La refundaci¨®n de Europa
Las elecciones permitir¨¢n hacer un balance de los da?os causados por la austeridad y por la ¨¦lite burocr¨¢tica. Tambi¨¦n deben mejorar el dise?o institucional, igualando la legitimidad entre el Parlamento y el Consejo
Las elecciones del domingo marcar¨¢n un antes y un despu¨¦s en la construcci¨®n europea porque tienen lugar en un contexto in¨¦dito. Primero, porque el Consejo Europeo nombrar¨¢ al futuro presidente de la Comisi¨®n entre los cabezas de lista m¨¢s votados, y, aunque esta decisi¨®n sea discrecional, si los jefes de Estado y de Gobierno no lo hiciesen, les resultar¨ªa muy dif¨ªcil de explicar a sus opiniones p¨²blicas. Esta mayor legitimidad democr¨¢tica del futuro presidente de la Comisi¨®n evitar¨¢ que, a diferencia de lo que ahora ocurre, la voz de Europa sea silenciada en los Consejos Europeos.
Y segundo, porque por primera vez las elecciones pivotar¨¢n sobre asuntos s¨®lidamente anclados en la opini¨®n p¨²blica europea ¡ªpol¨ªtica de inmigraci¨®n, quebrantos del euro y crisis en Ucrania¡ª, lo que nos permitir¨¢ tomar conciencia de que tenemos muchas m¨¢s convicciones e intereses compartidos por los que luchar de lo que creemos. Construir una opini¨®n p¨²blica europea de manera discursiva, que no niegue las distintas opiniones p¨²blicas nacionales sino que coexista con ellas, es fundamental para que estas elecciones incluyan a todos los ciudadanos en los procesos de toma de decisiones pol¨ªticas y, al mismo tiempo, reflejen fielmente la voluntad de los ciudadanos en la construcci¨®n pol¨ªtica de Europa.
Ser europeo, como afirma Tony Judt, ¡°no presupone especialmente ninguna ausencia de sentimiento nacional propiamente dicho, [¡]no implica poner en entredicho a tus conciudadanos¡± (Taurus, 2013), pues son las mismas personas las que juegan el doble papel de ciudadanos de la Uni¨®n y de cada uno de sus Estados. Sin embargo, las ¨¦lites burocr¨¢tico-pol¨ªticas se han parapetado hasta ahora tras la idea ilusoria de que no existe un pueblo europeo para imponernos sus dictados desde la tramoya del Consejo Europeo. Esto deber¨ªa movernos a votar a fuerzas pol¨ªticas que sean n¨ªtidamente europe¨ªstas porque, adem¨¢s de contribuir a legitimar las leyes europeas, servir¨ªa para desarbolar las argumentaciones falaces del euroescepticismo y del nacionalismo rampante que hoy florecen en Europa. No olvidemos que la ¡°idea europea¡±, como nos recuerda Henri Brugmans, primer rector del Colegio de Europa, ¡°se opone directamente al nacionalismo¡± (De Tempel, 1970); a?adir¨ªa que a cualquier nacionalismo, incluidos los locales.
Los pueblos del sur rechazan con furia el ayuno de saco y ceniza impuesto por el centro
Hemos construido una Europa a dos velocidades, con avances limitados en los ¨¢mbitos pol¨ªtico e institucional, pero con barra libre para la circulaci¨®n de capitales y la unificaci¨®n monetaria. Este desequilibrante sesgo a favor de lo monetario-financiero explica el desencanto que sentimos ante una construcci¨®n europea que, de acuerdo con Fran?ois Hollande, ha sido ¡°dise?ada m¨¢s bien como un gran mercado que como un gran proyecto [Y QUE]ha acabado representando el liberalismo para los ciudadanos¡± (Paid¨®s, 2012). Un gran mercado que se agrieta, vista la fragmentaci¨®n de la eurozona y la renacionalizaci¨®n de algunas pol¨ªticas que hasta hace bien poco estaban s¨®lidamente ancladas en la Uni¨®n.
Las elecciones permitir¨¢n hacer balance de los destrozos econ¨®micos provocados por el euro en t¨¦rminos de austeridad, mayor pobreza y desigualdades sociales. Pero tambi¨¦n sobre los estragos pol¨ªticos perpetrados por las ¨¦lites tecno-burocr¨¢ticas que, a pesar de los magros resultados econ¨®micos que han cosechado, han pretendido legitimar medidas draconianas sin pasar por los Parlamentos nacionales, utilizando como subterfugio el inminente apocalipsis financiero para vulnerar las reglas que legitiman cualquier decisi¨®n pol¨ªtica en democracia.
