros cada vez m¨¢s agotados debido a la sobreexplotaci¨®n por parte de las grandes flotas industriales y aquellas m¨¢s destructivas.
El coste del olvido es que la chuli?a Genoveva no compre una tarta de cumplea?os para su hija, necesite de los euros que le dan sus padres y, pese a su car¨¢cter extrovertido y luchador, a veces sienta que ya no hay salvavidas que le valga. Por muy pesado que sea, siempre puede llegar otra tormenta.
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