Sergio Ram¨ªrez: ¡°Lo peor es apu?alar por la espalda¡±
Escritor y revolucionario Sergio Ram¨ªrez rememora su infancia con sus abuelos. Habla de la muerte de sus hermanos y de acercarse a la edad a la que muri¨® su padre
![Sergio Ramírez (Masatepe, Nicaragua, 1942), escritor y político, dirige ahora la revista electrónica Carátula.](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/OYH54BO5OBIBSHEBYRXEKCCMTY.jpg?auth=0fdff855005b0bf1e8026dde176466c75d4c7db9bdf05cf5804a16eebc0dcf59&width=414)
Sergio Ram¨ªrez avanza hacia ti como uno de esos p¨¢jaros grandes y nobles que se posan sin hacer da?o. Todo en ¨¦l es grande; su mirada a veces parece la de un halc¨®n y a veces la de aquel muchacho que se pasaba el d¨ªa oyendo en la escuela. Luego fue revolucionario, dej¨® la casa para eso, y cuando cumpli¨® su cometido (liberar a Nicaragua de la sombra negra de la dictadura de Somoza) decidi¨® abandonar el poder (fue vicepresidente con Daniel Ortega). Desde que se fue creci¨® en ¨¦l la decepci¨®n: no hab¨ªan hecho la revoluci¨®n para que el poder en Nicaragua volviera a ser, tan groseramente, de una sola persona.
Pero esa no es la parte de su personalidad que ahora sobresale en su conversaci¨®n o en sus asuntos. ?l volvi¨® a ser un hombre privado, un escritor que aborda asuntos como la soledad o la historia, y que a veces se detiene con mucha emoci¨®n sobre la ra¨ªz de todo: la casa, la familia, el pueblo (Masatepe) en el que sus padres lo esperaron mientras ¨¦l hac¨ªa la revoluci¨®n sin agarrar jam¨¢s un arma. La evidencia de que lo estaban esperando en una casa en un pueblo ¡°que fue mi familia¡± est¨¢ en algunos de sus textos m¨¢s hermosos, y sobre todo en No me vayan a haber dejado solo, un cuento ¨Cuno de los relatos de Flores oscuras (Alfaguara)¨C que proviene de ese verso de C¨¦sar Vallejo, pero que representa en cierto modo lo que dice cuando evoca su infancia, la felicidad de aquella casa en Masatepe. El verso de Vallejo dice as¨ª: ¡°Llamo, busco al tanteo la oscuridad. / No me vayan a haber dejado solo, / y el ¨²nico recluso sea yo¡±. El cuento de Ram¨ªrez es su reconstrucci¨®n fantasmal de aquella casa de sus padres, a la que regresa en la ficci¨®n para encontrar que all¨ª est¨¢n todos y a la vez no est¨¢n, es su memoria recorriendo pasillos y estancias, espejos y recuerdos, y es, al fin, el retrato de un tiempo que ¨¦l ya no vivir¨¢ m¨¢s sino escribiendo.
Cuando mis padres se casaron, el padre de mi madre se opuso a muerte
Dan ganas de dejarle solo y hablando, escucharle como si estuviera verdaderamente solo y solo le escuchara el ni?o que fue.
Un hombre de acci¨®n desde que era un estudiante, y sin embargo ah¨ª lo tienes, con sus zapatones marrones y limpios, hablando del ni?o que fue como si no quisiera dejarlo solo. ¡°S¨ª, ah¨ª estoy, en la infancia, que como dijo alguien es un pa¨ªs extranjero en que la gente hace cosas raras¡ Para m¨ª es una dicha haber nacido en un pueblo tan peque?o porque ese fue mi universo. Unos 5.000 habitantes, con una tradici¨®n cat¨®lica y una divisi¨®n de clases muy fuerte; arriba viv¨ªa la gente m¨¢s pobre, cerca de la laguna volc¨¢nica, el barrio de la Cruz, el barrio de Jalata¡ Mi familia escogi¨® un terreno donde apenas hab¨ªa nada construido alrededor de la plaza; lo compr¨® mi padre con un amigo porque ¨¦l quer¨ªa la esquina, no el pedazo que segu¨ªa. Como era comerciante, una esquina frente a la plaza y a la iglesia era el lugar ideal para su tienda. Desde la ventana se ve¨ªa la vida, todo pasaba por all¨ª, procesiones, entierros, bodas. All¨ª pasaba todo¡±.
