?Y el mar en todo esto?
Para extraer petr¨®leo del oc¨¦ano hay que tomar todas las medidas preventivas
Las empresas petroleras, particularmente en Espa?a, sufren de un problema serio de comunicaci¨®n y, en t¨¦rminos generales, carecen del esfuerzo educativo necesario para evitar conflictos abiertos con la sociedad a la que sirven.
A nadie le cabe duda que hasta que se encuentren o implanten nuevas fuentes de energ¨ªa capaces de abastecer los requerimientos de la sociedad moderna, se tendr¨¢ que seguir contando con las energ¨ªas f¨®siles. La alternativa de las renovables no est¨¢ madura, no cubre los en¨¦simos productos derivados del petr¨®leo y tampoco est¨¢ exenta de da?os colaterales sobre el medio ambiente como se pensaba a priori. Y como todav¨ªa no se ha querido dar paso a combustibles de bajo coste, como el hidr¨®geno, tendremos que seguir explotando las reservas de hidrocarburos que aguarda la corteza terrestre. Pero ?a qu¨¦ precio?
La industria petrolera es millonaria. No s¨®lo porque genera grandes beneficios, sino porque requiere una enorme inversi¨®n en infraestructuras. Si es complejo extraer petr¨®leo en tierra firme, la tarea se convierte en reto tecnol¨®gico desmesurado cuando se traslada en alta mar y a fortiori en condiciones extremas como en el ?rtico, el ¨²ltimo rinc¨®n inexplorado del planeta. Toda inversi¨®n requiere amortizaci¨®n y este siglo, que apenas empieza su recorrido, ser¨¢ probablemente el escenario temporal de una transici¨®n hacia otra forma de energ¨ªa, facilitada no s¨®lo por la probable escasez futura de las reservas actuales, sino tambi¨¦n por la necesidad de realizar inversiones m¨¢s rentables.
Mientras tanto, resulta interesante comprobar c¨®mo la sensibilidad de nuestra sociedad de consumo al aumento del precio del litro de gasolina o de di¨¦sel, que en los ¨²ltimos a?os no pasa de algunos c¨¦ntimos, no se corresponde con su sorprendente conformidad a la hora de pagar un litro de agua mineral casi al mismo precio, cuando la inversi¨®n necesaria al embotellamiento de este ¨²ltimo l¨ªquido no aguanta comparaci¨®n con la que requiere la detecci¨®n, extracci¨®n y refinamiento de los hidrocarburos.
De cualquier modo, nos toca gestionar esta herencia industrial de forma que no causemos da?os irreversibles a nuestros ecosistemas naturales. Desgraciadamente, estos da?os, o las consecuencias de una sobreexplotaci¨®n en cualquier ¨¢mbito, suelen dilatarse en el tiempo y sus se?ales s¨®lo aparecen cuando es demasiado tarde para actuar. Pero no deja de ser un ejercicio de responsabilidad civil enfrentarnos de forma conjunta al problema, en vez de disparar sobre el mensajero y acusarle de todos los males. Dejando de lado las implicaciones econ¨®micas y pol¨ªticas inevitablemente asociadas a la elecci¨®n de los lugares de exploraci¨®n y de explotaci¨®n de petr¨®leo en Espa?a, convendr¨ªa pensar en el mar como garante de equilibrio y de vida antes que como un recurso energ¨¦tico infinito o tur¨ªstico puntual, y analizar las condiciones que se deben de dar para compatibilizar su explotaci¨®n industrial con la conservaci¨®n de sus ecosistemas.
Hay que ver el mar como garante de vida antes que como recurso energ¨¦tico
En la actualidad, nuestras leyes exigen a todo operador la entrega de un estudio de impacto ambiental a las autoridades competentes previo a cualquier actuaci¨®n, estudio donde se tiene que describir, con datos cient¨ªficos y t¨¦cnicos, los pormenores de la futura actividad industrial y sus posibles efectos sobre el medio ambiente. Al mismo tiempo, se requiere la toma de medidas preventivas y, en su caso, reparadoras si se identifica un posible problema medioambiental. Sorprendentemente, las agencias independientes elegidas para la redacci¨®n de tales estudios de impacto, siguen, a pocas comas de diferencia, los mismos patrones en sus informes. Expediente tras expediente, se encuentran los mismos argumentos, las mismas referencias, la mayor¨ªa de ellas no actualizadas porque sus autores no son siempre cient¨ªficos activamente involucrados en investigaci¨®n y, por lo tanto, al d¨ªa de sus avances, sino t¨¦cnicos ciertamente limitados a tareas de redacci¨®n.
