?Todav¨ªa la Transici¨®n!
Fue un periodo caracterizado por la improvisaci¨®n y la incertidumbre. La manipulaci¨®n le hace culpable de todos los males del presente, con intenci¨®n de cambiar el pasado: es el mejor camino para perder el futuro
Al principio no fue la Transici¨®n sino un periodo o proceso de transici¨®n. Al principio quiere decir hace muchos a?os: de la b¨²squeda de una mediaci¨®n que pusiera fin a la Guerra Civil estableciendo un ¡°r¨¦gimen de transici¨®n¡±, habl¨® Manuel Aza?a, presidente de la Rep¨²blica, desde 1937; un ¡°periodo de transici¨®n¡± reclam¨® para Espa?a en 1946 el que fuera presidente del Gobierno de la Rep¨²blica, Francisco Largo Caballero, y, con id¨¦ntica expresi¨®n, Jos¨¦ Mar¨ªa Gil Robles e Indalecio Prieto firmaron en el exilio un acuerdo con el prop¨®sito de impulsar en 1948 la intervenci¨®n de las potencias democr¨¢ticas que pusiera fin a la dictadura. De un proceso de transici¨®n pac¨ªfica a la democracia no dejaron de hablar los comunistas desde 1956 y en lo mismo insistieron socialistas, liberales y democratacristianos en 1962. Y saltando en el tiempo, y para no hacer esta lista interminable, por un ¡°periodo de transici¨®n¡± se manifestaron, entre prolongados aplausos del p¨²blico puesto en pie, los participantes en el ciclo Las terceras v¨ªas celebrado en Barcelona en junio de 1975, meses antes de la muerte del dictador. Eran ellos Ant¨®n Ca?ellas, Josep Sol¨¦ Barber¨¢, Joan Revent¨®s, Jordi Pujol, Josep Pallach y Ram¨®n Tr¨ªas, y es significativo que en su declaraci¨®n final abogaran por ¡°la transformaci¨®n pac¨ªfica del sistema legal por medio de Cortes constituyentes elegidas por ciudadanos mayores de 18 a?os, mediante sufragio universal, secreto y directo¡±, poco m¨¢s o menos lo que el Gobierno de Su¨¢rez propondr¨¢ un a?o despu¨¦s.
En 1975, todo el mundo que militaba en partidos o grupos ilegales y clandestinos, desde liberales a comunistas, estaba de acuerdo en que a la pregunta: ¡°Despu¨¦s de Franco, qu¨¦¡±, formulada en 1961 por Dionisio Ridruejo en ingl¨¦s, como t¨ªtulo de un art¨ªculo para The Monthly, y por Santiago Carrillo en espa?ol como t¨ªtulo de un libro publicado en Francia en 1966, la ¨²nica respuesta posible era: despu¨¦s de Franco, un periodo, un proceso, una fase de transici¨®n. Transici¨®n se declinaba as¨ª como elemento del grupo preposicional predicativo de proceso o periodo: nadie hablaba de la Transici¨®n, sino de un periodo de transici¨®n. Y de lo que se discut¨ªa no era del final del proceso, en el que todos estaban de acuerdo: unas Cortes constituyentes; sino de los pasos a ellas conducentes: amnist¨ªa, libertades, autonom¨ªas¡, y del sujeto encargado de dirigirlo: gobierno provisional, gobierno de concentraci¨®n democr¨¢tica o, simplemente, como hab¨ªa aprobado en diciembre de 1959 el VI Congreso del PCE, gobierno de transici¨®n.
Las energ¨ªas de los espa?oles para empezar una y otra vez desde
Pero una vez culminado el periodo o proceso de la que ella era predicado, transici¨®n se convirti¨® en sujeto liberado de preposici¨®n y levant¨® el vuelo por su cuenta saltando enseguida de categor¨ªa: proceso de transici¨®n, que siempre se escrib¨ªa en min¨²scula, pas¨® a ser Transici¨®n, con may¨²scula, y de un periodo sin fechas fijas de principio ni de fin se convirti¨® en un acontecimiento del g¨¦nero que los historiadores franceses llaman matricial: un ¨¦v¨¦nement matriciel, como El domingo de Bouvines o la revoluci¨®n bolchevique. As¨ª, de un proceso que necesitaba ser explicado en cada uno de sus pasos, Transici¨®n mut¨® en acontecimiento matriz explicalotodo. Y todo quiere decir, mirando hacia atr¨¢s, cada etapa del proceso, como el ¡°consenso¡±, que tras erigirse en una categor¨ªa metahist¨®rica, explica la Transici¨®n sin necesidad de ser ¨¦l mismo explicado; y mirando hacia adelante, lo ocurrido en la pol¨ªtica, la econom¨ªa y la sociedad desde que el proceso puede darse por terminado, ya sea en 1978, en 1982 o en 1986.
