Espa?oles en Gurs
No hay mucha gente que sepa lo que ocurri¨® en esta zona del sur de Francia. Y, sin embargo, el campo de concentraci¨®n que se instal¨® all¨ª resume uno de los momentos m¨¢s tr¨¢gicos de la historia del viejo siglo XX
Lo primero que llama la atenci¨®n al llegar es la altura de los ¨¢rboles y la frondosidad del bosque. No porque los ¨¢rboles sean m¨¢s altos que otros de la vecindad, ni porque el bosque sea m¨¢s tupido que otros muchos que pueblan el Bearn, frescos en verano, g¨¦lidos en invierno. Lo que ocurre es que uno no esperaba encontrar all¨ª un bosque. Ni mucho menos que, tras comprender que solo puede tener unas d¨¦cadas, fuera tan compacto, tan oscuro y silvestre. Sorprende el empuje de la naturaleza, parejo al de aquellas pel¨ªculas de ciencia ficci¨®n donde la Estatua de la Libertad figura en medio de la selva o mecida por las olas. Solo que en esta ocasi¨®n los ¨¢rboles no esconden un s¨ªmbolo de la libertad, sino todo lo contrario: bajo sus ra¨ªces hubo no hace tanto un campo de concentraci¨®n.
Fue desmantelado a finales de 1945. Sus desechos se vendieron como chatarra, los restos se incendiaron. Sobre su emplazamiento, en 1950, se plant¨® el bosque. Y frente al bosque solo qued¨® un cementerio con m¨¢s de mil muertos: no se atrevieron a arrasarlo. Es f¨¢cil comprender que quisieran borrarlo del mapa: nadie desea vivir junto a un s¨ªmbolo de la ignominia. Al fin y al cabo, Gurs es un hermoso pueblecito de la Navarra francesa. El camino hacia el campo est¨¢ festoneado de coquetas casas residenciales, palacetes a la parisina construidos para veraneantes al comenzar el siglo pasado o t¨ªpicas viviendas de estilo local, con sus enormes tejados. Ciertamente, desentonaba con el encanto del pueblo.
El campo de Gurs es uno de los varios espacios en los que Francia refren¨® la avalancha de republicanos espa?oles que atraves¨® los Pirineos huyendo de las tropas de Franco al acabar la Guerra Civil, en el invierno de 1939: cerca de medio mill¨®n cruzaron la frontera tras la ca¨ªda de Catalu?a. No quiso el Gobierno republicano franc¨¦s que sus correligionarios espa?oles se extendieran por todo el pa¨ªs y estableci¨® en el sur varios centros de internamiento: Arg¨¨les-sur-mer, Rivesaltes, Barcar¨¨s, Septfonds, Gurs¡ Algunos apenas albergaban construcciones, como la playa de Arg¨¨les, cerca de Colliure, donde una cerca delimitaba el espacio en el que a la intemperie se hacinaron 100.000 espa?oles en un invierno tan fr¨ªo como no se recordaba en a?os, con varios cent¨ªmetros de nieve sobre la arena mediterr¨¢nea.
No hab¨ªa en los barracones ning¨²n equipamiento; los presos dorm¨ªan en el suelo
Gurs se construy¨® entre marzo y abril de 1939 para aliviar la sobrepoblaci¨®n de la playa de Arg¨¨les. Fue el mayor de los ¡°campos de internamiento administrativo¡± ¡ªcomo eufem¨ªsticamente los denominaba la jerga burocr¨¢tica francesa¡ª destinados a contener a los espa?oles. Cercado por una doble red de alambre de espino, med¨ªa casi dos kil¨®metros de largo y estaba dividido en 13 islotes, cada uno de ellos con 25 barracones de madera: todos iguales, de 6 metros por 30, alojaban a 60 presos cada uno. No hab¨ªa en los barracones ning¨²n equipamiento: ni camas, ni estanter¨ªas; los presos dorm¨ªan en el suelo. Cada islote ten¨ªa cocinas y letrinas comunes. El suelo era de tierra y con la lluvia, siempre copiosa, se transformaba en un pantano: ¡°En cuanto sal¨ªamos del barrac¨®n, nos hund¨ªamos en un suelo esponjoso hasta los tobillos¡±, recordaba un superviviente. Gurs pod¨ªa retener a unas 20.000 personas: era el n¨²cleo m¨¢s poblado de la regi¨®n tras Pau y Bayona. Por ¨¦l pasaron m¨¢s de 25.000 espa?oles y brigadistas internacionales que lucharon en Espa?a. Cerca de una treintena perdieron all¨ª la vida y hoy reposan en su cementerio.
Los espa?oles, empero, constituyen solo una peque?a parte de los habitantes del cementerio de Gurs. La mayor¨ªa son jud¨ªos. Y ello es as¨ª porque el campo tuvo en sus seis a?os de vida una intrincada historia. La mayor¨ªa de los espa?oles fueron expulsados entre finales de 1939 y principios de 1940. A muchos los repatriaron: el Gobierno franc¨¦s los entreg¨® en mano a la maquinaria represiva franquista. Otros, sin alternativas, regresaron por su cuenta y afrontaron una suerte parecida. Algunos fueron reclutados ¡ªm¨¢s o menos voluntariamente¡ª para los batallones de trabajo que constru¨ªan trincheras en el frente, a la espera de la invasi¨®n alemana, o en el Ej¨¦rcito franc¨¦s. Solo unos pocos tuvieron la fortuna de permanecer en el sur de Francia, de encontrar all¨ª un trabajo o una familia que les brindaran la oportunidad de empezar una nueva vida.
