Huir para salvar la vida en la RD del Congo
Segunda entrada de nuestra serie sobre la Rep¨²blica Democr¨¢tica del Congo (RDC), escrita por nuestro colaboradorAlex Prats (@alexpratstweets).
Un grupo de mujeres conversa sobre sus derechos en un grupo de un campo de Rubaya. Foto: M. Michael/Oxfam.
Salimos de Goma a las 7 de la ma?ana, rumbo a Rubaya, en la regi¨®n de Masisi, provincia de Nord Kivu. Rubaya est¨¢ a 65 km de Goma, pero tardaremos, si todo va bien, unas dos horas en llegar. He viajado por varios pa¨ªses en ?frica, pero no hab¨ªa visto antes unas carreteras como las de aqu¨ª. No tengo claro si se les puede llamar caminos siquiera. Pinchamos rueda. Se nos rompe un amortiguador. Finalmente, superadas las dificultades, llegamos a nuestra base en Rubaya tras m¨¢s de tres horas de ruta. Lo primero que har¨¦ cuando regrese a Nairobi es visitar al oste¨®pata.
En la base, mis colegas Germain y Evelyn me dan unas cuantas pinceladas acerca del territorio y nuestros proyectos. En esta parte de la provincia, nuestro equipo humanitario trabaja en tres campos de desplazados en los que viven unas 20.000 personas, as¨ª como en dos comunidades que han acogido en sus casas a un total de 10.000 personas m¨¢s. Hace un a?o que llegaron; huyeron de sus casas para salvar sus vidas. M¨¢s de 40 grupos armados operan con total impunidad en la RDC.
Nuestro trabajo consiste en proporcionar agua potable, duchas y letrinas, as¨ª como en contribuir a la mejora de las pr¨¢cticas de higiene con el objetivo de minimizar posibles enfermedades. Un criterio fundamental a la hora de tomar decisiones sobre la ubicaci¨®n y gesti¨®n de las instalaciones es reducir al m¨ªnimo la exposici¨®n de las personas a la violencia, por ejemplo, asegurando la separaci¨®n de las letrinas de hombres y mujeres, o evitando trayectos largos por zonas inseguras hacia los puntos de agua. Acabada la introducci¨®n, nos subimos de nuevo al coche para ir a Nupuru, donde visitaremos el primer campo de desplazados.
Hemos avisado de nuestra llegada al campo, pero como el responsable no aparece, decidimos empezar la visita sin ¨¦l, acompa?ados por parte de su equipo. Todo parece funcionar razonablemente bien. Es fundamental que los comit¨¦s que ayudamos a establecer en los campos hagan bien su trabajo: se deben respetar los tres turnos de limpieza de duchas y letrinas, debe haber siempre agua y jab¨®n disponibles en los puntos adecuados para el lavado de manos, se debe asegurar una operativa correcta de las instalaciones de agua. En este primer campo, la fuente natural de agua est¨¢ a 3 kil¨®metros de distancia. Nuestros equipos han hecho un gran trabajo t¨¦cnico y log¨ªstico para asegurar que cada persona tenga acceso a un m¨ªnimo de 15 litros de agua por d¨ªa.
Proyecto en el campo de Belunga, cerca de Goma (Nord Kivu).
El responsable del campo aparece justo cuando nos estamos marchando. Se excusa por el retraso. Un ni?o de tres a?os ha muerto por la ma?ana y ha decidido estar con la familia esperando a la llegada de un m¨¦dico. Cuando le pregunto por la causa de la muerte, se encoge de hombros, piensa durante unos segundos y dice: se ha envenenado, como solemos decir aqu¨ª cuando muere un ni?o. Luego el m¨¦dico quiz¨¢s pueda aclarar algo. La RDC es el pen¨²ltimo pa¨ªs del mundo en el ?ndice de Desarrollo Humano. El 43% de las ni?as y ni?os sufren malnutrici¨®n. Quince de cada cien mueren antes de cumplir los cinco a?os.
Despu¨¦s de la visita al campo de Nupuru nos acercamos a saludar al chef de poste, el representante que ocupa el escalaf¨®n mas bajo en la estructura de gesti¨®n territorial en la RDC. Despu¨¦s de las presentaciones y de los breves discursos de cortes¨ªa, le pregunto sobre los recursos de los que dispone para promover la paz y el desarrollo de las comunidades. Aqu¨ª solo tenemos la ayuda de las ONG, contesta, no llega absolutamente nada de los recursos del Estado. Ten¨ªa en mente otras preguntas acerca del supuesto proceso de descentralizaci¨®n recogido en la Constituci¨®n del 2006, pero desanimado por lo que acabo de escuchar, le agradezco la bienvenida y colaboraci¨®n y seguimos con el plan de trabajo previsto.
Poco despu¨¦s llegamos al segundo campo, Kushusha, donde enseguida identificamos algunos problemas de funcionamiento. Algunas puertas de letrinas y duchas no est¨¢n en buen estado y encontramos excrementos fuera de una letrina. Abro un par de bidones para el lavado de manos. Est¨¢n vac¨ªos. Nuestros equipos deber¨¢n reforzar lo antes posible el trabajo de los comit¨¦s.
