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Confianza, base del nuevo capitalismo

La econom¨ªa compartida cambia las reglas. La crisis e Internet empujan nuevos negocios que avanzan imparables

Karelia V¨¢zquez
Anna Parini

Un d¨ªa de huelga de autobuses, Clarisa Couassi, productora y localizadora de cine, desembarc¨® con su coche en la estaci¨®n de Atocha. Previamente su hija le hab¨ªa gestionado a trav¨¦s de la web BlaBlaCar dos acompa?antes para su trayecto por carretera de Madrid a Granada. Sus primeras clientas fueron dos chicas. ¡°Las dej¨¦ en la puerta de su casa, les cobr¨¦ menos que el autob¨²s y el coste de mi viaje fue cero. Todo ventajas¡±. Desde entonces siempre tiene compa?¨ªa para sus viajes. ¡°Con tres pasajeros consigo los 40 euros que me cuesta el medio dep¨®sito que consumo en el trayecto¡±, comenta. Seg¨²n cuenta su creador, Nicol¨¢s Brusson, en un inicio su invento intent¨® limitar la interacci¨®n entre desconocidos. Los que cog¨ªan el coche pod¨ªan indicar al conductor cu¨¢n sociables eran usando solo un ¡°bla¡± si prefer¨ªan ir callados o ¡°bla bla bla¡± si les apetec¨ªa conversaci¨®n y confesiones de carretera.

¡°No hables con desconocidos¡±. He aqu¨ª un consejo que est¨¢ a punto de caducar. Quiz¨¢ ¨¦sta sea la ¨²ltima generaci¨®n de padres que recomiende tal cosa a sus hijos. Porque, en definitiva, despu¨¦s de Internet nadie ser¨¢ del todo un extra?o. Al menos, todos seremos verificables. En los ¨²ltimos cinco a?os nos hemos visto compartiendo sof¨¢, mesa y mantel con desconocidos, viajando en sus coches y cerrando acuerdos a ciegas, con la ¨²nica garant¨ªa de un pu?ado de opiniones dejadas en Internet por otros extra?os. ?Acaso somos la generaci¨®n m¨¢s confiada de la historia?

La econom¨ªa compartida (si traducimos literalmente del ingl¨¦s: sharing economy) nos est¨¢ cambiando. Los soci¨®logos comprueban at¨®nitos c¨®mo la gente est¨¢ dispuesta a compartir bienes ¨ªntimos y valiosos con completos desconocidos. La casa, el coche, el perro¡­ todo es susceptible de ser dejado en manos extra?as que, contra todo pron¨®stico, no decepcionan y cumplen sus promesas.

Otros observadores m¨¢s esc¨¦pticos como Evgeny Morozov, conocido por ser un gran decepcionado de Internet, sostienen que lo que nos obliga a confiar y a compartir es la crisis econ¨®mica que se vive desde 2008. Morozov tuite¨® con gran ¨¦xito de p¨²blico su definici¨®n personal de econom¨ªa compartida: ¡°Es lo que sucede cuando los ciudadanos, despu¨¦s de haber pagado el rescate financiero de los bancos, tambi¨¦n se ven obligados a compartir su coche y su piso con extra?os¡±.

Sin confianza, estas empresas har¨ªan aguas. No ser¨ªan una econom¨ªa con m¨²sculo

La ola de confianza que nos invade se sostiene en la arquitectura digital y las entretelas de una web dise?ada para modular, por decirlo de alg¨²n modo, nuestro ego¨ªsmo gen¨¦tico y convertirnos en gente de fiar. ¡°Nada es casual. Todo est¨¢ pensado para que la gente se comporte; desde los rankings de reputaci¨®n hasta la visibilidad de los comentarios de todas las partes implicadas. Una revisi¨®n negativa te colocar¨ªa en la casilla de salida, tanto si eres inquilino como si eres propietario¡±, explica el ingeniero Juan Pablo Puerta, que ha trabajado en Craigslist ¨Canuncios clasificados locales y foros para trabajo, alojamiento, ventas, eventos¡­¨C y Etsy ¨Cportal para comprar y vender.

Por otra parte, el largo estado de incertidumbre econ¨®mica obliga a buscar ingresos extras. Pero los que alquilan su casa o comparten su coche no se est¨¢n haciendo ricos. Seg¨²n Airbnb, el 42% de los propietarios de su plataforma emplean el dinero que ganan en cubrir sus gastos diarios.