Esta situaci¨®n ha alimentado una enorme indignaci¨®n y resentimiento entre los perif¨¦ricos, no menor que la de nuestros compatriotas europeos de los pa¨ªses centrales. La mirada torva del europeo hacia sus instituciones se ha convertido ahora en un airado rechazo hacia este nuevo despotismo ilustrado. Los europeos del centro toleran, con gran hartazgo y a duras penas, las medidas de apoyo hacia el sur. Mientras, los desgobernados pueblos del sur rechazan con furia el ayuno de saco y ceniza al que han sido sometidos por los pa¨ªses del centro, alentando as¨ª el euroescepticismo en toda la Uni¨®n. La imposici¨®n del dominio alem¨¢n sobre Europa es inaceptable porque ¨¦sta siempre se ha construido mediante el di¨¢logo entre pares y en un marco institucional de soberan¨ªa compartida, nunca mediante la coacci¨®n y el diktat del Estado que tiene m¨¢s fuerza.
Los que amamos Europa debemos refundarla sobre lo que constituye su columna vertebral: una unidad cultural que respeta los valores humanos, las grandes ideas humanistas, un ideal de civilizaci¨®n compartido. As¨ª lo percibe tambi¨¦n Harold C. Raley: ¡°Hist¨®ricamente el europeo ha vivido en compromiso personal con grandes ideas: el cristianismo, la conquista, la colonizaci¨®n, la Raz¨®n, el Arte, la ciencia. No puede vivir si sus energ¨ªas no est¨¢n al servicio de alg¨²n ideal transcendente¡± (Biblioteca de la Revista de Occidente, 1977).
Adem¨¢s de armonizar las econom¨ªas, se deben equilibrar los niveles de vida de cada pueblo
El primer gran logro de Europa ha consistido en configurarse como un lugar hist¨®rico-geogr¨¢fico con una cultura com¨²n trenzada por distintas culturas nacionales. No como mera amalgama de culturas nacionales yuxtapuestas y sin argamasa, sino como un faro de luz democr¨¢tica, de libertad y derechos humanos, y de defensa de la dignidad humana. Un marco cultural y de convicciones pol¨ªticas distinto del americano y con ramificaciones en los ¨¢mbitos econ¨®mico y social. El segundo es el progreso material nacido de la cooperaci¨®n econ¨®mica entre Estados-naci¨®n orientados hacia la paz, es decir, civilizados y despojados de su car¨¢cter autoritario y violento. El tercero queda reflejado en el entramado institucional que da vida a una entidad pol¨ªtica no estatista en la que, sin ejercer el derecho soberano a la violencia, la aplicaci¨®n de la justicia y la protecci¨®n de las libertades est¨¢n sometidas a la primac¨ªa del derecho comunitario sobre el nacional. En esto ¨²ltimo consiste lo espec¨ªfico y la mayor innovaci¨®n pol¨ªtica del proyecto europeo.
Nuestra Europa es una comunidad pol¨ªtica multinivel compuesta por Estados-naci¨®n donde, adem¨¢s de armonizar las econom¨ªas mediante reglas acordadas en com¨²n, se deben equilibrar tambi¨¦n los niveles de vida de cada pueblo. Adem¨¢s, la soberan¨ªa europea est¨¢ dividida: se inicia en los pueblos de los Estados nacionales, pero se desplaza hacia los ciudadanos de la Uni¨®n. No se trata, pues, de una soberan¨ªa compartida entre Estados, o entre los Estados y la Uni¨®n, sino entre pueblos de los Estados y ciudadanos de la Uni¨®n. Esta nueva comunidad federalizante y desestatalizada no impide que los Estados est¨¦n pol¨ªticamente legitimados, pues, como subraya Habermas, ¡°los ciudadanos de Europa tienen buenas razones para que el propio Estado nacional siga desempe?ando [¡]el papel constitucional de garante del derecho y de la libertad¡± (PUF, 2012).
Urge reequilibrar el peso excesivo del Consejo Europeo. La igualdad de derechos entre pueblos de Estados-naci¨®n y ciudadanos de la Uni¨®n, debe tener su correlato institucional en una igualaci¨®n de la legitimidad democr¨¢tica entre el Parlamento Europeo y el Consejo Europeo. Esta comunidad pol¨ªtica federalizante tan peculiar que llamamos Europa nos obliga a distinguir, por un lado, entre nuestro papel como miembros de un pueblo europeo y como ciudadanos de la Uni¨®n; y, por otro, exige una solidaridad de hecho entre ciudadanos de la Uni¨®n que queremos hacernos cargo unos de otros.
Los que amamos Europa debemos terminar con la mente escindida entre el entusiasmo de los pueblos de los Estados cuando sus Gobiernos sacan provecho nacional a la salida del Consejo de Ministros ¡ªmanipulando as¨ª, los instintos protervos que anidan en las masas¡ª y el desinter¨¦s de los ciudadanos de la Uni¨®n cuando el Parlamento Europeo toma decisiones pol¨ªticas que claramente les benefician, como la directiva europea (1993) que ha permitido declarar ilegal la ley espa?ola de hipotecas, el Informe Podimata (2011) que aprob¨® una tasa genuina sobre las transacciones financieras ¡ªno la escu¨¢lida de los 11 Estados¡ª o el reciente apoyo del Parlamento Europeo a una Uni¨®n Bancaria que probablemente los Estados diluir¨¢n.
Manuel Sanchis i Marco es profesor de Econom¨ªa Aplicada de la Universidad de Valencia.
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