Recuperar la inspiraci¨®n
El error socialdem¨®crata fue asociar su cr¨¦dito y su identidad solo a los resultados del Estado de bienestar. Rescatar la decencia institucional es la condici¨®n indispensable para ser fiables ante los ciudadanos
Convencidos de que los males del siglo XX proven¨ªan del triunfo de los extremismos, los socialdem¨®cratas se comportaron a partir de la posguerra europea como reformistas consecuentes. Si no, su destino hubiera sido la irrelevancia. Un riesgo similar corren hoy.
Mantuvieron la voluntad de cambiar el statu quo en el sentido de su tradici¨®n moral; pero sin veleidades antisistema. El Estado de derecho se convirti¨® en marco institucional irrebasable para sus aspiraciones de justicia social. La democracia representativa no era ya estaci¨®n de tr¨¢nsito hacia otra parte; ni la ley, un recurso leg¨ªtimo solo cuando apuntara a los fines propios. Al conciliar voluntad redistributiva y lealtad institucional, el reformismo socialdem¨®crata hizo de los principios y procedimientos de la democracia constitucional un ingrediente de su concepci¨®n de la justicia; tambi¨¦n, un criterio de legitimidad para cualquier pretensi¨®n de autoridad pol¨ªtica. La oferta socialdem¨®crata se adecuaba a una demanda que requer¨ªa de la pol¨ªtica reglas ciertas y moralmente valiosas; y de las pol¨ªticas, un remedio a desigualdades injustificables. En eso consisten la moderaci¨®n socialdem¨®crata y la diferencia con otras izquierdas. Su contribuci¨®n para asentar el Estado de bienestar y sus logros sociales fue determinante.
Lo dicho parece un pasado remoto por el impacto de la crisis actual, una de cuyas consecuencias ha sido evidenciar el agotamiento del Estado de bienestar o, al menos, de su aplicaci¨®n al uso. Lamentablemente ahora no se dan ni las condiciones ni las actitudes para reproducir rendimientos redistributivos de anta?o. Adem¨¢s, pa¨ªses como el nuestro solo podr¨¢n recomponer su Estado social en el marco de una Europa pol¨ªtica reforzada, un proyecto en construcci¨®n y de futuro incierto. Depende de una voluntad de compromiso que sobrepasa la capacidad de un movimiento pol¨ªtico y una naci¨®n.
1.?Cuando los resultados no acompa?an. Los socialdem¨®cratas se han sentido, con raz¨®n, albaceas del Estado de bienestar. A su izquierda se ha despreciado un producto que se consideraba prueba de la rendici¨®n reformista. A su derecha, a partir de los a?os ochenta, no se ha perdido ocasi¨®n para achicarlo o desmantelarlo. El error socialdem¨®crata fue asociar su cr¨¦dito, y en la pr¨¢ctica la identidad, exclusivamente a los resultados del Estado de bienestar. Se tomaron sus rendimientos como indicador concluyente no solo de sus triunfos, sino de la val¨ªa de sus acciones; y se descuidaron otras se?as socialdem¨®cratas. Con el pretexto de la eficacia, se aflojaron los controles jur¨ªdicos y los democr¨¢ticos, se consintieron trampas a la legalidad; la democracia en los partidos se sacrific¨® en el altar de la democracia entre partidos. Desactivada la deferencia institucional, baj¨® el coste (moral, pol¨ªtico y penal) de los incumplimientos y aumentaron las actitudes irresponsables, as¨ª como los riesgos de corrupci¨®n. Todo ello dio lugar a una democracia de baja calidad. Como si se hubiera impuesto la m¨¢xima de Maquiavelo: ¡°Los actos acusan, pero los resultados excusan¡±.
El fraude a las normas o el fracaso de la democracia representativa son letales
2.?Recuperar la decencia institucional. Esa es la respuesta a la pregunta sobre lo que deber¨ªamos esperar hoy de los socialdem¨®cratas, la condici¨®n indispensable para ser fiables a ojos de los ciudadanos. M¨¢s que de ¡°otra forma de hacer pol¨ªtica¡±, se trata de rescatar la manera no adulterada de practicarla. Consiste, primero, en que los ciudadanos los perciban como gente veraz, que acreditan sus opiniones e iniciativas. As¨ª podr¨¢n salir del ensimismamiento y no ir¨¢n a rastras de los acontecimientos. Y se revelar¨¢n distintos de otros que a derecha e izquierda chapotean en discursos de argumentario o alientan quimeras que llevan, ?otra vez?, por caminos intransitables o directamente al precipicio.
La lealtad institucional no se sustenta a medias. Requiere el acompa?amiento de la congruencia moral. En este sentido, los socialdem¨®cratas deber¨ªan dejar ya ese trato inadmisible con los otros partidos en un af¨¢n compartido por colonizar las instituciones. El sistema de cuotas, por el que los partidos se reparten los puestos del Tribunal Constitucional, Consejo del Poder Judicial, Tribunal de Cuentas y dem¨¢s agencias p¨²blicas, ha enturbiado el desempe?o imparcial de dichas instituciones, raz¨®n de su legitimidad. ?Hay mayor prueba de sinceridad reformista que acabar con este chalaneo? El mal acoplamiento de Estado de derecho y Estado de partidos ha minado dos de los pilares de la justicia social: el imperio de la ley y el ejercicio cabal de la democracia representativa, dimensiones ¨¦ticas indisociables y no intercambiables por otras.