Si usted se niega a aceptar que la tecnolog¨ªa manipule su comportamiento, espere a escuchar lo que tienen que decir quienes mueven los hilos de la econom¨ªa compartida. Todos coinciden en que una de sus mayores partidas de gastos es la dedicada a construir confianza entre las partes. Lo hacen con algoritmos y calibrados sistemas de castigo y recompensa. Sin confianza, real o inducida, estas empresas har¨ªan aguas. Nunca habr¨ªan dejado de ser un movimiento contracultural para convertirse en una econom¨ªa con m¨²sculo, con empresas pr¨®speras como Uber y Airbnb a punto de salir a Bolsa (al menos, ¨¦se es el ruido persistente en Silicon Valley) y capaces de causar una profunda disrupci¨®n en la industria convencional por su capacidad de ¡°crear un nuevo tipo de emprendedor y un nuevo concepto de propiedad¡±, en palabras de Thomas Friedman, columnista de The New York Times.

Jerome Merchiers es el presidente de Airbnb para Espa?a y Portugal. Su empresa es quiz¨¢ la m¨¢s emblem¨¢tica de este movimiento. Pero no es la ¨²nica. En los ¨²ltimos cinco a?os ha nacido una pl¨¦tora de compa?¨ªas cuyo negocio se centra en proporcionar ingresos capitalizando bienes que ya uno tiene ¨Cun piso, un coche o un t¨ªtulo¨C. Airbnb ha conseguido que miles de propietarios en 34.000 ciudades abran a extra?os ¡°el activo m¨¢s ¨ªntimo y caro¡± que poseen: la vivienda. Para conseguirlo, se han esmerado en fabricar confianza en abundancia entre perfectos desconocidos. Airbnb pretende ser un libro abierto: ¡°Todo el proceso de negociaci¨®n es visible para el anfitri¨®n y el hu¨¦sped; el usuario paga a trav¨¦s de la web y nosotros ingresamos al propietario 24 horas despu¨¦s de que el inquilino est¨¦ en su casa para asegurarnos de que todo lo prometido es cierto¡±, explica Merchiers. ¡°Tenemos un servicio de atenci¨®n al cliente 24 horas los siete d¨ªas de la semana, y publicamos fotos verificadas¡±.

Airbnb tambi¨¦n comprueba la identidad online de los usuarios rastreando sus perfiles en las redes sociales y comprobando el e-mail y el m¨®vil. En el mundo offline comienzan a escanear los pasaportes. En la nueva econom¨ªa, el anonimato no es una opci¨®n. Quien no quiera dar la cara no ganar¨¢ dinero. Ni mucho ni poco. As¨ª de claro lo tiene Brian Chesky, CEO y cofundador de Airbnb: ¡°Cuando eliminas el anonimato recuperas lo mejor de la gente. No hay lugar para personas an¨®nimas en el futuro de Airbnb, tampoco en la econom¨ªa compartida¡±.

Los nuevos empresarios creen que si Internet ha conseguido conectar a personas lejanas creando aut¨¦nticas comunidades virtuales, el reto de sus plataformas es hacer lo mismo en el mundo real. Los te¨®ricos del asunto, entre ellos el profesor de la Universidad de Nueva York Arun Sundararajan, afirman que uno de los atractivos de la econom¨ªa compartida es que devuelve el contacto f¨ªsico entre los individuos en las transacciones comerciales.

El 42% de los propietarios que utilizan Airbnb emplean lo que ganan en cubrir gastos

Vivenca Bachray se ha convertido en una experta en el asunto. Su familia termin¨® una casa en la sierra de Gredos en 2008. Y empez¨® la crisis. ¡°Tratamos de vender, pero fue imposible; entonces la metimos en Airbnb. Solo con los ingresos de ese verano conseguimos pagar la mitad del alquiler de la casa donde vivimos en Madrid. Al principio lo haces por necesidad, pero el balance ha sido bueno. Hasta te da cierto placer ver que otros tambi¨¦n disfrutan de una casa que has hecho a tu medida¡±.