Los operadores offshore, por su parte, en este caso las petroleras, carecen de competencia interna para evaluar de forma objetiva el contenido de estos informes, que ellos mismos encargan, y mostrarse suficientemente cr¨ªticos, sobre todo si el informe les es favorable, para exigir a las agencias redactoras un mayor esfuerzo anal¨ªtico.
Una vez llegan estos informes a la Administraci¨®n, se recurre a expertos externos a quienes se pide, sin ninguna retribuci¨®n a cambio (en esto Espa?a se distingue tambi¨¦n de sus vecinos europeos y americanos) un an¨¢lisis exhaustivo de dichos documentos y unas alegaciones en un plazo determinado, momento en el cual se devuelve el material redactado a los operadores, quienes generalmente aceptan los argumentos y comentarios recibidos y se comprometen a tenerlos en cuenta a la hora de actuar. Una vez el permiso entregado, no se ejerce ning¨²n mecanismo de control que permita comprobar si se cumple lo establecido en dichos informes.
En paralelo, se establece un canal informativo donde opinan a trav¨¦s de los medios de comunicaci¨®n los colectivos sociales implicados, plataformas ciudadanas y grupos ecologistas, aportando, seguramente de buena fe, datos relevantes a la defensa de sus intereses, a veces utilizando comparaciones inveros¨ªmiles basadas en seudodatos cient¨ªficos, sin realmente medir las consecuencias de crear alarmas sociales a menudo infundadas.
Es preciso? evitar? exponer? in¨²tilmente a? los cet¨¢ceos a cargas ac¨²sticas que pueden ser letales a corta distancia
Posiblemente, esta situaci¨®n se deba tambi¨¦n a nuestra incapacidad, como cient¨ªficos, de explicar de forma m¨¢s asequible para el p¨²blico no experto los resultados de una investigaci¨®n cuyas implicaciones deber¨ªan de estar, sin embargo, en primera l¨ªnea de los debates.
El resultado de todo este proceso se puede leer estos d¨ªas en la prensa. Por una parte, las petroleras no salen de su mutismo y parecen incapaces de proporcionar a la sociedad los argumentos t¨¦cnicos necesarios a la comprensi¨®n de su actividad, al control de los riesgos que comporta y no se atreven a apostar por tecnolog¨ªas de mitigaci¨®n de ¨²ltima generaci¨®n (?por qu¨¦ tienen un coste a?adido?). Mientras, la Administraci¨®n no se dota de los medios necesarios a la gesti¨®n de la situaci¨®n, dejando en manos de la buena voluntad de expertos externos la responsabilidad de evaluar los informes de impacto ambiental. Finalmente, los colectivos sociales implicados aceptan, sin comprobarlos, argumentos provenientes de juicios paralelos que alimentan su c¨®lera.
?Y el mar en todo esto?
El protocolo de actuaci¨®n existe, sin embargo, para limitar los efectos inevitablemente negativos de las prospecciones petrol¨ªferas, en particular a los que se refieren al ruido que desprenden estas actividades. La disposici¨®n de sensores ac¨²sticos capaces de detectar autom¨¢ticamente e identificar a las especies animales, especialmente a los cet¨¢ceos, permite alertar de su presencia en el ¨¢rea y suspender las operaciones el tiempo que se alejen, evitando exponerles in¨²tilmente a cargas ac¨²sticas que pueden ser letales a corta distancia. Esta tecnolog¨ªa est¨¢ implementada en muchos oc¨¦anos y ayuda a combinar los intereses de las actividades humanas en el mar con la conservaci¨®n de sus ecosistemas.
?A qu¨¦ esperan las petroleras para adoptarla? Probablemente a que se lo exija una Administraci¨®n demasiada lenta en incorporar los avances cient¨ªficos en su hoja de ruta medioambiental.
Mientras tanto, seguimos comprometiendo el equilibrio natural de los oc¨¦anos y nos alejamos a pasos agigantados de nuestra responsabilidad c¨ªvica. Es tiempo que la industria offshore demuestre su cometido y act¨²e en consecuencia, sin esperar una hipot¨¦tica regulaci¨®n que ampare sus operaciones..
Michel Andr¨¦ es profesor de la Universidad Polit¨¦cnica de Catalu?a, BarcelonaTech (UPC) y director del Laboratorio de Aplicaciones Bioac¨²sticas (LAB).
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