Acerca de lo que importa
La sociedad catalana se enfrenta a retos m¨¢s importantes que el independentismo
Tradicionalmente, cuando se planteaba la discusi¨®n acerca de esa espec¨ªfica violencia pol¨ªtica que se manifiesta en forma de altercados callejeros, destrozos de mobiliario urbano, ataques a sucursales bancarias o de partidos y otros incidentes similares, siempre surg¨ªa quien, llegada una cierta altura del debate, la contrapon¨ªa a la violencia estructural del sistema. Seg¨²n este argumento, el capitalismo es un modo de producci¨®n basado en la explotaci¨®n de los individuos y, en su fase imperialista, en la de los pueblos, lo que hace que para ese r¨¦gimen econ¨®mico la violencia no represente un elemento accidental sino constituyente de su propia esencia.
La argumentaci¨®n, todo hay que decirlo, en algunos momentos pod¨ªa tener la apariencia de transcurrir en un plano superestructural o, si se prefiere formularlo con otros t¨¦rminos, de contraponer magnitudes por completo heterog¨¦neas. La realidad de una de ellas no parec¨ªa ofrecer dudas: de determinadas manifestaciones de violencia pol¨ªtica, como, pongamos por caso, los actos vand¨¢licos llevados a cabo por grupos de encapuchados en el centro de una ciudad solemos tener noticia a trav¨¦s de las im¨¢genes que nos ofrecen profusamente los medios de comunicaci¨®n. En cambio, la supuesta explotaci¨®n denunciada por los cr¨ªticos de la violencia estructural no siempre resultaba tan evidente.
Hasta tal punto ese dispositivo b¨¢sico del sistema quedaba oculto tras las apariencias en las ¨¦pocas de bonanza que no faltaban los que llegaban a poner en duda que la presunta explotaci¨®n fuera tanta o incluso que fuera tal, y con argumentos atendibles. En efecto, ella no parec¨ªa constituir un obst¨¢culo para que amplios sectores de trabajadores llevasen existencias m¨¢s o menos pl¨¢cidas y confortables, adquiriesen sus viviendas en propiedad o afrontasen el pago mensual de su alquiler sin mayores problemas, pudiesen dar estudios superiores a sus hijos, mantener una actividad laboral estable y sostenida hasta su jubilaci¨®n, y as¨ª sucesivamente.
Con toda probabilidad, una de las cosas m¨¢s significativas que ha ocurrido en los ¨²ltimos a?os ha sido que aquella difusa violencia estructural ha ido concret¨¢ndose y adoptando unas aristas tan afiladas como hirientes. El resultado es que la propia expresi¨®n ¡°violencia estructural¡±, que en alg¨²n momento pudo sonar a abstracci¨®n casi vac¨ªa ¡ªcuando no a polvorienta ¨¦pica pol¨ªtica¡ª ha devenido la que mejor cumple hoy la funci¨®n de describir realidades perfectamente identificables y de una extrema dureza. Los trazos mayores que describen el actual estado de cosas est¨¢n en la cabeza ¡ªcuando no en la retina¡ª de todos.
As¨ª, no hay forma humana de relativizar la tragedia, tambi¨¦n personal, de los que se han visto expulsados del mercado de trabajo o, tal vez peor a¨²n, de quienes, como los j¨®venes, no vislumbran la menor posibilidad de incorporarse a ¨¦l por vez primera. Por otra parte, los salarios de los que tienen un empleo han sufrido una dr¨¢stica reducci¨®n, rebautizada por los patrocinadores de los recortes como ¡°devaluaci¨®n interna¡±. Adem¨¢s, los trabajadores de mayor edad se han visto sustituidos por otros, m¨¢s j¨®venes, precarios y peor pagados. Por si todo esto fuera poco, la vivienda en propiedad ha dejado de ser una meta alcanzable por amplios sectores de la poblaci¨®n para convertirse en el origen de las desdichas de muchas familias, desahuciadas y condenadas a penar de por vida con su deuda a cuestas, reclamada de manera inmisericorde por las entidades bancarias. Ni siquiera, en fin, el acceso al trabajo es ya garant¨ªa de nada: la figura del trabajador pobre, que a pesar de tener unos ingresos m¨¢s o menos regulares no consigue satisfacer las necesidades b¨¢sicas de su familia, ha irrumpido, muchos temen que para quedarse, en el escenario de nuestra realidad.