Noah Karesh es uno de los fundadores de Feastly, la plataforma que conecta a gente que le gusta comer bien con expertos cocineros que guisan para ellos y se los llevan a cenar a su casa. Feastly pone en contacto a desconocidos con una pasi¨®n com¨²n: la comida. Unos cocinan, otros comen. Todos se sientan a la misma mesa. Antes han explorado mutuamente sus perfiles en las redes sociales y hasta el ¨²ltimo minuto se desconoce la direcci¨®n exacta donde va a tener lugar el encuentro. ¡°Cuando se ven las caras no son extra?os, pues ya se ha creado complicidad en la Red. Lo que hacemos es llevar esa relaci¨®n al siguiente nivel: porque se pueden tener 1.500 amigos en Facebook y seguir solo. La gente necesita interactuar en el mundo f¨ªsico¡±.

El negocio de DogVacay, una plataforma que funciona en Estados Unidos y Canad¨¢, mueve a 15.000 personas dispuestas a cuidar la mascota de un desconocido. Lo hacen por amor a los animales y una m¨®dica suma de dinero que supone un gasto menor para los due?os que alojarlos en una residencia (sus precios est¨¢n en torno a los 28 d¨®lares por noche, y los hoteles para mascotas cobran entre 50 y 60).

¡°Los cuidadores suelen ser jubilados, personas que trabajan en casa o profesores con abundantes vacaciones¡±, explica Rachael King, portavoz de la compa?¨ªa, quien asegura que el proceso de selecci¨®n es duro. ¡°Solo aprobamos al 20% de los que se ofrecen. Para entrar hay que completar un extenso cuestionario, superar varias entrevistas y probar que se tienen conocimientos de cuidado y entrenamiento de mascotas. Los due?os tienen derecho a un breve encuentro cara a cara con el cuidador. DogVacay gestiona la ansiedad de los propietarios de las mascotas con un servicio permanente que facilita a los due?os, all¨ª donde est¨¦n, fotos diarias y v¨ªdeos en tiempo real de la vida de sus animales. Al regreso, cuidadores y due?os deben evaluarse mutuamente. Todo quedar¨¢ registrado y a la vista de los pr¨®ximos clientes.

La r¨¢pida implantaci¨®n de estas compa?¨ªas ha dejado a todos sin capacidad de reacci¨®n

En esencia, si se obvian los sistemas de verificaci¨®n y recomendaci¨®n online, lo que subyace es un acuerdo cara a cara. Parad¨®jicamente, la novedad que han tra¨ªdo estas nuevas plataformas es que, tecnolog¨ªa mediante, se vuelve al modo tradicional en que se sol¨ªan apalabrar los acuerdos en las comunidades peque?as, pero ahora entre desconocidos y a nivel global. Dos personas dan su palabra y eso es suficiente para que se cumpla el trato. Lo comprobaron en RelayRides, una plataforma de alquiler de coches por hora que, como promedio, supone un ingreso extra de 250 d¨®lares mensuales para los propietarios. RelayRides cambi¨® su sistema de identificaci¨®n autom¨¢tico por un encuentro cara a cara entre el due?o del coche y el conductor-inquilino en el que se entregaban las llaves. El resultado fue que los conductores cuidaban mejor los coches y se redujeron las reclamaciones por da?os. ¡°La interacci¨®n humana nos hace ser mejores y m¨¢s fiables¡±, dice Steve Webb, de RelayRides.

Dar la cara es esencial en la econom¨ªa de la confianza. Esta es la raz¨®n por la que Airbnb anima a sus usuarios a hablar, al menos por chat, antes de cerrar un acuerdo; Feastly recomienda a sus comensales charlar antes de encontrarse en una cena, y DogVacay propone visitar a la persona que va a cuidar de su perro.

Pero la confianza a expensas de algoritmos y recomendaciones a veces falla y hay que tener un plan B. Airbnb fue la primera en aprender la lecci¨®n. A mediados de 2011 recibi¨® una oleada de publicidad negativa porque un propietario encontr¨® su piso de San Francisco destrozado y robado despu¨¦s de haberlo alquilado a trav¨¦s de la plataforma. Para tranquilizar a los propietarios, la compa?¨ªa estableci¨® una garant¨ªa de 50.000 d¨®lares para da?os de la propiedad, que en mayo de 2012 se elev¨® a un mill¨®n de d¨®lares en Estados Unidos (y 35.000 euros en Espa?a). Adem¨¢s, abri¨® una nueva divisi¨®n dedicada a la confianza y seguridad donde trabajan m¨¢s de 80 expertos. DogVacay tambi¨¦n tiene una p¨®liza que incluye tres millones de d¨®lares por responsabilidad y 25.000 por mascota para cuidados m¨¦dicos. RelayRides protege a los propietarios de los veh¨ªculos con un mill¨®n de d¨®lares.