¡°Yo fui testigo en mi infancia de todas las noticias del pueblo desde esa ventana. Ve¨ªa pasar a los enfermos de los barrios pobres a los que llevaban en sus propias camas. Y vi los entierros de los ni?os; entonces mor¨ªan muchos ni?os, pasaban ata¨²des blancos con unas flores blancas arriba, repicaban las campanas: hab¨ªa una celebraci¨®n porque los ni?os iban al cielo¡ En Semana Santa me impresionaba mucho la Procesi¨®n del Silencio, a medianoche. Jes¨²s pasaba vendado con una t¨²nica blanca y no hab¨ªa m¨²sica, solo una trompeta con un redoble de tambor. Era sobrecogedor para m¨ª ver un Cristo como flotando a medianoche en la oscuridad. Me enamor¨¦ mucho del rito. Con el tiempo me volv¨ª descre¨ªdo. Le¨ªa muchos libros. Pero ese amor por el rito en la infancia, el olor del incienso, las flores, las procesiones, la m¨²sica¡ era parte de mi universo. En contraste estaba mi casa. Mi padre era de una familia cat¨®lica de m¨²sicos y mi madre era evang¨¦lica, algo muy extra?o entonces. Mi abuelo materno era positivista liberal, cre¨ªa en el progreso a ciegas y ve¨ªa a la Iglesia como una r¨¦mora: era mec¨¢nico, ebanista, hac¨ªa sus propios muebles, ide¨® un sistema de duchas para la casa recogiendo el agua de la lluvia, puso en casa un inodoro. Invent¨® una carreta de bueyes que se volcaba para descargar. Mi otro abuelo era m¨²sico pobre, rom¨¢ntico, compon¨ªa valses, m¨²sica para enamorados, serenatas. Hab¨ªa un contraste entre ambos. Cuando mis padres se casaron, el padre de mi madre se opuso a muerte. Su hija, casada en la cultura del positivismo, hab¨ªa estudiado en el colegio bautista de Managua, uno de los mejores del pa¨ªs, y volvi¨® bachiller a Masatepe: ?la ¨²nica mujer que se hab¨ªa bachillerado en el pueblo y se iba a casar con el hijo de un m¨²sico pobre! Inadmisible para ¨¦l¡±.
![Un retrato entre libros y otros objetos en la casa del escritor.](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/ZGBR2AUCV5PFFCSSPJYBBORBLI.jpg?auth=8b2667ee609316a3833f3431a81539f9929ebcec03323af0f04e29e8f7d233b5&width=414)
Se fueron a casar en secreto a Managua. ¡°Los ten¨ªa que casar el arzobispo: no se pod¨ªan casar sin dispensa especial una evang¨¦lica y un cat¨®lico¡ Cuando llegaron a la capilla, el arzobispo le dijo a mi madre que ten¨ªa que leer un juramento renunciando a su fe protestante. Mi padre dijo que no pod¨ªa ser; el arzobispo insisti¨® en que as¨ª estaba establecido. ¡®Pues entonces no nos casamos¡¯, dijo ¨¦l. A la salida se encontraron a un cura compa?ero de mi padre. ?l los cas¨®, de inmediato¡ En mi casa, ni mi padre iba a misa ni mi madre al culto; nosotros viv¨ªamos en una situaci¨®n lib¨¦rrima, mi madre nos enviaba a la iglesia, hicimos la Primera Comuni¨®n, pero nunca vivimos una vida religiosa, ¨¦ramos parte de un esp¨ªritu muy laico¡±.
¡°?ramos clase media pobre¡ Mi padre ten¨ªa la tienda dividida en dos. En una parte vend¨ªa frutos secos, frijoles, ma¨ªz, arroz, queso, medicinas, y en el otro lado vend¨ªa telas, productos de belleza¡ ?l sembraba algo de tabaco, era un peque?o agricultor. Mi padre ten¨ªa mucho humor. Cuando ven¨ªa mi abuelo, se juntaban todos mis t¨ªos m¨²sicos; era una tertulia muy alegre, yo siempre estaba deseando que llegaran las cuatro, la hora de salir de la escuela, porque sab¨ªa que entonces empezaban a re¨ªrse. Contaban toda clase de historias, dec¨ªan chistes, se re¨ªan de la gente, pero tambi¨¦n se re¨ªan de ellos mismos. Un jolgorio¡±.
¡°Mi madre era muy austera. Ten¨ªa otro car¨¢cter, no hac¨ªa chistes de nada, le parec¨ªa que las expresiones de llanto o de risa no eran algo noble. Era austera con sus sentimientos, muy adusta y cerrada. Conmigo era muy severa, cari?osa cuando tocaba serlo, pero a la hora de los estudios ella era la que llevaba la ruta de la casa. Cuando chocaba con mi padre era porque ¨¦l todo lo tomaba a diversi¨®n, a juego, a fiesta, era un fiestero; en los cumplea?os montaba fiestas de disfraces, hac¨ªa desfiles alrededor con todos los disfrazados¡ Ese era el esp¨ªritu¡±.
No se me va de la cabeza el d¨ªa en que le rob¨¦ a una ni?a un cacharrito
¡°S¨ª, yo soy la justa composici¨®n de los dos, me gusta mucho el humor, reflejarlo en lo que escribo; en privado me gustan las bromas con los amigos, pero hacia fuera proyecto una imagen seria, como era mi madre, que no transige con la informalidad ni con los chistes¡ Pero por dentro siento que tengo mucho humor¡±.