La exclusi¨®n social ya no se cierne solamente sobre sectores marginales
No se trata de presentar el extenso cat¨¢logo de males que en este momento asuelan a nuestra sociedad sino de resaltar c¨®mo basta con la menci¨®n de algunos de ellos para comprender el generalizado cambio en nuestra percepci¨®n de la violencia estructural, que ha pasado a aparecer de manera creciente y generalizada como una amenaza inmediata. Los m¨²ltiples matices de la amenaza acaso podr¨ªan quedar resumidos en un solo trazo: la exclusi¨®n ha ampliado su radio de acci¨®n y ya no se cierne, como hasta ahora tend¨ªa a darse por supuesto, solo sobre sectores marginados. Muchos de quienes anta?o se cre¨ªan a salvo de ella empiezan ahora a verse a s¨ª mismos como vulnerables.
Dudo mucho que sea posible interpretar adecuadamente lo que nos est¨¢ sucediendo sin hacer referencia a este registro subjetivo tan generalizado, a este profundo malestar colectivo, que constituye el obligado marco de inteligibilidad en nuestros d¨ªas. Ello no equivale, claro est¨¢, a dar por buena cualquier respuesta al mismo que se pueda ofrecer, como suelen hacer quienes, con calculada ambig¨¹edad, utilizan como sin¨®nimos ¡°contextualizar¡± con ¡°justificar¡±. Es m¨¢s, probablemente nuestra mayor dificultad en la hora actual sea la de ser capaces de diferenciar las respuestas tan comprensibles como in¨²tiles (cuando no directamente contraproducentes) de aquellas otras que puedan dirigir el hirviente magma de la desesperaci¨®n de tantos hacia donde hay, en efecto, m¨¢s posibilidades de acabar con las causas que la han hecho posible.
Lo que est¨¢ fuera de toda duda en cambio es que buena parte de las maneras heredadas de abordar estos asuntos ha dejado de resultarnos de utilidad. El viejo principio seg¨²n el cual la pol¨ªtica se sustancia en el establecimiento de las prioridades sociales adquiere en este instante una apremiante actualidad. En el fondo, los mejores pensadores de cada ¨¦poca han sido aquellos que han sido capaces de percibir la necesidad de alterar el orden heredado de lo que se ten¨ªa por importante. As¨ª, por no remontarnos demasiado atr¨¢s en el tiempo, Richard Rorty advirti¨® en los setenta acerca de la prioridad de la democracia sobre la filosof¨ªa y poco despu¨¦s, ya en los ochenta, el fil¨®sofo brit¨¢nico Derek Parfit sosten¨ªa que el yo no es lo que importa, subrayando con ello que la problem¨¢tica de la identidad personal, tan importante para un nutrido grupo de te¨®ricos contempor¨¢neos, hab¨ªa dejado de estar en primer plano.
Hoy podr¨ªamos afirmar cosas parecidas, pero por muy diferentes motivos. Desde luego que Parfit fue premonitorio al se?alar que el yo no importa porque han dejado de urgir asuntos que hasta hace poco eran tenidos por cruciales, como la constituci¨®n de la propia identidad, o dirimir cu¨¢l de los m¨²ltiples yoes que somos o hemos sido es el fundamental. Pero resultar¨ªa de todo punto inconsecuente que alguien aceptara con naturalidad lo anterior y, a continuaci¨®n, considerara que nada hay m¨¢s apremiante en el presente que reivindicar el ser de un pueblo (sea este el pueblo que sea, obviamente) o sostuviera que el problema fundamental de una determinada comunidad es el de su reconocimiento (puro hegelianismo identitario, a fin de cuentas).
No pretendo plantear una cuesti¨®n acad¨¦mica ni, menos a¨²n, puramente especulativa. Por el contrario, me agradar¨ªa ser capaz de arrojar algo de luz sobre aquello que nos est¨¢ pasando en la actualidad. As¨ª, las fuerzas y partidos que movilizan a la ciudadan¨ªa (o se suman a sus movilizaciones m¨¢s o menos espont¨¢neas) con el argumento de que resulta inaplazable que aquella se pueda pronunciar directamente sobre determinados asuntos, convirtiendo con sus prisas dicha reivindicaci¨®n en la prioridad absoluta de su pol¨ªtica, deber¨ªan rendir cuentas por aquello que, en ese mismo gesto, est¨¢n dejando de lado. Porque de ser cierta la sumaria descripci¨®n de nuestra realidad que en la primera parte de este papel se presentaba, con lo que en estos momentos nos las estar¨ªamos viendo ser¨ªa con un problema, sencillamente dram¨¢tico, de supervivencia para mucha gente. Tiene delito que, frente a esto, haya quien parezca sostener, parafraseando a Rorty, la prioridad de la independencia sobre la pobreza, o de la forma de Estado sobre la miseria generalizada.
Manuel Cruz es catedr¨¢tico de Filosof¨ªa Contempor¨¢nea en la Universidad de Barcelona.
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