Mucho hemos tenido que cambiar en cinco a?os para alcanzar este estado de gracia. Y no todo ha sido culpa de la tecnolog¨ªa, aunque los expertos coinciden en se?alar que sin las redes sociales, sin Facebook concretamente, hubiera sido imposible hacer de los extra?os aut¨¦nticos compa?eros de viaje. ¡°Hasta ahora, ninguna tecnolog¨ªa nos hab¨ªa permitido poner en contacto a desconocidos de un modo natural, hemos conseguido que la gente est¨¦ c¨®moda conectando con extra?os en el mundo f¨ªsico porque antes ya se han visto las caras en el virtual¡±, afirma Noah Karesh, cofundador de Feastly, que se?ala que la Generaci¨®n Millennials, los que ahora tienen entre 18 y 33 a?os, y que en Espa?a son ocho millones, son los primeros que han crecido contando su vida con desparpajo en las redes sociales porque tienen otra idea de la privacidad. O no tienen ninguna. ¡°Es cierto que en Internet siempre publicamos una mejor versi¨®n de nosotros mismos, pero es innegable que es una generaci¨®n m¨¢s abierta, dispuesta a decir su nombre, d¨®nde ha nacido y d¨®nde ha estudiado¡±.

La econom¨ªa compartida y su consecuencia l¨®gica, el consumo colaborativo, han crecido en un caldo de cultivo f¨¦rtil: las grandes ciudades con persistentes tasas de desempleo y una gran concentraci¨®n por metro cuadrado de smartphones. L¨¦ase: gente interconectada que necesita dinero. Los millennials son la primera generaci¨®n que ha aprendido que no tendr¨¢ un trabajo para toda la vida. Son los protagonistas de la gig economy (econom¨ªa de bolos), que no ofrece un trabajo estable, sino una constelaci¨®n de minitrabajos para ir tirando. Son artistas en ir trampeando entre unos y otros, tienen la capacidad de desdoblarse y ser a la vez trabajadores y microempresarios que alquilan sus activos. Todo a tiempo parcial. La consecuencia es que sus nociones sobre el consumo y la propiedad han cambiado radicalmente hasta dinamitar cl¨¢sicos como el sue?o americano: tener un coche y una casa en propiedad. Para la revista Forbes, ¨¦ste va a ser el legado m¨¢s duradero de esta recesi¨®n: los millennials, que en 2025 supondr¨¢n el 75% de la fuerza laboral del mundo, no quieren atarse a una propiedad, prefieren tener libertad para moverse y un estilo de vida m¨¢s flexible, que por otra parte es lo que les exige el mercado. Est¨¢n culturalmente programados para prestar, alquilar y compartir. En opini¨®n de Rachel Botsman, coautora del libro What¡¯s mine is yours: The rise of collaborative consumption (Harpers Business, 2010), esta nueva noci¨®n de la propiedad ¨Ces m¨¢s importante tener acceso a los bienes que poseerlos¨C es un cambio econ¨®mico equivalente al que supuso en su d¨ªa la revoluci¨®n industrial.

Anna Parini

A la fuerza se ha generado mayor tolerancia a la incertidumbre, y mucha gente prefiere completar sus ingresos con trabajos parciales a tener un contrato de ocho horas como camarero por el mismo dinero y similar inestabilidad. Cuando uno habla con algunos de los pioneros de la econom¨ªa compartida percibe en ellos cierto orgullo de salvadores de la humanidad: ¡°Le estamos dando poder a la gente para que gestione su vida profesional. Ya tienen que trabajar en varias cosas a la vez y nosotros permitimos que usen sus habilidades o sus propiedades para conseguir estabilidad econ¨®mica; a veces es un ingreso extra, pero cada vez m¨¢s es su ingreso fundamental. Uno es m¨¢s fuerte cuando tiene la libertad de elegir, cuando puede decir: ¡®Ya no quiero dedicar tanto tiempo a este trabajo y prefiero hacer esto otro, o alquilar mi casa o mi coche, y tener m¨¢s tiempo libre¡¯. Estamos funcionando como una red distribuidora de bienes y fuerza de trabajo¡±, me explica Noah Karesh, de Feastly. ¡°La crisis nos est¨¢ ayudando y nosotros estamos ayudando a la crisis. Hacemos el mundo m¨¢s peque?o¡±, reflexiona, por su parte, Jerome Merchiers, de Airbnb.

