Sobreactuaci¨®n republicana
?C¨®mo se puede sostener que la forma de Estado es un problema urgente?
Por si no fuera suficientemente grave la crisis institucional que padecemos, con la amenaza de ruina inminente que afecta al sistema de partidos, ahora resulta que una parte de nuestros representantes pol¨ªticos ha aprovechado la ocasi¨®n propiciada por la sucesi¨®n din¨¢stica para cuestionar la forma de Estado en vigor. Y a este respecto no se sabe qu¨¦ resulta m¨¢s sorprendente, si la repentina decisi¨®n del Monarca de precipitar su abdicaci¨®n, cuando hab¨ªa prometido morir con las botas puestas, o la no menos s¨²bita recuperaci¨®n por parte de nuestra clase pol¨ªtica, especialmente la que se dice progresista, de su antiguo fervor por la causa republicana. ?Qu¨¦ razones le asisten para recaer en su arcaico fundamentalismo antimon¨¢rquico?
Una primera explicaci¨®n es la nostalgia sentimental por la vieja causa perdida de la II Rep¨²blica. Al igual que los j¨®venes radicales estadounidenses, que en su odio a la corrupci¨®n de la casta pol¨ªtica que anida en Washington no dudan en defender la bandera del Viejo Sur vencido en su Guerra de Secesi¨®n, tambi¨¦n nuestros j¨®venes indignados, en su lucha de resistencia contra la casta pol¨ªtica que les ha condenado a la exclusi¨®n social, tampoco dudan en agitar la bandera republicana vencida en nuestra Guerra Civil. Una causa perdida que sigue sirviendo de cemento intergeneracional para los que reivindican la llamada Memoria Hist¨®rica. Y, como saben mis alumnos, yo mismo tengo en mi despacho desde hace a?os los s¨ªmbolos tricolores que me identifican con ella: pa?uelo, bufanda, escarapela, efigie de Marianne¡ Ahora bien, esgrimir ahora esa mera se?a de identidad emocional como una causa pol¨ªtica por la que movilizarse parece algo tan inconsistente que merece ser justificado con explicaciones m¨¢s plausibles. ?C¨®mo se puede sostener que uno de los problemas m¨¢s urgentes y relevantes de nuestra agenda p¨²blica sea el debate Rep¨²blica versus Monarqu¨ªa?
Identificar democracia con Rep¨²blica, sugiriendo la afinidad entre Monarqu¨ªa y dictadura, es una falacia insostenible
Aqu¨ª es donde aparece la pretendida defensa de la democracia en peligro, al parecer amenazada por la supervivencia de la Corona. Ahora bien, identificar democracia con Rep¨²blica, sugiriendo por tanto la afinidad entre Monarqu¨ªa y dictadura, es una falacia insostenible que solo revela la ignorancia de nuestros pol¨ªticos o su manipulaci¨®n de la ciudadan¨ªa peor informada. Como sabe cualquier licenciado en Ciencia Pol¨ªtica (y los l¨ªderes de Podemos son profesores de esta materia), la distinci¨®n entre democracia y no democracia (autoritarismo, etc¨¦tera) solo depende de la existencia de elecciones plurales, libres y limpias para ocupar los cargos de poder, y no desde luego de la forma de Estado: las democracias de m¨¢s elevada calidad (como las n¨®rdicas) son monarqu¨ªas mientras que las de peor calidad, que tienden al autoritarismo (como las latinoamericanas), son rep¨²blicas. Respecto a los tipos de democracia, ning¨²n especialista (como Lijphart o Morlino, por citar a los autores m¨¢s respetados) las clasifica en funci¨®n de su forma de Estado (Monarqu¨ªa o Rep¨²blica) sino en funci¨®n de su forma de gobierno: mayoritario (modelo Westminster) o proporcional (modelo consociativo). Es verdad que las democracias tambi¨¦n se dividen en parlamentarismo versus presidencialismo, pero este ¨²ltimo no se define por su forma republicana sino por la separaci¨®n de poderes con doble elecci¨®n diferente para el ejecutivo y el legislativo (como en EE UU). Y en este sentido, nuestro sistema es formalmente parlamentario y proporcional pero en la pr¨¢ctica resulta mayoritario y cuasi presidencial (sin doble elecci¨®n ni separaci¨®n de poderes), rayando en el cesarismo plebiscitario. De ah¨ª su baja calidad, que lo iguala a rep¨²blicas partitocr¨¢ticas como Italia, frente a las democracias n¨®rdicas de alta calidad, que son Monarqu¨ªas parlamentarias proporcionales y consensuadas.