De manera que un proceso de transici¨®n como el espa?ol, caracterizado por la incertidumbre y la improvisaci¨®n, por la violencia criminal y los obst¨¢culos de que estuvo sembrado el recorrido, por la movilizaci¨®n obrera y ciudadana y los pactos, se nos ha convertido en un acontecimiento, la Transici¨®n, pieza sin fisuras, producto de un dise?o elaborado por los poderes f¨¢cticos al que se atribuyen cualidades que definen su ser o esencia: Transici¨®n mito y mentira, Transici¨®n amnesia y borradura de memoria, Transici¨®n traici¨®n y as¨ª sucesivamente. Un acontecimiento que determina el futuro, tan atado y bien atado como lo pretend¨ªa el r¨¦gimen al que sucedi¨®. De hecho, las actuales pr¨¦dicas sobre el agotamiento, la agon¨ªa, los estertores o el ¨²ltimo suspiro de la Transici¨®n como r¨¦gimen, parten del supuesto de que en aquel acontecimiento es donde hay que buscar la causa de todos los males del presente, del bipartidismo a las tensiones territoriales, de la corrupci¨®n al aumento de la desigualdad, de los salarios de miseria al ¨¦xodo de j¨®venes en busca de trabajo. La culpa, ya se sabe: la Transici¨®n.
El pasado siempre se manipula seg¨²n los intereses del presente: tal es, como recordaba Georges Duby, la funci¨®n de la memoria. Y aqu¨ª, sin olvidar lo que esa manera de ver tiene de ceguera voluntaria dirigida a ocultar las responsabilidades de lo ocurrido desde 1982 a 2014, es claro que si en lugar de la Transici¨®n, volvemos al proceso de transici¨®n, nada de lo que se le atribuye data de aquel tiempo. La ley electoral, por ejemplo, con su mezcla de distritos provinciales a los que se asignan dos esca?os y de reparto proporcional por el m¨¦todo D¡¯Hont, no se ide¨® para crear un sistema bipartidista, sino para asegurar al partido m¨¢s votado una mayor¨ªa suficiente de esca?os sin necesidad de obtener la misma mayor¨ªa en votos. Lo que con aquella ley se pretend¨ªa era garantizar a UCD, con la izquierda partida en dos mitades, comunista y socialista, una posici¨®n dominante. Y lo mismo vale para ese sistema de partidos r¨ªgido y fuerte que tambi¨¦n es moda atribuir hoy a la Transici¨®n, pero que por ning¨²n lado aparece durante el proceso de transici¨®n. UCD se disolvi¨® v¨ªctima de sus pulsiones suicidas, y el PCE, con sus reiteradas purgas, se fragment¨® hasta alcanzar el nivel de la irrelevancia. Los ¨²nicos que se consolidaron, no sin problemas, fueron el PSOE y los nacionalistas catalanes y aun vascos, flanqueados por Alianza Popular con su famoso techo de cemento. ?D¨®nde est¨¢n los partidos r¨ªgidos, puras m¨¢quinas burocr¨¢ticas, y d¨®nde el bipartidismo durante el proceso de transici¨®n?
Hay que abandonar las may¨²sculas y explicar en qu¨¦, c¨®mo y por qu¨¦ han fallado las instituciones
Algo parecido ocurre con la cuesti¨®n territorial. Hoy se atribuye a la Transici¨®n el embrollo auton¨®mico en el que ha venido a desembocar lo que comenz¨® como demanda o exigencia de autonom¨ªas regionales. En realidad, y dejando aparte el hecho de que las primeras propuestas de autonom¨ªa para Catalu?a presentadas en un Parlamento espa?ol ¡ªCamb¨® durante la Gran Guerra y a su fin¡ª vinieron acompa?adas de la reclamaci¨®n del mismo derecho por y para otras regiones, lo que importa es que de la cuesti¨®n territorial se podr¨¢ decir cualquier cosa menos que qued¨® zanjada durante el proceso de transici¨®n. Uno de los problemas derivados de este proceso fue precisamente que la Constituci¨®n, en lugar de cumplir su papel como ¡°acto de desconfianza¡± al modo definido por Constant, se excedi¨® en la confianza otorgada a los pol¨ªticos que habr¨ªan de administrarla, pues al no se?alar l¨ªmites n¨ªtidos entre las competencias del Estado y de las comunidades aut¨®nomas, permiti¨® que todo quedara al albur de las clases pol¨ªticas que habr¨ªan de consolidarse en las nuevas entidades pol¨ªticas y administrativas. Si para alg¨²n caso vale aquello de que quien tiene autoridad para interpretar las leyes es el verdadero legislador y no quienes las escribieron o proclamaron, ese ser¨ªa el del Estado espa?ol, configurado m¨¢s por los Estatutos de autonom¨ªa y por la multitud de sentencias ¡°interpretativas¡± de los sucesivos tribunales constitucionales que por la misma Constituci¨®n.
De la Transici¨®n como r¨¦gimen se podr¨¢ hablar si lo que se pretende, manipulando el pasado, es deslegitimar o socavar el actual sistema pol¨ªtico atribuy¨¦ndole un pecado de origen cuya culpa habr¨ªa de pagar muri¨¦ndose y desapareciendo de escena: las reservas para empezar una y otra vez de cero son, entre espa?oles, inagotables. Pero si de lo que se trata es de someter a cr¨ªtica las instituciones y las pol¨ªticas desarrolladas durante los 30 a?os que median desde el fin del proceso hasta hoy, ser¨ªa m¨¢s fruct¨ªfero abandonar las may¨²sculas y explicar por qu¨¦, c¨®mo y en qu¨¦ han fallado esas pol¨ªticas y esas instituciones. La Transici¨®n como acontecimiento no es m¨¢s que una entelequia: atribuirle los males presentes con el prop¨®sito de cambiar el pasado es el mejor camino para perder el futuro.
?Santos Juli¨¢ es profesor em¨¦rito de la UNED.
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