Para revertir la situaci¨®n, los partidos deber¨ªan recuperar el sentido institucional en el ejercicio de sus funciones. La simbiosis entre democracia y partidos es tal que los ciudadanos consideran decente el funcionamiento de aquella si lo es el de estos. Lamentablemente, el de la mayor¨ªa de los partidos no lo es; porque practican una socializaci¨®n pol¨ªtica que envilece la democracia, degrada el Estado de derecho e invierte las prioridades que justifica su prevalencia. Perpetuarse en el poder o vivir de la pol¨ªtica o de las rentas que esta produce se convierte en el objetivo m¨¢s buscado y menos reconocido de los que mandan en los partidos y de la clientela que les sostienen. Ello requiere una l¨®gica de funcionamiento en la que se intercambia lealtad por puesto y exige una demanda insaciable de financiaci¨®n y recursos. Con estos est¨ªmulos disponibles, el perfil del potencial participante se parece m¨¢s al de un cazarrecompensas que al de un militante vocacional. En fin, con el pretexto de favorecer la competici¨®n entre partidos, estos operan en su interior como en ¡°zona franca¡± exenta de controles jur¨ªdicos y democr¨¢ticos, y por ello vulnerable a la corrupci¨®n.
Los dirigentes del PSOE se han mantenido insensibles a las se?ales de alarma recibidas
Dado que no se ha querido renunciar a esa capacidad de control y dominio, tras 36 a?os de democracia carecemos de una ley de partidos que ponga fin a ese estado de excepci¨®n que representa el r¨¦gimen interno de los partidos. Los que prefieren el statu quo, en momentos de zozobra seguir¨¢n apoyando a sus padrinos pol¨ªticos a pesar de algunos incumplimientos. Para otros, este fracaso de ¡°la democracia burguesa¡± refuerza su desconfianza cong¨¦nita en el reformismo institucional, as¨ª como su fe en un recurrente modelo alternativo de sociedad. Para quienes, como los socialdem¨®cratas, vinculan su identidad y el logro de sus objetivos al potencial de justicia del Estado de derecho, el fraude a sus normas o el fracaso de la democracia representativa resultan letales.
3. Indigencia socialista. La tragedia radica en que los sucesivos dirigentes del PSOE no se percatan de lo perentorio de la situaci¨®n; ni podr¨¢n hacerlo inmersos en un medio de socializaci¨®n pol¨ªtica que solo filtra lo que gusta o¨ªr. ¡°Todo lo que escuch¨¢bamos era el sonido de nuestra propia voz¡±, escribe Ignatieff en el recordatorio de su paso por la pol¨ªtica. Durante a?os, esos dirigentes se han mantenido insensibles a cuantas se?ales de alarma se les ha enviado. Tras el declive del liderazgo de Gonz¨¢lez a principio de los noventa, los socialdem¨®cratas espa?oles vienen dando palos de ciego, indigencia estrat¨¦gica que se agrav¨® en el momento Zapatero. El anuncio de un tiempo nuevo o una refundaci¨®n suena a canturreo ret¨®rico.
De momento andan d¨¢ndole vueltas a la toma de decisiones en el partido que, como casi todos, funciona de modo olig¨¢rquico. De golpe vira a plebiscitaria en una puja entre pretendientes, a ver qui¨¦n ofrece m¨¢s participaci¨®n. Al carecer de un marco normativo cierto, no se sabe a qui¨¦n corresponde decidir qu¨¦. Lamentable es la ausencia de democracia; pero no menos, una democracia sin reglas. Perdido el norte y sin disponer de muchas soluciones viables, el relevo generacional en el PSOE amaga con escorarse hacia los extremos. Si act¨²a as¨ª, se volver¨¢ redundante y por tanto innecesario; como si no le hubieran servido de mucho los resultados de la deferencia socialista con un nacionalismo perif¨¦rico cada vez m¨¢s desafiante. Y es que cuando no se tiene nada propio que decir, se acaba en la irrelevancia. Lo triste es que los socialdem¨®cratas s¨ª tienen algo que decir, aunque parezca que lo han olvidado. M¨¢s nos vale que recuperen la estimable inspiraci¨®n socialdem¨®crata: intenci¨®n reparadora de las injusticias, decencia institucional y sentido de la moderaci¨®n. Ellos evitar¨¢n el suicidio de su partido, y Espa?a, la ruina.
Ram¨®n Vargas-Machuca Ortega es catedr¨¢tico de Filosof¨ªa Pol¨ªtica. Fue miembro del Comit¨¦ Federal del PSOE de 1976 a 1993.
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