Entre agosto de 1939 y la primavera de 1940 los franceses confinaron en Gurs a ciudadanos alemanes. Fueron los meses de la dr?le de guerre, o guerra de broma. Mientras los nazis estuvieron ocupados en el frente del este no hubo operaciones b¨¦licas en Europa occidental, pero la contienda ya hab¨ªa comenzado y Francia recluy¨® en campos a los alemanes residentes en el pa¨ªs. Una terrible paradoja, pues la mayor¨ªa eran refugiados pol¨ªticos o jud¨ªos huidos del Tercer Reich. Hannah Arendt, por ejemplo, pas¨® por Gurs aunque logr¨® abandonarlo en julio. Cuando finalmente llegaron los nazis se encontraron que los franceses hab¨ªan hecho el trabajo sucio de recluir a sus opositores. Como observ¨® Arendt con iron¨ªa, los disidentes alemanes fueron ingresados ¡°por sus amigos en campos de internamiento y por sus enemigos en campos de concentraci¨®n¡±.
La ¨²ltima tanda de reclusos fue de 1.500 guerrilleros que luchaban contra el franquismo
Tras la ocupaci¨®n alemana y la creaci¨®n del r¨¦gimen t¨ªtere de Vichy, entr¨® la tercera oleada de cautivos. Los nazis y sus aliados franceses llenaron el campo con quienes reputaban como indeseables: disidentes pol¨ªticos, gitanos y jud¨ªos. Jud¨ªos franceses detenidos por las autoridades de Vichy, jud¨ªos alemanes trasladados desde Baden, Renania y el Sarre: llegaron, en total, unos 18.000 jud¨ªos. M¨¢s de mil murieron debido a la desnutrici¨®n y al fr¨ªo, implacable en el crudo invierno del Bearn. No corrieron mejor suerte los supervivientes. Gurs fue la ¡°antesala de Auschwitz¡±, escribi¨® hace unos a?os Jorge Sempr¨²n, pues all¨ª fueron deportados los internos jud¨ªos entre 1942 y 1943. No era un campo de exterminio, no ten¨ªa c¨¢mara de gas. Pero s¨ª fue una escala en el camino hacia las c¨¢maras de gas.
Expulsados los jud¨ªos, Gurs languideci¨® hasta la liberaci¨®n del sur de Francia, en agosto de 1944, cuando las nuevas autoridades encerraron all¨ª a prisioneros alemanes y colaboracionistas franceses. La ¨²ltima tanda de reclusos la integraron¡ republicanos espa?oles. Esta vez fueron cerca de 1.500 guerrilleros que desde la frontera francesa hostigaban a la Espa?a franquista. Hab¨ªan perdido dos guerras, la espa?ola y la mundial, y la Francia reci¨¦n liberada no sab¨ªa qu¨¦ hacer con ellos. Fueron puestos en libertad en pocos meses y en diciembre de 1945 el Gobierno franc¨¦s clausur¨® el campo. De este modo se cerr¨® el c¨ªrculo: presos espa?oles estrenaron Gurs; presos espa?oles fueron los ¨²ltimos en abandonarlo. Luego vinieron el bosque y el olvido.
No hay mucha gente en Espa?a que sepa d¨®nde est¨¢ Gurs ni qu¨¦ ocurri¨® all¨ª o en otros campos del sur de Francia como Septfonds, Barcar¨¨s o Argel¨¨s. O en Mauthausen, el campo de concentraci¨®n nazi donde murieron m¨¢s de 8.000 espa?oles. Son nombres chocantes, de extra?a resonancia. Parecen ajenos y sin embargo constituyen una pieza esencial de nuestra historia. A principios de este siglo Jorge Sempr¨²n escribi¨® su ¨²nica obra de teatro: la titul¨® Gurs, una tragedia europea. Superviviente del campo de concentraci¨®n nazi de Buchenwald, Sempr¨²n sab¨ªa que en aquellos a?os la historia de Espa?a y la de Europa formaban una sola y que Gurs testimoniaba dicho v¨ªnculo, como tambi¨¦n atestiguaba la barbarie que asol¨® el continente en las d¨¦cadas centrales del pasado siglo, desde Algeciras hasta los Urales.
As¨ª lo refleja su cementerio, sito frente a un bosque oscuro y h¨²medo, plantado para borrar el recuerdo de todo aquello. Un cementerio donde m¨¢s de mil hombres y mujeres hallaron la paz que les fue negada en vida. Paseando entre sus l¨¢pidas se pueden ver apellidos tan diferentes como Klein, Durlacher, G¨®mez, Kauffmann u Orzolkowski. Nombres de gentes venidas al mundo en lugares tan distantes, y all¨ª tan cercanos, como Karlsruhe, Odessa, Rotterdam, Torredonjimeno...
Miguel Martorell es profesor de Historia Contempor¨¢nea de Espa?a en la UNED.
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