Abusos

Una chica aupada sobre los hombros de un novio, un amigo o un vaya usted a saber qu¨¦. La joven est¨¢ parti¨¦ndose de risa, empapada en vino, y se sube la camiseta para dejar sus pechos al aire. Un mont¨®n de manos se los magrean.

Esa es la imagen, repetida con pocas variantes en la prensa. Y hay tambi¨¦n v¨ªdeos similares que se repiten en las televisiones o en Internet.

El segundo acto de la cosa est¨¢ compuesto por rotundas, enf¨¢ticas declaraciones de organizaciones feministas o portavoc¨ªas de Gobiernos locales advirtiendo de que los abusos sexuales tienen que acabarse en San Ferm¨ªn.

Hay un enorme equ¨ªvoco en todo esto. No casan los datos. Hasta donde yo sab¨ªa, los abusos sexuales entre personas adultas se pod¨ªan considerar eso, abusos, si no hab¨ªa consentimiento. Si lo hay, podemos hablar de golfer¨ªa, despiporre, canas al aire y cosas as¨ª. Pero nos hemos quedado todos tan a gusto. Quien ha visto a una mujer violada o que haya sufrido esos abusos jam¨¢s puede recordar el menor gesto de diversi¨®n o de disfrute. Una violaci¨®n es un crimen de largo aliento, que deja mutilada a una mujer para mucho tiempo, o para siempre. ?Por qu¨¦ tienen cara de disfrutar las chicas que se quitan voluntariamente la camiseta en estas im¨¢genes que nos ense?an para la denuncia?

Me temo lo peor: me temo que muchos medios de comunicaci¨®n de nuestro pa¨ªs han utilizado a las gozosas y ocasionales libertinas para lanzar un mensaje de correcci¨®n pol¨ªtica que se vuelve contra las mujeres.

Porque cualquier mujer tiene derecho a hacer el golfo. Pero nadie tiene el derecho de relacionar su decisi¨®n con los abusos y las violaciones. Hacerlo as¨ª es trivializar el asunto. En San Ferm¨ªn o en un pasadizo madrile?o.