Entonces, ?a qu¨¦ viene esa defensa de una forma republicana que es compatible con el totalitarismo, los autoritarismos y las democracias de menor calidad? Apelando a la dial¨¦ctica de la sospecha, se me ocurren dos posibles explicaciones. La primera es puramente t¨¢ctica, pues sospecho que se trata de emular la formidable eficacia demostrada por el ejemplo catal¨¢n centrado en el llamado derecho a decidir. Por eso se pretende mimetizar la propuesta de una consulta popular que ponga en juego no la secesi¨®n territorial (independencia s¨ª o no), sino la forma de Estado (Monarqu¨ªa s¨ª o no). Todo ello inscrito en nuestra tradici¨®n de democracia plebiscitaria, donde se invita al pueblo a que se juegue el destino futuro a cara o cruz, descartando las opciones intermedias. Un juego rom¨¢ntico y aventurero, presidido por el riesgo de que se imponga no la opci¨®n m¨¢s sensata y razonable sino la m¨¢s emocionante y melodram¨¢tica, dada su representaci¨®n esc¨¦nica como un ag¨®nico conflicto entre ser y no ser. Y en estas performances donde se ventila la dominaci¨®n simb¨®lica o hegemon¨ªa cultural tiende a vencer el bando que mejor maneje con t¨¦cnicas dramat¨²rgicas la teatralizaci¨®n de los juegos de poder. De ah¨ª que cuenten con ventaja quienes apuestan al todo o nada, reivindicando con m¨¢xima iconoclastia la ca¨ªda del r¨¦gimen o el acoso y derribo de la instituci¨®n que lo encarna. Es lo que yo he llamado la lidia de Leviat¨¢n o arte de torear al poder, seg¨²n sugiere el r¨®tulo de Podemos (como primera persona del plural del presente de imperativo del verbo podar): cortemos las alas del poder real.
Lo que define a una democracia son elecciones plurales, libres y limpias
Pero adem¨¢s de esta escenificaci¨®n truculenta, de aparente ¨¦xito electoral a corto plazo, a¨²n hay otra interpretaci¨®n posible que a m¨ª me parece la m¨¢s acertada. Y es la de entender que, si nuestros pol¨ªticos profesionales se lanzan a pedir el cambio de r¨¦gimen, es porque se sienten culpables ante una desafecci¨®n popular que ha sentenciado su desautorizaci¨®n y deslegitimaci¨®n colectiva: ¡°No nos representan¡±. Y para tratar de hacerse perdonar todos sus errores y culpas (como la corrupci¨®n, el austericidio, etc¨¦tera), y de paso lavar su mala conciencia, exageran sus reivindicaciones antisistema pidiendo el fin del r¨¦gimen y la cabeza del Rey. Lo cual equivale a hacer de la Corona un chivo expiatorio sobre el que poder descargar y proyectar todas las culpas colectivas que son propias exclusivamente de la clase pol¨ªtica. Ahora bien, esto demuestra que tan hip¨®critas eran antes, cuando en la Transici¨®n aceptaron la Monarqu¨ªa por puro inter¨¦s pol¨ªtico, como ahora, cuando alardean de rechazarla para revestirse con la m¨¢scara impostada de la virtud republicana. Pero es dudoso que les crean los esc¨¦pticos espectadores de una tragicomedia que parece tanto m¨¢s inveros¨ªmil cuanto m¨¢s impostada.
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