Son las cinco de la tarde cuando salimos de Kushusha. Emprendemos el regreso hacia la base. Por el camino, los ni?os y ni?as nos saludan al grito de mzungu, monuc, biscuit. Para ellos, todos los blancos somos parte de la misi¨®n de las Naciones Unidas. En la RDC, la fuerza de intervenci¨®n establecida por la MONUSCO (antes ONUC y MONUC) ha combatido recientemente junto al ej¨¦rcito congole?o para derrotar a uno de los principales grupos armados: el M-23. En este contexto, la confusi¨®n por parte de la poblaci¨®n, y especialmente de los grupos armados, para distinguir entre la misi¨®n de Naciones Unidas y los equipos de ONG puede suponer un riesgo para nuestra seguridad.
En la base, situada en un punto a 1.800 metros por encima del nivel del mar, ¡®papa¡¯ Jojo est¨¢ preparando arroz y jud¨ªas. Hoy nos hemos saltado el almuerzo, estoy hambriento, pero me da verg¨¹enza hasta pensarlo. Ha bajado la temperatura y empieza a hacer fr¨ªo. Veo que el carb¨®n est¨¢ al rojo vivo, as¨ª que le pido a ¡®papa¡¯ Jojo si es posible calentar un poco de agua en la cocina para ducharme. La casa se encuentra al pie de una peque?a colina en cuya cima hay minas de casiterita. El paisaje es majestuoso. En la base viven de forma permanente unas quince personas, lejos de sus casas. Cenamos todos juntos. Hay risas. En cierto modo, aqu¨ª los colegas de trabajo se convierten en tu familia.
Ocho de la tarde. Se ha hecho de noche. Miro hacia la colina y veo decenas de luces que se mueven en todas direcciones. La imagen me trae a la memoria mi primer juego del comecocos, en la pantalla verde de un spectrum-34, el primer ordenador que compraron mis padres. Son los trabajadores de la mina. Parece que all¨ª arriba no hay descanso. Bonne nuit, digo a los que quedan. Entro en mi habitaci¨®n, me estiro en la cama y cierro los ojos. Oigo un sonido seco que parece venir de la colina. Me pregunto si ser¨¢ un disparo. Otro. Otro. Otro. Me levanto y saco la cabeza por la puerta. Nadie en la base parece inmutarse. No se oye nada m¨¢s. Vuelvo a la cama. Respiro profundo y cierro otra vez los ojos. Ha sido un d¨ªa largo. Duermo.
Los tambores y cantos de la comunidad me despiertan a las cinco de la ma?ana. No puedo dormir m¨¢s. Me visto y salgo de la habitaci¨®n. Saludo a Justin, uno de los guardas. Le pregunto sobre los cantos: est¨¢n glorificando a Dios, me explica, agradecen al Se?or que les haya permitido despertar despu¨¦s de la noche, ?acaso no hac¨¦is lo mismo vosotros en Europa? Pero antes de que pueda responder se vuelve a o¨ªr un disparo en la colina. Y a ese primer disparo le siguen bastantes m¨¢s, quiz¨¢s veinte. Son los mineros, me dice Justin. Pregunto a dos compa?eros m¨¢s. Los mineros, confirman. Luego, silencio.
Desayunamos y salimos de la base para visitar una de las comunidades de acogida a personas desplazadas. Justo despu¨¦s de cruzar el rio, a¨²n muy cerca de la base, vemos a unas cincuenta personas que corren hacia nosotros. Le pedimos al ch¨®fer que detenga el coche y d¨¦ media vuelta. Nos alejamos de la zona unos cien metros. Preguntamos qu¨¦ est¨¢ ocurriendo. Una mujer que corre con le?a cargada sobre la cabeza nos dice que un polic¨ªa mat¨® a un minero al anochecer y que esta ma?ana los mineros han matado como venganza a uno de los polic¨ªas. Unos cuantos j¨®venes se acaban de agrupar. Est¨¢n armados y dispuestos a apoyar a los mineros contra la polic¨ªa. La violencia y la impunidad son el pan de cada d¨ªa en esta parte del planeta.
Esperamos unos minutos. El camino se despeja. Continuamos la ruta. De la visita al proyecto en la comunidad de Kubaki me resulta sorprendente la buena convivencia entre la poblaci¨®n aut¨®ctona y las personas que han sido acogidas. Llevan all¨ª un a?o pero no quieren volver a sus casas. Donde viv¨ªan antes ya no se sienten seguros. A las ONG que trabajamos aqu¨ª, el miedo de los desplazados al retorno nos plantea algunos retos y dilemas importantes: ?hasta cu¨¢ndo debemos quedarnos? Los discutiremos con el equipo durante el regreso a Goma.
Resulta sobrecogedora la capacidad de resistencia de la poblaci¨®n; es desconcertante como, una y otra vez, golpe tras golpe, vuelven a levantarse y siguen con sus vidas.
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