Noticias del pasado
En aquella ¨¦poca, en Espa?a casi nadie hablaba ingl¨¦s. Juan Carlos, s¨ª. ?sa era una de las virtudes que m¨¢s se airearon
Y de repente, he vuelto a verme vestida de marr¨®n, una falda de cuadros muy fea, un jersey de un tejido estriado que mi madre llamaba ¡°de canal¨¦¡± y unas medias de color incierto, de un tono crema tan poco sugerente como el resto. As¨ª era mi uniforme del colegio, la ropa que me pon¨ªa todos los d¨ªas cuando Juan Carlos de Borb¨®n subi¨® al trono.
La noticia de la abdicaci¨®n del Rey me ha devuelto al pasado. He recuperado algunas im¨¢genes, algunos olores, sonidos de hace mucho tiempo. Las baldosas de mi colegio eran grandes y cuadradas, de un tono rosado, salpicado de manchitas, que asemejaba el de una mortadela barata, muy popular entonces, a la que las amas de casa llamaban ¡°chope¡±, sin tener ni idea de que estaban deformando un adjetivo ingl¨¦s, ¡°chopped¡±, que es el participio del verbo chop, picar. En aquella ¨¦poca, en Espa?a casi nadie hablaba ingl¨¦s. Juan Carlos, s¨ª. ?sa era una de las virtudes que se airearon con m¨¢s insistencia cuando el Pr¨ªncipe subi¨® al trono. El nuevo jefe del Estado era alto, rubio y hab¨ªa estudiado en el extranjero. En aquella Espa?a encogida y gris, el cosmopolitismo de su biograf¨ªa representaba en s¨ª mismo una peque?a revoluci¨®n. En los colegios, a¨²n hab¨ªa much¨ªsimos m¨¢s alumnos de franc¨¦s que de ingl¨¦s.
La abdicaci¨®n del Rey me ha devuelto al pasado. No consigo relacionarla con el futuro
El aroma a lej¨ªa que impregnaba aquellas baldosas, como si fuera un ingrediente m¨¢s, se entremezcla en mi memoria con el impreciso olor a comida que inundaba los pasillos cuando terminaba la ¨²ltima clase de la ma?ana. Cuando estaba en casa y llegaba el mediod¨ªa, siempre sab¨ªa lo que ¨ªbamos a comer por el olor de las ollas que herv¨ªan en la cocina. En el colegio, no. En el colegio ol¨ªa a comida, simplemente, como si todos los alimentos participaran del mismo aroma, para anunciarnos que enseguida participar¨ªan del mismo sabor, tan ins¨ªpido, tan soso que era casi un no-sabor. Por fortuna, he perdido la noci¨®n exacta de aquel olor espeso y caliente que ya no sabr¨ªa describir, y sin embargo lo recuerdo, como recuerdo aquella expresi¨®n de mi madre, ¡°un jersey de canal¨¦¡±, que no he vuelto a o¨ªr desde entonces. Tambi¨¦n recuerdo, tambi¨¦n de pronto, el regocijo de una de mis compa?eras, que se llamaba Margarita y estaba muy excitada ante la idea de tener un rey y una reina, con corona y todo. ?Y c¨®mo ser¨¢ eso?, se preguntaba y nos preguntaba a las dem¨¢s antes de responderse a s¨ª misma, yo creo que tener un rey va a molar mucho¡
Las dem¨¢s ¨Cporque en la Espa?a que ahora recuerdo apenas hab¨ªa colegios mixtos y el estatus social de una familia se med¨ªa por su capacidad econ¨®mica para pagar a sus hijos una educaci¨®n privada, o como se dec¨ªa entonces, ¡°un colegio de pago¡±, habitualmente religioso y segregado por sexos¨C est¨¢bamos menos entusiasmadas que Margarita. En la mayor¨ªa de mis compa?eras, el motivo no era ideol¨®gico, ni pol¨ªtico, ni estaba inspirado por ninguna preferencia acerca de la forma de Estado. Las alumnas de sexto de bachiller de aquel entonces no sab¨ªamos opinar sobre casi nada, porque nadie nos hab¨ªa ense?ado. En el pa¨ªs donde viv¨ªamos, las virtudes que se cultivaban en las jovencitas eran la disciplina, la docilidad, la obediencia y un respeto a los adultos que se expresaba mediante el silencio. En eso tampoco nos diferenci¨¢bamos mucho de los adultos. Nuestra educaci¨®n se hab¨ªa desarrollado de acuerdo con los mismos patrones doctrinarios impuestos a nuestros padres en la posguerra. Entonces no sab¨ªamos que nos hab¨ªan educado para vivir en un pa¨ªs que estaba a punto de desaparecer, y que todos los bordados talaveranos, las canastillas para beb¨¦ y las lecciones de econom¨ªa dom¨¦stica que hab¨ªamos recibido, no nos iban a servir para nada. En eso tuvimos mucha m¨¢s suerte que nuestras madres, pero eso tampoco lo sab¨ªamos.
No sab¨ªamos nada de casi nada y, por eso, las ¨²nicas que nos atrev¨ªamos a hablar nos limit¨¢bamos a repetir las opiniones que hab¨ªamos escuchado en nuestra casa. Eso recuerdo, y que la princesa Sof¨ªa fue a la proclamaci¨®n de su marido vestida de rosa, con un vestido que llamaba la atenci¨®n en un hemiciclo donde las mujeres se contaban con los dedos de una mano. Las Cortes, que no el Congreso, de aquella ¨¦poca, eran una c¨¢mara en blanco y negro, donde el color predominante era el gris de los trajes de unos se?ores con chaqueta y corbata que, en el mismo momento en el que elevaron al trono a Juan Carlos, eran ya de otra ¨¦poca, tan triste, tan oscura como su atuendo.
La noticia de la abdicaci¨®n del Rey me ha devuelto al pasado.
No consigo relacionarla con el futuro.
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