Pero ?ad¨®nde va el dinero en la nueva econom¨ªa? Airbnb ha lanzado al mundo a los primeros millonarios de la econom¨ªa compartida: sus fundadores, Brian Chesky y Joe ?Gebbia. Seg¨²n el analista Michael Pachter, solo en la Nochevieja de 2013, 141.000 personas en el mundo se hospedaron a trav¨¦s de Airbnb. Se estima que sus beneficios en 2012 fueron de 150 millones de d¨®lares. Dependiendo del precio de la propiedad, Airbnb se queda con el 3% de lo que aporta el propietario y con entre el 6% y el 12% de lo que paga el inquilino. Forbes calcula que los beneficios que llegar¨¢n directamente al bolsillo de los microempresarios de la econom¨ªa compartida alcanzar¨¢n este a?o los 3.500 millones de d¨®lares.

Una peque?a parte de este beneficio le har¨¢ la vida m¨¢s f¨¢cil a Jos¨¦ H. ¨Cnombre ficticio, porque la mayor¨ªa de los actores de la econom¨ªa de la confianza piden mantenerse en el anonimato¨C. La falta de un marco legal claro para los nuevos negocios y los continuos anuncios de cambios de directivas para regular la actividad de Uber o Airbnb, por mencionar solo dos de estas empresas, les hace dudar de que su actividad sea del todo legal.

¡°Me est¨¢n desmontado la vida¡±. Fue lo que pens¨® este c¨¢mara de 52 a?os el d¨ªa que su empresa, una televisi¨®n p¨²blica, anunci¨® un ERE que lo puso en la calle con una indemnizaci¨®n de 20 d¨ªas por a?o trabajado. ¡°Acababa de invertir 20.000 euros en renovar todo mi equipo profesional¡±. Jos¨¦ H. adem¨¢s ten¨ªa que pagar un coche, mantener dos hijos y un mercado laboral deprimido con cientos de profesionales como ¨¦l cotizando a la baja. ¡°Una vez pasado el shock, mir¨¦ lo que me quedaba: un equipo profesional de alta gama, la casa donde viv¨ªa y un coche. Tendr¨ªa que sacarles partido¡±. Hoy d¨ªa, Jos¨¦ H. alquila su flamante c¨¢mara para rodar anuncios. ¡°Ya no me quieren a m¨ª, pero al menos la necesitan a ella¡±, dice con sarcasmo. La buhardilla de su casa lleva un a?o y medio en Airbnb. Entre ambas cosas saca unos 700 euros al mes. Ahora estudia qu¨¦ hacer con el coche para redondear los mil euros. ¡°Hoy por hoy mi m¨¢xima aspiraci¨®n es ser mileurista¡±. Nunca ha tenido una mala experiencia. ¡°La primera vez que dej¨¦ mi c¨¢mara a un extra?o estuve media hora pidi¨¦ndole, por favor, que me la cuidara. Ya lo he superado. La gente suele portarse bien¡±.

De acuerdo con sus habilidades para la gesti¨®n de su negocio, unos ganan m¨¢s y otros menos. Noah Karesh confiesa que uno de su chefs gan¨® 70.000 d¨®lares (50.000 euros) en 2013. En Espa?a, donde Airbnb lleva funcionando m¨¢s de dos a?os en medio de una profunda crisis econ¨®mica, el ingreso promedio por anfitri¨®n es de 220 euros al mes, seg¨²n Merchiers, que asegura que el 75% de los usuarios alquilan un espacio de su casa y no la propiedad completa. ¡°De acuerdo con nuestros datos, el 60% emplea ese dinero en cubrir sus gastos b¨¢sicos y un 53% dice que alquilar su casa es el ¨²nico modo de mantener el estatus que ten¨ªa antes de la crisis¡±.

Anna Parini

Si Airbnb, una compa?¨ªa con cinco a?os de vida y que no posee ni una sola habitaci¨®n en propiedad, puede darse el lujo de pronosticar que en alg¨²n momento de 2014 desbancar¨¢ a la poderosa Hilton y se convertir¨¢ en el mayor negocio hotelero del mundo, es f¨¢cil imaginar el poder de disrupci¨®n de la econom¨ªa compartida sobre los modelos convencionales. La rapidez con que se han implantado estas compa?¨ªas ha dejado a todos, acad¨¦micos y legisladores, sin capacidad de reacci¨®n. El profesor Sundararajan as¨ª lo reconoc¨ªa en una entrevista en la edici¨®n estadounidense de Forbes: ¡°Tendremos que inventar nuevas m¨¦tricas para capturar el impacto de la econom¨ªa compartida y determinar si va a crear un nuevo valor o simplemente va a reemplazar los negocios convencionales¡±. Los economistas no descartan ni una cosa ni la otra, y creen que estamos ante un caso cl¨¢sico de ¡°destrucci¨®n creativa¡±.

