En Espa?a s¨ª hubo ¡®hippies¡¯ (pregunten a Ordov¨¢s)
El hippismo nacional no tuvo medios escritos: no existi¨® nada parecido al fen¨®meno de la prensa underground
Parafraseando el t¨ªtulo de Jardiel Poncela, habr¨ªa que preguntar: ¡°pero¡ ?hubo alguna vez 11.000 ?hippies?¡±. Puntualicemos: hippies locales y en la Espa?a franquista. Y s¨ª, los hubo, aunque se hizo lo imposible por ocultarlo. De hecho, resultar¨ªa m¨¢s f¨¢cil rastrearlos a trav¨¦s de atestados policiales y sumarios judiciales.
?C¨®mo es que nadie lo ha historiado? Apenas dejaron testimonios, aparte de un pu?ado de discos. El hippismo nacional no tuvo medios escritos: no existi¨® nada parecido al fen¨®meno de la prensa underground. Fue imposible responder, por ejemplo, a la campa?a de demonizaci¨®n del hippismo que, tras los cr¨ªmenes de Charles Manson, inici¨® el Abc. O denunciar los no menos despistados reportajes de las figuras de la gauche divine, que volaron a California en viaje organizado por el Bocaccio de Oriol Reg¨¤s.
Cuando aparecieron medios contraculturales, como Ajoblanco y Star, ya est¨¢bamos en 1974. Al a?o siguiente, con Franco residiendo todav¨ªa en El Pardo, se celebraron festivales de rock ¨CBurgos, Canet¨C que supusieron la salida a la superficie de aquellas tribus dispersas: los de ciudad, los del campo, los que se concentraban en Ibiza y Formentera¡
Es una epopeya que rara vez se ha contado. Quedan como referencia las cr¨®nicas retrospectivas de Pau Malvido, el hermano Ernest y Pasqual Maragall, recopiladas en libro por Anagrama como Nosotros los malditos. Y puede sorprender que el reciente El futuro ya est¨¢ aqu¨ª (Huerga y Fierro Editores) venga firmado por Jes¨²s Ordov¨¢s, un periodista identificado con la movida o el indie pop. Ferrolano de 1947, Ordov¨¢s era un habitual de la plaza de Santa Ana madrile?a, punto de encuentro para nativos inquietos y hippies for¨¢neos de paso. El futuro ya est¨¢ aqu¨ª es el relato de sus viajes. La Guardia Civil espantaba de Baleares a los hippies pobres e incluso dificultaba que se organizaran comunas, invocando la Ley de Salubridad e Higiene. En el puerto de Valencia, a Ordov¨¢s un quinqui nervioso le clav¨® la navaja cerca del coraz¨®n. Urg¨ªa irse a Europa.
Nada que ver con On the road, el libro fundacional de Jack Kerouac. Con un par de direcciones, uno llegaba a una ciudad e intentaba buscar alojamiento y un trabajo que le permitiera cubrir las necesidades b¨¢sicas, incluyendo discos y conciertos. Y no todo el monte era or¨¦gano: Par¨ªs o Estocolmo fueron poco acogedoras. R¨®terdam y Londres mostraron caras m¨¢s amables. En esas temporadas, Ordov¨¢s recopil¨® material para su libro sobre Bob Dylan, que resultar¨ªa un best seller. Pudo independizarse e incluso peregrinar a la patria de la contracultura: California.
All¨ª comprob¨® que el sue?o hippy se hab¨ªa agriado hac¨ªa a?os. Con todo, es posible que Ordov¨¢s hubiera seguido rebotando por el planeta. Pero, en su vuelta a Madrid, descubri¨® a una ciudad en transformaci¨®n: sus compa?eros underground se hab¨ªan puesto en marcha. Pedro Almod¨®var, el de Telef¨®nica, rosaba su primer largo. Herminio Molero hab¨ªa dise?ado Radio Futura. Jes¨²s Ordov¨¢s decidi¨® que este Madrid era bien interesante. Y necesitaba un cronista apasionado.
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