¨CHay en usted como una prevenci¨®n contra la maldad, quiz¨¢ eso lo llev¨® a la revoluci¨®n.
¨CTengo un apego a ciertos valores tradicionales, s¨ª, como la justicia. La injusticia me desazona y la deslealtad me causa malestar; lo peor que se puede hacer es apu?alar por la espalda. Creo que eso viene de mi madre, la transparencia, decir la verdad; ella nos lo exig¨ªa, y que nos comport¨¢ramos debidamente.
Para eso tiene un suceso en el recuerdo. ¡°Nunca olvido que siendo un ni?o, con cinco a?os tal vez, iba al kindergarten de las monjas, que quedaba a unas cuatro cuadras de mi casa. Me iba solo, era un pueblecito tranquilo. Un mediod¨ªa, cuando ven¨ªa de regreso, hab¨ªa una ni?a jugando en la acera con unos cacharritos de barro y me qued¨¦ esperando a que se metiera en la casa para llevarme un cacharrito. Una ni?a muy blanca, con pelo negro, recuerdo. Cog¨ª el cacharrito y me fui a mi casa. Cuando llegu¨¦, mi madre me pregunt¨® qu¨¦ era; le dije que me lo hab¨ªa regalado una ni?a, y sin someterme a interrogatorio me dijo: ¡®No, vaya a devolverlo y lo pone adonde lo cogi¨®¡¯¡ Emprend¨ª el camino de vuelta, pero mi dilema era c¨®mo devolverle el cacharrito a la ni?a. Cuando llegu¨¦, volv¨ª a hacer lo mismo que cuando rob¨¦, esper¨¦ a que la ni?a se volviera a meter en su casa y all¨ª dej¨¦ el cacharro, donde estuvo, y me volv¨ª corriendo. No se me va de la memoria¡±.
![Ramírez ante su mesa de trabajo y su biblioteca personal.](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/JBEMO3V6FOY6O7OOUI52QNFIWU.jpg?auth=606b6da696984d1327b1c1c78d0ac7fa1a161606e8c9cd51c58247009c7197d8&width=414)
En medio est¨¢n la historia, la revoluci¨®n, el desenga?o del poder. Los libros lo cuentan: tocas en la hemeroteca y sale el Sergio Ram¨ªrez p¨²blico que un d¨ªa perdi¨® a los padres; tambi¨¦n se fueron yendo los hermanos, se vaci¨® la casa, aunque su memoria la habite de fantasmas como en ese cuento, No me vayan a haber dejado solo. No est¨¢ en los libros, ni en las hemerotecas, este mon¨®logo final, que, como hubiera dicho el poeta Jos¨¦ Hierro, transcribo ¡°sin vuelo en el verso¡±. ¡°Mi padre muri¨® en 1971, con 75 a?os; a medida que me voy acercando, esta cifra es como una especie de tab¨², es un poco desconcertante. Mi madre muri¨® en 1994, con 82 a?os¡ Mi padre se estaba muriendo de c¨¢ncer y mi madre no quiso que se lo dijeran; lo operaron en el hospital de Managua, pero no le hicieron nada m¨¢s que volverlo a cerrar. ?l cre¨ªa que estaba salvado, volvi¨® a Masatepe y quiso celebrar un tedeum y una fiesta. Mi madre sufr¨ªa mucho porque dec¨ªa que viv¨ªa una representaci¨®n teatral hablando con alguien que se estaba muriendo, aparentando que estaba bien. Cuando ¨¦l me vio llegar se asust¨®. Esa llegada como que le anunci¨® su muerte. Mi madre recordaba la mirada ansiosa con la que ¨¦l observaba la casa a medida que se alejaba la ambulancia. Sab¨ªa que no iba a volver. Tras la muerte de mi padre sab¨ªa que mi madre estaba muy sola; muri¨® mi hermana y se qued¨® m¨¢s sola, porque era su puntal. Luego se muri¨® mi hermano Rogelio. Yo estaba en una playa cuando a medianoche me llamaron para dec¨ªrmelo. Estaba con mi cu?ada, la mujer de Rogelio, y nos fuimos esa misma noche para Masatepe. Mi madre era serena, muy dura, pero a partir de aquella muerte le dijo a mi hermana peque?a que ella ya ten¨ªa que morirse, si no me iba a morir yo, todos se estaban muriendo. ¡®Si yo me muero no se va a morir Sergio¡¯, dijo. Perdi¨® la fe en la vida. Mi padre se llamaba Pedro, mi madre era Luisa. A m¨ª me pusieron Sergio porque mi padre escuch¨® fuera de la tienda que una madre le gritaba a un ni?o: ¡®?Sergio, Sergio!¡¯ Le gust¨® el nombre, es lo que ¨¦l contaba¡±. Sergio Ram¨ªrez. Mucho de lo que falta por contar est¨¢ en los libros de historia y de literatura.
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