Airbnb y Uber, quiz¨¢ por ser las m¨¢s grandes, han sido las primeras en enfrentar la resistencia al cambio en forma de regulaciones y prohibiciones en varios pa¨ªses. Los fiscales de Nueva York y San Francisco tienen investigaciones abiertas para detectar a los inquilinos que incumplen la ley del alquiler vigente para apuntarse al carro de Airbnb. A Jerome Merchiers no le parece ¡°justo¡± aplicar la misma regulaci¨®n a un hotel que a los que alquilan de vez en cuando una habitaci¨®n de su casa. ¡°En estos casos, con declarar esos ingresos al fisco deber¨ªa ser suficiente¡±, dice. Su experiencia en otros pa¨ªses le sugiere que todo podr¨¢ convivir. ¡°El sector hotelero de Par¨ªs o Hamburgo ya nos ve como un servicio complementario, ¨²til para fomentar la marca de un sitio como destino tur¨ªstico¡±.

Sin embargo, a juzgar por el recibimiento que se le ha dado a Uber en Europa, no parece que la convivencia entre la nueva y la vieja econom¨ªa vaya a ser apacible. La compa?¨ªa que pone en contacto a un conductor particular con un pasajero necesitado de un trayecto ha lidiado con prohibiciones varias en Europa y una huelga simult¨¢nea en Par¨ªs, Mil¨¢n, Londres y Berl¨ªn que consigui¨® un in¨¦dito 100% de seguimiento, seg¨²n la Asociaci¨®n Gremial de Auto-Taxi de Madrid. No parece sencillo regular una econom¨ªa altamente fragmentada. En opini¨®n de Larry Downes, del Georgetown Center for Business and Public Policy, s¨®lo podr¨ªa conseguirse empleando sus propias estrategias, tecnolog¨ªas y redes. Por ejemplo, incluyendo el pago puntual de impuestos en los ¨ªndices de confianza y buen comportamiento de los usuarios. ¡°Hasta que reguladores y regulados no est¨¦n dispuestos a aceptar que se deben ajustar las reglas, s¨®lo podremos esperar m¨¢s desobediencia civil amparada en las nuevas tecnolog¨ªas¡±, pronostica Downes.

En una estrategia camale¨®nica y conversa, las grandes industrias empiezan a poner su pica en Flandes. Avis Budget Group compra Zipcar, un servicio de alquiler de coches por hora. Daimler expande a 18 ciudades su servicio Car2go que permite alquilar sus modelos Smart a 38 centavos de d¨®lar por minuto. The Home Depot, la cadena de herramientas de bricolaje para el hogar, pone en marcha un servicio de pr¨¦stamo de utensilios en 1.000 tiendas. General Motors, en una operaci¨®n brillante de marketing, invierte tres millones de d¨®lares en RelayRides, se declara a favor de que la gente comparta coche en lugar de comprar y al mismo tiempo lanza al mundo la idea de que hacerse con un coche nuevo es ahora m¨¢s barato que nunca porque llega con un ingreso extra incorporado: se puede alquilar por horas. ¡°En pocos a?os ya no hablaremos de la econom¨ªa compartida, simplemente diremos la econom¨ªa, no se necesitar¨¢ un nombre especial porque esto ser¨¢ lo normal¡±, avisa el cofundador de Feastly.

El entusiasmo de los gigantes capitalistas por estar donde hay que estar es la prueba definitiva de que ambos mundos est¨¢n condenados a entenderse.

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Sobre la firma

Karelia V¨¢zquez
Escribe desde 2002 en El Pa¨ªs Semanal, el suplemento Ideas y la secciones de Tecnolog¨ªa y Salud. Ganadora de una beca internacional J.S. Knigt de la Universidad de Stanford para investigar los nexos entre tecnolog¨ªa y filosof¨ªa y los cambios sociales que genera internet. Autora del ensayo 'Aqu¨ª s¨ª hay brotes verdes: Espa?oles en Palo Alto'.

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